Sonrisa

Parecen amables cuando sonríen, hasta se podría confiar en ellos. Alzan las manos, saludan a todos, no quieren dejar la menor sospecha de que todos son importantes para ellos, de que estarán para todos en cualquier momento. Se visten como si fueran comunes, personas accesibles a todos; a veces se enfundan con capas de elegancia; están para todos y, cuando saborean el apogeo de su poder, para nadie. Pocos políticos en el mundo occidental prescinden de la sonrisa durante sus campañas. La sonrisa política es claramente engañosa.

Sonreír es una garantía. Quien sonríe no puede ser un malvado, no podría querer dañarnos quien se presenta sonriendo y extendiendo su mano para garantizar que podemos confiar en esa persona. Vemos a un individuo pasearse presumiendo su seriedad y no queremos acercamos a él a menos que nos sea forzoso. Claro que la sonrisa perpetua pierde su amabilidad y se torna extraña. Como si lo que fuera un gesto amable se tornase en una mueca informe, con una intención extraña, peligrosa, totalmente ajena a la normalidad. La sonrisa acompañada de una agresión, semejante a la sonrisa burlona, tampoco promueve la buena convivencia. Lo que invita a la confianza se transforma en incitadora de miedo, en el gesto del vencedor, por eso duele más. La sonrisa del personaje público es parecida a la sonrisa del conquistador, del que ha derrotado a un adversario y se burla ácidamente. El político necesita del hombre al que le extiende su sonrisa para fortalecerse, pero en ese momento, en el que sonríe, no se encuentra en la plenitud; la plenitud del poder varia con facilidad, por eso debe sonreír constantemente. La confianza que ejerza (característica, por cierto, propia del que sonríe) promueve la idea de que el hombre en campaña ganará. Aquí se abren varios caminos: el cercano al poder sonríe porque sabe que va a ganar gracias a ti (basta ver un par de fotos de un político para descartar esta posibilidad); con su sonrisa dice “si yo gano, tú ganas” (idea que impera en nuestra política clientelar); “sonrío porque no me quiero sentir un perdedor; a nadie convenzo, pero convencería menos si tuviera rostro serio” (esta sonrisa siempre acompaña al que hace poco por ganar); “contigo o sin ti ganaré, me da risa que creas que necesito de ti” (esta es el tipo de sonrisa que parecería imperar y que más miedo da).

Tendemos a establecer alianzas, a hacer amigos, a trabajar junto con las personas; ayudamos, perjudicamos, hacemos bien y mal. Sonreír sin parecer un guasón mueve la balanza hacia la confianza. En la mayoría de nuestras fotos sonreímos; nunca he visto una foto de una persona, que no sea un niño, llorando. La sonrisa es una cualidad política; la sonrisa es una característica humana.

Yaddir

El arte de sonreír

Nunca me he sentido tan desconcertado en un viaje en el transporte público que cuando escuché hablar a dos personas acerca de la sonrisa. Si bien es un tema interesante, pues todos sonreímos y creo que son pocos a los que les disgusta hacerlo, en ese caso la sonrisa era tratada como una estrategia comercial. Así como lo lees, amable lector, así lo escuché. Una de las personas le decía a la otra cómo sacar el máximo provecho al sonreír para vender mejor. No supe qué vendían, pero los consejos, me parece, se podrían aplicar a cualquier negociación. La persona experta en el arte de sonreír, inclusive le proporcionó ocho consejos sobre dicho arte a su acompañante. Dado que no lo recuerdo con la exactitud de una grabación, me atreveré a parafrasearlo punto por punto. Lo primero era tener una sonrisa saludable, pues, aunque sea sincera, una risa fea podría causar temor y no alegría. Sonreír puede ser el mejor modo de cerrar un trato, pues promete felicidad. Conectado con el punto dos, el tercero sentenciaba que nada genera tanta confianza como una amable sonrisa. Nunca, pero nunca, había que sonreír demasiado, pues podía ser señal de inseguridad o incluso podría sugerir tendencia a la locura. El quinto punto era muy interesante, pues señalaba que la sonrisa podía ocultar cualquier estado de ánimo; era la máscara perfecta. Había que entender que una cosa es sonreír mostrando los dientes y otra sólo dibujando una silueta; se debe evitar la segunda, pues cuando se hacía, sugería que algo se escondía. Las carcajadas debían reservarse para un momento especial, pues también tienden a considerarse una exageración; era preferible una sonrisa breve a una carcajada acompañada de una sonora palmada. Y el último consejo era bastante misterioso, pues decía “hay que sonreír para decirse a uno mismo que se es feliz”. ¿Qué relación tenía que ver con los negocios?, ¿el que quiere hacer un trato nunca debe desconfiar en que tendrá éxito y la mejor manera de motivarse es sonriendo? Como no fui nada discreto al escuchar a las dos personas referidas, notaron que las miraba. Entonces, quien dominaba el arte de sonreír me miró con seriedad y sonrió brevemente, sin mostrar los dientes. Inmediatamente descendió del transporte y no supe qué pensar de todo lo que habían dicho y de su misteriosa sonrisa.

