Imágenes en cuarentena

En estos días de encierro hemos sido testigos del poder de nuestra imaginación. Ante la falta de explicaciones claras y fáciles de entender, las imágenes se superponen una a otra sin un orden claro o que sea claro para nosotros. Imaginamos que algún poder excesivo, tan fuerte que sabe cómo actuaremos cada persona en el mundo, ideó un virus que debilitará a su contrincante (dependiendo qué fobias y filias tengamos, el contrincante puede ser China, Rusia o Estados Unidos, aunque el preferido es el primero porque ahí empezó el Coronavirus) hasta dejarlo tan débil que ya no sea peligroso. Imagino que el favoritismo por esta clase de explicaciones proviene de creer que en cualquier momento la potencia creadora de la enfermedad dará la cura. Imagino que las imágenes que tenemos de los comunistas contra los yanquis, reforzadas por cientos de películas, son las que nos hacen creer que en el mundo siempre hay poderes que están en pugna por el control de todo el globo y los ataques entre ellos cada vez son más sofisticados. En nuestra casa, con claros límites para actuar, nos gusta imaginar en la existencia de regímenes que controlan hasta lo que respiramos.

Tal vez habituados a la constante interacción con nuestros semejantes, el no verlos o el verlos poco nos lleva a imaginar que tardaremos mucho en verlos, nos lleva a imaginar los peores escenarios. La repetición de las imágenes de lo que pasa en otros países nos lleva a imaginar que esa será la situación de nuestro propio país, pero cada estado ha actuado de diversa manera, además de que ha tenido una interacción distinta con el centro del virus. Nos imaginamos que el virus puede estar en las manos que nos dieron cambio al pagar en alguna tienda o en la persona que acaba de pasar a nuestro lado caminando tranquilamente.

Hay quienes imaginan los escenarios futuros, qué haremos después de que pase la cuarentena, la exagerada higiene que repetiremos y enseñaremos a nuestros hijos y nietos. Con optimismo semejante están quienes se ríen de la situación, aunque para otros sea ofensivo. Pero si esas imágenes no estuvieran en ellos, si no pudieran reírse en esta situación, quizá entristecerían. Las imágenes nos pueden entristecer, causar inseguridades, pero también alegrar y mirar con optimismo al futuro.

Yaddir

La risa del final

 

La risa del final

 

donde están los arrecifes de conchas blancas,

donde todas las frutas están maduras,

nos encontraremos los dos.

«Nunca es la inspiración la que empuja a nadie a contar una historia, sino, más bien, una combinación de rabia y claridad», dice la ensayista migrante. Ahora me rindo y eso es todo [Anagrama, 2018] es la clara y rabiosa rendición de Álvaro Enrigue [Guadalajara, 1969] a la novela. Si en Los niños perdidos [Sexto Piso, 2016] de Valeria Luiselli [Ciudad de México, 1983] preguntábamos azorados por la necesidad del fin de una historia; en la nueva novela de Enrigue encontramos todos los finales posibles, todas las respuestas imaginadas, y con ello el azoro de que al final eso es todo. El problema, claro, es reconocer lo que se acaba. El problema es aceptar con alegría que a veces parece que eso es todo.

         Ahora me rindo y eso es todo es la vida novelada —y perpendicular— de Gerónimo, el famoso jefe apache. El título de la novela reproduce la frase que el jefe apache enunció al entregarse a la milicia estadounidense. La expresión final eso es todo permea a lo largo de la novela, casi como en nuestra vida diaria solemos situarnos frente a los finales… con la única diferencia de que el novelista reconoce la oscuridad del final, lo ridículo de nuestras declaraciones del fin, la impostura necesaria de quien cree que ha visto a algo realmente terminar. Por ello, la novela tiene una forma tan caprichosa, tan inasible, tan complicada como la vida: eso es todo.

