Literatura machista

Las imágenes a través de la ventana permanecían intactas como si fueran una serie de fotografías mal encuadradas. Árboles, edificios, nubes tapadas por las construcciones que se iban apoderando del cielo, pedazos de banqueta y el mar de automóviles eran lo único que se distinguía desde el inmóvil transporte público. El ruido vespertino arrebataba la ilusión de estar en un sueño donde todo estuviera detenido (o de una pesadilla donde no me pudiera mover, me costara respirar y sintiera la inminente sombra peligro). Mi situación era incómoda, apenas si podía moverme para cambiar el brazo que se apoyara del tubo del autobús. No podía leer; ni ponerme mis audífonos; sin contar el peligro que es llevar audífonos en el transporte público (alguien podría pensar que sí estaba en una pesadilla, pero la inseguridad es cosa de todos los días, no es el excepcional terror de un sueño enemigo). Sólo podía concentrarme discretamente en mis más cercanos vecinos.

La mayoría de los pasajeros desafiaba su suerte y ponía a prueba las estadísticas  al escuchar música o mirar hacia su celular. Pero un par platicaba intensamente sobre la muerte de José José. Que si su música tenía el mágico efecto de inducirte a beber o si sólo era mágica cuando la magia de la bebida hacía efecto en ti; que una voz tan tremenda estaba destinada a perderse como se perdió la del cantante mexicano; que Sarita era la peor villana de la industria musical desde Luisito Rey entre otros temas salidos de los memes. A punto estuve de mirar discretamente la conversación por WhatsApp de un sujeto que le sonreía a su celular como si le estuviera coqueteando, cuando el individuo que parecía más joven le dijo a su acompañante: «haya sido lo que haya sido, el punto es que su música era machista.» Jamás pensé que escupirían un comentario así sobre el singular cantante, mucho menos a dos días de su muerte. La primera idea que surgió desde mi estómago fue que ya no había respeto por la realeza. No se trataba de un duque, de un marqués, ni siquiera de un señor, se trataba de un príncipe. Con un poco más de calma, pensé que si ya no se respetaba a la realeza, mucho menos se respetaría a un muerto, alguien que ya no podría defenderse; además, él sólo fue un medio, las letras de sus canciones (si es que dejamos a las musas de lado) pertenecían a una gran cantidad de compositores. «No manches. Las que yo escuchaba, y mis papis ponían, no decían nada feo. Eran muy intensas y así, pero no machistas.» Replicó la acompañante. A lo que, como era de esperarse, el joven crítico repuso: «O sea sí, no hablaban de tetas o culos. No eran el reguetón del antro. Pero tenían chantaje, manipulación, relaciones tóxicas y mucha infidelidad.» La irrespetuosa charla terminó con un «pues sí, eran otros tiempos» mientras cada quien miraba los pendientes de su celular.

¿Qué pensaría el joven políticamente correcto de una obra como Romeo y Julieta?, ¿diría que su relación es tóxica, evidentemente dañina o que así los había puesto Shakespeare porque así se escribía en su tiempo?, ¿nada le podría enseñar sobre el amor?, ¿nada podría aprender sobre los cientos de versos expuestos por la pareja de amados?, ¿Don Quijote qué sería para el discurso actual?, ¿una especie de necesitado de amor que no sabe mantener relaciones saludables y debe amar simplemente un ideal ensalzado por su locura?, ¿Penélope sería una dejada o una mujer que desperdició veinte largos años de su vida? No sé si José José hubiera triunfado en tiempos posteriores a los discursos claros y distintos (políticamente correctos), o si Shakespeare y Cervantes se habrían consolidado como grandes escritores (al menos hay millones de memes inspirados en Homero y sus aventuras), lo que sí sé es que algo raro está pasando cuando los jóvenes piensan, sin rechistar un poco, como les dicen que tiene que pensar.

