La obra auto-evidente

Mi yo se manifiesta una y otra vez, aunque haya una densa oscuridad en definirlo. Toda nuestra existencia es absorbida por él: nuestros pensamientos, elucubraciones, fantasías, obras. Nuestra vida se halla abarcada por el ego. Jeff Koons lo reconoce perfectamente. Sabe que no hay mejor material que el mundo interno, inasible, del hombre. Si el asombro incandescente fue el primer motor del artista, era por ser humano, no por las maravillas de su exterior. El arte mismo, la excelencia en la técnica, la mímesis única, todo depende de la visión personalísima del artista. ¿Qué sucedería si la demostración de este acto cognitivo fuera la obra misma? Su simbolización es metáfora de una experiencia humana. Es así que llegamos a una de sus obras maestras, récord en las subastas: el conejo plateado. 

Sus contornos suaves y curvados recuerdan que la realidad es flexible. Los caminos y rutas no se hallan trazados con rigidez o previa determinación. Contemplar el conejo nos arroja de vuelta nuestra vista y vemos que vemos. Magistralmente Jeff Koons nos devuelve nuestro propio interior y le da libre vuelo a nuestras reflexiones e imaginación. En contra del establishment del arte, el oligopolio burgués, el brillo redondo disiente. La ignorancia sumisa es quebrada en destellos. El arte de Jeff Koons es rebeldía hecha a partir de materiales comunes: afiches publicitarios, aspiradoras, balones de básquetbol, estrellas de cine, pornografía . A través de la estridencia, revienta el universo consumista y acontece una explosión de color. Aquel pequeño conejo plateado subraya la interioridad humana, eso que nos vuelve únicos e irrepetibles. La mayor obra soy yo, pese a vivir en la hegemonía capitalista.

Prueba de su crítica al consumismo es su obra The Empire State of Scotch. Una botella de güisqui se alza, se erige como rey, y sobresale a las demás. La referencia más evidente para cualquier neoyorkino (o conocedor del país yanqui) es el famoso Empire State. Dicho rascacielos es símbolo de la ciudad que nunca duerme, materialización del éxito, estandarte de la libertad económica, orgullo burgués y muestra del progreso humano. Nueva York es la concreción del proyecto norteamericano; lugar cosmopolita establecido por migrantes de todo el mundo (la cultura madre y orígenes raciales quedan atrás en the sweet land of liberty), región donde el visionario es recompensado por sus esfuerzos. Asimismo, Koons desnuda este símbolo y nos revela su sexismo inherente. Si la Gran Botella sobresale, es por su erección. Es visionaria, toca el cielo, domina, por ser el falo mayor. Triunfa al erigirse, triunfa su masculinidad. La cultura norteamericana premia al hábil para generar su patrimonio y defender su propio sueño, aunque eso implique la selección natural de pasar sobre el débil. Esta conducta es presente no sólo en el orden económico, sino en el sexual. Ambos confluyen en el consumismo, la ideología tan fomentada por los Estados Unidos.

En vez de premiar al poderoso, la obra de Koons rescata la preciosa individualidad. Nuestros deseos han sido arrebatados y explotados por la mercadotecnia de las grandes compañías. Con genialidad. Koons lo asume y produce su arte liberador a partir de ello. Atrás quedó la era del canon, teórico del arte, pomposas exhibiciones, arcanos museos, el creador de obras maestras. La atención está en los espectadores. Cada uno, con su propia interioridad, es quien le da vida a las obras de artes. A través de la evidencia y meditación espontánea, es ejercicio de libertad. Sea dicha finalmente mi palabra.