         En un sentido, la novela narra la formación de Gerónimo, lo mismo como chamán de guerra que como ser humano. Vemos a un joven Gerónimo preparándose para luchar, practicando el acecho, formando el carácter de quien puede ser terrible. Pero también vemos al joven Gerónimo abriéndose al mundo, como puente entre la Apachería, México y Estados Unidos; como inteligencia que permea entre el apache y el español; como estratega que aprende a ver a dos lados a la vez. La formación de Gerónimo es un tópico complicado para la novela: el lector acostumbrado a los finales sólo quiere ver al hombre pleno y ya formado; el lector psicologizante mira a la formación para comprender el carácter; el lector del drama humano quisiera mayor transparencia en los sentimientos, mayor claridad en los episodios que formaron al hombre terrible. Enrigue no satisface a esos lectores (por ello alguna crítica lo acusa, injustamente, de recrear al buen salvaje), al contrario, a través de la novela nos muestra las limitaciones de esos modos de lectura. Mirar en Gerónimo algo distinto a lo terrible e inexplicable, a lo incomprensible y patente, es reducir el misterio de Gerónimo. Precisamente, el hombre que aparece en esa línea argumental de la novela es el hombre misterioso que disfruta a plenitud el descubrimiento de la vida al mismo tiempo que padece con integridad la aspereza de la guerra; sólo así, sólo un hombre tan misterioso, puede afirmar sin ramplonería ahora me rindo y eso es todo.

         En otro sentido, la novela narra el final de la vida de Gerónimo, la aridez de la existencia del hombre derrotado, de quien ha aceptado la sumisión disfrazada de paz para al menos compartir lo que queda con los familiares. El final de la vida de Gerónimo es al mismo tiempo el final de la Apachería: destrucción de una nación, exterminio de una raza, declive de un hombre. Ahora me rindo para poder vivir el final. Eso es todo, aunque de nadie dependa que el final sea definitivo. “Hay apaches”, se dirá pensando en reservaciones y casinos. Eso es todo, nos contesta con sabiduría la novela. ¿Qué nación es posible como una reservación? ¿Qué familia sobrevive a la fascinación por la ganancia que hace girar la suerte en los casinos? Un viejo cansado y decadente, sí; un asesino despiadado, sí; un hombre de un mundo que no puede sobrevivir a nuestro mundo, sí; todo eso fue Gerónimo… y eso es todo. La segunda línea argumental de la novela nos reitera el misterio del hombre, la ridiculez del decreto de todo fin.

         En otra línea argumental, la novela presenta al narrador viajando a lo que fue la Apachería, acompañado de su esposa y sus hijos. Un padre que quisiera salvar a su familia ante la inclemencia del afán de ganancia de nuestro mundo. Por un lado, el narrador quisiera salvar la unidad de su matrimonio: él y ella coinciden en la comprensión del drama humano de la crisis migrante, ambos ven la destrucción de una nación, el exterminio de una raza y el declive del hombre; pero ella confía todavía en las instituciones, en la posibilidad de enfrentar civilizadamente el drama que la propia civilización ha gestado; él ve que la administración civilizada es equivalente a la rendición de Gerónimo, que salvar la unidad de su matrimonio es rendirse y aceptar que eso es todo. Por otro lado, el narrador quisiera proteger a su hijo mayor, quien con el afán de independencia y el deseo de éxito necesario para sobrevivir en este mundo ve a su padre como un acobardado reaccionario, como un hombre incapaz de atenerse a las nuevas circunstancias de un mundo que demanda hacerse efímero, acomodaticio, libre de desafíos; claro, para un narrador que piensa de la escritura como un desafío, salvar la relación con su hijo es, precisamente, un acto de rendición y aceptación de que eso es todo. (Y aquí nuevamente falla una de las críticas severas, que con afán de joven libertario reprocha a Enrigue intentar una “novela total” y no conseguirlo, es decir renunciar a su estilo desafiante de Hipotermia [Anagrama, 2006] para entregar un texto aparentemente facilón y mal armado, tan mal armado que —según esa crítica— bien podría haber prescindido de la trama familiar. Oh problema, esa lectura es tan descuidada que no lee lo que la novela sí dice: no sabemos si el narrador se rindió firmando la lealtad al rey de España. Señor crítico: ¡lea con cuidado!). Por otro lado, el narrador quisiera que sus hijos pequeños pudieran apreciar el drama apache para entender el drama migrante; conseguirlo implica la rendición de la inocencia. La ocurrencia final de los hijos nos señala la obcecación del padre: no hay rendición posible cuando el hombre no puede entender los finales. (Y aquí falla otra crítica, que cree que el cuidado de la inocencia de los niños sabios es de corte plenamente moderno. ¿No vio el crítico que el niño ha desarrollado, a la sombra del fantasma de Gilberto Owen, la sabiduría de “el mediano” de Los ingrávidos [Sexto Piso, 2011]? Por ello, la bella escena de Dylan protegido por el brazo de Miquel en la parte trasera del auto es tan clarificadora sobre la diferencia generacional. Hay críticos que creen que todo se lee desde una postura política). La tercera línea argumental de Ahora me rindo y eso es todo deja claro que el drama apache, el misterio de Gerónimo y la indeterminación del hombre tienen en común la posibilidad de la risa.

