Cuesta de enero

“Febrero loco”,

mi corazón por vos;

“marzo otro poco”,

pasa el tiempo veloz.

 

Abril robado,

según canta Joaquín.

Calor de mayo,

tú y yo en el jardín.

 

Juntos, por junio,

varios meses ya son.

Asueto en julio:

sentirás mi pasión.

 

Adiós me dirás

en agosto sin más

y al mes que viene

mi olvido retiene.

 

Lunas de octubre,

sollocen conmigo:

¡Luto salubre,

noviembre perdido!

 

Diciembre glacial,

se acerca el final.

Mientras yo espero

la cuesta de enero.

Hiro postal

Soñando manos

“Que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.”

Pedro Calderón de la Barca

Como la mayoría de lo que entraña nuestro ser, el sueño sigue siendo un misterio para el hombre. No es que éste le haya dedicado pocos esfuerzos a tal asunto, pues mucho es lo que se ha dicho en torno al tema, desde mitos hasta teorías, pasando por datos curiosos y tesis de licenciatura (como la del buen Namasté Heptákis); simplemente todavía no se ha llegado –y dudo que algún día se haga– a pronunciar la última palabra.

Dicen los que saben que todo el mundo sueña, aunque de ello no se tenga recuerdo o se tenga muy poco. Que algunos lo hacen a color y otros en blanco y negro; de qué dependa esto es otra de las cuestiones que se mantienen sin respuesta. Que tenemos varios sueños por noche y no sólo uno, como luego pensamos. Pero, en realidad, ¿para qué nos sirve el sueño? Entre toda la clase de preguntas que se hacen los que estudian dicho fenómeno, tal parece que ésta es la que más problemas les da. Lo único que se ha podido hacer respecto a ella es barajar muchas teorías y ponerlas sobre la mesa, para que cada quien agarre la mano que más le guste –o quizá la que más le convenga– y se dé por bien servido con el juego que ha elegido.

Pues bien, yo no seré especialista en eso de los sueños –y dicho sea de paso, tal vez no lo sea en nada–, pero en mi experiencia, los sueños luego sirven para no dejarle dormir a uno. ¿A quién no le ha pasado que, debido a lo que está soñando, sólo se la pasa dando vueltas en la cama? Y al día siguiente está peor que zombi porque el mentado sueño no lo dejó descansar como era debido. Asimismo, a veces sirven para encontrar la respuesta que uno anda buscando, como loco desesperado, para algún problema cotidiano, ya sea de la escuela, del trabajo o de índole sentimental; lo malo de ello es cuando el sueño decide tomar sus maletas e irse de viaje a “donde habita el olvido”, en cuyo caso no sirve de nada. En ocasiones, me parece que puede servir para experimentar cosas o situaciones que, de otro modo, no nos serían posibles “vivir” como cuando soñamos que volamos –o morimos–. Tal vez el sueño también sirva para conocernos mejor, al plantear ciertos escenarios y ver qué decisión tomaríamos en caso de que se diera tal situación, o para decirnos que sólo nos estamos haciendo “guajes” y negamos lo que realmente estamos sintiendo en la vida real. O quizá, en el más remoto –y acaso el más certero– de los casos, nos complicamos la vida buscándole una utilidad al sueño cuando simplemente se trata de algo recreativo y de mera diversión.

Esta es, pues, la mano que yo he elegido: la de vivir en el mundo al revés, “que bailar es soñar con los pies”. Y tú, amable lector, ¿qué mano has escogido?

Hiro postal

Ocasión de celebrar

“Yo no quiero catorce de febrero,

ni cumpleaños feliz…”

Joaquín Sabina

Existe un día en el año en que cada uno de nosotros pasa a ser el centro de atención de los amigos, familiares y demás conocidos, por tratarse del aniversario de nuestro natalicio. Dicho día es mejor conocido coloquialmente como cumpleaños, ocasión en la cual nuestros seres queridos nos prodigan de palabras afectuosas y muestras de cariño tales como abrazos y besos, así como también de obsequios. Esta ocasión parece embargar de tal alegría a todos aquellos que nos rodean que lo menos que pueden desearnos en ese día es un “feliz cumpleaños”.