Yaddir

Compañía

Para ti, que eres  buen amigo.

Caminar no es nada fácil, tras muchas dificultades se consigue tener la deseada habilidad, es necesario mantener el equilibrio y aprender a calcular la distancia que hay entre el suelo y los pies que se levantan. Poder marchar, siempre es un logro y de ello nos olvidamos con frecuencia, nos desplazamos con facilidad y con la misma facilidad nos perdemos. A veces por no recordar nuestros pasos ni aquello que buscamos, y a veces porque nos perdemos entre memorias que no nos dejan ver lo que sale a nuestro encuentro. Cuando aprendemos a caminar, lo hacemos despacito, con miedo, siempre sujetándonos de algo, pero a veces nos aventuramos más allá de lo que podemos, y es cuando caemos y pedimos ayuda y, si somos afortunados, ésta sale a nuestro encuentro. Lo mismo pasa en la vida, caminamos despacito al principio y con algo de prisa después, y en ocasiones caemos y perdemos de vista aquello tras lo que iban nuestros primeros pasos. Caemos y nos perdemos, y no podemos evitar que se nuble la vista con el llanto amargo que corre por nuestras mejillas, es entonces que sale a nuestro encuentro el buen amigo, el compañero que con su sonrisa devuelve la luz a nuestros ojos y nos ofrece la mano para levantarnos y volver a caminar.

 

Maigo.

Gazmoñerismo Sensiblero

El aroma de tu recuerdo es un sabor dulce, tal dulce que se escucha claro, como los colores de tu sonrisa.

Gazmogno

Gazmoñerismo Olvidado

Empacaste tu sonrisa y te fugaste llevándote la poca luz que le quedaba a este lugar. Ahora tu risa acecha y yo, tuerto de tu sonrisa, camino a tientas en el laberinto de tus recuerdos, descubriendo que no fui más que un sueño que no quisiste soñar condenándolo al olvido.

Gazmogno

Curva divina

En estos tiempos, uno puede encontrarlas en cualquier lado, pero lo cierto es que no siempre se dejan ver. Tal vez por eso las cace uno, pues de otra forma sería imposible admirarlas. Como en toda caza, hay que estar atento para captar su movimiento y, tan pronto las hayamos divisado, prepararnos para capturarlas con sigilo, a fin de que no huyan e intenten esconderse de nuevo. ¿Que cuál es su aspecto? ¡Imposible saber! Pueden ser tan grandes como la entrada de una cueva y tan pequeñas que se confundirían con el horizonte, tan toscas como la piedra de un monolito y tan delicadas como pétalos de flor. Hay unas que brillan como el sol en pleno verano mientras que otras no despiden más que una oscuridad abismal. También las hay cálidas como la fogata en una noche estrellada y frías como el agua de un lago al amanecer. Hay unas que poseen un cierto carácter infantil en tanto que otras han perdido ya todo rastro de inocencia. Y así están desperdigadas por el mundo, confundiéndose con el llanto de los niños, los gemidos de los jóvenes, los ronquidos de los viejos y los gritos de toda la gente. Sí, yo también me he preguntado para qué molestarse tanto en distinguirlas si parece que no quieren ser encontradas, pero entonces recuerdo que no son ellas las que lo buscan a uno sino uno quien necesita de ellas, quizá por los efectos que producen en uno tan pronto como se les ha atisbado. Hay unas que inspiran confianza, que aminoran la tristeza, que calman el dolor. Hay otras que dicen lo que no pueden mil palabras, que hieren tanto como cien espadas o que duran más que la eternidad. Hay las que guardan secretos esperando ser descubiertos, pero también las que los cantan a voz en cuello y a cualquier postor. Hay unas que infunden miedo y te hielan la sangre y hasta la médula mientras que otras, de tan seductoras, locamente enamoran y te invitan a amar. Y así vamos nosotros, como judíos errantes, esperando ese momento en el que divisemos aquella curva divina, pues a veces lo único que falta es una sonrisa para seguir viviendo.

Hiro postal