         A partir de un pensamiento del personaje más interesante de la novela, el más ridículo y risueño, el narrador hace la siguiente reflexión: «Los finales, no importa cuán cantados estén, nunca portan la calidad de lo terminal, cuando menos no para quien los va remontando. La última hora de intimidad con el otro siempre parece otra en la línea: un episodio repetible y sin consecuencias. Nunca nadie piensa que esa fue la última vez que se bebió esa saliva ni que lo que sigue es extrañar hasta la muerte el olor de la piel que se arremolina tras el lóbulo de una oreja. No registramos la última ocasión en que nuestros hijos nos dieron la mano para cruzar una calle. Cuando cambiamos de ciudad, de país, siempre pensamos que vamos a volver, que los demás se van a quedar fijos, como encantados, y que a la próxima los vamos a abrazar y van a seguir oliendo a la misma loción, tabaco y café quemado. Pero los amigos cambian, progresan y se compran lociones caras, dejan de fumar, dejan el café, huelen a té verde cuando volvemos. O se vuelven locos, los meten a hospitales psiquiátricos y tienen muertes horribles de las que nos enteramos por correo electrónico. Hay una última conversación lúcida viendo un partido cualquiera de futbol con el abuelo y un último plato preparado por la mano maestra de la abuela, una última llamada telefónica con el profesor que nos hizo lo que somos y que una madrugada se resbala en la bañera y muere». Asumir que estamos al tanto de nuestros finales, que controlamos el término de las cosas, que la vida se ciñe a nuestras decisiones, es absurdo, y la exhibición de ese absurdo resulta ridícula para quien lo entiende. Entender este absurdo parece imposible sin mucha claridad y cierta rabia. Ahora me rindo y eso es todo es una excelente novela cómica sobre quien cree conocer los finales. Claro, siempre podemos leer la novela y la vida como una tragedia, asumiendo que el saber y la verdad son terribles, que nos enceguecen y nos castran. Pero también podemos rendirnos al límite mismo de la vida y afirmar con una sonrisa que al parecer eso es todo.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. «Lo que sí está mal es que se me acuse de ordenar los abucheos», dijo el presidente. No está de acuerdo con los abucheos, aunque no estén mal. Claro, el show y la simulación del Lic. López. 2. Recupera Carlos Puig una mañanera: una reportera acusa a otro periodista con el presidente. Y la censura irá. 3. Y la censura va de la mano de la mentira. Por una diferencia de 12 mil pesos, el SAT investiga a los dueños del Reforma. En su edición de ayer, el diario preguntó si acaso era un medio de presión. El presidente, en la mañanera, atacó a Reforma. Mintió, cual lo demostró el diario unas horas después. 4. Lo más importante del reportaje aquel sobre el espionaje que se hizo a Vicente Fox es que la nota no es el expresidente, sino que por el reportaje nos venimos a enterar que el analista tan enterado, opinador con muchas fuentes, fue agente de espionaje para el Estado mexicano. 5. Por cierto que el analista juega a divulgar la versión de que entre Alito y Narro sólo una carta es del presidente. ¡Ah, qué ganas de servir al nuevo régimen!

