Entre el fuego y el agua

Bajo el calor del sol ardiente y junto al agua que da la vida, se encuentra, cual caña mecida por el viento, el hombre: siempre sediento, siempre necesitado, a veces solo y casi todo el tiempo estéril. El calor abraza y el agua refresca, y de momento parece más deseable la segunda respecto del primero, pero quitando al calor, el frío, que convierte en piedras a los corazones, no se hace esperar y el agua se estanca, y endurece tanto como las rocas, se requiere de ambos para que el hombre viva y pueda sentir la brisa que lo mece suavemente y le permite ver que no está solo, que hay otras cañas esperando para dar fruto.

Es muy difícil aceptar la fragilidad y la necesidad, en especial cuando lo que parece gobernar al hombre es su carácter individual. Sin embargo; a pesar de estas dificultades hay quienes consiguen moverse con el viento y cantar a los demás sin que ese movimiento exija abandonarse en medio del bullicio que hay en un mundo solitario.

Me parece que El Bautista, fue uno de esos pocos que se atrevieron a cantar al otro desde una soledad muy distante al individualismo, mostrando con su vida que el hombre vive entre el fuego del sol ardiente y el agua que da la vida, sufriendo calor y sed y aliviándose con la refrescante esperanza de que algún día el desierto dará fruto en abundancia.

 Maigo

 

 

Impronta infantil

La inocencia se equipara con frecuencia a la falta de tamaño, se dice de los seres pequeños que son indefensos y que están libres de toda la carga que ha de soportar quien ya ha pasado por los martirios de la infancia; pero los microbios también son pequeños y no por ello son inofensivos, y la infancia está tan llena de trabajos y dificultades que mejor optamos por olvidar y recordar sólo las improntas que de ella nos convienen, así unos recordarán los momentos de risa, que no son tantos como se desea, pero que sirven para pensar en el pasado como lo mejor, y otros fundamentarán sus malas acciones en sucesos que de alguna u otra manera conviene recordar, pues con ellos justifican lo que hacen o dejan de hacer.

Tal pareciera que sólo los santos se libran de la falacia que es la impronta de la infancia, pues ellos son capaces de reconocerse pecadores, incluso desde pequeños, y de dirigir sus pasos hacia Dios sin depender de lo que con ellos pretendieran hacer las circunstancias.

 Maigo.

 

Para pensar un rato: Comparto a continuación la vida de Diofanto, hombre amante de aprender que viviera a mitad del siglo III de nuestra era.

Esta es la tumba que encierra a Diofanto.

¡Maravilla de contemplar!

Dios le concede la juventud por un sexto de su vida, después de otro doceavo la barba cubrió sus mejillas; después de un séptimo encendió la llama nupcial y después de cinco años tuvo un hijo.

¡Ay de mí! El mísero joven, a pesar de haber sido tanto amado, después de haber alcanzado apenas la mitad de los años de vida de su padre, murió. Cuatro años más, mitigando el propio dolor con la ciencia de los números,  vivió Diofanto, hasta alcanzar el término de su vida.