Problemas creativos

No son pocas las veces que no sé qué escribir. Hay montones de temas e infinitas maneras de abordarlos, lo que me llevaría invariablemente a afirmar que hay infinidad de escritos posibles (entonces podría escribir, mínimo, un texto diario y podría elegir uno de entre los siete textos realizados por semana para este espacio), pero mi ignorancia no se debe a la indecisión. En muchas ocasiones no tengo el ánimo suficiente para escribir o me leo y me apeno a mí mismo (cuando tengo suerte me percato de mis fallas pronto, porque luego la pena llega con una semana de retraso). Veo mis ideas, el modo en el que las presenté, y me fastidia que una y otra vez trabaje en los mismos moldes, en las mismas estructuras de tres párrafos, dándole prioridad al central, concluyendo en el final y generalizando con el primero. Intento experimentar con textos de un solo párrafo, de dos, pero no es suficiente. Intento ensayar ensayos de ensayistas consagrados; en pocos casos le hago justicia al texto original. Encuentro que abuso del uso de tres preposiciones, de dos adverbios, de nueve conceptos; los cambio, los elimino de un escrito, pero vuelven a aparecer e incluso buscan la manera de volverse indispensables para una frase (quizá sea más exacto decir que han encontrado la manera de ser indispensables para mí). Como remedio a la explotación de las palabras, busco el texto de algún autor que no me guste, lo leo durante un par de horas, y vuelvo a mi escrito con ideas distintas; quizá lo haga más por autocastigo que para buscar estilos diametralmente distintos a los que estoy cómodamente acostumbrado, pero en muchas ocasiones funciona (se rumoraba que a Sergio Pitol reencontraba su gusto por las palabras una vez que leía los códigos que memorizan astutamente los abogados). La otra vez me percate que hablé del mismo tema dos veces en este blog. Me espanté, me avergoncé, pero la peor sensación fue percatarme que el primer texto era mucho mejor que el segundo. ¿No debería haber progresado en el aprendizaje del tema sobre el que intentaba ensayar? De menos, ¿no debí haber aprendido a usar mejor la forma en la cual vierto mis ideas, si ya he escrito las cuartillas necesarias para tres libros? Al comparar ambos textos me percaté que el primero parecía escrito por un joven y el segundo por un señor. Casi nunca sé para qué escribo.

Yaddir

Senderos de la locura

Vivimos en tiempos de locura y erróneamente la encomiamos. Nuestro hogar es el caos y lo habitamos pese a los estragos. Terminamos suspensos ante los eventos inexplicables y creemos que la sinrazón y azar rigen el mundo (por muy contradictorio que suene). Las explicaciones pueden parecernos estorbosas o descorazonadas. La teoría es soberbia, pataleos y berrinches del hombre por comprender lo inconmensurable. La locura parece tan atractiva al adecuarse lo mejor posible al espíritu de la realidad. Los actos súbitos e inmediatos que irrumpen parecen ser lo más honesto que hay. Son actos tan honestos que no tienen dobles intenciones, no guardan hipocresía y supuestamente manifiestan lo que verdaderamente sentimos o pensamos. Satisfacen más las decisiones entre menos deliberadas sean y se escuche con mayor atención a la voz del fuero interno. Se puede ser un solitario feliz; el desvarío es la persistencia incesante por la complacencia. Amamos la locura al ser máxima expresión de la libertad humana.

Contrario a esta opinión, con un prurito, para el diagnóstico clínico la locura es una aberración. Los desvaríos son alteraciones patológicas. El contexto es percibido de manera anómala. Ver gigantes donde hay molinos de viento es una desviación de las facultades. La alucinación es la enfermedad venciendo el juicio y los sentidos. El castigo de Don Quijote son las muelas perdidas, el cuerpo maltrecho y los quebrantos de costilla. Emprender aventuras fútiles, buscando princesas por aldeanas o castillos por ventas, hace que caiga rodando por las asperezas pedregosas sin ningún sentido aparente. Conservar la cordura es reservarse. La salud mental es una manera de enclaustrarse. Los hidalgos reclaman como suyo a don Alonso Quijano.

No siempre la locura es aberración de la realidad. También puede ser recuperación de la normalidad y persecución por la verdad. Y así sucede con Don Quijote al menos en sus intenciones o empresa. Análogamente Jesús produce desconciertos entre sus coetáneos, así como el Caballero de la Triste Figura lo hace con quienes se encuentra. Sentarse con los recaudadores o convivir con los leprosos son actos inusuales y hasta extraños. La misericordia guarda tensión con la ortodoxia al no ser necesaria e irrumpir en ella. No es sólo suspender las legalidades, sino procurar algo más importante: el prójimo.  El amor trastoca las convenciones no para destruirlas, sino para resplandecer su principio. Es una locura integradora. Sería desacralizar a Jesús si lo creyéramos un romántico idealista (como sostiene una de sus interpretaciones históricas); omitiríamos el misterio de la encarnación. Nada parece más loco que buscar aquello no visible o difícil de entender. Basar nuestras acciones en una certeza fácilmente quebrantable. La manía devastadora aprovecha esto para seducirnos y reconfortarnos.