Soledades de alto vuelo
A Menón le gustaban las respuestas de alto vuelo, por ello no podría aceptar una explicación sencilla sobre los colores. Cuando abrir los ojos no es suficiente para ver, algunos creen en la necesidad de mantenerlos cerrados mientras se fragua el discurso adecuado para asegurar que sí se está viendo. Y no sólo es cruel la ceguera voluntaria, lo es más cuando roza lo terrible, cuando cuenta cuentos cruentos que obligan a cerrar los ojos. Así son los malos trágicos, los que no aprendieron de los buenos a presentar lo noble, los que sólo saben aderezar lo vil.
Algunos malos trágicos han escrito elogiosamente sobre La soledad de los números primos [2008], primera novela de Paolo Giordano [Turín, 1982]. Entre las explicaciones de alto vuelo con que promueven la novela predominan dos lugares comunes: que la novela es un prodigio en la composición de la psicología de los personajes y que a partir de la imagen matemática enunciada desde el título ―y, lo que no suelen observar, que un personaje expone en el capítulo central― se ofrece una representación adecuada del problema de la soledad, pues los solitarios nunca se encuentran. El predominio de ambos lugares comunes en la descripción de la novela oculta el auténtico logro literario de Giordano.
Volvamos a Euclides. En la proposición 20 del noveno libro de los Elementos, el Geómetra demuestra la infinitud de los números primos. La demostración tiene dos implicaciones importantes para cualquier uso literario posible. Primero, que el conocimiento de la definición de número primo no determina el conjunto posible de los mismos, lo cual quiere decir que al usarse como metáfora de la soledad sólo se está representando un caso típico que de ningún modo agota las condiciones posibles en que la soledad aparece; es decir, la soledad metaforizada en números primos ofrece siempre una representación aproximada de las causas de la soledad, nunca una causalidad definitiva. Segundo, que la determinación de toda compañía posible, en tanto contraria a la soledad, se realiza a partir de la metáfora (proposición 31 del séptimo libro: todo número compuesto es medido por algún número primo), es decir, que la presentación poética de la soledad involucra la anagnórisis de la propia disposición a la vida en común. La teoría de los números primos poetizada por la novela es, por tanto, una teorización sobre las condiciones de la vida en pareja, sobre aquello que, ya no en el plano geométrico, podría reconocerse como amor.
Sin embargo, la tendencia a la explicación de alto vuelo hace que la mayoría confunda la proposición 20 del noveno libro con el postulado quinto del libro primero. ¿O no es digno de sospecha que en casi todas las reseñas del libro se confunda a los números primos con las paralelas? Quien entienda la novela reconocerá que las paralelas son una mala metáfora de la soledad: la vida en paralelo no permite el conocimiento de la propia soledad, sólo motiva la envidia. En cambio, la teoría de los números primos permite conocer las condiciones de la propia soledad. Si pensamos, por ejemplo, la definición del número primo de Aristóteles (96a37: lo que no se deja medir por número alguno), podemos reconocer en la imposibilidad de entrega, en el egoísmo, la causa de la soledad. Quien sólo se mide por sí mismo no podría nunca vivir en la compañía de alguien más. Quien sólo se mide por sí mismo es tan evidente para sí como desconocido para los demás. Quien no puede amar sólo sabe de sí mismo.
Precisamente es en el saber de uno mismo, en la posibilidad del autoconocimiento, donde la teoría de los números primos se vuelve una teoría psicológica. La celebrada composición de la psicología de los personajes de la novela pasa por alto dos elementos fundamentales para cualquier intimidad literaria: los personajes nunca saben lo suficiente de sí mismos, por ello parece que las cosas les pasan; el pasado de los personajes los define al modo en que las cicatrices marcan el cuerpo, pero sin que los hechos hirientes se hinquen en el alma. Los personajes principales de la novela no conocen el olvido, sólo la negación. Quien nunca sabe lo suficiente de sí mismo, quien sólo puede negarse a sí, no hallará nunca el perdón, pues es como los números: carente de interioridad. La evidencia de sí que puede tener todo número es necesariamente inconsciente, como quien nunca formó el carácter a pesar de las heridas del pasado, como quien asume que el destino alguna vez puede ser evidente. El poeta nos ofrece personajes representables matemáticamente porque enseña la imposibilidad de la vida feliz para quien cree que la propia vida se explica con suficiencia mediante palabras de alto vuelo. Comenzar a entender la opera prima de Paolo Giordano pide mantener los ojos abiertos para reconocer que asumimos la soledad cuando nos negamos al amor. Lo esforzado es que el amor no sea un lugar común, que el amor sea vida en común.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. Y la clerecía timagógica se lanza contra Christopher Domínguez Michael en cinco, cuatro, tres…
Coletilla. Podemos anotar un corolario a la teoría de los números primos. Siguiendo a Aristóteles, el número 2 no es únicamente el primero entre los números, sino el primer número primo y el primer número compuesto: el 2 es el único número que es medido como compuesto por aquello mismo que lo compone. ¡Debe ser el número del amor!