Parece no haber duda en que el cumpleaños de uno sea motivo de celebración para las personas que nos aprecian, pero cabe preguntarse qué es lo que ellos celebran en tal ocasión: el que hayamos llegado a este mundo o el que todavía sigamos aquí. Si el motivo de la celebración es la primera opción, parecería que en realidad no nos están celebrando a nosotros, sino que festejan el hecho de que nuestros padres hayan decidido traernos a este mundo, lo cual, a decir verdad, no restaría júbilo a la celebración del cumpleaños, ya que de cualquier modo estarían gustosos de que hayamos nacido. Pero justamente es esto último lo que quiero resaltar: que no es mérito nuestro haber nacido, sino de nuestra madre y de ambos padres, nuestra concepción.

Si el motivo de celebración es que todavía seguimos aquí, parecería que, al menos, en nuestros primeros años de vida el mérito tampoco nos corresponde, sino a nuestros padres de nuevo, quienes nos han otorgado el cuidado adecuado para que nosotros sigamos vivos. Después de cierta edad, el mérito será propiamente nuestro puesto que habremos pasado a ser responsables de nosotros mismos y de cada uno dependerá que sigamos en este mundo. Con esta explicación, dicha celebración parece adquirir más sentido, pues entonces se entendería que las personas que nos quieren estén celebrando que hayamos cumplido un año más, dado que hemos sido lo suficientemente prudentes como para mantenernos hasta la fecha con vida.

Así pues, teniendo en mente este segundo motivo, hoy celebro el cumpleaños de dos personas importantes para mí. La primera es mi hermano Augusto, quien ha alcanzado la mayoría de edad, y aunque haya veces que no lo soporto de tanto que molesta, eso no significa que no me dé gusto que siga vivito y coleando y que, además, sea un adulto en ciernes. La segunda es el cantautor Joaquín Sabina, aquél tan joven y tan viejo que con su música me ha acompañado a lo largo de los últimos dos años de mi vida y de quien, mejor dicho, celebro que no haya sido todavía lo suficientemente imprudente como para ya haber estirado la pata.

¡Mis más sinceras y dichosas felicitaciones para ambos en este día!

Hiro postal

La soledad compañera

“Y algunas veces suelo recostar

mi cabeza en el hombro de la luna

y le hablo de esa amante inoportuna

que se llama soledad.»

Joaquín Sabina

Podría asegurar, casi sin temor a equivocarme, que todos nos hemos sentido solos en algún momento de nuestras vidas y destaco sentido porque no es lo mismo sentirse solo a estar solo. Por un lado, me parece que uno puede estar solo y ello no implica que el sentimiento que lo embarga sea de soledad, pues puede encontrarse sin compañía alguna pero sentirse acompañado por sus seres queridos al llevarlos en el “corazón”. Por otro, uno puede encontrarse rodeado de otras personas –ya sean un par, varias o muchas– y aun en compañía, sentirse solo. Por último, y quizá el más lastimero de todos, se da el caso en el que uno se encuentra y se siente solo.

En el primer caso, así como en el tercero, el encontrarse solo se arregla con el simple hecho de juntarse con otras personas, pues es la soledad que produce la falta de compañía “física” la que se trata de compensar. De este modo, en el primer caso ya no habría soledad alguna, puesto que ni se está ni se siente uno solo y en cuanto al tercero, éste se habrá convertido en el segundo caso planteado: se encuentra uno acompañado de gente y, con todo, permanece el sentimiento de soledad. Lo anterior hace surgir la siguiente pregunta: ¿hay varios tipos de soledad? Al parecer sí, pues si la soledad fuera una nada más, con satisfacer la condición de rodearse de personas uno dejaría de sentirse solo, es decir, el sentimiento de soledad se desvanecería. Sin embargo, esto no sucede así porque existe el segundo caso.

