Tan fea como el hambre.

De golosos y glotones están llenos los panteones

Se dice que no hay nada más feo que el hambre, el horror de un estómago vacío, que se agita y ruge sin cesar en solicitud abierta y constante de alimento, difícilmente puede ser superado por alguna otra imagen. Por terrible que nuestra imaginación presente ante nosotros a monstruos y quimeras, éstas nunca superaran al despertar que ocasiona el hambre, suceso capaz de hacer que nos movamos y nos alejemos de ensoñaciones y monstruosidades.

Quizá debido a la terrible tortura física que significa el hambre, es que la imagen de seres hambrientos es tan útil para mostrar la miseria humana. Tan miserable es aquel que no tiene para calmar la violencia de su estómago, como el que es incapaz de calmar la violencia de su alma.

Quien no come, sucumbe ante el hambre, y en ocasiones es por ella que justifica los actos más reprobables sin que esta justificación sea válida del todo, pues aún cuando Jean Valjean roba motivado por el hambre, ésta es incapaz de redimirlo a los ojos de su perseguidor, y en última instancia a la mirada de sí mismo.

De igual manera quien sucumbe ante las pasiones de su alma y actúa injustamente pensando que no puede dominarlas, no encuentra redención en mostrarse como un ser que padece y que se ve movido a hacer algo reprobable. De hecho el juicio que se hace sobre quien no es capaz de actuar justamente a pesar de sus pasiones, o de su hambre, será siempre el juicio sobre el modo de ser del juez y del juzgado.

En un caso el hambre y las pasiones fundamentan un acto, en el otro son incapaces de justificarlo; sea cual sea el juicio, queda de entrada claro que cualquiera de los dos casos el hambriento y el apasionado son vistos como seres incontinentes, sólo que en el primero la incontinencia es ingobernable por lo que no se elige dejarse llevar o no por el hambre, y en el segundo se elige actuar conforme a lo que se desea, ya sea alimento para el cuerpo o para un ego desmedido.

Cuando la incontinencia del que actúa injustamente es vista como la gobernante que somete al hombre, entonces el que juzga al hambriento o al apasionado que comete una injusticia, siente conmiseración y busca que el otro se rehabilite de tal manera que pueda seguir dando rienda a sus deseos, pero sin afectar a algún tercero. Cabe señalar que ésta rehabilitación parte del supuesto de que el incontinente está enfermo, lo que lo libera de toda responsabilidad sobre lo que hace o deja de hacer, de modo que ésta se ha de buscar evitando dolor a quien ha hecho algo injusto.

Pero, cuando se rechaza del injusto la justificación de sus injusticias fundamentada ésta en el poder excesivo de sus pasiones o su hambre, se ve en éste al responsable de lo que hace, es decir, se ve a un hombre que habiendo podido gobernarse decidió no hacerlo, de tal manera que más que ser tratado como un enfermo se le ve como merecedor de un castigo que le enseñe lo bueno de corregirse, si no a él a los que se ven tentados a sucumbir ante sus pasiones.

A final de cuentas el juicio sobre el hambriento o sobre el apasionado que hace o deja de hacer depende en última instancia de la comprensión que se tenga respecto al poder y a los límites de las pasiones y de la voluntad humana, misma que puede mostrarse en la manera de saciar el hambre de los jueces y de los juzgados.

 

Maigo.