Gazmoñerismo estrellado

Hubo un tiempo en el que nos maravillaban las estrellas, pero cuando descubrimos que no eran las almas de nuestros ancestros, fue tal el desencanto que nos dedicamos desconsoladamente a destruirlas. A destrozarlas, allá afuera, y aquí dentro, en lo más íntimo. Y, sin embargo, de cuando en cuando encontrábamos una que otra, nueva, resplandeciente, brillante, que según nuestros sabios modernos siembre había estado ahí, desde el principio de los tiempos…

Gazmogno

Duda

Si un incendio se apaga con agua, ¿por qué ante el fuego de maldad que consume al mundo nos empeñamos en querer extinguirlo con las brasas quemantes del odio?

Gazmogno

Muerte

 

Oscurísimo

 

resplandor en el ojo

 

enceguecido.


I don’t believe in Lennon

Lennon is a concept by which we measure our inability to keep dreaming.

Gazmogno

Bienviniendo

Dedicando con F

Un día leía que leían, sobre la vida, sobre la muerte, en el presente. Sobre las flores marchitas y sus primaveras que pintan rostros en las lágrimas, en las angustias, en los colores. Leía que leían sobre la crisis y los problemas y las carencias. Leía que leían sobre pobreza, sobre riqueza y sobre una mesa. Y sobre todo leía que leían, con miedo, con elegía, con displicencia…

Y una pausa me detuvo el llanto –como el momento en que se quiebra una burbuja–, en un espasmo, en un instante, regresando al corazón cierta esperanza; como una madre que consuela el desconsuelo que enmascara en la caricia; cual cristal de una visión desempañada por las lágrimas; visión del ya y del todavía que se cuela por el alma como un rocío de primavera –aunque marchita– pero común a una nueva voz que se une a coro con nosotros, nosotros y nuestro ocio, nosotros y nada más. 

Gazmogno

Casablanca

Y así regresamos a Casablanca, una y otra vez, como si viéramos el filme una y otra vez mientras el tiempo pasa, siempre Rick e Ilsa, y siempre Lazlo una y otra vez; siempre en África y siempre con la difuminación del destino en la amistad de Louis, una y otra vez. Vivimos la misma historia como vemos la misma película, una y otra vez, y ansiamos que el final sea distinto, que Rick no deje a Ilsa, que Lazlo se vaya al demonio como se estaba yendo el mundo de aquellos entonces – dos años antes de que terminara la guerra, la maldita guerra, y quién sabe si Rick volviera a ver a Ilsa en el nuevo mundo que otra vez era libre, en el nuevo y maldito mundo que no se fue al carajo (pues Rick mata a Strasser como Estados Unidos somete a Alemania imponiéndole el muro que Lazlo le impuso a Rick en su amor por Ilsa) pero que en cierto modo sí se fue al carajo, y se sigue yendo al carajo –, pero entonces viene la neblina y lo único que queda es la amistad, una hermosa amistad que comienza en Casablanca y se dirige al nuevo mundo, mientras la canción se queda, el amor se queda, el pianista se queda y su color – que es el color del porvenir que tiene cada uno de los personajes inmiscuidos en esa tragedia – es el color mismo del celuloide que nos repite una y otra vez que Casablanca siempre estará en nuestros corazones, siempre tendremos Casablanca, pero no podemos vivir en ella y nos difuminamos junto con la niebla que borra la silueta de Humphrey Bogart dirigiéndose hacia su oscuro destino con una nueva y hermosa amistad.

Gazmogno

No en un cuento… de hadas (coautoría)

—Buuu…— Era la voz de una respiración caliente sobre su oreja. Sentía que el miedo como espuma burbujeante subía desde la punta de sus pies hasta revolver su estómago, como cuando dos olas chocan entre sí.

El burbujeo era más intenso…

El poco valor que le quedaba lo usó para ver a través de las cobijas, la puerta del armario estaba abierta. Lo sabía porque cada noche era lo mismo, el mismo olor putrefacto, el mismo sonido de pequeños pasitos acercándose cada vez más a su cama hasta llegar a su oído con ese “buuu” hirviente que le quemaba burbujeante las entrañas… el alma.

El terror la paralizaba, la inmovilizaba mientras el aquelarre se llevaba a cabo. Aquel aquelarre nocturno del cual no se atrevía a hablar durante el día. No hablaba, no mencionaba ni una palabra a la hora del desayuno, y durante la comida trataba de pensar en otras cosas, distrayéndose a la hora de lavar la vajilla o de sacudir la casa. Su única fuga era el canto. Cuando el recuerdo la invadía silbaba o tarareaba alguna cantinela que la llevara por alegres y salinos paisajes, lejos de la burbujeante colisión que la atormentaba noche tras noche.

Lo odiaba, pero no tenía opción. Era eso o la muerte. Jamás debió haber dejado el reino y a veces creía que el encierro o la decapitación hubieran sido un mejor destino. Pero no. El bosque la había llevado hasta ahí y ahí debía cumplir su condena. En esa casa maldita, con esos malditos aquelarres.

Sabía que debía huir pero en el fondo no quería. En el fondo deseaba eso que tanto odiaba. En sus adentros disfrutaba cada noche del placer de sentirse violada, ultrajada, una, dos… siete veces, y de nuevo otras siete, entre la oscuridad, con el armario abierto y el olor a putrefacción; olor a vejez y alcohol, olor a las minas donde ellos trabajaban y sudaban y bebían y de donde regresaban para satisfacerse con ella, la gran puta, la sumisa puta, la blanca puta que les cocinaba, les planchaba, les limpiaba… les amaba. Eso, de alguna forma era eso: un amor enfermo que la llevaba a entregarse siete veces cada noche fingiendo rechazo, asco, odio pero disfrutando en sus entrañas del burbujeante orgasmo de siete enanos que eyaculaban blanca nieve en su interior, noche tras noche.

Gazmogno  y Estefanía