La retórica de Andrés Manuel López Obrador

El movimiento más astuto de Andrés Manuel López Obrador ha sido volver llamativa la política. Sus ingeniosos insultos que arroja a críticos y enemigos, sus estrambóticas y casi imposibles propuestas, la división que ha marcado entre fieles (los buenos) y quienes no lo siguen (los malos), sus aparentemente democráticas consultas, evidencian una retórica política efectiva. Lo cual no quiere decir que haya vuelto más democrática la relación entre las instituciones y los ciudadanos, ni que haya vuelto más justa la relación entre los gobernantes y los gobernados. Lo cual más bien quiere decir, tal vez, que ha sabido aprovecharse de lo que queríamos escuchar, de lo que creemos que nos falta en la política, del modo en el que estamos acostumbrados a conversar. Ejemplo del último punto lo encuentro en los cuatro sucesos más comentados de su toma de protesta: la ciclista que, según dijeron, representó a México; el reclamo representativo al vilipendiado ex presidente; los tres cadetes atractivos; y el rescate a las raíces prehispánicas. El que una ciclista se haya acercado tanto al auto en el que viajaba el presidente de México resulta sospechoso, pues pudo haber atentado contra él, eso sin contar que estaba escoltado por un grupo notable de agentes. ¿Pudo ser planeado?, ¿qué nos quiere decir si fue un plan de sus asesores? Evidentemente pudo planearse, preparar a una persona para que le dijera que él no podía fallar a los mexicanos; la planificación le permitió a la esposa de él que lo grabara. Con ello éste mostraría una apertura a las exigencias del pueblo bueno desde antes de su mandato, pueblo que no le iba a hacer nada malo, aunque tuviera la oportunidad, porque confía en su probidad. Todas las críticas que en su discurso inaugural el nuevo presidente le dijo al anterior mostraron la imagen del cambio: antes fue lo malo, ahora viene lo bueno. Mostraron, por otro lado, que no le teme a los poderosos del pasado, pues en su propia cara, en un espacio público y de representación democrática, le criticó sus peores y más polémicas decisiones a un ex presidente con un partido débil, sin aliados de peso, sin capital político; el nuevo presidente no le teme a los poderosos del pasado aunque en su equipo haya revivido a políticos de oscura trayectoria. En tal crítica, larga y a ratos tediosa, fueron enfocados tres cadetes jóvenes (una mujer y dos hombres), quienes contrastaban con la senectud de los políticos cercanos al nuevo presidente. Obviamente se iba a hablar de ellos, mucho más porque los espectadores están poco acostumbrados a los largos discursos políticos y son avezados en el deleite de las imágenes. Hasta el que fueran dos hombres y una mujer resultó acertado, pues si hubieran sido dos mujeres y un hombre se hubiera podido acusar a quienes los pusieron cerca del presidente de querer tratar a las cadetes como edecanes y se hubiera desatado una discusión que hubiera perjudicado al nuevo mandatario. En la parte menos solemne de la toma de protesta, en lo que ya podríamos considerar la fiesta, hubo el detalle folclórico, donde se le dio un bastón de mando que representa a los pueblos indígenas al nuevo presidente. ¿Mostró apertura hacia los abandonados?, ¿intentaba recalcar su cercanía con el pueblo, con todo el pueblo?, ¿quería decir “soy el presidente de todos y todos me lo reconocen”?, ¿quiso que todo el mundo lo viera hacer lo distintivo de lo que algunos han dicho que son las raíces mexicanas? Quizá las posibilidades anteriores se condensaron en la ceremonia. Visto así, condensó su fuerza retórica en un acto. ¿Hubo política en los sucesos más comentados de su toma de protesta? Además del discurso que dio ante los políticos mexicanos y el ex presidente, en el que resumió lo dicho en su campaña, los otros actos fueron accesorios, llamativos como las lentejuelas de un vestido. Pero los cuatro hechos que más llamaron la atención sirvieron para que nadie se aburriera, para que todos pusieran atención en el nuevo mandatario, para que todos se fueran con algo que les llamara la atención. Sin acciones políticas, López Obrador da de qué hablar, cunde la discusión y provoca el entretenimiento. Pero ahí se cae en su juego: se le defiende, se le ataca o se vuelve memes. Anula la crítica. ¿Qué pasa con sus acciones políticas?, ¿por qué nos las esconde tras el telón?, ¿Su injusticia será tal que debe entretenernos con actos de prestidigitador?

Yaddir

La colmena

En tiempos electorales, Gabriel Zaid escribió AMLO poetaEn él nombraba al presidente electo como un beneficiado de las musas. La campaña y sus previas apariciones públicas lo testimonian. Zaid destacaba su riqueza léxica para insultar y el carisma que despedía al hablar. Así fue que lo nombró poeta del insulto. AMLO es un imán para una gran cantidad de hombres (interesados o no en la política). Sus conferencias madrugadoras, los encabezados periodísticos, las ventas de revistas, los mitines atestados, las redes sociales vigilantes, los intelectuales en vilo; todos están pendientes de lo que diga el dedito.  Júpiter Tronante declara y el trueno antecede un relámpago.

