Temblores espirituales

El cuento El terremoto de Chile, de Heinrich von Kleist, destaca la irracionalidad que puede ocasionar un magno y destructivo evento. Los terremotos no tienen una causa clara; para la gente en la que se ubica el cuento, el año 1647, la única causa posible es la ira de Dios (tal vez el fin de los tiempos, un aviso o algo que escapa a nuestra comprensión). Nosotros, mal acostumbrados a buscar causas precisas para cualquier acontecimiento, nos parecería irracional ver la causa en la inescrutable ira de Dios, pero no podemos dar una razón que nos satisfaga, pues queremos saber exactamente por qué tiembla en determinado lugar, determinado día y a determinada hora, pues la retórica de la ciencia nos ha hecho creer en una sublime capacidad de predicción que han alcanzado los científicos. El cuento se centra en la historia de Doña Josefa, una bella y noble joven, y Jerónimo, un preceptor que se enamora de ésta; dado que el padre de la dama es un señor que, al parecer, no quiere ver manchada su reputación corre al pretor y ordena que su hija se vuelva monja. Pero ella y él tienen contacto carnal en pleno convento. Él va a la cárcel. Ella será quemada en la hoguera, aunque antes le quitan al hijo que tuvo con él. El día en el que se iba a ejecutar la sentencia, la tierra se sacude.

La desesperación cunde a la misma velocidad con la que caen las construcciones. Jerónimo escapa y busca todo el día a su amada Josefa; ella hace lo mismo, aunque logra encontrar y salvar a su hijo; al fin se encuentran. Son felices porque creen que el temblor ha destruido el odio que la sociedad tenía hacia ellos; son felices porque ya no son los chivos expiatorios de los pecados de Santiago. Pero la felicidad termina cuando después de un sermón dado por un Dominico, quien condena el pecado cometido por los amantes, así como señala en ello la causa del terremoto, son vilipendiados y vapuleados nuevamente por la comunidad. Ambos son asesinados por la confundida e iracunda turba. El tumulto se controla cuando un hombre estrella en la pared del convento dominico a un hijo que pensaban era el de ellos. Lo que parecía ser la construcción de una nueva sociedad, de una nueva manera de pensar la relación con los demás, regresa a la manera incorrecta de pensar la religión, a los vicios y pecados de siempre. Se encuentra una causa donde no hay causa; un pecado no puede significar la destrucción de una sociedad, pues en caso contrario el mundo estaría destruido; tampoco un pecado cura otro pecado, el asesinato de tres personas no borra el pecado de dos personas a quienes ni siquiera se les da la oportunidad de arrepentirse. Ante lo que no podemos comprender, no conviene actuar de manera absurda, pues resulta riesgoso.

Yaddir

Viajando en el tiempo

Todos los hombres siempre podemos dividir nuestra vida en pasado y futuro. Viajando a los recuerdos y vislumbrando aspiraciones los hombres entienden su propio presente. Hecho extraño, pues parecería descuidarse el presente por estar preocupados con el futuro o nunca salir del delicioso pasado; ¿cuántos no temen o ansían el porvenir y cuántos no dejan de salir de su pasado por temor a lo venidero? Pero la constante es ese viaje, ese ir y venir entre lo ya vivido y el porvenir; ahí, sospecho, se encuentra lo que, como bien señala Montaigne rememorando a Platón, nos permite autoconocernos.

En alguna ocasión en una conferencia alguien le preguntó a un gran escritor: ¿cuál es el futuro de la literatura española? El autor respondió señalando que sobre el futuro nada se podía predecir con exactitud. El hombre singularmente curioso manifestaba una preocupación generalmente humana: la preocupación por saber qué pasará. Pero mucho más singular fue la confianza que le tenía a una persona considerada como conocedora. Lo ya hecho, tanto por el escritor como por el curioso lector, motivaba la confianza de éste de que aquél le pasara algo desconocido para casi cualquier mortal. Más allá de la risa con la que nos dejó el conocedor de literatura en lengua española, nos dio un notorio consejo: piensen la literatura en su idioma y piénsense ustedes, que así notarán el error en la pregunta del compañero. Explico lo anterior según mi interpretación: no podemos saber qué pasará con la literatura desde lo ya hecho, pues lo previamente escrito no generará un efecto necesario, a lo mucho provocará un efecto, si es que puede llamarse así, posible; algo semejante ocurre con lo ya realizado por el hombre, principalmente lo concerniente a la acción humana.

Los hombres no desconocemos totalmente qué pasará al día siguiente a partir de ciertas circunstancias, por ejemplo: si llego tarde a mi trabajo y mi jefe se da cuenta de ello, además de que él está enojado porque su esposa lo regañó, además de que tiene un carácter de poquísimas pulgas, es casi seguro que me muestre mi retardo y es probable que me grite. Pero resulta exagerado, volviendo a traer a colación al gran escritor francés, confiar en que el cuerpo inerte de un rey inglés, que siempre le ganó a los escoceses, garantizará victorias futuras por el simple hecho de llevar dicho cuerpo a todos los combates contra los escoceses. No es fácil reconocerse entre tantos recuerdos, tantas supersticiones y tantas aspiraciones.

Yaddir