Una piedra

Una piedra no cambia por su cuenta, se queda inmóvil, porque no tiene sentido que se mueva, está inanimada, y eso es evidente, quizá por eso elegimos piedras para construir nuestras casas.

Buscamos piedras para labrar sobre ellas lo que es bueno y para señalar para siempre lo que es malo, así ha sido desde hace mucho, cuando no queremos que algo cambie porque lo consideramos justo, se pone en piedra, aunque entre escombros acabe.

Se dice, que las primeras tablas de la ley fueron grabadas en piedra, así no había posibilidad de cambios, pero no sólo esta piedra cuenta, hay una mucho más especial e importante.

Mucho tiempo después, hubo una piedra a la que especialmente dejaron de lado los constructores de cosas que pretenden ser eternas, pero la tomó el arquitecto que sí sabe de eternidades.

Se trata de una roca viva, pero firme, capaz de arder y de manar agua sin cansancio. Esa piedra fue un hombre que aprendió que no importa ser el primero entre sus hermanos, que el pastor cuida de sus ovejas dando la vida por ellas, y que se puede amar a Dios aún cuando el mundo esté de cabeza.

Esa roca viva, entendió que el amor puede transformarlo todo y que la ley que importa mantener es la que se graba con el Dedo de Dios en el corazón del hombre, el inconstante hombre, que constancia adquiere cuando está cerca de su creador.

Los sabios, dicen que esa piedra se llamaba Pedro, que sobre su firmeza se fundó algo importante para el hombre necesitado de la salvación, también dicen que de sus ojos manó agua, como pasó con una roca en el desierto y con el costado de quien le enseñó a dar la vida por los amigos y a perdonar 70 veces 7 a los enemigos.

El agua de esos ojos fue la apertura ante el arrepentimiento, puerta que se abre ante el dolor que ocasiona la conciencia, especialmente cuando por miedo se actuó sin amor.

El agua de una roca aplacó la sed de un pueblo, pero ese mismo pueblo no calmó su sed para siempre; en cambio, las lágrimas de un hombre mostraron la belleza del arrepentimiento, y la sed ocasionada por la muerte se vio derrotada.

La ley grabada en la roca que es Pedro no cambia, no depende de decretos, regímenes o de tiempos, es eterna y es al mismo tiempo liberadora, pues da vida eterna.

Pero, la ley que sólo se anuncia, quizá por la mañana, muere por la tarde; tal y como pasa con la vida de quienes a diferencia de Pedro, sólo buscan, ante todo, ser en todo los primeros.

Alegrémonos de que esa ley justa, que es la que le dio el perdón a San Pedro es eterna y da vida, mientras que la otra se acaba tras un breve tiempo, quizá lo que dura una vida, quizá menos que eso.

Maigo

El tiempo se acabó

Y el tiempo de buscar culpables se le fue a Simón, por un momento pensó que refugiado en el miedo que todo hombre sentía era más que suficiente para no dejarse marcar por la culpa.

Más que por culpa era por responsabilidad, él sabía lo que había dicho la noche anterior, él sabía cómo se había envalentonado ante la turba unas horas antes, él se sabía temeroso y vulnerable, trató de esconderse en el miedo a los golpes, al martirio.

El tiempo de buscar culpables se había terminado, el inocente ya estaba siendo condenado a pagar por culpas ajenas y con el canto del gallo Pedro se dio cuenta de la responsabilidad que sobre sus hombros caía al negar al maestro al que tanto decía amar.

Afortunadamente para Pedro no era tarde, y sus lágrimas marcaron un rostro que durante años dio testimonio de lo que había vivido y de lo que había sido.

Afortunadamente Pedro no era un tirano y reconoció su debilidad y asumió el lugar que como discípulo amado le correspondía en el madero del que fue colgado.

En estos días hacen falta hombres como Pedro, capaces de rectificar el camino de la negación y de andar senderos que se alejan de la presunción, de los miedos y de las culpas.

