Rutina

«¿Cómo estás?» puede ser la pregunta más compleja de responder así como la más fácil. Decir «bien» es regularmente lo común. Acostumbrados estamos a escuchar el cuestionamiento en dos breves palabras del mismo modo como estamos acostumbrados a responder con una sola. Somos adictos a lo rápido y breve. Lo hacemos por costumbre. La socialización diaria nos hace preguntar y responder en automático. Nos interesamos brevemente el uno en el otro. Aunque tal vez sólo nos interese la respuesta, el fingir interés, y no saber cómo está la otra persona. ¿Sabe cómo se encuentra?, ¿distingue un día del otro si aparentemente todos los días hace casi lo mismo? El que pregunta, ¿sabe cuando le mienten, cuando le dicen «bien» porque el que responde quiere pasar al otro peldaño de su rutina, a que ahora él sea el cuestionado?, ¿sabe por qué le están mintiendo? Si la pregunta se hiciera y respondiera con toda su compleja seriedad, no habría necesidad de terapias.

Aunque quizá hacer todos los días casi lo mismo o cosas diferentes de la misma manera nos mantenga bien o con la creencia de  que estamos bien. Si estuviéramos mal o nos diéramos cuenta que estamos mal tal vez no seguiríamos haciendo lo que hacemos. Tal vez haríamos algo diferente. Quizá nos interesaría saber por qué la otra persona está bien. Hay quienes creen que lo que hacen es algo bueno. ¿Sólo ganar dinero será bueno?, ¿mantener una rutina que me posibilite vivir, tomar vacaciones, y satisfacer algún pequeño placer de vez en cuando es estar bien o es realizar algo bueno?  No pocos creen que por promover mediante su trabajo lo anterior es estar haciendo bien. Decirle a otros lo que deben hacer, para algunos, es estar haciendo bien; para otros es estar haciéndose bien. Un médico, por ejemplo, hace bien al enfermo y se hace bien. Hasta el buen médico puede afectar más de lo que ayuda a su paciente. ¿Preguntar seriamente cómo se encuentra alguien es sin ninguna duda hacer bien?

La imposibilidad de saber cómo está uno es lo que la producción de la rutina más afecta. Se cree que se sabe cómo se está, pues tácitamente se llega al acuerdo de que se está bien. El que se percata que se encuentra, en algún sentido, mal, difícilmente lo reconoce, lo dice o intenta solucionarlo. Saber qué es estar bien no es algo que se pueda decir en menos de un segundo.

Yaddir

Rutina

La rutina no es cansada, lo que cansa es la falta de alimento para el alma.

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Los días muertos

Empieza noviembre entre flores de cempasúchil y calabazas por todos lados. En las calles el remanente de octubre queda como los restos de la fiesta de la colonia. Todavía salen los niños pidiendo su calaverita y los más grandes presumen el ingenio puesto en sus disfraces. Las ofrendas se encienden y lo colorido en ellas se tiñe de un anaranjado tenue y mortal, ese mismo anaranjado que encontramos en el atardecer vencido por la noche. Junto a las fotografías maltratadas por el tiempo, va endureciéndose el pan de muerto hasta parecer una roca. Los días también hacen lo suyo sobre la fruta, la cual lentamente pierde su bello olor natural.

En el principio del mes las personas consiguen presurosamente lo necesario para disfrazarse o montar sus altares. Las vías públicas se tornan caóticas; en sus costados pululan los vendedores ambulantes y los coches intentan avanzar en las apretadas vías. Entre éstos la gente corre sin dirección, a veces comprando lo que necesitan y otras dejándose seducir por los productos recién salidos de almacenes. Brujas, vampiros, demonios y figuras de cine resultan atractivos para los de espíritu de chiquillo, los más solemnes acuden a los puestos de flores o frutas para su ofrenda. Los últimos meses son afortunados para los vendedores. Si hubo algún momento de vacas flacas, aún queda tiempo para reponer el rancho. Al final de año la mesa del vendedor luce con alimentos inusuales, quizá como ofrenda por el esmero en el trabajo. Mientras tanto en la mesa del comprador se respira un alivio que es saboreado como paz.

El vendedor sabe que hay que aprovechar los meses de fortuna. No en vano las tiendas y comercios parecen tener urgencia por llegar a noviembre y diciembre. Parpadeamos y aparecen los adornos tenebrosos, volvemos a parpadear y éstos se han vuelto amables y cálidos. Algunos, sorprendidos, se hallan en el colofón del año, con cierta añoranza ven lo que hicieron. Situados en noviembre, sienten que el treinta y uno llegó y temen lo veloz que ha sido el tiempo. ¡El año se pasó volando! ¡Estamos en Noviembre, el año ya se acabó! Para ellos los días restantes se esfuman con presteza; pronto dejarán de ser y quizá ni puedan evitarlo.

A propósito, los días de asueto son el consuelo ante el final desazonador. Por unos momentos el tiempo incesante logra detenerse. Con las vacaciones decembrinas podemos olvidar que los meses se han ido volando, aunque sean su mismo indicador. En la agenda el año terminó, resta celebrarlo amargamente. Insatisfechos, los últimos días son incómodos y hasta fastidiosos (¿solamente los últimos?). El sol deja de ser el protagonista del amanecer para volverse el orbe que provoca el hastío en un sábado a las dos de la tarde. Caminar con la frente azotada por el calor hace maldecirlo.

Moscas. Contrario a lo que parece, el Senado sí vela por la población. Su cuidado va más allá de un sexenio, y así lo señala Salvador Camarena.

II. A propios y extraños sorprendió que el presidente rompiera el rito presidencial para lanzar una palabra atrevida. Aunque eso pudiera significar algo más.

III. En estos días un par de panistas fueron regañados por su aparición en medios. Pese a que los spots de Anaya no serán retirados, el TEPJF decidió acerca de la exposición mediática de los líderes de partidos. Por otro lado, para el INE la portada de la revista Líderes es un acto de promoción. ¿Y la revista Central no lo fue? ¿Y las portadas en Vértigo? ¿Y la promoción en cines y TV Azteca?

De regreso

Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra. Entonces, advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
Mt 2, 1-12

El tiempo navideño se ha terminado, a todos nos toca regresar a la normalidad que trae consigo la vida cotidiana. Muchos vuelven con la cruda nostalgia por las fiestas que se han terminado, toman conciencia del tiempo que han dejado pasar sin hacer nada y recuerdan como algo lejano los cambios que se suponen harían en sus vidas. Otros, los propositivos, regresan a la vida de siempre tratando de cambiar algunos hábitos, que si bien pueden cambiar en algo la rutina de todos los días en nada cambia lo que hay en sus corazones.
Lo cierto es que la mayoría regresa a lo que hace todos los días renegando del frío o buscando pretextos para no regresar, y en su regreso recorre el camino que ya se había transitado, vuelven los enojos, los rencores se reavivan, las envidias se fortalecen y la avidez por el dinero crece cada día. Tal pareciera que nadie se salva de ser mayoría, ni las minorías que regresan tratando de cambiar en algo sus costumbres porque el calendario les ha dado la pauta para pretender hacerlo. Sin embargo, las apariencias engañan y a veces nos muestran en la más humilde de las sonrisas que la gloria de Dios encarnado ha iluminado a quien creyéndose sabio decide regresar a su vida de siempre, es decir a su vida en comunidad, pero siguiendo otro camino, que al ser diferente al ya recorrido se torna tortuoso a la vez que salvífico.
Maigo.