Para resolverlo, o al menos intentarlo, es necesario preguntarse primero cómo es posible sentirse solo aun estando rodeado de otros, es decir, ¿a qué carencia corresponde el sentimiento de soledad que se experimenta en el segundo caso? En el fondo, lo que se está preguntando es en qué consiste este tipo de soledad. Según el DRAE, soledad es la “carencia voluntaria o involuntaria de compañía”, así como el “pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo”[1]. Queda claro que la primera definición se refiere a la soledad que se experimenta en el primer caso citado (y en parte del tercero). La segunda, a su vez, parece corresponder con la soledad del segundo caso.

Como sostiene la definición, la soledad se siente al darse la ausencia o la pérdida de alguien o algo –no hago mención de la muerte porque considero a ésta como un tipo de ausencia o de pérdida–, ya sea momentáneamente o para siempre. Si es para siempre, lamento decirlo pero esa soledad, irónicamente, lo acompañará a uno adonde quiera que vaya. Si es momentáneo, tiene remedio y bastará con que la persona o la cosa vuelvan a uno –o uno a ellas– para que el sentimiento de soledad se esfume. No obstante, todo esto no responde todavía por qué el sentimiento de soledad se hace presente si faltan la persona o la cosa en cuestión, aun cuando uno se encuentre acompañado por otras personas o cosas. Esto significa que dichas personas o cosas carecen de algo que las faltantes sí tienen, pero ¿qué es este algo de lo que carecen? No lo sé, así que en ambos casos, si he de ser sincera, me atreveré nada más a suponer.

En cuanto a las cosas, ya sea que estén ausentes o perdidas, lo que produce la soledad es el significado que tienen para uno. Así, por ejemplo, aunque me compren un nuevo perro no será lo mismo por el significado que el otro tenía para mí (ya sea porque vivimos muchos momentos o porque me lo regalaron en mi cumpleaños, etc.) y la soledad que siento por su muerte o pérdida continuará, lo cual tal vez no impida que quiera al nuevo pero eso es tema aparte. En cuanto a la soledad causada por las personas, me parece que se debe a la falta de empatía con las que en ese momento lo acompañan a uno. Así, aunque estas personas de hecho sean agradables, si no se identifica uno con ellas de algún modo, la soledad se hará presente.

Esto me lleva de nuevo al primer caso, donde el sujeto en cuestión no se sentía solo, sino que únicamente estaba solo y di por hecho que bastaba con hacerse de compañía para ya no estarlo. Pero al rodearse de gente y no haber empatía, también el primer caso se convertiría en el segundo, logrando el efecto contrario al que se quería. Entonces, lo que el sujeto tendrá que hacer, si es que acaso ya no quiere estar solo, será acompañarse de personas o cosas con las cuales tenga empatía para evitar el segundo caso. De cualquier forma, mejor vale aprender a apreciar la compañía que nos brinda la soledad.

Hiro postal


[1] Las definiciones incluidas corresponden respectivamente a la primera y la tercera proporcionadas por el DRAE. Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 22ª edición, entrada “soledad”, consultada en http://www.rae.es/rae.html

Propuesta del 10 sin 0 (por obeso)

Hace un par de días, mientras consumía mi tiempo curioseando en Facebook, encontré una noticia cuyo titular decía lo siguiente: “Dukan propone que los niños delgados puntúen más en los exámenes”. Tal título captó mi atención y como no tenía ni la más remota idea de quién era este tal Dukan –pues como diría mi abuelita: “en su casa lo conocen” –, de inmediato di clic al link y me dispuse a leer lo que esta persona tenía que decir al respecto. El artículo comenzaba diciendo que el susodicho era un nutriólogo francés famoso por su popular pero controvertida “Dieta Dukan”, la cual –habría de enterarme después– está basada en un alto consumo proteínico que si bien conlleva a la pérdida de peso, dicha pérdida está motivada por la fatiga que genera el alto consumo de proteínas, además de otros inconvenientes como problemas al respirar y mareos. La noticia continuaba con lo propuesto por Dukan, quien preocupado por el aumento de personas con sobrepeso en su país, plantea que las escuelas ofrezcan una optativa –y aquí supongo que se refiere a una pregunta y no a alguna materia– llamada “peso ideal” en los exámenes finales anuales, mediante la cual podrían obtener puntos extras si su Índice de Masa Corporal (IMC) se mantiene entre las medidas 18 y 25. Para aquellos que ya tengan sobrepeso, los puntos les serán otorgados incluso al doble si consiguen disminuir tal y mantenerse en el nuevo. Dukan considera que esta propuesta será un aliciente tanto para los jóvenes franceses como para sus padres, pues ambas partes están sumamente interesadas en que los primeros obtengan buenas calificaciones en el bachillerato y si con ello, además, van a perder peso, pues qué mejor.