Yaddir

Sobre el gusto por los disfraces

¿Por qué nos gusta disfrazarnos? Que sigamos tradiciones sin cuestionar, mucho más si son divertidas, parece que no responde totalmente, pues siempre queremos disfrazarnos de algo en específico, no de cualquier cosa. Parece que la vanidad nos motiva a usar disfraces; queremos lucir aterradores,  elegantemente tenebrosos o provocativamente espeluznantes; queremos causar alguna reacción en nuestros espectadores. Pero responder que es simplemente por vanidad, o entender así a la vanidad, nos traslada a otra pregunta: ¿todos los días nos estamos disfrazando? Aunque la pregunta ya se volvió malévola, pues se estaría suponiendo que todos los días estamos ocultando algo con nuestra apariencia y queriendo que nos vean como queremos ser vistos y no como realmente somos; sería como suponer que somos tan endemoniados como queremos mostrar con nuestros disfraces. Pero la ropa que nos ponemos cotidianamente siempre es la misma, lo cual hace que, incluso para el más malévolo, sea complejo mantener su engaño; por otro lado, las palabras o incluso las propias acciones puedan ocultar más de lo que lo hacen los trajes que usamos. Volvamos a la pregunta inicial.

El primer ensayista inglés decía que el gusto que teníamos por la mentira se veía en nuestro gusto por los disfraces de los carnavales o las vestimentas del teatro. ¿Será que nos gusta mentir y por ello nos disfrazamos? Ya no es mera vanidad la que nos orilla al disfraz, sino una búsqueda de decidir lo que el otro va a decir de mí. ¿Para qué controlar lo que la gente opine de mí?, ¿se buscará un uso político con la venta de la propia imagen?  O acaso, como Macbeth cuando ve la daga imaginaria y dice que la bondad es un niño cabalgando en medio de la tormenta, el disfraz y su efecto nos permiten justificar nuestras intenciones más oscuras, más malvadas. ¿Los disfraces nos ayudan a ocultarnos a nosotros mismos nuestros deseos más malvados?

Yaddir

(In)maculados

“Vino, primero, pura, 

vestida de inocencia, 

y la amé como un niño”

J. Ramón Jímenez

 

Rápidas, profundas, chismosas, groseras. Por un descuido y en un suspiro aparecen. No todas tan fácil se van. Estorban y apenan, o deberían apenar, pues están donde no van. Como el negrito en el arroz, como una nube en un día limpio de cielo azul. Negras, rojas, grises y hasta de colores, las manchas acechan. Las manchas de comida; de un seco y delicioso vino tinto, de mostaza o de alguna deliciosa salsa, y más en la ropa blanca, se notan y enojan. Mucho más aquéllas de mugre en la piel que de niños nos descubre la madre, la abuela o tía obsesiva y amante del quehacer. Las manchas de tinta roja donde debe haber pura negra, en una pintura o maqueta que quiso ser perfecta. Las manchas de humedad en la pared, ésas con un amarillo de enfermo y que además no huelen muy bien. Están ahí siempre, yendo y viniendo las muy mal educadas, son las huellas que muestran a la señora imperfecta. Muestran a otros y a nosotros que algo no está ni salió como debió ser. Y así como se aparecen en las caras, los trabajos, los cuerpos y en las telas, también están de impertinentes en lugares más delicados; correteando, alcanzando y anunciando casi siempre algo malo. Me refiero a esas manchas que llegan a lugares como el alma, más difíciles de notar y sospecho también de quitar. Y aunque pocos las vean, yo creo que también nos apenan y hasta duelen más.  ¿Manchas? Sí, las chismosas parecen en cualquier lugar andar. Hay cuerpos, almas y hasta países manchados. Así como el nuestro lleno de mugre y de sangre. Los inmaculados estos días por desgracia son pocos. Inmaculados estamos casi todos. No vaya ser que nos esté dejando de importar, y que esa pena se esté difuminando cada vez más. Sabrá Dios si alguno se salve, pero como me dice mi madre, “si lo ensucias, lo lavas”. Es cosa de buscar jabón y agua. Es, tal vez, cosa de recuperar la pena para que nos entren las ganas de limpiar…