Destacar su dote poético no sólo subraya la centralidad del presidente electo, sino también su destreza retórica. Un aspecto interesante de ella es la ambigüedad. En campaña, al ser preguntado por asuntos peliagudos, fácilmente los evadía. Su asociación con el PES le valió cuestionamientos sobre el aborto o el matrimonio homosexual, así como la repercusión de su triunfo en el Estado laico. Ante micrófonos, decía que respetaba todos los puntos de vista. Recurría a la consulta y participación ciudadana para no responder. Públicamente mostraba que no tenía la arrogancia que tantos analistas e intelectuales le endosaban. La tolerancia como virtud axial cancela cualquier otra distinción delineada por la virtud. Además del esquivo, abre un espacio tan amplio para cualquier maniobra. Se tira tanto de la frase juarista para que el halo liberal ilumine todo el terreno político. Públicamente sortea la pregunta incómoda, en campaña hace no quedar mal con los aliados, con los fieles no se pone en riesgo de desprestigio y políticamente deja vivo un gran margen de acción. La apertura del líder es aspiración del partido mismo; la presidente, delante de exageraciones y desaciertos de morenistas, siempre responde lo mismo: el partido es tan rico de expresiones que cualquier punto de vista cabe. Por muy deleznable que parezca, el militante es operador político.

Otra muestra de su ambigüedad a favor ha sido el estira y afloje del nuevo aeropuerto. Camino a la Silla, fue bastante útil declarar enardecidamente que no iría. En un sexenio  con obras sobregiradas en costos y mansiones onerosas, denunciar el nuevo proyecto y, antes de siquiera revisarlos, adjudicar sospechas de irregularidades en los contratos, resultó efectivo. Los hastiados de corrupción, que son casi todos los mexicanos, escucharon entusiasmados las promesas. Anunciar que será derrocado el proyecto faraónico sirve en un mitín de gritos y fiesta, y más si el presidente actual tiene uno de los niveles más bajos de popularidad. Su proselitismo ardiente se tradujo en una plétora de votos. Al presentarse con la cúpula inversionista, su denuncia perdió intensidad. Declarar la oportunidad de ser concesionado hizo que hubiera un alivio entre quienes opinaban a favor del nuevo aeropuerto y ¿por qué no? Un guiño a un aliado antiguo. El tema le sirvió para enardecer, exigir, fintar, provocar, torear, negociar, desplegar su poder. Tantas acciones posibles en un margen tan amplio. Tantas acciones posibles que moldearon aquellos días.

El habrá que ver o habrá que analizar no aumentan los tiempos de reflexión. No buscan fomentar la discusión o las investigaciones sustentadas. Son evasivas en lo que la marea sube o baja, según convenga.  Es aguardar a la ocasión propicia para lo que se tenía en mente desde un principio. Y si no hay ocasión completamente favorable, por lo menos esperar una donde se pueda establecer lo más posible de la decisión inicial. Que las musas auxilien a gobernar. La retórica es aliada de su pragmatismo. Todo cabe en una colmena sabiéndolo ajustar. Acostumbrados a payasos de redes sociales, políticos muy ingenuos y gobernadores deshonestos, nos hallamos vulnerables a esta manera de ser político. La sabiduría tropical toma en asalto a la tecnocracia y liberalismo.

 