Maigo

¡Milagro!

¡Milagro!

Por lo general se entiende como milagroso aquello que contradice a las leyes naturales, como caminar sobre el agua o multiplicar panes. Pero milagro no es ir contra natura, sino todo lo contrario: es encausar el corazón del hombre hacia lo que le es propiamente natural, es decir, a su reconocimiento como creatura amada por aquel que le dio el ser.

San Pedro y San Pablo bien pueden dar testimonio del milagro que se obra en el corazón cuando éste es guiado hacia Dios: uno, el primero, aprendió a perdonar setenta veces siete y a ser perdonado tras negar al masetro que en algún momento reconoció como mesías. El segundo, por su parte, aprendió a perseguir a Dios en vez de a los hombres; y comprendió que la perfección de la ley está en el amor infinito de Cristo y no en la severidad de las normas grabadas en la roca.

San Pedro y San Pablo forman una comunidad fundada en el amor a Cristo, en el perdón que ese amor trae consigo y en el milagro que es llevar al corazón del hombre hacia lo que por naturaleza le es propio, es decir, a la satisfacción que supone no volver a sentir hambre y no volver a tener sed.

 

Maigo.

Claroscuridad de la vida

Claroscuridad de la vida

para A. Cortés
en esperanza

There is one creed: ‘neath no world-terror’s wing
apples forget to grow on apple-trees
G. K. C.

De todos es conocida, al menos en sus más generales detalles, la alegoría de la caverna de Platón. Todos saben que el maravilloso ateniense labró en una insuperable imagen el camino que ha de recorrer todo joven filósofo. Todo joven filósofo, supongo, se habrá juzgado desde el estándar platónico y frente a él habrá orientado sus aproximaciones. Algunos preferirán juzgarse desde la comparación con el incendiario que baja por la montaña; otros, con el genio que contempla el fuego en la estufa de su cocina mientras moldea un trozo de cera; unos más, con el paseante solitario que ha conquistado el amor propio y tanto se ha liberado de las cadenas de los prejuicios sociales, como ha salido librado de las debilidades de la civilización. Pero el perturbador Zaratustra, el geómetra genial y el estruendoso de Ginebra son, en sus propios relatos, personajes principales; no así los cavernícolas de Platón. La voluntad del sabio que baja de la montaña, el buen sentido del genio que descubre el método y la pasión libertaria del revolucionario que rompe las cadenas son opuestas al eros platónico: el cavernícola es obligado a salir de la caverna por alguien más y la salida es la prueba de su eros. El personaje de Nietzsche necesita a alguien más para confirmar su imperio, el de Descartes para justificar su obra y el de Rousseau para confirmar sus actos; pero el de Sócrates lo necesita como causa final desde el inicio de la acción ―por ello Cicerón se imaginó que los cavernícolas en el exterior no dejaban de platicar sobre lo más importante, lo que al mismo tiempo es lo más interesante. O dicho de otro modo, los cavernícolas son personajes secundarios en la historia de su propia vocación, la historia de eros.

En la historia de eros, me parece, después de la caverna platónica hay una segunda imagen importante casi por todos conocida: las negaciones de Pedro. Tras la aprehensión de Jesús, Pedro está calentándose junto a la fogata y niega su fe por primera vez. Posteriormente sale del palacio de justicia y niega a Jesús por segunda vez. Finalmente, en la plaza pública lo niega por tercera vez, al tiempo que Jesús pasa junto a él aprehendido y lo mira de reojo mientras es trasladado por los guardias. Las negaciones de Pedro ocurren: junto a la fogata, fuera del palacio y en la plaza. En paralelismo con la imagen platónica, las negaciones de Pedro se relatan con peculiar atención a la luz y lo visible, al reconocimiento de la verdad como un alejamiento paulatino de la mentira y a un giro del alma que se llama conversión. Las negaciones de Pedro son la reinterpretación cristiana del eros platónico y en su imagen se ha labrado el camino del joven filósofo cristiano.

