Nos va ganando el silencio

Algunas personas dicen que estamos viviendo grandes momentos
históricos, hay quienes hablan como si la historia ya se hubiera
trasformado tantas veces, que ésta por fin se va a acabar. Hay quienes
señalan que todo se acabó, que se acabaron los malos tiempos y que las
malas pasadas de la vida terminaron.

Yo no sé si estamos viviendo el final de la historia, pero sé que
muchos están viviendo incontables sufrimientos en estos momentos en
los que el silencio se les impone, miles se han convertido en números
de una curva que no se aplana, otros se han convertido en estadísticas
que crecen geométricamente.

Yo no sé si estamos viviendo el final de la historia, ni siquiera sé
si los números hablan o indican algo como para que ahora todo se diga matemáticamente, pero lo que sí puedo suponer es que cuando Galileo
Galiei señalaba que la naturaleza era un libro escrito en lenguaje
matemático lejos estaba de pensar en que el dolor se cuantificara y se
midiera por curvas y que la necesidad se solventara con otros datos
ajenos a los que nos da la realidad.

Estamos viviendo momentos difíciles, pero no nos gusta verlo así, preferimos pensarnos como invulnerables mientras el silencio del ágora
se extiende por toda la comunidad, callados estamos y callados nos
quedamos deslumbrados por el brillo de las hogueras que ayudan a que
se proyecten sombras que nos impiden hablar con  aquellos que están al
lado nuestro.

Maigo

Días sin ruido

Pocas veces escucho un silencio tan largo. Quieto; casi imperturbable. Vivo en una gran ciudad, así que el ruido se ha convertido en una canción de cuna. Si alguna reunión se pone muy ruidosa, comienzo a cerrar los ojos sin control.  Dormir sin ruido es difícil. ¿Qué pasa afuera que provoque tanta calma?, ¿qué estará por pasar? Algo se está tramando, parece sugerir la quietud del silencio.

La cuarentena trajo al intrusivo silencio como invitado recurrente. Acrecentó la incertidumbre del virus. Si tuviéramos ruido, actividades por hacer, discusiones que encender, tal vez sería más llevadero el encierro. Pasó así con la influenza. Pese a que contamos con una vacuna, desafiamos al virus por tener cosas más importantes que hacer en lugar de tomarnos un momento para ir a vacunarnos. Temo que así suceda con el Covid-19: cuando contemos con una vacuna, creeremos que ya lo vencimos. Volveremos a sepultar el silencio.

Niños corriendo, preocupándose por no ser alcanzados o queriendo ser los primeros en llegar a los juegos, padres vigilándolos a la distancia, contentos por lo alegres que están, disfrutando de una soleada tarde en un parque. La descripción cambia, pero debajo de la imagen siempre se recuerda lo felices que éramos y la ignorancia que sobre ello teníamos. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. La felicidad parece perderse por no saber disfrutar lo pequeño, por ambicionar lo absoluto. Pero otras imágenes, el tráfico en su apogeo, grandes concentraciones de personas, gente disputando un asiento en el subterráneo, el smog entrando tranquilamente por nuestra nariz, se burlan del estrés cotidiano; también señalan que antes éramos felices y no lo sabíamos. ¿No hay felicidad sin malos momentos como no tenemos ruido sin silencio? No es que todos fuéramos felices por poder usar de los espacios públicos, simplemente podíamos salir. No éramos libres, simplemente no estábamos encerrados.

¿Extrañaremos el silencio cuando regresemos al constante y sonante ruido?, ¿buscaremos desaparecer el silencio para olvidar las sensaciones desagradables que experimentábamos por estar involuntariamente encerrados, a veces con muchas personas, a veces totalmente solos? (Los que más extrañan el ruido presumen que beberán como si intentaran terminar con todo el alcohol del mundo y no dirán que no a nadie ni a nada). ¿Recordaremos algo en específico de los días de confinamiento o ninguno tendrá nada de especial? Tal vez, al no tener ni un momento de paz, haya quien diga: “el encierro no era tan malo, y no lo sabíamos”.