Seguro habrá quien aplauda esta propuesta e incluso opine que debe implementarse también en nuestro país, pues sabemos de sobra que México encabeza la lista mundial en cuanto a sobrepeso y obesidad se refiere. No obstante, yo disiento de esta propuesta ya que no creo conveniente mezclar dos aspectos que si bien pueden llegar a relacionarse, tal vez hasta de forma estrecha, no tienen porqué confundirse; a saber: educación y salud. Si lo que se busca es promover que los estudiantes con sobrepeso bajen lo que tienen de más y aquellos que están en su peso, lo mantengan, que se diseñe un plan en el cual se contemplen consultas con un nutriólogo proporcionado por la misma escuela para que el estudiante que esté interesado pueda acudir con él, que incrementen las horas de ejercicio físico a la semana, que se le otorgue un reconocimiento al que haya logrado bajar de peso, o bien cualquier otra cosa que no tenga que ver con las calificaciones. ¿Por qué? Pues porque, hasta donde yo tengo entendido, las calificaciones sirven para evaluar qué tantos conocimientos tiene el estudiante sobre tales materias –y a decir verdad, a veces también dudo que las calificaciones sirvan para ello, pero eso es tema aparte. Empero, supongamos que se aprueba la propuesta; fácilmente cualquiera en su peso podría optar por no estudiar o no esforzarse mucho en la escuela y mejor dedicarse a mantenerse en él; no importa entonces que tal persona no vaya a lo que se supone que va a la escuela, al fin y al cabo que le dan puntos extras por mantenerse en su peso. Lo mismo podría pasar con aquellos que tienen sobrepeso: no esforzarse en la escuela y dedicarse a bajar los kilos que tiene de más –lo cual dicho sea de paso cuesta bastante trabajo–, ya que si lo consigue, le darán el doble de puntos y con que saque un 8 ya estaría del otro lado. ¿Y qué pasaría si los jóvenes con sobrepeso no consiguieran bajar esos kilos? Como si no fuera bastante ser tachados de gordos, también cargarían con el sambenito de ser “burritos” para eso de la escuela.

Como sea, ciertamente nada tiene que ver que una persona tenga 5, 20 ó 50 kilos de más con que sea inteligente o no, con que pueda aprender y sea capaz de adquirir conocimientos; si a ésas nos vamos, entonces las personas con anorexia o bulimia serían unos genios indiscutiblemente. Además, también me parece que el hecho de que una persona esté delgada –y en este ejemplo descarto a personas con anorexia, bulimia o cualquier otro desorden alimenticio– no quiere decir que por ello esté sana, pues bien puede conservarse así y con todo llegar a faltarle vitaminas, proteínas o cualquier otra cosa. Y nada más para aclarar, en el único punto que me parece que educación y salud llegan a tocarse es en que debemos aprender a comer balanceadamente; fuera de eso, no me viene a la mente otra relación entre ambos aspectos. Por eso, mejor “propongo corromper al puritano, espiar en la ducha a las vecinas” y si ustedes se preguntan qué tiene que ver esta propuesta con la de Dukan, pues así de absurda encuentro la relación que propone entre el peso y las calificaciones de los estudiantes.

Hiro postal