Coletilla. «¡Cuán rápido envejecen las revoluciones! Peor, ¡cuán rápido se vuelven respetables!». G. K. Chesterton

Otredad

Lo doloroso de las burlas es que suelen ocurrir por defectos verdaderos. Y bien decía un sabio de lejanos tiempos que no hay encuentro más terrible que el que ocurre ante el espejo

Encontrarse consigo mismo no suele ser ni agradable ni placentero, pero cuando el espejo es la risa del otro, más doloroso es el encuentro.

Maigo

Sobre lo que nos hace reír o llorar

Un amigo, consciente de mi fascinación por escuchar historias de personalidades peculiares, me contó sobre una persona que a veces lloraba cuando recibía maravillosas noticias y en ocasiones reía cuando las más terribles tragedias lo enterraban. Le pregunté si tenía más información, como el carácter de la persona referida, su edad, ocupación, gustos y fobias, etc. Pero él no me dijo nada más, sólo eso. ¿Es posible tener una reacción contraria a la que se debería padecer? Lo más cercano que se me ocurre es la risa nerviosa, pero ésta tiene el nerviosismo como su peculiaridad; así como el estado alterado después de que la risa ataca a la persona afectada. En ocasiones he visto que algunas personas después de realizar una acción con adversas consecuencias que pudieron evitarse se dicen “qué menso” o “qué tarado” o groserías menos ligeras mientras se golpean la frente con la palma. El caso referido por mi amigo tiene la particularidad de una reacción, algo que apenas se está comenzando a comprender.

Una posible explicación de la contrariada manera de reaccionar de la persona mencionada, según le especulaba a mi amigo, era que quizá cuando le contaban las malas noticias estuviera de un humor excelente y cuando le daban las buenas estaba tristísimo; reía porque descreía que algo pudiera sacarlo de su excelente estado de humor y lloraba porque pensaba que al fin salía de su pesar. Pero a estas especulaciones les faltaba información para que pudieran tener mayor coherencia y quizás algo de verdad. La gravedad de las noticias, el lugar y la persona que se las hayan dicho a la persona referida, todo eso se conjuga para contribuir en su reacción. Tampoco se tenían más noticias de dicha persona después de su reacción. Mi amigo sólo se quedaba con lo más llamativo, pero no sabía qué había detrás. Aunque esto no es impedimento para considerar que a veces se puede reaccionar de manera contradictoria, como algunos ejemplos históricos lo evidencian, pues, cuando ciertas personas vinculadas con el poder se enteraban de la muerte de alguno de sus enemigos, en lugar de alegrarse y festejar, se entristecían e inclusive rendían luto y presentaban sus respetos. Pero estos casos tienen la particularidad de que un enemigo político siempre lo involucra a uno. Hasta a los más grandes enemigos se les respeta, pues se les considera inteligentes, peligrosos.

Una última especulación, que se relaciona con la actitud de quienes se palmean la frente, según le mencioné a mi amigo, era que ambas reacciones son modos de disponerse a las situaciones importantes; así nos percatamos del buen y mal modo de actuar. “¿O sea que las noticias relevantes o nos causan risa, alegría, tranquilidad o nos causan llanto, tristeza y desesperación?” “Tal vez no de modo tan extremo, pero sí, creo que sí nos llevan a tales estados de ánimo. Pero lo más importante es no quedarnos con ellos, sino saber cuál es la mejor manera de actuar una vez que recibimos dichas noticias”, le especifiqué a mi amigo. El humor, como bien lo decía un pensador, es una modalidad de la tanatología.

