La real tiranía

Hasta donde tengo entendido sabio es aquel que actúa de manera contraria a como lo hace el ignorante, mientras que el primero ve, el segundo no ve, mientras que el primero escucha, el segundo ni siquiera oye y mientras que el primero calla para poder atender a lo que se le dice, el segundo habla y habla para hacer callar a quienes tienen algo que decirle.

Alguna vez se me dijo que un rey sabio se sienta en el trono, porque sentado se puede escuchar mejor a quien llega solicitando audiencia, el tirano en cambio suele estar de pie ante la asamblea y busca hacerse escuchar sin ceder la palabra a otro.

La real tiranía debe ser la que se ejerce de pie, hablando y cerrando los ojos ante cualquier espejo que pueda mostrar a la verdad, que no peca pero tampoco deja de ser dolorosa.

Cristo como sabio y rey bajó del cielo y escuchó por treinta años, habló por tres y perdonó a los culpables hasta 70 veces 7, los que pregonan la tiranía, como Tiberio en tiempos de Cristo,  hablan muchos años, no suelen callar un segundo y en lugar de perdonar culpan y responsabilizan a otros por cualquier cosa que pasa en donde dicen gobernar.

Maigo

Inocente preguntilla: ¿Qué tan objetiva es la información que proviene de quien no ve y no oye?

Cristal de dura roca

 

Cristal de dura roca

 

 

a 115 años del nacimiento

de Salvador Novo

 

Salvador Novo es una contradicción constante en mi vida. Vuelvo a Novo y huyo de él. A veces, creo iluso que he escudriñado sus versos al grado que no me deparará sorpresa alguna, mas una alusión, apenas reojo, me deja nuevamente expuesto, como quien se sabe descubierto. En ocasiones recorro confiado la silueta del personaje como si pudiese asegurarme que no me volverá a perturbar; confianza insensata. Hay días en que me asumo libre del demoledor juicio de Paz; otros en que me inunda la sospecha por mis simpatías con Fabre. Salvador Novo es una contradicción constante en mi vida; volver a él me hace volver a mí… al menos en un sentido. Cuando el diálogo era posible y yo hablaba de Novo, la actitud usual de los demás era condescendencia ilustrada o franca escapatoria. Condescendencia, porque soportaban una vez más mi gusto por un poeta rarito, toleraban mi simpatía por la amargura mordaz o una equívoca predilección por la moral dudosa. Escapatoria, claro está, de la dudosa moralidad, la mordaz amargura y lo rarito —inaceptables para el hombre cabal, para el machito ilustrado o para el timorato incapaz de preguntar por sí mismo—. “Novo estaría muy bien, si no fuera por sus detalles”, parece que los demás pensaban; nunca lo dijeron, nunca me lo dijeron. Sólo recuerdo dos personas con las que pude conversar sobre Novo. Uno, que se deleitaba en la cita procaz: “Miro la vida con mortal enojo; y todo esto me pasa, dueño mío, porque hace una semana que no cojo”; nunca sabré si la procacidad lo deleitaba cáusticamente. Otro, apreciaba a Novo por los anillos y las pelucas; aprecio inexplicable, pues él las sabe lucir mejor. Lo importante, empero, es que además de ser contradictorio en mi vida, Novo provoca contradicción en los demás. Quizá no sea exagerado afirmar que Novo produjo repulsión para ocultar su atractivo, que Novo produjo su propia contradicción.

Quien mejor conoció a Novo fue también quien mejor lo explicó. Sobre su modo de escribir apuntó certero: “su dinamismo, su novedad, se logran por medio de asociaciones de ideas de una rapidez increíble”. Por ello, “es el poeta que sustantiva las sugestiones más fugaces e inasibles. Y no es que sea más inteligente que sagaz y emotivo. Sucede, sí, que en sus poesías la nota sensible está detrás de las observaciones, de las imágenes”. Para leer a Novo, según esto, será necesario ir más allá de la imagen de sí mismo, de la contradicción inicial con la que a primera vista se presenta. Quizá por ello es que me parece tan interesante el poema Elegía, pues es el único de toda la obra de Salvador Novo en que el plural abarca a más de dos personas y lo incluye a él mismo. Si hay poema en que Novo describa su nocturno mar y lo reconozca en otro, ese poema es elegía. Leámoslo.

Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen,

grotescas para la caricia, inútiles para el taller o la azada,

largas y fláccidas como una flor privada de simiente

o como un reptil que entrega su veneno

porque no tiene nada más que ofrecer.

 

Los que tenemos una mirada culpable y amarga

por donde mira la Muerte no lograda del mundo

y fulge una sonrisa que se congela frente a las estatuas desnudas

porque no podrá nunca cerrarse sobre los anillos de oro

ni entregarse como una antorcha sobre los horizontes del Tiempo

en una noche cuya aurora es solamente este mediodía

que nos flagela la carne por instantes arrancados a la eternidad.

 

Los que hemos rodado por los siglos como una roca desprendida del Génesis

sobre la hierba o entre la maleza en desenfrenada carrera

para no detenernos nunca ni volver a ser lo que fuimos

mientras los hombres van trabajosamente ascendiendo

y brotan otras manos de sus manos para torcer el rumbo de los vientos

o para tiernamente enlazarse.

 

Los que vestimos cuerpos como trajes envejecidos

a quienes basta el hurto o la limosna de una migaja que es todo el pan y la única hostia

hemos llegado al litoral de los siglos que pesan sobre nuestros corazones angustiados

y no veremos nunca con nuestros ojos limpios

otro día que este día en que toda la música del universo

se cifra en una voz que no escucha nadie entre las palabras vacías

y en el sueño sin agua ni palabras en la lengua de la arcilla y el humo.

 

El acercamiento usual a los poemas de Nuevo amor señala el recurso a confundir el yo de quien habla en el poema con el tú al que se habla en el poema, de modo que así suele explicarse el raro plural que da inicio a cada estrofa. No concuerdo con dicho acercamiento. Creo que para comprender el poema se han de seguir con cuidado sus correspondencias internas y que la instrucción de atender a las correspondencias viene dada por la marca de regularidad del poema: los primeros versos. Atendiendo a los primeros versos, se ha de notar la construcción de un sentido a partir de los tres verbos principales: tener, haber y vestir. El camino de un verbo al otro describe una vida completa, abre la posibilidad de una elegía.

Tan cierto es que el poema describe una vida completa, lamenta una cierta muerte, que el verso inicial de la primera estrofa tiene su correspondencia —y en ella se completa— con el verso final de la tercera estrofa. Las manos que no nos pertenecen se contrastan con las manos que tiernamente se enlazan. Entre dichos versos se encuentra la vida descrita en el poema. En la estrofa final se mira la vida concluida, se hace conclusión de la vida. La conclusión, empero, no es igual a la muerte: la Elegía de Novo lamenta la pérdida de una cierta disposición a la vida, anuncia su determinación de un cierto modo de vida, de una cierta muerte. De ahí que en su tiempo el poeta advirtiera que en Nuevo amor llegó a su fin la inspiración y lo que en la poesía podía lograr.

Mucho se ha dicho sobre el primer verso. Mucho contribuye el personaje de Novo. Cierto, el poeta deploraba su fealdad en los escritos que publicó en vida. Cierto, el personaje público de Novo dijo que sus manos le parecían feas. Cierto, la desdicha amorosa que conforma la imagen pública de Novo concuerda plenamente con el desprecio de unas manos. Sin embargo, todo ello es superficial, impresión primeriza, simpleza. Nadie tiene simplemente manos. Tener manos es un saber de sí que dispone al hombre en una actitud hacia el mundo. (Los estudiantes de tensegridad recordarán ahora aquel ejercicio básico y de principiantes sobre las propias manos en la actividad onírica). La caricia, el taller y la azada ejemplifican tres disposiciones al mundo: la alcoba, la ciudad y el campo. El poeta todas las trasciende. Tener manos que no nos pertenecen es guiar la escritura por el misterio de la inspiración. Que otros gocen y trabajen. El poeta goza en sus palabras, produce en sus renglones, germina en las almas. El campo, la ciudad y la alcoba facilitan el encuentro. El encuentro en el poema requiere de un encuentro afortunado. Pocos saben aprovechar la fortuna; los más la desprecian insensatos. El poeta nunca sabe si sus más sentidos versos serán leídos por su destinatario, si las palabras más apasionadas acariciarán el alma del otro, si acaso hay otro tan ajeno a lo mundano como para todavía escuchar. El poeta nunca sabe de la utilidad de su poesía, de la fecundidad de su creación. Por ello, la estrofa se completa con la flor privada de simiente, con el veneno. El lugar siempre intermedio del poeta lo expone a la soledad y la enemistad, al desamparo.

