En contra de la alegría moderna

En contra de la alegría moderna

Padecer la injusticia no es obstáculo para la alegría. Cuesta a muchos distinguir el perdón de la blandura por la estampa de aparente negligencia que tiene. La alegría propia del perdón es para muchos la satisfacción de ver nuestra superioridad probada. Que se distinga nuestra piedad frente al abuso para que se vea que el verdadero triunfo proviene de la voluntad que resiste todo. La alegría ante la necesidad de la destrucción. Pero nadie sospecha que la furia con la que el Evangelio cuestiona el pecado es a la vez una consecuencia de la alegría de Jesús.

La confusión es peligrosa, pero común. El cristianismo se puede convertir en moralismo debido a ella. La denostable raza de víboras puede ser el mundo entero. El orgullo vano de quien se cree capaz de evitar la tentación es la cara falsa de la alegría. Es extraño que quien no se sienta seguro de evitarla (del tipo que sea) sea el cristiano. Comúnmente creemos que su fe consiste en que se ve seguro de que Dios lo pueda salvar. Pero si tuviera la seguridad moderna, no necesitaría rezar. Si tuviera la seguridad absoluta, ni siquiera podría creer en que existen tales cosas como las tentaciones. La fe se puede tornar en el existencialismo de la desesperación ante la incertidumbre esencial de la vida. Eso no evita el moralismo que lo transforma en causa aparente del nihilismo.

¿Cómo la alegría ante la existencia del pecado? Parece irracional. ¿Será que la fe es lo que dice el progreso de ella? El cristianismo no necesitó de la abolición de la metafísica para afirmar la elocuencia en la alegría. Tal vez por eso parce falto de sentido para la vida moderna. Acaso la alegría sea genial debido a la salvación. Es decir, que uno no es alegre en la fe debido a que en el fondo nada tenga relevancia, a que la vida sea como lo decía el Sileno. La alegría debe provenir de que, por más que digamos que el pecado pueda ser evitado, sepamos que el amor no sabe de amarguras ante la infidelidad. Además de ello, basta ver que no estamos desarmados ante el mal. La segunda navegación puede parecer la pequeña nada a la que se aferran los platónicos sólo si admitimos que el saber ese esencialmente poesía, invención. La alegría ante el perdón es perfectamente racional. El saber, el amor y la virtud están unidos en el conocimiento.

Nada impide que uno entiende perfectamente la injusticia. Que la pregunta señorial de la sabiduría política sea respondida adecuadamente. Nada impide la comprensión de los afligidos. La alegría por la voluntad inmarcesible se vuelve vanidad, terrible vanidad. Es abstinencia del mal, no conocimiento. Estoicismo. Nietzsche vuelve a ganar. No hay incertidumbre por el porvenir en el pecado, sino certidumbre por la salvación. La vida no es como lo dice el Sileno.

Tacitus

La vida trágica de Midas

«Aunque puede ser difícil de creer, la respuesta se encuentra en una vieja leyenda:
la leyenda del rey Midas y el sabio sátiro Sileno, fiel acompañante de Dionisos».

Nietzsche, El nacimiento de la tragedia

Después de días en el bosque, los hombres del rey por fin le trajeron noticias del camino hacia la casa del eremita, una criatura innaturalmente anciana que, según se decía, desde tiempos sin cuento vivía allí escondida. Por supuesto, el monarca fue a verlo apenas amaneció el siguiente día. Los recibió el muy viejo, con la sencillez del que ha perdido toda paciencia para las charadas de la etiqueta. El rey, preocupado tanto que había olvidado hasta el gusto por el alimento y por el tacto del viento, con la cabeza nublada por graves pensamientos, no demoró tampoco en fórmulas de cortesía para hacer la pregunta: «dime, eremita, ¿qué es lo mejor, lo más preferible de todo?». El ermitaño se rió de él y respondió entonces: «ay, pobre hombre, hijo de hombres y del sol. Lo que tú preguntas para mí es imposible decírtelo, pero lo contrario fácilmente te lo contestaré, aunque no necesitarías escucharlo de mí. Lo segundo peor para ti y los tuyos es ya inevitable, a saber, haber escuchado al Sileno. Pero lo peor de todo, si quieres saberlo, es una vez habiéndolo escuchado, haberle creído».