Yaddir

 

Conversaciones digitales

Revisando mi celular me percaté la cantidad de llamadas que había realizado el año pasado. Ni siquiera alcanzaron a ser 36, es decir, apenas una vez cada diez días alcé el celular. Y de esas llamadas, más de veinte eran sobre el trabajo y casi todas las restantes sobre cosas que compré vía intermediarios. Por el contrario, mis mensajes vía WhatsApp no podría contabilizarlos si no fuera con la propia app (algo que hasta este momento no sé hacer). No digo el número de veces que me quedé de ver con una persona el año pasado porque se me podría considerar una persona de las cavernas; mis llamadas casi duplican esa cifra. Gracias a esto me percaté que la conversación ha vuelto a ser escrita. Aunque mucho me temo que no podríamos llamarle conversación a frases que ni siquiera están temporalizadas por un verbo. Dedicamos mucho tiempo a escribir sin sentido del tiempo (aunque las propias ideas que queremos expresar o informar lo tengan, en ese sentido no escribimos fuera del tiempo o intempestivamente). ¿Nuestra adicción por omitir los verbos nos muestra la idea que tenemos de lo que está pasando?

Tal vez la última pregunta sea demasiado radical. Seguimos manteniendo el contacto con otras personas. ¿Pero sobre qué hablamos?, ¿para qué whatsapeamos?, ¿nos mandamos mensajes de la manera como interactuamos en una página web? Es decir, ¿nos entretenemos con los chismes que nos cuentan, sean con palabras, imágenes o logotipos llamados stickers?, ¿encendemos nuestra app mandando fotos y audios que deberían ser privados como ciertas páginas que tienen altos niveles de audiencia?, ¿escribimos para llenar nuestros tiempos libres? Me parece que ninguna de estas preguntas podrían responderse sencillamente con un sí o con un no. Aunque algo innegable es que nuestras conversaciones ante alguien más cada vez se parecen más a las conversaciones digitales.

Algo innegable es que podemos rebasar nuestros límites; constantemente rompemos nuestros récords. Hay chistes que de tan malos dan risa, pero hay chistes tan malos que dan pena; después de estos están los chistes basados en memes. En ese momento, cuando queremos contar un meme para causar risa, nos percatamos que la mayoría de los memes son herederos del chiste instantáneo, grotesco, heredero de los pastelazos. Cuando nuestro humor decrece, cuando el ingenio se estanca en la repetición de moldes por todos conocidos para alcanzar el mayor nivel de respuesta, nuestra manera de relacionarnos se mecaniza. Las frases se vuelven breves. Los encuentros efímeros, aburridos, indignos de recordarse pero dignos de postearse. Se multiplican las fotos, las descripciones se simplifican. Las palabras van perdiendo el don de decir. Nos quedamos en el solipsismo irreflexivo de buscar sentido en una luz artificial.

Yaddir

Retorno

Hoy las palabras se negaron a salir, se sienten tristes y prefieren no cruzar el valladar de mis dientes, susurran su temor a ser llamadas y regresar al sitio del que salieron, y es que cuando la palabra no vale nada es fácil hacerla retornar y pretender ilusamente que ésta regresa a su origen como si nada hubiera pasado cuando salió.

Las palabras se negaron a salir, sienten que de hacerlo caerán como Faetón. Él no retornó igual a la tierra una vez que fue obligado a dejar su mandato sobre el carro solar.

Nadie olvida que para cuando Faetón regresó al suelo ya había recorrido medio camino en su mandato, y aunque Zeus matándolo detuvo los daños, medio orbe estaba ya por el fuego destrozado.

Las palabras son las que más recuerdan en estos momentos  que se debe tener cuidado para salir y ante el peligro de ser pronunciadas sin cuidado y de convertirse en vanas promesas, han preferido quedarse en el silencio.

Maigo

Ruido

Ruido

Ruido de frenazos,

              Ruido sin sentido,

 Ruido de arañazos,

 Ruido, ruido, ruido

Joaquín Sabina

 

Nada muestra tan claramente la decadencia de una sociedad como su ruido. Los oídos dotados del don de escuchar el lirismo de la poesía se estropean con el estrepito vehicular. La música pierde su fuerza revitalizadora al mezclarse con gritos; ponen el pie los gritos a quienes avanzan hacia la paz musical. Una sirena suena. El gemido que anuncia la violencia. Algo pasó o va a pasar; un estruendo que destruye la paz.

No basta con enunciar un problema importante, hay que enfatizarlo, repetirlo, hacerlo resonar, gritarlo para que se note. De cualquier cosa y por cualquier cosa la gente grita. Grita el vendedor en el mercado. La música pierde su melodía, empieza a gritar, al tensarse demasiado en la panza de una bocina. Un vecino invade tu lugar cuando te presume, sin que tú se lo pidas nunca, su peculiar y estridente gusto musical. Podríamos decir que un lugar te pertenece en la medida en la que forma parte de tu silencio. Si puedo dormir, mi noche me pertenece.

