De un discurso destinado a rememorar algo tan doloroso como una guerra intestina, se puede esperar el recuento de los inmensos dolores que ésta trajo a los miembros de una misma sociedad, y junto con ese recuento la esperanza porque tal suceso nunca vuelva a presentarse. Sin embargo, cuando se trata de conmemorar una guerra intestina que trajo a quien habla la posibilidad de hablar en público; lo esperable se torna imposible, porque en lugar de señalar lo indeseable de una guerra entre semejantes, el discursante, señala los beneficios que se han obtenido de la misma, suponiendo que estos son efectivamente tales y que todos concuerdan en que lo que siguió a tal guerra es por mucho deseable a lo que antes de la misma se tenía.
Un ejemplo de discurso de loa sobre una guerra intestina lo encontramos cada año cuando se rememora la belleza de la Revolución Mexicana, en la cual, se dice, muchos derramaron su sangre, y se olvida que lo hicieron obligados por las tropas que se los llevaban en la leva, o por el hambre que los obligaba a enrolarse con alguno de los caudillos que pasara por donde vivían.
Éste discurso que varía en las palabras, no lo hace en la intensión y año tras año, no importa de qué color sea el discursante, se acaba diciendo más o menos lo mismo: Los seres que participaron en la revolución nos dejaron como legado un mejor lugar para vivir, pero los ideales de esos hombres y mujeres no se han cumplido por completo, por lo que debemos seguir trabajando para que ello sea posible.
El problema central de ese repetitivo discurso, radica en que no se tiene una idea clara respecto a lo que es lo bueno, de modo que no se puede afirmar decentemente que gracias a la guerra intestina estamos viviendo mejor de lo que viviríamos, si ésta no se hubiera presentado. Con una idea sumamente confusa sobre lo mejor resulta muy fácil que el discurso que se emite después de una guerra intestina tenga siempre detractores y defensores, en especial cuando las diferencias que condujeron a la guerra siguen presentes entre quienes sobrevivieron a la misma.
Pero, quizá la idea sobre lo mejor no sea lo único obscuro que se aprecia en días como hoy, también se pierde de vista que la guerra intestina no puede presentarse en el seno de una comunidad, la cual se caracteriza como tal porque todos aquellos que viven en ella tienen una misma idea sobre lo que es lo mejor y ven un camino para obtenerlo, de modo que no todo es deseable, ni todo es válido. Para que se presente una guerra intestina, primero se deben acentuar las diferencias respecto a lo que se considera mejor, tanto que éstas constituyan la base para formar varias comunidades habitando en un mismo lugar.
Considerando esto último entonces vemos que la guerra intestina es intestina porque se presenta en un sitio que es común a varias comunidades, las cuales creían conformar una unidad. Así pues, la guerra no anula las diferencias entre comunidades, lo que hace es anular a esas comunidades que son diferentes como para que los vencedores puedan afirmar que efectivamente se vive mejor ahora, respecto a cómo se vivía cuando los otros estaban presentes.
Ante esto pareciera que sí hay una idea respecto a lo bueno, y que esta idea es la que enarbolan los vencedores, siendo el fundamento a los discursos que se han venido diciendo desde que la propia guerra intestina lo permite. Sin embargo, esto no ocurre, y menos, cuando tras una guerra interna se pretende formar una nueva comunidad, la cual será tal porque se guaría por una misma idea respecto a lo que es lo mejor para los habitantes del lugar donde ocurrió tal tragedia.
El único inconveniente es que los vencidos deben acatar una nueva idea de lo bueno y del orden que ésta traería consigo, o en caso de hacerlo perecer, y los vencedores, si es que los hay, deben ceder en algunas de sus consideraciones respecto a lo bueno, lo malo y lo correcto, en especial si lo que pretenden es no perder el control que de momento la victoria le ha dado.
De este modo, mediante la aceptación del otro, por vía de la disminución de las diferencias entre una comunidad y otra a niveles meramente discursivos, comienza a hacerse válido todo lo que en algún momento era juzgado con severidad, de modo que poco a poco se va perdiendo de vista lo que en un principio mantenía a la comunidad siendo una, es decir, una misma idea sobre lo bueno y sobre el mejor modo de encontrarlo.
Maigo.