La sangre de la política

La sangre de la política

La libertad de expresión se aplaude, y también se sufre, en la tolerancia. Se sufre en más de un sentido evidente: la contradicción y la pugna de opiniones, que no son diálogo ni conversación por el sólo hecho de estar formadas en la palabra. Se dice que parte de esa libertad debe ser la posibilidad de insultarnos. No sólo el escarnio de opiniones de rostro general, sino también la ignorancia del otro pueden vestirse con la individualidad. Más allá de la paradoja evidente de la tolerancia, debe ser claro que nuestros pudores, nuestros amores y obsesiones están implicadas a la hora de relacionarnos en la palabra, aunque dicha relación sea fallida o, mejor dicho precisamente porque las más de las veces lo es. Nos gusta reírnos de las cortesías que guardaba la gente de años atrás. En la supuesta preocupación que tenemos por opinar, se oculta también la ferocidad que hay hacia la palabra de los diferentes. Llega eso al grado de sentir que hay un destino, una salida pragmática, ante la cual la palabra tiene que ser sirvienta fiel. Esa es una paradoja de la democracia que, curiosamente, es la misma que la puede sacar adelante y mantenerla; es la paradoja que permite pensarnos en las pugnas, en el escarnio, en la palabra pacata, para reconocer la verdad en lo democrático, no para denostarlo únicamente. La paradoja política de la tolerancia no puede desanimar a un demócrata, porque sabe que la palabra nunca será todopoderosa.

Esto implica que la bajeza, la incivilidad, la parquedad de los escenarios políticos presentes siempre permiten pensar acerca de la tiranía y su injusticia. En la bajeza podemos revelar dialécticamente la manera en que nuestras inclinaciones se ven sin vergüenza vociferadas en el insulto, notando nuestra tensión por no poder sentirnos ajenos a la causa política que defendemos. La incivilidad no sólo se muestra en la farsa del patriotismo, sino incluso en la educación que existe en la indiferencia. No nos damos cuenta, pero silenciosamente la existencia de un perfil virtual en donde se proyecta la imagen del escenario social, como supuesta extensión de la convivencia, no nos ha hecho civilizados. Creo de hecho que tiende a la incivilidad. La parquedad de nuestra comprensión se refleja en la imposición de la necesidad, obviando el terrible conflicto que implica introducir y pensar lo que la necesidad es para la política. La práctica requiere de una sabiduría en donde la univocidad no es garantía de la verdad. Nunca hay univocidad en la práctica, en realidad. No es imposible aspirar a la civilidad, al saber y al carácter. La política se caracteriza por haber hecho generales las tres cosas, y también por hacerlas equivocadamente exclusivas. Por eso la democracia puede ser más que el sueño romántico o el espanto de los monarcas, superando la mera posibilidad de pensarla como un eterno dilema entre ambas partes.

La palabra tiene en ella misma algo que parece a veces una maldición para intentar comprenderla. En su etimología lleva algo que todos llevamos (pocos se preguntan la razón) a la máxima oscuridad de llamarle pueblo. Y así también se duda poco cuando se habla de la voluntad del pueblo. El silogismo parece fácil. El mismo Hobbes nos dio la imaginación para pensarnos políticamente modernos, aunque la imagen ya no sirva en el mismo sentido que él propuso: el estado, el gobierno debe operar conforme a la voluntad de más de una persona, porque es imposible llamar gobierno a las decisiones que tomamos para nosotros únicamente. Pero es oscuro lo que el pueblo sea. Si son sólo los pobres, queda el problema de por qué debe gobernar la voluntad de un sector de la población (suponiendo que exista una voluntad para todos ellos, lo cual es falaz), definida sólo a partir de un criterio económico, y no necesariamente político. Dirán lo que quieran acerca de los abusos históricos de los ricos, pero, otra vez, no puede decirse que ese no sea un abuso mismo de la historia. ¿No es la democracia, en todo caso, la que debe mostrar que el carácter social o económico no es lo relevante a la hora de elegir a quienes tomarán las decisiones? ¿No es esa ya una decisión al respecto del destino próximo que se desea para sí mismo y para su propia tierra? No termina por ser una evidencia que la injusticia, la ignominia sean peligros que se corren en hace de la democracia un concepto derivado de manera tan sencilla de la relación que hay entre la ciudadanía y los representantes de ella. Tenemos una democracia incipiente porque confundimos la esperanza con la imposición de una dialéctica oscura, halagadora en su penumbra, que nace y brota de nuestra desesperación, o que presenta nuestra confusión y prejuicios como desesperación irrefrenable.