Jamás vemos lo importante si hay tantos ruidos sobre los que escribir. Perdemos una frase; dejamos de seguir una melodía; nos quedamos a medias con una historia ante tantas voces, ante tantas historias gritadas más fuertemente. No nos extrañamos si en una calle citadina preguntamos (o nos preguntan): “¿qué te estaba diciendo?” y respondemos (o nos responden) “Nada, olvídalo. No era importante”. Vaya que suele pasar. Entre tanto ruido nos perdemos. El ruido es el peor laberinto cuando nuestra musicalidad se encuentra arruinada. Pero “¿en qué estaba? ¡Claro!, ¡lo importante!” Un funcionario puede insultar a las esposas, hijas y familiares de las personas a las que representa sin que tenga consecuencias. Hay un poco de ruido, pero el nuevo ruido destrona al viejo ruido (¿cuántos se alarman en este momento de los ruidos de la semana anterior?). Una piloto puede compartir su deseo por que mueran miles de personas sin que nadie diga nada hasta que se haga mucho ruido. El ruido dominante es el del más fuerte, la voz que calla a todas las voces; el ruido que decide qué hacer. El ruido seguirá, piloto y funcionario aprenderán a no escucharse (¿podrán escuchar algo bueno?). Pero ninguno podrá escuchar lo que no alcance a ver.

Yaddir

Camino en Morelia

Camino en Morelia

En silencio crecen espinas, nace la flor.

En silencio camina el sol.

En silencio nacen los besos

que, sin querer hacer ruido, tiemblan la respiración.

 

Javel 

Winter is Coming

Busco calor en esa imagen de vídeo
 — Soda Estéreo

 

Lo primero que pensé fue en escribir una entrada sobre la última temporada de Game of Thrones.

Para todos aquellos emocionados por el estreno del día de hoy, creo que sería una grata entrega. Sin embargo, no sé si haya alguien interesado en este tipo de artículos dentro de las personas que me leen.

A final de cuentas esta noche habrán muchos que lo van a ver gratis; ya que el servicio de paga tiene fama de descomponerse a la mera hora.

De cualquier manera, planeo escribir una entrada al menos, acerca de lo que pienso de Game of Thrones si me lo hacen saber a través de sus comentarios. Si esto llega a suceder, será hasta que termine la última temporada, para dejarlos disfrutarla.

Se trata de compartir

Para hacer un pequeño cambio, se me ocurrió en esta ocasión compartir. ¿Y por qué no hablar sobre programas de televisión exitosos?

A lo mejor les parece un poco raro, pero más de uno habla sobre el mañanero de su presidente. Sabemos, y si no, al menos podemos imaginar, el alcance que logra. Su transmisión es algo que aparece varias veces al día. Y la verdad es que no es tan interesante.

No sé de qué modo hacer una convocatoria a nuestros lectores a que compartamos gustos. ¿Quieren hablar de libros? ¿De presidentes? ¿Por qué no de comida? A fin de cuentas se trata de compartir, de conocernos, aunque sea de una manera superficial.

¿O no se han cansado de que la comunicación ahora sea solo de una vía?

Me comentaba en una entrevista que le realicé a un escritor mejicano que tuitear es como contar chistes por la radio. Y creo que en parte tiene razón. Lanzamos nuestros pensamientos, aunque sean comprimidos, a un mar de información a ahogarse. Sí, se comparte, pero, ¿a quién se comparte? ¿Por qué se comparte? ¿Buscamos un sueldo de likes? ¿Buscamos que alguien nos siga el cuento?

La verdad no sabemos bien lo que buscamos, se trata de compartir, parece que es lo único que sabemos.

Información que cura

El conocimiento es poder, lo escuché hasta el hartazgo durante dos décadas. Y debo confesar que me lo creí. Pareciera que conociendo, se nos abren un montón de puertas (a más conocimiento y a más insatisfacción).

Tenemos un ciberespacio repleto de información. Vamos a suponer que es posible el conocimiento de lo que está escrito allí. Y que además, el que lo escribió, no tuvo inconveniente alguno para conocerlo. ¿Y ahora qué?

Me voy a devorar todos los blogs médicos, todos los resúmenes de libros de moda y todas las narrativas de los escritores nóveles. ¿Para qué? ¿Por qué deseamos ser tan poderosos? Pero sobre todo, ¿tendremos el poder de qué?

Estaba leyendo a un chino que se jactaba de leer trescientos libros al año. Situación que me parece fantástica y loable. Y a final de cuentas un acto estéril.