¿Qué hacía Pedro junto a la fogata? El Evangelio afirma que se calentaba. Y no seré tan perogrullesco como para preguntar por qué se calentaba, pues casi cualquiera podría notar que no se calentaba porque tuviese frío, sino que se calentaba porque necesitaba ser reconfortado. Pedro buscaba en la fogata el alivio a su alma destemplada por la culpa. Pedro buscaba en la luz y el calor de la fogata una orientación suficiente ante el escándalo; la luz y el calor son el rastro inteligible de la Creación. Contrario a los cavernícolas platónicos que no saben reconocer la realidad de las imágenes que se enorgullecen de ver, Pedro busca en la fogata una imagen de la realidad conocida en la experiencia de Jesús y negada en el escándalo de la aprehensión. Pedro, frente a lo cavernícolas, buscaba una imagen que le impidiera perder al original. La primera negación es el fracaso de la imagen.

¿Qué hacía Pedro fuera del palacio? Pedro salió del palacio cuando la imagen se hizo imposible, cuando queriendo huir de la oscuridad necesitó huir de la luminosidad. Pedro en la intemperie vive la indecisión del deus absconditus. La fogata había revelado su culpa; la intemperie la dejaba expuesta. Afuera, Pedro es reconocido por la luz del sol amaneciente. A Pedro se le vuelven inasibles las imágenes y los conceptos. La segunda negación es el fracaso de una teología pagana.

¿Qué hacía Pedro en la plaza? Según el testimonio de Mateo, a Pedro lo reconocieron en la plaza por su modo de hablar. La luz de la fogata de la primera negación y la luz del sol en la segunda son sustituidas por la luz de los discursos. No son discursos adecuados a los griegos, pues explícitamente se indica que Pedro habla en galileo. Tampoco son discursos adecuados a los judíos, pues implícitamente se recalca lo transgresivo del discurso cristiano. Pedro es ofuscado por la necesidad del discurso, pero en la culpa su discurso se vuelve imposible. La tercera negación es el fracaso de la palabra.

La modificación que las negaciones de Pedro hacen a la historia del eros es su inclusión en la historia del logos y la historia de la salvación. Mientras Pedro está en la plaza y niega por tercera vez a Jesús, el Maestro pasa frente a él conducido por los soldados y lo mira de reojo. San Lucas añade: “Pedro recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Antes de que el gallo cante hoy, me habrás negado tres veces». Y, saliendo fuera, lloró amargamente”. La mirada de Jesús incendió el recuerdo e iluminó la fe de sus palabras. La mirada de Jesús confirmó a sus palabras como la revelación y a su persona como contenido de la misma. La mirada de Jesús reveló a Pedro el camino del arrepentimiento y señaló la verdad del perdón. La afanosa búsqueda de luz que Pedro emprendió por la culpa tornó conciencia del pecado en cada negación, pero encontró la luz verdadera en la mirada del perdón. Contrario al cavernícola platónico, tras la revelación el joven filósofo cristiano busca afanosamente la luz. El eros cristiano en lugar de ser tiránico, nos libera.

 

Námaste Heptákis

 

Garita. El pasado lunes 30 de marzo, representantes de transexuales y transgéneros del Distrito Federal solicitaron al INE facilidades para la emisión del voto a partir de la validación de los tres elementos de identificación que incluye la credencial para votar: fotografía, firma y huella digital. La solicitud es coherente con las recientes modificaciones a la ley que permite el cambio legal de identidad de género.