Si bien fácilmente puede confirmarse que el carácter económico o social no define la elección, debe todavía preguntarse en qué reside lo que todo mundo llama liderazgo en el mundo que abre la democracia para nuestras relaciones. ¿Cómo interpretar lo democrático sin usar esas otras palabras oscuras como el carisma, la presencia? Debe hacerlo quien desee distinguir la calidad política, que tiende a la virtud, de la simpatía. No es un análisis meramente psicológico al estilo moderno, sino que debe ser una reflexión en torno a la retórica y su manera de acercarnos o desviarnos de la verdad. No basta con decir que el liderazgo es natural. Hay que entender en qué consiste su naturalidad y cómo ello es sólo una cualidad política que a veces se estanca sin la verdad de su lado. Por eso la pregunta moderna en torno a la política no puede ser ¿cuál es el mejor régimen posible para el hombre, ser político por naturaleza?, pues se argumenta que lo mejor es un invento de quien no conoce bien al hombre. La pregunta por el mejor régimen es algo que le urge a toda democracia, pues sin esa guía nunca podremos indagar sobre nosotros mismos, logrando algo de autarquía. Tal vez el error esté en creer que el poder ciudadano consiste en verdad en la expresión de fuerzas que se conjugan: el camino del diálogo requiere que los acuerdos puedan darse como razón, facultad que hace al hombre ser racional y político al mismo tiempo. Por eso la palabra no puede agotarse en una democracia. La injusticia alcanza también a quienes no ejercen directamente el poder político. Esa es la trampa en la que todos caemos. Hasta los líderes.

Tacitus

 

El pueblo del rebuzno

En fechas recientes hemos escuchado muchos discursos de persuasión y algunos otros de disuasión. La persuasión se puede ver como una manipulación o como un modo de exaltar algo en lo que se cree; la disuasión siempre es su hermana apocada, débil, indecisa, cobarde. Interesante es notar que los discursos para disuadir, al menos dentro de nuestra política actual, siempre son más pensados, como si quien los profiere ya supiera que siempre es más fácil convencer para hacer que para dejar de hacer. No por ello creo que los discursos de disuasión de nuestros políticos actuales son buenos ni que las arengas donde intentan convencer para hacer sean perjudiciales en su totalidad. Si los discursos no son justos, sean para persuadir o para disuadir, siempre resultarán perjudiciales.

Venganza es quizá la palabra que mejor sintetice el problema del capítulo XXVI de la segunda parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. El pueblo del rebuzno se quiere vengar mediante la guerra de quienes se han burlado de dos de sus políticos por la capacidad de estos para rebuznar. La burla que le hicieron a sus políticos los habitantes de otros pueblos, unificó de una manera extraña a todo un pueblo. ¿Veían en sus Alcaldes rebuznadores algo que los representara a ellos?, ¿se veían ellos en sus Alcaldes? O ¿sólo fue la burla y el deseo de revertirla, de que no fueran vistos como un pueblo de rebuznadores, lo que los unió para armar camorra? Don Quijote, andante caballero que busca hacer justicia, se percata de las intenciones del pueblo que ondea sus banderas con la imagen de un burro soberbio y les da un discurso para intentar disuadirlos de su empresa. Antes de ello, se ubica al centro de los soldados y les dice que si quieren interrumpirlo en medio de su discurso, lo hagan, que él no tendría inconveniente. Los otros aceptan escucharlo y él habla. Primero señala que él es caballero andante que busca ayudar a quienes lo necesiten, como diciéndoles que no desconoce el mal en la tierra y está dispuesto a actuar; les hace saber que no desconoce su desgracia, que va contra las leyes del duelo el que un pueblo se tome las burlas hechas a unos cuantos, y para reforzar su idea recurre a un ejemplo literario donde un personaje se venga hasta del río de pueblo cuando sólo uno de sus pobladores fue quien lo injurió. Un villano no define la condición de un Pueblo. La cólera motiva a actuar, pero si uno siempre actuara movido por la cólera nunca podría actuar con justicia. Una vez que ya lo han escuchado, que algunos han visto en lo que hacen lo ridículo y tiene su total atención, les da concejos marciales. La guerra sólo es justa en cuatro instancias: la primera tiene que ver con las cruzadas; la segunda es cuando se intenta defender la vida; la tercera por defender la honra, la familia o la hacienda (notemos que el aspecto económico es el último, pues sin honra uno no puede defender a su familia y sin ésta de poco importa el dinero); y la cuarta es cuando el mandatario impulsa a los demás a hacer una guerra injusta. ¿Cómo saber si la guerra es justa o injusta? La respuesta se encuentra en que no se debe pelear por venganza, por dominio o por dinero, es decir, las primeras tres indicaciones definen a la cuarta. La venganza nunca es justa. Mucho menos si hacemos caso al mandamiento de hacer bien a nuestros enemigos y amar a quienes nos aborrecen, pues fue dictado por un Dios humano que sólo puede dictar cosas que los hombres pueden hacer. En este punto Quijote está cansado y espera a ver lo que dicen los demás, pero Sancho, motivado por el discurso de su amo, ignorante de la situación actual, que están en un campo de batalla, se le ocurre echar un breve discurso y rebuznar, causando que lo golpeen los del pueblo del rebuzno. Aunque Sancho y Quijote tenían la misma intención, Quijote reconoció mejor la situación; además, parece que nos sugiere que la justicia es algo divino y sólo Jesús nos puede ayudar a entender en qué consiste el actuar justo. Sancho se ve movido mayormente por su emoción y ahí se ve su condición asnal. Lo curioso es que los del pueblo no ven en Sancho una figura de ellos mismos. Se golpean a sí mismos cuando golpean a Sancho. Aunque no batallen dejan traslucir su injusticia.