La complejidad aumenta en la segunda estrofa. Nuevamente, Novo facilita una impresión superficial: que habla de la amargura del hombre que no puede casarse (“mirada culpable y amarga”, “no podrá nunca cerrarse sobre los anillos de oro”). Y es necesaria la impresión superficial: sólo así pueden estar tranquilos los superficiales. Notemos, en cambio, las inesperadas mayúsculas. Si se tratase de un poema metafísico, claramente veríamos en la muerte y el tiempo el origen de la aparente y culta amargura de la estrofa. Pero ver algo así no es sólo la impresión superficial, sino la superficialidad de quien se cree profundo. La estrofa procede contraponiendo. Primero, en la mirada se contraponen la culpa y la amargura con el mundo: el poeta sabe ver los detalles que escapan a los superficiales; a veces, la sabiduría podría parecer culpable por tener placeres tan distintos a los de la gente del mundo; a veces, el sabio podría parecer amargado a la gente del mundo. La amargura y la culpa contrastan con la sonrisa del poeta, pues sólo él ve de frente a las estatuas desnudas. Para el poeta no hay rendición del tiempo. La poesía no conoce terminación. El poeta, más que un vigía, acepta su contingencia en cada vistazo de eternidad. (Cfr. Esquilo, Agamemnón, vv. 1-9 con Platón, Fedro, 251c). El sabio no juega a la tragedia.

Precisamente en la comparación entre el poeta y la tragedia es que Salvador Novo reúne al Génesis y a Sísifo en la tercera estrofa. Por un lado, en tanto mito cosmológico, Sísifo representaría el eterno retorno, la antropomorfización de la sentencia de Anaximandro. Pero el Génesis es contrario al eterno retorno. Si hubo Creación, fue definitiva. Si la naturaleza no es definitiva, no hay dios. Si no hay dios, todo vuelve. Si todo vuelve… la nada. Todo lo cual es perfectamente superficial. El poeta sabe que es imposible asumir un mito cosmológico sin poesía. El poeta sabe que “los hombres van trabajosamente ascendiendo”. El sabio ve a los hombres asociarse, solucionar su vida, progresar… Los hombres recortan la hierba, desbrozan la maleza, van hacia adelante para no volver. Los hombres que progresan aceptan su muerte. Y decoran su muerte de civilidad, de ternura, de fruto. ¿Acaso no hay fruto del poema? ¿Acaso los versos no nos abrazan? ¿Acaso leer no es un acto de civilidad? No hay lectura civil donde todo es superficial. No hay poesía donde el único fruto es comestible. Si le grain ne meurt

Y entonces el poeta acepta su nueva condición: vestimos cuerpos como trajes envejecidos. Allí donde imperan los superficiales, el sabio ha de aprender a parecer superficial. Allí donde no hay civilidad, el sabio ha de ocultar sus nostalgias. Allí donde las migajas son la única hostia, el sabio aprende a comulgar. ¿Resignación? ¿Renuncia? Sí, desde cierta orilla. Pero quien conoce el nocturno mar, quien reconoce la voz cifrada, quien sabe mirar en el sueño sin agua ni palabras, no se resigna, sino que sabe que la creación es más que arcilla y humo (Génesis 2:7). Los superficiales juzgan como si fuesen dios… y se condenan a la tragedia. Los superficiales creen que la amargura es la tragedia del contradictorio Novo. Los superficiales sólo pueden juzgar superficialmente. Salvador Novo oculta la claridad del cristal tras la apariencia de una dura roca. La mayoría prefiere adorar la roca, la gravedad, la nada.