Escenas del terruño. En cuanto al caso de los desaparecidos de Ayotzinapa es necesario comentar dos cosas. En primer lugar, es digno de considerar el argumento abolicionista que los padres de los desaparecidos han adelantado respecto a la elección: no hay condiciones para asegurar que en la próxima elección no estarán eligiendo a otro Abarca. Ciro Gómez Leyva, en El Universal del pasado lunes, expuso claramente el asunto. En segundo lugar, no se debe pasar por alto el llamado que los padres de los desaparecidos han hecho a “El Carrete”, líder criminal a quien han solicitado información para encontrar a sus hijos, pues consideran insuficiente la información oficial. Ambas consideraciones son testimonio importante de la antipolítica que predomina en nuestros días y del connotado ímpetu de efectividad que va dominando el ánimo público.

Coletilla. Ayer, la corte del estado de California, en los Estados Unidos, determinó la legalidad de las clases de yoga como formación curricular en las instituciones de educación básica bajo el argumento de que no son una vía de inducción al hinduismo, y por tanto no son promoción religiosa. Sospecho que la salubridad es la religión contemporánea.

La alegría del arrepentimiento

Sólo el arrepentimiento cierra las heridas abiertas por el pecado, y sólo el perdón hace que las cicatrices dejadas por esas heridas adquieran un buen significado. Se dice que las lágrimas de Pedro dejaron surcos en su rostro, pero también se sabe que esos surcos han señalado la felicidad que hay tras haber sido setenta veces siete perdonado.
Sólo el arrepentimiento cierra las heridas abiertas por el pecado, y a diferencia del psicoanálisis que pretende borrar también las cicatrices provocadas por el mal causado, el arrepentimiento descubre para el pecador una fuente de nueva vida y mejores motivos de alegría, que los ostentados por quien se lava las manos y siempre se declara libre de toda culpa.

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La Roca

Y yo te digo que tú eres Pedro y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas o poder del Infierno no prevalecerán contra ella.

Mt. 16, 18

En medio de un seco desierto hay una roca que mana agua abundante: es el corazón de Pedro que llora tras negarse a su salvación; es el corazón del hombre que se salva al reconocerse pecador; y es el agua que corre para llenar de vida a los secos huesos que alguna vez murieron buscando su confort.

 

 

Maigo

Lágrimas de San Pedro.

En unas horas, quedará vacante el solio que por tradición se adjudica a San Pedro, un pescador de Galilea, del que sabemos abandonó su barca y sus redes para dedicar su vida a la pesca de hombres; un pescador de hombres que dejó de ser tal para convertirse en su pastor; un pastor que fue mártir y un mártir que fue santo, no por haber hecho milagros como caminar sobre las aguas mientras conversaba con el maestro, o por expulsar demonios gracias al poder que se la había conferido, tampoco fue santo por intentar construir chozas para Elías, para Jesús y para Moisés, aquella vez en que los tres conversaban en el monte.

Pedro es Santo porque lloró, porque con sus lágrimas redime al mundo del gran pecado que es negar lo que se ha estado haciendo. Porque sólo al reconocerse como pecador es posible alcanzar la salvación que trae consigo el arrepentimiento, porque sólo renegando de negar haber visto y vivido lo que se vio y vivió se puede llevar una nueva vida.

Las lágrimas de San Pedro son testimonio de la fe en Cristo, de esa fe que se fortalece una vez que se ha reconocido al pecado, de esa fe que se hace presente cuando uno es capaz de verse a sí mismo como pecador, y por tanto como menesteroso de la misericordia de Dios. Y esto se debe a que las lágrimas de San Pedro lavan el alma de la iglesia que se forma en torno al crucificado que la redime, así como lavan los ojos de quien se queda a cargo de guiar al rebaño de hombres que reconocen la necesidad de ser guiados por los seguros senderos de la fe.

El solio de San Pedro quedará vacío en unas horas, y buena parte del mundo estará expectante para ver quién ocupará ese lugar, algunos orando porque sea el mejor para la iglesia, otros especulando sobre nombres y horas de nacimiento y unos más, los de peor gusto, corriendo apuestas sobre el nombre del sucesor a un trono que nunca fue usado por el que realmente lloró.

 

Maigo.