Don Quijote ve fracasar dos veces su empresa de caballero que busca la justicia, pues no disuade y no ha podido educar a Sancho. Pero Sancho aprenderá. ¿Nos quiere decir Cervantes que un pueblo entero no puede aprender a actuar justamente cuando se sienten injuriados? O ¿simplemente nos muestra el fracaso de toda disuasión? Al menos nos muestra que la palabra puede ayudar a mover los ánimos hacia la injusticia y hacia la justicia.

Yaddir

Nuestra luminosa actualidad

Nuestra luminosa actualidad

 

Quizás el rasgo más característico de la modernidad política sea la persuasión sobre la imposibilidad del saber político del ciudadano. Ya sea por el convencimiento de que los sucesos cotidianos encubren las decisiones de la élite (cuya presentación novelada ha sido realizada por Nir Baram en La sombra del mundo, que reseñé aquí), ya por la convicción de la educación necesaria para entender la política (que Iván Illich reconoció como consecuencia del principio de escasez y el Papa Francisco ha ubicado como fundamento de la cultura del descarte), ya por el imperio de la efectividad del especialista (que terminará en lo que Eduardo Nicol llamó “régimen de razón de fuerza mayor”), los modernos estamos persuadidos de la imposibilidad del saber ciudadano. Y por dicha persuasión nuestras disposiciones ante la crisis se reducen o bien al desistimiento, o bien al acatamiento de las decisiones de los “expertos”. El panorama se complica en el conflicto actual y el análisis intelectual que comienza a ponerse en boga oculta su complicación.

The Guardian, el mejor medio informativo de lo que todavía se llama Reino Unido, fue el foro en que inició la discusión: ¿cómo se puede explicar que la mayoría británica votara a favor del Brexit? El electorado inglés es medianamente culto. Los medios británicos practican aceptablemente la discusión política. No faltó información y debate sobre las consecuencias –económicas, políticas y sociales- del resultado de la elección. Los pronósticos, las encuestas y los estudios académicos apuntaban a un resultado diferente. ¿Cómo se puede explicar que la mayoría británica votara a favor del Brexit? El primer intento de respuesta fue una descarga generacional: fue culpa de la apoliticidad de los millenials, acusó la generación esbozada en Trainspotting. Nada pudo confirmar la responsabilidad millenial. El segundo intento de respuesta fue una compensación de clase: fue la clase media afectada por el desempleo. Nuevamente faltaron los elementos para la comprobación. El tercer intento de respuesta sólo intenta explicar que no hay explicación porque no se sabe analizar a la sociedad actual. El triunfo electoral de Donald Trump reanimó la discusión. Y ahora se está estableciendo un consenso: vivimos la época de la posverdad. Según explican los intelectuales, nuestra actual vida política se caracteriza por que para la mayoría no tienen valor los hechos y las elecciones se realizan en función de las emociones y los sentimientos. ¡Casi descubren la retórica!