Maldigo a Lolita Ayala y todas sus mentiras. La información por sí sola no cura ni el aburrimiento. Podemos tener toda la información del mundo, y al mismo tiempo toda la impotencia por haber.

Quiero llamar la atención a que esta nueva manera que tenemos de comunicarnos, es una fría oscura y despiadada. No hay calor humano, no importa lo bien hecho que esté el chiste. Reírse solo no sabe igual que reírse en grupo.

¿De qué nos va a curar la información cuando lo que queremos no es leer más memes, sino escuchar, provocar y seguir la risa con el amigo?

La información tiene sus desventajas

¿Se saben el chiste del Vampiro fronterizo? Como voy a suponer que sí, no se los voy a contar.

¿Cómo voy a compartir una emoción cuando ya no causa admiración de quien la escucha? ¡Qué vergüenza mostrar mi ignorancia y volver a presentar información ya sabida!

No se trata de lanzarle información al otro a la cara, se trata de generar una experiencia humana. De mirar sus ojos iluminar su semblante. De apreciarlo confundido hasta que la sorpresa aparece y lo saca del estupor a carcajadas. Se trata de agarrarse la panza y llorar acompañado.

Para ello, es necesario un huequito qué rellenar. El que todo lo sabe, no tiene posibilidad de sorprenderse, y por lo mismo no tiene posibilidad de compartir. ¿Por qué? Porque ya no le queda espacio para comprenderse en el otro.

  •  Poseer información no te hace más humano, ni más sabio, ni más inteligente, ni más feliz.
  •  Lanzar palabras a un espacio sordo ahogado en ruido y desinterés, no hace más que alejar.
  •  Creer que tenemos demasiada tecnología, minimiza la maravilla de mirar agujeros negros a la distancia (en caso de que eso sea posible).

La información nos llena de soberbia y egoísmo. Algo muy similar al poder, aunque el poderoso, sabe que si se pasa de soberbio, no durará mucho con poder. El informado ignora que lo ignora, porque cree que sabe.

¿Cuánta información es suficiente?

Este mundo se distingue de los pasados por su hedonismo insaciable. De por sí ya es difícil controlar los placeres mundanos. Pero, ¿qué me dicen de los intelectuales? Tenemos imágenes bellas y realizadas con maestría al alcance de nuestros pulgares.

Podemos escuchar cuanta música se nos antoje, leer a quien queramos, y revolcar nuestra alma en cuantas teorías científicas (y pseudo científicas) podamos toparnos en alguna páginas web.

¿Cómo encontrar el punto medio en un mundo donde el infinito es la normalidad?

Si el chino del que les hablaba más arriba, lee trescientos libros al año, ¿eso nos habla de que es muy inteligente o muy poderoso? O solo señala su desmesura y debilidad ante los placeres.

Lo mismo para el que saliva esperando la nueva temporada de su serie favorita, o los estrenos del cine. ¿Cómo saber cuánto es suficiente? Aunque el Pan Bimbo diga que nunca lo es, quiero pensar que debe haber un modo de saberlo.

No sé si sea preferible. Pero hay sabios que pasan toda su vida leyendo La Biblia, o Las Metamorfosis, o a Shakespeare, o a Homero. Ellos son prueba de que no necesitamos dos mil podcasts al día, o leer trescientos libros al año.

Pero con sinceridad digo que no sé si aquellos sean mesurados o estamos tratando con otro tipo de exceso. No necesitamos mil entradas de Facebook, ni leer ochocientos tuits al día.

Lo que necesitamos es la satisfacción de sentirnos acompañados en nuestros pensares. Y eso, se logra con mucho menos de lo que tenemos.

Si entablamos diálogos, no es para informar al otro, como lo hizo Gepetto con su hijo de mentiritas. Dialogamos para engendrar amistad, para crear un tobogán en el que Eros pueda divertirse y devolvernos una sonrisa sincera.

El diálogo es un puente entre animales político-mimético-racionales que les permite acompañarse en la incertidumbre de esta condición humana a la que estamos atados, y que siempre nos tiene a la deriva.

Quiero sentirme humano

Yo sé que pido demasiado y que estoy buscándole peras al olmo. Encontrar humanidad a través de lo frío de una página de blog, parece imposible.

Es por eso que esta entrada sería sobre el Juego de Tronos. Su fama es tal, que puede despertar emoción genuina dentro de sus seguidores; y por ende, el impulso de comulgar con el resto de la humanidad, aunque sea en el placer.

No es que me guste Game of Thrones, es que desde hace mucho tiempo, me he estado quedando sin algo qué decir.