Progresivo

Les cuento con tremenda indignación, que ayer vi en la tevé una caricatura para niños ciegos cuyo título estaba escrito en Braille, en la cuál aparecía un niño ciego con su perro (macho) ciego  mascota que lo guiaba por toda la ciudad. Y estoy seguro que para tu sorpresa querido lector (al igual que la mía), que el protagonista fuese un varón blanco privilegiado no fuera lo grave. Lo peor de todo, a mi manera de ver, es que el muy hijo de puta y su perro que habla, ninguno de ellos usara el lenguaje de las señas.

¡¿Cómo chingados lo iban a entender los niños sordos que sí podían ver el programa?!

Risas en la oscuridad

Risas en la oscuridad

De la comedia se dice ser espejo magno de la costumbre y la verdad sobre el hombre. Que sus alturas requieren de una mirada de mayor perspicacia que la que necesita el espíritu trágico. Es difícil explicar sensata y claramente esa observación. Lo cierto es una cosa: siempre se asocia la comedia con lo risible, por oposición visible a lo trágico, en donde todo es grave. Pero eso es apenas la periferia del problema, porque aunque lo cómico esté basado en lo risible y lo ridículo, habrá que distinguir entre la profundidad y lo llano en lo risible. Porque hay simplezas que esconden más de lo que parecen ostentar, y gracias ciertamente comunes que viven del género más sencillo del humor.

En un episodio del Quijote, Sancho Panza comete algo que a más de un lector puede mover a esa risa sencilla, que revela algo básico. En medio de la noche, sujetando la cabalgadura de su amo, el estómago lo traiciona y defeca justo al lado del más famoso caballero andante. La respuesta de don Quijote no es la risa, por verse tan cerca del acto desagradable, confirmado por obra de sus narices, considerándolo indignante en tanto ello descubre un descuido en la relación propia de amo y señor, no ya de cualquier relación. El inesperado suceso hace estallar la risa a quien no ha reparado ni en las razones de Don Quijote, sobre todo porque tal hecho desagradable no nos ocurre a nosotros; lo vemos como terceros.

Lo risible, que se alimenta de lo fortuito, brota siempre tanto del hecho como de la consideración del espectador. Pero no puede caer en simple subjetivismo. La carcajada que estalla aquí muestra algo sobre el espectador para lo que la escena misma fue hecha, cuidadosamente hecha. La melancolía y solemnidad del caballero junto a la rusticidad de una simple necesidad. Quizá la escena no provocaría lo mismo sin Don Quijote ahí. ¿Por qué es risible que la distancia que se debe guardar movido por un respeto haya sido rota por una urgencia así? ¿Consiste lo cómico sólo en que algo despierte risa así?

Creo que, en este caso, en esa mezcla que el pasaje sostiene entre la solemnidad y la simpleza por uno y otro lado está la clave. El ridículo surge así. Cuando la risa se esfuma, el regaño que da Don Quijote a Sancho es sentido como un acicate por habernos burlado de él, o como algo que le agrega leña a la hoguera de la hilaridad. Porque el respeto que le falta a Sancho, quien no ve inconveniente en liberar su deseo a oscuras y en un lugar remoto (como manda incluso la guía rústica de la necesidad), es muestra de algo muy humano. En ese espectáculo, si el ridículo persiste, lo hace junto a la seriedad. Porque quien sólo encuentra motivos para risa en el enojo de Don Quijote ha notado lo extravagante de su empresa. Pero, curiosamente, todo en él es extravagancia. Incluso su bien hablar es extravagancia, o eso le parece a todo quien lo escucha, mientras vaga en la incertidumbre por no atinar sobre su cordura o locura.

No pára todo en el atrevimiento de Sancho. Porque si él se sujetaba a su amo, era por temor y por deseo de impedir que desafiara a la suerte en medio de la noche, atreviéndose a afrentar lo desconocido. Junto a la lealtad y la precaución se nos presenta esa falta en la desigualdad pertinente. Esa mezcla es algo para lo que la tragedia no está facultada. La lealtad y la astucia pueden ser aún en quien no entiende de esas diferencias en la honra, para quien no puede retener el estómago. La honorabilidad de Don Quijote vive con la picardía de su siervo. Quien ve la falta de Sancho entiende que lo que funda la desigualdad en el trato; pero quien se ríe de ambos también puede verla, resultándole ridícula tal diferencia. El espejo de la costumbre y la naturaleza está en saber mezclar esa simplicidad y gravedad con que nos topamos siempre que hablamos de tales desigualdades. Quien exagera en el honor, fácilmente recurrirá a la tragedia: el drama de las almas aristócratas que se topan con la cruel fortuna; quien sólo ríe, burlado será por la discreción, impidiéndose el pensamiento de las diferencias virtuosas. Por ello las burlas a Don Quijote pueden ir mezcladas siempre de astucia y discreción, pero no necesariamente de buena voluntad.

Tacitus