La posverdad, empero, encubre un elemento de nuestra modernidad política que no se le oculta al planteamiento clásico de la retórica en política. Tanto Aristóteles como Hobbes sabían que las emociones y los sentimientos son fundamentales en la práctica política, pero ninguno de los dos suponía imposible el saber del ciudadano; no por nada, dicho sea de paso, para ambos fue tan importante pensar el papel de la retórica en los discursos de la historia de Tucídides (no afirmo, con esto, que ambos tienen la misma estimación del saber del ciudadano; alguien debería investigar ambas retóricas y explicarnos las diferencias). Nuestros intelectuales suponen, en cambio, la imposibilidad del saber del ciudadano y la necesidad de la Ilustración. Creo que no llevan al final su razonamiento: si realmente vivimos la época de la posverdad, el hecho es el fracaso de la Ilustración. Y fracasada la Ilustración… queda la fuerza.

La posverdad oculta el supuesto de la imposibilidad del saber del ciudadano y con ello la imposibilidad de la racionalidad política. La posverdad, como renuncia a las explicaciones, justificará el manejo profesional de las emociones en función de la efectividad, y con ello la cancelación definitiva de la vida pública. La posverdad abre el camino de la adulación solitaria impuesta por la necesidad: la luz azul de las pantallas de nuestros dispositivos será nuestro reflejo y al final seremos soles.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Semana de mucha información sobre el narco, el problema más grave del país. Primero, el semanario Río Doce alerta sobre los reacomodos del narcotráfico en Sinaloa. A través de un canal de YouTube se presenta un sistemático plan de exterminio de presuntos narcotraficantes rivales: se graba la tortura y días después aparece el cadáver del desaparecido. De acuerdo a los videos, se trata de la alianza del «Mayo» con los Beltrán. En segundo lugar, El Norte fue el primero en advertirlo: por amenazas del cartel del Noreste (o Zetas de la vieja escuela) el diario El Mañana de Nuevo Laredo tuvo que suspender su publicación durante dos días. En tercer lugar, Héctor de Mauleón reportó las amenazas de muerte al comisionado de Seguridad de Morelos. 2. Y semana de mucha información sobre Donald Trump. Primero, el pasado martes 31 de enero, Excélsior presentó una encuesta que destaca la cifra de desaprobación del presidente Donald Trump entre la población mexicana: 88%. Diez días antes, Reforma había presentado una encuesta que destacaba la cifra de aprobación del presidente Peña Nieto entre la población mexicana: 12%. Y así podemos jugar a ver el vaso medio lleno… En segundo lugar, me parece interesante la lectura de Roberto Blancarte sobre las implicaciones de las decisiones del presidente Trump respecto a los migrantes musulmanes y los refugiados cristianos de Medio Oriente en la religión civil de Estados Unidos. No coincido con él en que sea un retroceso a la guerra de religión, pero creo que sí es un cambio en la comprensión de esa invención rousseauniana llamada religión civil. En tercer lugar, conviene leer los análisis de Raymundo Riva Palacio y Liébano Sáenz sobre la «filtración» que fue el escándalo de la semana: la filtración es el estilo de hacer política del principal asesor de Trump. Y por último, lo dijo con claridad Mario Maldonado: el ingeniero Slim llama a la unidad mexicana, pero no anuncia aumentos en la inversión en el país, al contrario, confirma la disminución de sus inversiones al tiempo que lleva adelante sus negocios (y sus inversiones) en EU, claro, como socio de Trump. ¿Cómo explicarnos los aplausos que recibió el viernes pasado? 3. Ayer, en La Jornada, Enrique Galván Ochoa adelantó el desprecio de los progres a la marcha «Vibra México», convocada para el domingo 12 de febrero como protesta por las posiciones antimexicanas de Donald Trump. Curioso que para fundar su desprecio la compare con la marcha contra la violencia de junio de 2004, y que al recordarla omita accidentalmente lo más notable de aquella marcha: el jefe de gobierno del DF -Andrés Manuel López Obrador- no atendió a los reclamos de la población y despreció la manifestación como un asunto de «pirrurris». Ah, qué memoria tan terca la mía y qué memoria tan caprichosa la de don Enrique, ¿no?

Coletilla. Estaba entre mis planes presentarte, lector, una reseña del libro póstumo de Luis González de Alba, pero Juan Carlos Romero Puga ha hecho una reseña que da en el punto.