 

Námaste Heptákis

 

 

Escenas del terruño. La 4T inicia ahora su “reivindicación” de Narciso Bassols, a quien nombran ejemplo de austeridad republicana y actitud crítica. ¿Cómo ejerció su austeridad? Despidiendo al que pensaba diferente, persiguiendo a quien no fuese socialista. ¿Cuál fue el producto de su actitud crítica? La censura. Creó el comité de salud pública que acabó con la revista Examen, acusada de inmoral. Precisamente los Contemporáneos (Cuesta, Novo, Pellicer, Villaurrutia) fueron víctimas del homófobo comité de salud pública.

Coletilla. “Hemos conquistado la realidad y perdido el sueño”. Robert Musil

Los fragmentos del sabio

 

Encontraron el antiguo rollo en condiciones apenas suficientes para poder extraer su contenido sin que el pergamino se disolviera en polvo fino. Lo reprodujeron con técnicas de última generación, usando máquinas de ésas que a la vista de cualquier hombre de a pie son cajas ruidosas que chupan electricidad como agua las esponjas, que echan luces bonitas a intervalos regulares y que por artes inexplicables finalmente logran su cometido: una versión de la obra visible en un monitor de computadora. Al cabo del rescate, la totalidad de los caracteres se pudo conservar. Del tradicional puñado de fragmentos confundidos, se había brincado en cosa de días a una frondosa plenitud. Fue guardada en un banco de datos que se decía capaz de resguardar «hasta trecientos a la 16» veces ese número de palabras, o algo parecido, de haberlo requerido. Además, la veloz multiplicación en internet de la versión electrónica del documento aseguró su perpetuidad (por cuanto fueran perpetuos los servidores que sostenían la red). Y así, el texto de sabiduría que por más de dos mil años se había dado por perdido se aferró contra erosión y desgaste hasta alcanzar nuestra época, hasta encontrarnos precisamente a nosotros. Gran fortuna, porque de haber aparecido cien años antes, se habría desintegrado (y cien después los desintegrados seremos otros). Pero la máxima fortuna, la máxima confirmación de nuestras bendiciones, fue que, según me he enterado, el texto dice exactamente lo que nuestros expertos ya habían elucubrado que diría.

Demografía del limbo

 

Demografía del limbo

En el limbo se vuelve visible el problema entre piedad y sabiduría. Tan visible como algo lo puede ser en un no-lugar. Tan visible como de ello nos permitan ver los recatos del poeta. Hablo, ya lo habrá notado el lector, del canto IV del Infierno, del poeta llamado Dante, de la perfección conocida como Divina Comedia.

         Hemos de comenzar señalando que el limbo sólo puede ser un no-lugar en la medida en que el problema entre sabiduría y piedad es irresoluble. O lo que es lo mismo: la única solución posible al problema entre piedad y sabiduría se encuentra en el lugar de Tomás de Aquino en el Paraíso (cielo del Sol, canto X). El limbo sólo puede ser un no-lugar porque es imposible. De ahí las declaraciones dogmáticas recientes en torno a él. De ahí la presentación dantesca del mismo: Dante declara su sorpresa ante el miedo de Virgilio frente al limbo; Virgilio nos advierte que quien se aterra por el limbo confunde el temor con la piedad. No es posible temer por los personajes del limbo en tanto los juzgamos con justicia. Temer por los personajes del limbo supone la condena de los mismos, la disolución —no solución— del problema entre la sabiduría y la piedad. En el limbo aparecen los sabios que no encontraron salvación. Temer por los sabios es suponer que la vida del sabio no es la mejor o que la sabiduría podría no ser buena. Quizá la piedad por los sabios no salvados sea preguntar por el problema entre la piedad y la sabiduría.

         Sé que mi acercamiento tiene un claro problema: ¿cómo afirmar que para Dante es un problema el de la sabiduría y la piedad, si no lo presenta explícitamente? Podría responder cabalmente señalando que lo explícito torna tácito en lo imposible. Aunque preferiré argumentar que Dante sí presenta el problema y nos ayuda a entenderlo. Que la presentación no es explícita lo indica Dante cuando afirma, en su plática con los poetas, que es bello callar ciertos temas. La Comedia es un poema; la belleza del poema resuena entre sus silencios.