Yaddir

De risa loca y cascadas de llantos

Todos ríen y todos lloran. Nunca he conocido a una persona carente de afecciones. Por más que nos esforcemos, no podemos permanecer indiferentes al dolor y al placer. Algunos actores intentan ser ajenos a las características más humanas, pero nunca pueden deshumanizarse completamente. Observarlos sin desconfianza es imposible. La fuerza del dolor y de la alegría se remarcan si repasamos nuestro placer por los melodramas, obras de teatro y la literatura en general. Pese al placer que nos provocan en el alma las obras donde el actuar humano se ve en sus peculiaridades más interesantes, el placer por las representaciones cambia; cambiamos nosotros, pues cambian las escenas que nos hacen reír y llorar.

No soy un experto en tragedias griegas, ni mucho menos en comedias del reputado Aristófanes; tampoco soy un asiduo asistente a las obras de teatro; como la mayoría de las personas, me he educado viendo melodramas, telenovelas estelarizadas por irreales actores en situaciones casi irreales, casi tanto como he interpretado novelas. Por eso, si pregunto ¿por qué nos causan risa las situaciones incómodas, donde una caída, un accidente imprevisto que no provoca daños graves se desarrolla en todo su esplendor? No puedo ofrecer una gran respuesta, que muestre la diferencia entre un espectador de tragedias griegas en los tiempos de Sófocles y un fanáticos de telenovelas en los tiempos de Juan Osorio. Tal vez mi falta de experiencia literaria me impide percatarme de mi propio error. ¿Me excedo en perversidad al carcajearme por ver cómo una rata, tras ser pateada, va girando hasta golpear con toda su rateidad el rostro de una niña que no pudo esquivarla? Quizá no sea tan perverso, pues no me da risa el dolor de la mejilla que acarició el veloz y audaz roedor, sino lo inverosímil de la situación; el contraste entre lo que se espera que suceda un domingo de plaza y lo que pasó. ¿Cuántas veces un conejo gris va corriendo en medio de una plaza y una persona, para alejarla cuanto antes y ahorrarle el asco de verla a su acompañante, la patea cual balón de futbol? Tal vez me ría de eso, del pobre inocente que no previó que al disparar al primo incómodo de la ardilla inevitablemente golpearía incómodamente a una niña. Probablemente me ría del egoísmo del delantero mencionado. Aunque esto ya me suena a una exageración de risa loca. La mencionada escena no es como aquella en la que Marmeladova, en Crimen y Castigo, azota dos sartenes en plena calle, e insta a sus hijos a que la acompañen, como si estuvieran tocando música en un concierto, al enterarse de que ha muerto su esposo. Estoy seguro de que la escena de la rata voladora no involucra ninguna reflexión sobre lo risible como paliativo a nuestras desgracias, principalmente no creo que busque borrar nuestras distinciones entre lo cómico y lo trágico; esperaría que la situación descrita no tuviera una confusión de lo bueno y de lo malo.

De qué nos reímos no sólo expresa nuestra inteligencia, como dicen por ahí, sino que expresa y aclara nuestra noción del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto. De qué y cómo nos reímos prefigura cómo y de qué nos lamentamos. Comedia y tragedia muestran lo que nos importa en la vida; exhiben lo importante de la vida.

Yaddir

Momazos

Dice mucho del hombre acerca de lo que ríe. No es una vivencia muy clara, pero sí definitoria. Algunos afirman que, por ejemplo, su inteligencia se mide con lo que se ríe. Cierta comedia se subestima por ser muy burda, por reírse de cosas muy simples. Es decir, teatralidad simplona. Otros desprecian cierta comedia por ser muy elaborada; bromas rebuscadas entre cultivados con sonrisa compungida. Lo que sí es común es la ridiculez que implica. Cierta inferioridad criticable despierta la comicidad. Lo digno de risa nos mueve al reconocer su imperfección. En el pastel que cae en el rostro, nos reímos de la torpeza de los muchachos. La señora amante de los viajes que defiende a ultranza la vida interior, es chistosa por la ironía implícita. Los desperfectos, la discordancia, juguetean con nuestro juicio.

