Sonriendo has dicho mi nombre.
La imagen de lo divino representada por el dolor de Jesús colgado del madero, no deja de ser sumamente enigmática. Por un lado, es imagen de la máxima humillación y de la soledad que puede sufrir un hombre; pero también es la imagen de la gloria y grandeza de un dios que por amor a los hombres les entrega a su hijo único aún a sabiendas de que estos no sabrán qué hacer con él.
Junto a la dolorosa imagen del maestro crucificado, podemos encontrar otras tantas que nos pueden dar mucho qué pensar, podemos ver al discípulo amoroso abrazando a la madre doliente, a la mujer que cambió su modo de vida con tal de seguir el sendero de un amor que no había sentido sino hasta haber conocido al mismo Jesús, o bien podemos ver al pueblo enardecido y enojado porque la gloria recibida no fue tal como se la imaginó.
Estas imágenes, se presentan una y otra vez a nuestros ojos cuando posamos la mirada en el Gólgota, y son imágenes que se deben tener presentes para pensar en lo que ocurre en torno a los alrededores de ese monte que es al mismo tiempo maldito y sagrado.
Tomando distancia de las cruces levantadas en la cima del monte, de las palabras de los ladrones, uno sinvergüenza y el otro avergonzado, de las lágrimas de la madre, de la compañera y del amado discípulo, nos encontramos con tres discípulos de Jesús que no dejan de enseñarnos algo valioso sobre el sentido de la muerte de su maestro. Los tres están lejos del monte y del suplicio que vemos en el primer cuadro, pero no por ello están del todo lejos de lo que ocurre en ese monte. Los tres conocieron de manera diferente al hombre que muere en la cruz y los tres se arrepienten de manera diferente, por no acompañar a su maestro.
Tomando distancia respecto al Gólgota, vemos a lo que antes fuera un hombre. Ya no lo es porque ha quedado suspendido. En vida quizá fue el único que se ofreció a seguir al maestro, fue quien preguntó si podía y escuchó por toda respuesta un “sígueme”, su nombre es Judas Iscariote, nombre que ahora se da a todos los traidores, de él sabemos que se sentaba junto a Jesús en las cenas, que mojaba su pan en el mismo plato de aquél al que seguía y que en la noche de la última cena fue enviado a hacer lo que debía. Sabemos que distinguió con un beso al hijo del hombre y que recibió 30 monedas de plata por ello, según indicaba la ley, pero también sabemos que se arrepiente y que pretende regresar esas monedas a cambio de que liberen a quien entregó.
Si enigmático es Jesús, también lo son sus compañías, Judas colgado del árbol, puede ser pensado como un símbolo del pesar en el alma que suspende porque no se puede deshacer lo ya hecho, es símbolo de un arrepentimiento que no sirve porque inmoviliza eternamente y condena al arrepentido. Desde el momento en que éste se niega a recibir el perdón que corresponde a los que por ignorancia actúan, a los que hacen lo que deben sin saber lo que hacen, el arrepentimiento pasa de ser un acto bello para convertirse en una carga de la que parece sólo se libran los cínicos.
Por fortuna, no es el único arrepentimiento que nos queda cuando un pesar vergonzoso aquieta nuestra alma. Más allá de los despojos de un hombre colgado, es posible ver a un hombre lloroso, de éste sabemos también muy poco, se nos dice que era pescador, que dejó sus redes al escuchar su nombre mientras lo miraban a los ojos, que fue el primero en reconocer la divinidad de su maestro, que lo negó tres veces y que lloró amargamente por haberlo hecho. Sabemos que su arrepentimiento no lo condujo a la muerte, pero también sabemos que nunca se alivió completamente de ese pesar que traía en el alma, incluso se cuenta que después de muchos años de predicar la buena nueva escuchó su nombre y junto con una pregunta lapidaria: “¿Ahora también me vas a negar’”, pregunta que lo hizo volver sobre sus pasos y sentirse indigno de morir igual que aquél al que negó, por lo que pidió ser crucificado de cabeza.
El nombre de este hombre fue Simón Pedro, y de arrepentimiento podemos ver que surgen acciones, mismas que no terminan nunca de liberar al alma del pesar que siente, el perdón que recibe Pedro llega quizá hasta el final de su vida, que termina de cabeza, quizá como casi siempre había sido a causa del miedo que le impidió seguir en el Calvario a aquélla mirada que lo llamó desde un principio a sentir el amor más grande de todos, el amor de quien da la vida por sus amigos. El arrepentimiento de Pedro en bueno, porque no mata y tampoco admite cinismos porque no acepta que el alma se olvide de su pesar.
Más lejos, en tiempo y espacio de lo ocurrido en el Gólgota, vemos un hombre muy distinto de Judas y de Pedro, éste no convivió con Jesús al igual que los otros, lo que significa que no lo conoció de la misma manera, cuando lo llamó el Cristo, ya habían pasado más de tres días de su muerte, y no lo hizo con una dulce mirada, fue más bien con un estruendoso sonido que trasporto al nuevo discípulo hacia el tercer cielo. De este hombre sabemos que era un orgulloso seguidor de la ley de Moisés, que ayudó a sostener los mantos de aquellos que se dedicaron a martirizar al primer disidente que aceptaba el mandamiento del amor como mandato superior a la ley dada por el profeta. También sabemos que era un hombre cultivado, y que solía viajar mucho, escribía cartas y sabía cómo dirigirse a los distintos públicos a los que escribía.
El nombre de este hombre fue Pablo, y el pesar que sintió en el alma una vez que se percató de que el seguimiento a ultranza de una ley que se ha olvidado de lo bueno a cambio de conservar las formas, lo llevó a una conversión. La cual no sólo significó dejar de hacer una cosa por hacer otra más conveniente, pues esa es una conversión mal hecha en tanto que es acomodaticia. El arrepentimiento de Pablo significó el reconocimiento y la vergüenza que se tiene por haber hecho mal, y la liberación de ese peso en tanto que se deja de lado el orgullo y se toma el camino de la humildad que convierte al señor en siervo y que permite amar y perdonar a los demás.
Muchas imágenes se desprenden del madero en el que sufre el amigo abandonado, así como también se desprenden tres maneras de arrepentirse, maneras que si bien son diferentes dependen de que el alma no haya sido asfixiada por la sensación de que nada importa, de que nada es bueno o malo y que simplemente es.
Maigo.
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