         El total de los no salvados mencionados en la descripción de Virgilio es de treinta y nueve. Exactamente a la mitad de la enumeración, la vigésima mención, aparece Sócrates. ¿Acaso no es Sócrates la prueba más dramática del problema entre piedad y sabiduría?

         “No prueba nada”, podría decir el lector. “La sola lista no es silencio de Dante, sino alharaca tuya”, podría acusárseme.

         En el limbo, Virgilio hace cuatro enumeraciones: quienes fueron salvados por Cristo en su descenso a los infiernos, los poetas, los virtuosos y los filósofos. La única enumeración en que aparecen todos los nombres es la de los virtuosos. Sólo de quienes lograron la gloria humana no se silencia nombre alguno. Por lo demás, Dante silencia. Aunque no pruebo todavía que su silencio habla del problema de Sócrates.

         La lista de quienes fueron salvados comienza silenciando el nombre del primer hombre; como la lista de los filósofos silencia el primer nombre. Pero más importante es el silencio mayor de la primera enumeración. Después de nombrar a Jacob, Virgilio dice “con lo padre e co’ suoi nati”. Silencio importante. Importa que el lector note que la lista calla lo sonoro, pues el patriarca no nombrado lleva un nombre que significa “carcajada de Dios”. El poeta calla. Silencio importante. Importa que en un solo verso se callan trece nombres. No hablemos del simbolismo del número trece, veamos que con los trece la lista asciende a veintiún nombres. Iguala en extensión a la lista de los filósofos. De las cuatro enumeraciones, las de los extremos tienen la misma extensión. El poeta calla la comparación entre los filósofos y los santos: el problema entre piedad y sabiduría.

         El silencio mayor de la enumeración de los santos, empero, apunta a algo más: otra modalidad del silencio de Dante. Trece es a ocho como veintiuno es a trece: razón extrema y media. ¡La lista de los santos guarda proporción áurea! Medida divina para quienes lograron la salvación.

         ¿Podemos decir ahora que ya escuchamos el silencio de Dante? La segunda de las enumeraciones apunta precisamente a eso. Virgilio nombra a cuatro poetas y Dante nos presenta a los poetas conversando, conversando con Virgilio y Dante. Precisamente en la presentación de la conversación el autor nos advierte de la belleza del silencio: se presenta que conversaron, se calla qué conversaron. Si no notamos el silencio, la segunda enumeración agrupa a cuatro. Si notamos el silencio, los poetas son seis. Sólo si hacemos el esfuerzo de escuchar el silencio de Dante, la segunda enumeración es de siete. Siete es la clave para entender a los personajes del limbo.

         La tercera enumeración es de catorce personajes. Su proporción respecto a la segunda enumeración es de 2/1. Si reunimos las enumeraciones segunda y tercera y las ponemos en relación con la cuarta (en tanto que es el conjunto de personajes del limbo, de los no salvados), tenemos una proporción de 3/2. Si atendemos a la última indicación sobre los personajes del limbo, el primer grupo -cuyo silencio estamos escuchando- se divide en dos partes desiguales, se obtiene la proporción 4/3. Lo que nos lleva a considerar que 2/1, 3/2 y 4/3 constituyen las proporciones de la escala musical pitagórica: octava, quinta y cuarta, respectivamente. Sus elementos: 1, 2, 3 y 4, forman el tetraktys, base de la numeración decimal (1+2+3+4=10) y de las propiedades aritméticas de las figuras geométricas (crecimiento proporcional a partir del gnomon). ¿A qué nos lleva todo esto?