PARA APUNTARLE BIEN: Y hablando de manchas, aquí el final de un soneto que habla  de esto. Es de Shakespeare: The rape of lucrece

 
Why, Collatine, is woe the cure for woe?
Do wounds help wounds, or grief help grievous deeds?
Is it revenge to give thyself a blow
For his foul act by whom thy fair wife bleeds?
Such childish humour from weak minds proceeds.
Thy wretched wife mistook the matter so
To slay herself, that should have slain her foe.

‘Courageous Roman, do not steep thy heart
In such relenting dew of lamentations,
But kneel with me and help to bear thy part
To rouse our Roman gods with invocations
That they will suffer these abominations,
Since Rome herself in them doth stand disgraced,
By our strong arms from forth her fair streets chased.

‘Now by the Capitol that we adore,
And by this chaste blood so unjustly stained,
By heaven’s fair sun that breeds the fat earth’s store,
By all our country rights in Rome maintained,
And by chaste Lucrece’ soul that late complained
Her wrongs to us, and by this bloody knife,
We will revenge the death of this true wife.’

This said, he struck his hand upon his breast,
And kissed the fatal knife to end his vow,
And to his protestation urged the rest,
Who, wond’ring at him, did his words allow;
Then jointly to the ground their knees they bow,
And that deep vow which Brutus made before
He doth again repeat, and that they swore.

When they had sworn to this advised doom,
They did conclude to bear dead Lucrece thence,
To show her bleeding body thorough Rome,
And so to publish Tarquin’s foul offence;
Which being done with speedy diligence,
The Romans plausible did give consent
To Tarquin’s everlasting banishment. 

MISERERES:  “Lo triste es la perspectiva de volver a gastar nuestra energía no en algo constructivo sino en el choque entre la voluntad de unos por mantener la defensa de los intereses creados y la voluntad de otros por lograr el cambio”.Lorenzo Meyer, Agenda ciudadana: (http://www.periodicocorreo.com.mx/editoriales/51830-agenda-ciudadana-16-08-2012.html). Javier Sicilia habla de nuestro país manchado; critica que aquí se apliquen políticas que ni en Estados Unidos se han atrevido a aplicar (como eso de la guerra contra el narco). Especialistas dicen que más bien era cosa no de armas sino de inteligencia: atacar el lavado de dinero y controlar tantito más los bancos: http://www.sergioaguayo.org/html/columnas/Alfombraroja_150812.html.

 

Respuesta a los Pensamientos tras la Lectura de “Hamlet” de Martinsilenus

Por A. Cortés:

Por ser este escrito una respuesta, pido al lector que tenga bien presente el texto de Martinsilenus al leer aquéste. [Buscar dirección al escrito abajo]

Heaven make thee free of it!

Mientras leo el escrito de Martinsilenus, me pregunto si acaso es resabio de la tragedia shakespeareana el sentimiento de arrojo sin sentido que parece permear cada letra suya; o si no será por ella que el hombre que vese reflejado en el espejo de la vida refuerza su vital apego al mundo. ¿Qué será esto que obra el poeta en el alma con su Hamlet?

Parece ser la sugerencia que es la belleza “terrible” la que infunde en nuestro ánimo la sensación de pequeñez que nos expone como espíritus simples, débiles y quebradizos. Es ésta una belleza erigida como monstruosa gigante, alejada de todo alcance humano, y brillante con un fulgor que quema por dentro los ojos. Si trata de tenérsele como botín, rebasa toda jaula y destruye todo abrazo: es inapreciable e inapresable. La mirada mortífera de la belleza actúa inmediatamente sobre la lengua y la paraliza, y todo aliento se estanca en la boca del estómago en un súbito espasmo. Si no es así que actúa sobre nosotros, ¿por qué nombrarla terrible?