Entre la amplia variedad de objeto risibles, encontramos los momos. Más que ser variación del meme, es su develación descarnada. Hereda su reproducción incesante; su repetición monótona. El meme busca ganarse el like del usuario al estimularle una risilla efímera. El entretenimiento por el entretenimiento mismo. El momo se arrastra por él. Es la farsa engulléndose a sí misma. Con el fin de divertirse, el político descubierto en infidelidad pasa como el adolescente travieso que siempre fuimos (o seguimos siendo). El lisiado es el infeliz que no tuvo la fortuna de nosotros. El héroe trae los calzones de fuera o es un anciano imbécil. El Holocausto es lo mismo que un horno de pizzería funcionando. La lucha entre el bien y el mal es una persecución tragicómica. La afrenta fársica atropella todo, machaca incluso su propio nombre: el meme se trastorna en momazo. Da igual si eres angloparlante o hispanoamericano; when lo leas, lo zbras.

Esta singularidad de burlarse de todo pasa como inocuo. El instante inofensivo. Sin embargo habituarse a ello, quizás, introduzca subrepticiamente un cinismo corrosivo. Los aficionados de los momazos se enfrascan tanto en ellos, de turbio en turbio, de claro en claro, que el cerebro termina por secarse. Nada les importa; todo es motivo de escarnio. Prueba de ello la tenemos en la famosa legión Holk, jóvenes que ingieren y producen momos. No ven diferencia entre invadir páginas de internet, dinamitarlas con visitas, que intercambiarse fotos de jovencitas desnudas o destruir la reputación de alguien. Todo está permitido, todo es una broma divertidísima. Sería injusto acusarlos de inmorales. El amante del momazo se reconoce cínicamente como amoral. No es la sabiduría jovial del cristiano, ni la sabiduría irónica de Sócrates, ni la sabiduría trágica del nihilista; es la estupidez e indiferencia del burgués.

Confesión sobre el cinismo

Confesión sobre el cinismo

He de confesar que la primer reacción que tuve al enterarme de la noticia fue un deseo de reír. Comencé a decir que la mala organización entre los sindicatos es lo que había ocasionado tan penoso asunto, que la administración a cargo de otorgar las plazas era un verdadero desastre, y que lejos de tener alma de economistas eran sólo unos ladrones. Después, al ir soslayando los velos de mi risa, descubrí que un temor empático me sacudía impidiendo que la carcajada fluyera limpia. Me dio miedo y con la risa cubría o hacía más ligera la situación. También tuve coraje por la broma tan cruel que estaba escuchando: dos grupos de asaltantes se encuentran en el mismo autobús y pelean a muerte y con muerte en medio de los ya petrificados pasajeros. Dos leones peleando por una gacela que aún respira. La risa del inicio amargó toda mi noche, pues descubrí que era cinismo puro.

Si el hombre no siente culpa, sólo le queda el mal. Este cinismo que ya no habla de buenos modales ni siquiera en presencia de las posibles víctimas, al menos para bajarles la guardia. Este cinismo que no cubre ni descubre alguna verdad del hombre, sino que más bien descarna toda humanidad. Este cinismo que nos deja heridos de muerte, temblando de miedo y de rabia, pero con espasmos de risa nerviosa. Pero también pensé que si nos duele el cinismo y nos lastima la deshumanización es porque extrañamos nuestra verdad, nuestro amor, nuestra paz. Por esto creo que hoy más que nunca se hace necesario el reportaje, el periodismo, para que nos defendamos de las dentelladas secas del cínico y reconozcamos que al final de la risa nerviosa aún hay fe, también creo que la conciencia –afortunadamente- nunca nos dejará solos.

Javel