         En el limbo se contrastan dos tipos de proporciones: la de la escala musical y la divina. La primera corresponde a quienes no se han salvado, pero tampoco se han condenado. La sabiduría es una perfección humana que no garantiza la salvación. La sabiduría no condena; sólo Dios salva. El contraste entre estas dos proporciones es el modo en que Dante muestra el problema entre la sabiduría y la piedad. La sabiduría humana puede alcanzar la belleza perfecta de la música, pero aun así no es el coro de los ángeles. La salvación sólo es humana por Cristo, sólo posible si fue verdad lo imposible: Dios murió como hombre. Piedad y sabiduría se entienden a partir de la comparación de proporciones incomparables. Por ello, comparando los dos listados de veintiún personas, Sócrates aparece como la contraparte de Abel. Tanto Caín como la ciudad matan; la maldición sólo cae de un lado, aunque la ciudad es fundada por los cainitas. Platón, por cierto, se contrasta con Noé: a veces la filosofía es un arcano y difícil la comprensión de lo posible. ¿O no?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Qué suerte, caray. Un helicóptero se accidenta demasiado perfectamente. Un ducto de gasolina explota en el momento más oportuno. Un niño broncoaspira y muere en una estancia infantil precisamente cuando se cuestiona la viabilidad de las estancias infantiles. Y ahora, «el crimen» asesina a un activista opuesto a la consulta popular que hoy se está realizando. El régimen más suertudo. Ni duda cabe. 2. Si todo fue tan negociado, ¿cómo llegamos al resultado de la semana pasada? 3. Desde el Estado se coordina la venganza; ahora la crueldad y el linchamiento son institucionales. 4. Celebran que se llegó a un acuerdo unánime. ¿Se acordó lo mejor? No, pero celebran que no pasó lo peor.

Coletilla. «Hay sabios que dicen más con su silencio que con su palabra”. Ignacio Solares

Sobre los consejos

Ante la marea de palabras que navegan en las redes, principalmente las redes sociales, expresarse se ha convertido en algo sumamente ambiguo. En las redes sociales imperan los gustos, las modas, lo escandaloso y llamativo, todo aquello que ensombrece las ideas claras. ¿Cuántas ideas que requieren mayor atención, pues intentan explicar algo, no se pierden ante decenas de publicaciones con centenares de comentarios a su vez, que van apareciendo cada minuto sin sentido alguno? Vemos que se dicen tantas cosas, queremos ver y decir tantas otras, que a nada terminamos poniendo atención. Usamos las palabras como una varita para llamar la atención sin entender su profundo valor. Quien da un consejo en redes parecería que no es consciente de su papel de consejero.

El consejero es aquel invitado que toca a la puerta en una casa a oscuras y llega con un halo de luz; o también puede ser peor que el vecino chismoso, a quien se planea meticulosamente cómo evitarlo. Esta dificultad de quien aconseja, no saber si es conveniente intervenir o ser llamado, parece ser su problema principal.  ¿Ser un metiche cuando alguna persona cercana necesita darse cuenta de su problema o no intervenir para no empeorar la situación? Resulta evidente que la resolución de este conflicto dependerá enteramente de qué crea el casi metiche, casi prudente, que conviene hacer. Los consejos no son reglas inamovibles a las cuales las personas deben adecuarse para vivir mejor; todo consejo tiene su singularidad, pues las personas, pese a que a veces se pierdan en los mismos laberintos, son distintas unas a otras y sus circunstancias tienen detalles únicos. A este común nudo con hilos peculiares se le puede dar otra vuelta: ¿es imprudente dar un consejo amoroso? La pregunta no es exclusiva para aquellos consejeros profesionales, guías o demás expertos en el amor, la pregunta parece que debe concernir a todos, pues a todos nos importa el amor. ¿Es mejor dejar en su dolor a aquel que está padeciendo un revés amoroso en vez de darle algunas palabras con las que quizá se pueda sentir mejor? Pese a lo tierno de la imagen, decirle a un enamorado que tuvo una fuerte discusión con su pareja: “no te preocupes, todo lo cura el alcohol” podría resultar perjudicial, pues estaríamos emborrachando sus penas, con todo lo que ello conlleva. Podría soltarse a llorar tremendamente; podría ponerse violento; podría atentar contra sí mismo. Las palabras más correctas: “no te preocupes, el tiempo lo cura“, ¿realmente ayudan al enamorado?, ¿no están diciendo todo y, a la vez, nada?, ¿cómo saber cuándo y a quién conviene aconsejar en esa situación?