Acaso es ésta la belleza supuesta por los enfermos de romanticismo, y por los moribundos del veneno de un amor que, como a Hamlet, carcomen por mucho tiempo. Y debe de ser mucho el sufrimiento de esta índole que, aunque los pensamientos del amor que lo provocan sean veloces como el impulso de su venganza, perdure por tanto tiempo. Es una fuerte corrosión que no termina, un alarido doloso que con cada ápice que decae la voz, se fortalece. Quien sufre de este mal sólo mira en la hermosura su sentencia de muerte. Pero sólo es posible entender así la belleza si se vive como Hamlet: no como el espejo de la tragedia shakespereana, sino como uno de sus personajes. Hace falta haber sido injuriado por la más voraz afrenta para que la vida de verdad valga tan poco, y para que la hermosa y joven Ofelia nos parezca la más lúcida imagen del destino perdido.

¡Pobre de esta joven!, grita Martinsilenus. No hacemos nada, y la vemos perecer, hundidos en la impotencia: eco de la vida propia. Eso es ciertamente doloroso y pesado; mas no es la señal que recuerda lo vano de tener algo por sagrado; muy al contrario, es la imagen que lo subraya y enaltece. Que el hombre pueda tener algo como sagrado, y que le sea tan terrible el arrebato del canto de la joven, muestra que lo sacro es por él adorado sin otro móvil que su natural impulso; no puede más que ser en definitiva, una de las más asequibles muestras de una frágil belleza que se tiene con cuidado. Es una belleza tierna y cálida, maravillante y de dulce sonrisa, que no quema los ojos sino que les da más brillo. No grita ensordecedoramente, canta. Después de haberla visto, las cosas no parecen secas y viejas, no se caen los edificios como escombros mal cimentados; sino que todo parece más fuerte y verdadero. Hamlet es la imagen de quien tiene desde el inicio el veneno en su sangre: no puede más que contemplar en la belleza el signo de la decadencia de lo humano, es la “terrible” belleza. Muy por el contrario está la bella Ofelia, frágil y delicada, que nos hace sentir que no hay cosa que se mantenga siendo la misma después de su última voz en la tragedia, canto fúnebre dirigido al Cielo.

La belleza, que no es lo mismo en Hamlet o en Ofelia, tampoco es lo mismo para Shakespeare; y si en algo concuerdo con Martinsilenus es en que no es posible concluir de Hamlet que a la muerte se reduce todo. Parece que el contraste es necesario en el sentido de la tragedia, y que la confrontación de éste es en realidad un encuentro con nosotros mismos. Es un choque entre fuerzas que no se dejan ver plenamente distintas, ni se separan para tener cada una su voz: son la misma tragedia. Parecería que la tragedia verdadera no podría ser espejo de la vida, sino más bien, una multitud de espejos de lo humano que enhilan las vidas y acciones grandiosas lanzando en todas direcciones rayos que alumbran ora esto, ora aquello. A veces la venganza nos dice mucho de quiénes somos, a veces los banquetes, y a veces las negras noches fantasmales.

Si doy por cierta la declaración que hace Martinsilenus de que dijo puras mentiras, entonces todo lo anterior deja de ser diálogo para convertirse en un monólogo inspirado por lo que de él leí en el blog, y parece que eso esperaría de mí porque atribuye el mismo grado de mentiroso a Shakespeare cuando él lo lee; pero si, como poeta, en lugar de mentir él imita para decir alguna verdad que no se deja decir en prosa directa, entonces lo que aquí digo no está solamente lanzado hacia la nada (arrojado al mundo), sino que tiene un sentido y responde a alguien que hablando con nosotros se deja ver en alguna medida y después, como imagen fantasmal impresa en la obscuridad de la noche, se desvanece sin contestar escapando de ser interrogado sobre la verdad más importante.

http://ydiceasi.wordpress.com/2010/04/17/algunos-pensamientos-surgidos-tras-la-lectura-de-hamlet-de-william-shakespeare/