Fue imposible rechazar tal propuesta. Tuve que colocarme en una de las esquinas del cuadro y prepararme para evitar, con todas mis fuerzas, el ser expulsado. Resistí lo más que pude. Nadie apoyó mi esfuerzo. Los otros amaban la expulsión, amaban mi temor. Así, salí disparado sin dirección alguna. Estaba cerca del cielo. Nadie me sostenía, no había ya tierra firme. En algún momento voy a caer. Lo sé, lo presiento. ¿Moriré? Es posible. La abuela escondía siempre la llave del armario. Yo, en su cama, frente al mueble, amaba adivinar el interior de tal reliquia. Abuela no me lo permitía. Abuela me lo prohibía. Y de esta manera las visitas a los helados se tornaron frecuentes. Lograban distraerme. Lo único que amaba eran las llantas, donas de chocolate deshaciéndose en el pavimento amarillo. ¿Por qué no me compras el robot que tanto quiero? Mi madre me tomaba de la mano y me llevaba a casa. Galletas de vainilla encima del refrigerador. Galletas inalcanzables. Prohibidas y por esto divinas. “Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo son una sola y misma cosa”…”tienes que entenderlo.” ¿Por qué mi vida acabará algún día? Me encantaría saber el día de mi muerte. Si lo supiera, conquistaría la eternidad. Llega por fin la noche a través de la cual viajo en mi cama espacial. Tenía que regresar, mi padre me lo exigía. Sus fuertes manos golpearon el centro de mi ser. Nunca seré como él. Siempre seré un niño…siempre seré tu hijo. ¿Dónde está mi fantasma? La luz encendida debe alumbrar su sombra. ÉL NO VA. Y comienzo a reír hasta ahogarme escondido en mi pupitre. Reírme y olvidarme y negarlo todo. Mi tío sabía que por esto había que tomarme de la mano al pasar la calle. La paleta con tres bolas de caramelo nos daba el siga. Nostalgia de un triciclo. Nostalgia del olor a lluvia y tierra mojada, de plátanos quemándose y de pedos de infancia. Abuela no me lo permitía. Abuela me lo prohibía. ¿Iré al cielo? ¿Podré merecerlo? ¿Cómo, si el diablo me susurra maldiciones para mi madre? Otra vez la risa. Ahora de mi madre. Ella se mofa del diablo. Yo soy cobarde, le temo. No quiero ser maldito, no quiero estarlo. Entonces pisé mi insecto para ser aceptado. No obstante, él vive en mí, con repulsión de mí, pues vive fragmentado. La recuerdo bien: mi primera erección. Mi primera afirmación, mi primera reivindicación. Yo soy este instante, yo soy este arrojamiento, yo soy lo que arrojo. Entonces me desnudé y me aventé a la alberca de cloro. Ahí dentro estaba solo. Ahí dentro estaba completamente aislado. He vuelto, pues, a mi paraje marino lleno de silencio. He vuelto a la soledad que me obliga a estar conmigo.
R.S.B.