¿Para dar un buen consejo hay que tener experiencia sobre lo que se aconseja? Esta parece ser la falacia preferida cuando se pregunta con quién conviene ser aconsejado. La experiencia no es garantía de sabiduría sobre cualquier tema, pues, siguiendo con el ejemplo del enamorado, un divorciado puede ser tan buen consejero como fue buen esposo. Dicho de otra manera, la experiencia no garantiza la reflexión sobre la propia experiencia.  Sólo quien observa en su propia experiencia y se comprende entiende a las personas a las que pretende aconsejar. Esto, evidentemente, no garantiza que les pueda ayudar. Aconsejar no es ayudar a las personas a progresar en sus emociones. Autoconocerse y aconsejar no es progresar hacia la paz interior.

Yaddir

Sed

Leí en unas páginas escritas por un sabio que para dar de beber al sediento basta tener buen corazón, ¡y agua!. Por desgracia es más fácil morir ahogado entre millones de litros de agua que tener un corazón bueno. Resulta que es fácil sentirse bueno, y lo es más cuando los demás son malos, lo difícil es saberse poseedor del agua y verse motivado a compartirla con el que tiene sed.

 

Maigo

Sabiduría lacónica

Pedro Páramo es una polvareda. Un torbellino que se alza y sacude la tierra. Nos enteramos de los habitantes de Comala por rumores y recuerdos. Las almas en pena hablan, exclaman y recitan su dolor. Sus lamentos irrumpen en el silencio del yermo. Las visiones del pasado surgen, sin que sepamos por qué; parece que la tierra gruñe por sus heridas. El polvo acarrea un trozo de historia y pasa delante de nuestra vista. Leer la novela es pisar Comala; escuchar sus rumores, ser invadidos por el pasado que es el presente. A menudo se celebra que Rulfo es un narrador prominente. Sin embargo su mérito está en el silencio y en la menor intervención. No es una historia construida esperando a ser armada por el lector. La narración —si tiene— es viva y caprichosa. Habla cuando quiere, calla para inquietarnos. Los fantasmas viven en las páginas y nosotros los atestiguamos.

A propósito de los fantasmas, ellos deambulan suplicando que recen por ellos. No se confunden con la realidad porque en Comala son la única realidad. Sólo hay casas deshabitadas, con tiliches arrumbados, y la Media Luna árida. Paradójicamente lo único vivo son los muertos; el sentido está en la muerte. De sorpresa en sorpresa va Juan Preciado hasta que muere. Conforme descubre Comala su sentido común se desmorona. Que Dolores Preciado, ya muerta, avisó de la llegada de su hijo; que una mujer en rebozo desaparece; que los habitantes salen y se desvanecen. El lector es su acompañante entre los muertos y vive una angustia sofocante. Los espectros pueden parecernos prototípicos o vacuos; peligramos al olvidar que presenciamos rumores. Ni el mismo protagonista lo conocemos con profundidad ni vemos claramente sus acciones. Leemos con desconcierto la obra.

Dicen que Pedro Páramo rescata el campo mexicano. Es un retrato de esa zona marginada. Es un testimonio del hombre rural zangoloteado por la Revolución y las prácticas de ese México. El caciquismo que aplasta al pueblerino, la guerra como réplica que agita y revuelve, la pobreza y candidez aprovechada. En alguna medida es cierto, pero no lo es todo. Comala es rodeada por un halo de misterio. No sólo asustan y sorprenden los sucesos fantásticos. El misterio rige la tierra y hace que sea sabia. A los ojos del citadino puede ser simple o ingenuo. Le parece obvio que si se actúa egoístamente, no habrá consecuencias favorables. Sin embargo el hombre de campo teme a los campos arrasados, a los despojos, a las injusticias, y no le parece tan normal el egoísmo. Le aterra las sombras interiores y, sin embargo, mantiene la mirada de parsimonia. Vive las enseñanzas simples e intuitivas, aunque sabe que hay un trasfondo (uno tal vez inescrutable para él). Así como alza la vista y el cielo le responde cuándo y por qué cultivar, el mismo Cielo lo instruye.