Los que nos quedamos

Distinta es la suerte de los que nos quedamos en el tiempo, olvidados de todos y de todo, algunos consideran que es triste porque no jalamos para el mismo sitio, porque no vemos el mundo como lo ven los demás.

Yo creo que los demás, los que sí partieron lo hicieron deslumbrados por la luz que estaba lampareandoles los ojos desde hace tiempo.

Los demás decidimos quedarnos, bueno, no todos, algunos no alcanzaron a subirse al último tren hacia la luz… esa luz que dejaba ciegos a bastantes y que los hacía agachar la cerviz con tanta frecuencia.

Muchos se lamentan de que no pudieron subir al tren, dicen que era muy rápido, otros agradecemos no estar con la mirada gacha observando esa luz rápida, deslumbrante y tan llena de productividades.

La suerte de los que nos quedamos es diferente, no necesariamente mala, batallamos sí porque no nos resulta tan cómodo encontrar lo que necesitamos, pero quíen no batalla en este mundo.

Se puede decir que me está gustando esa mala suerte de los que nos quedamos resagados ante la velocidad del tren, quizá porque a veces cuando llega a haber una noche despejada veo las estrellas y me doy cuenta de que no hay tanta diferencia entre los que se fueron y los que nos quedamos.

Quizá la única diferencia radica en la dirección que tiene nuestra mirada, supongo que los afortunados en realidad son los que pueden voltear hacia donde quieren, pero eso es imposible estando dentro de esta cueva obscura, a la que a veces llegan chispazos de eternidad.

Maigo.

La inteligencia del autocorrector

Los celulares nos muestran que escribir es más difícil de lo que parece. El descuido de un guardia que vigila el circuito cerrado de un reclusorio es apenas comparable con una palabra mal puesta en una conversación de WhatsApp. Esto no depende de nosotros. Los dispositivos móviles parecen revelarse ante lo que escribimos. La oración anterior es un ejemplo de ello. Aunque fuera del uso de la tecnología más avanzada para escribir, e intentar escribir bien, pocas veces sabemos si lo que escribimos es lo que realmente queremos decir. Tal vez exagero. La tecnología todavía no domina al hombre. Mejor reformulo: ¿la tecnología todavía no desplaza a la humanidad?

Publiqué brevemente algunas ideas semejantes a las del párrafo anterior en Twitter y un seguidor muy indignado me dijo que no somos tan estúpidos (él utilizó un adjetivo más severo) como para que el autocorrector de nuestros celulares nos sustituya. Si queremos podemos leer y releer lo que acabamos de escribir, no sólo para que el mensaje se entienda mejor y carezca de errores, sino para ser inmunes a las traiciones de nuestras extensiones digitales. Y, finalizaba su largo hilo, que tenemos tanto control sobre dichos dispositivos que contamos con la opción de eliminar el autocorrector. De alguna manera estoy de acuerdo con el desacuerdo, salvo en lo de que podemos evitar las erratas (nadie, en toda la historia de la escritura Occidental, ha sido lo suficientemente arrogante como para decir que ha vencido a las erratas). Pero su posición partía de un lugar poco frecuentado: tenemos tiempo para preocuparnos por lo que escribimos. La tecnología nos vuelve la vida más cómoda para incomodarnos con otras labores estresantes. Podemos educar desde la comodidad de nuestra sala, pero no tenemos certeza de si somos correctamente escuchados; ¿cuántos podrían afirmar que son correctamente entendidos? Como los avances tecnológicos, nunca estamos conformes con lo que tenemos, siempre queremos una nueva actualización de lo que estamos haciendo. Aunque no sepamos exactamente lo que queremos, creemos que si tenemos más, seremos más felices. La felicidad no está en lo que hacemos, está en seguir progresando para conseguir más quehacer. Es cómodo y rápido dejar que el autocorrector escriba por nosotros. El costo es dejarlo que haga de las suyas.

Nuestras labores tienen que ir tan rápido como el tiempo en el que tardamos en abrir una nueva ventana en el navegador de nuestra computadora o dispositivo con el que nos conectamos a internet. Escribir lento, dándole el peso adecuado a cada palabra, dejando que la pluma acaricie la hoja, así como queremos que la palabra dicha acaricie el oído de quién queremos que la pronuncie, pasó de moda. La moda es escribir rápido. Dejando que el autocorrector nos guíe. La moda es pensar rápido. Está de moda vivir y sentir rápido. Con tanta rapidez, ¿todavía tendremos tiempo para la felicidad?

Yaddir

Anclajes

 

1

El mundo en el que vivimos –al menos en lo técnico— ha cambiado a pasos agigantados en los últimos cincuenta años. A veces parece que el vértigo que produce la tecnología en nosotros fuera parte de un instinto de prevención; algo similar al miedo a lo desconocido, con la fundamental diferencia de que la tecnología es producto y no del todo un riesgo desconocido ¿no es así?

Podemos objetar que hay de invenciones a invenciones. La yunta, el tractor y el acueducto producen menos temor que la escopeta, el gulag o la cortadora de agua. En cuanto invenciones del ingenio humano hay herramientas con mayor carga ética y moral que otras. La ficción tiene maneras más precisas de aterrizar la cuestión, en el cuento del agricultor oriental que se oponía al pozo por cambiar los parámetros naturales de la siembra, o en la sombra del desalmado gólem que inunda la ciudad por una orden que se comprendió en las limitaciones de su naturaleza desalmada. A veces los inventos se salen de las manos, o nos llevan a dar saltos que aparentemente son cuantitativos, pero que al cabo de un tiempo nos conducen a dar un salto cualitativo en nuestra humanidad. Otro ejemplo que sustraemos a la ficción: “La última pregunta” de Isaac Asimov puede ilustrar la manera en que tecnología y hombre se desarrollan a la par. No es posible que Multivac responda la última pregunta sin pasar por todos los estadios, y no es posible que dicho artificio se vuelva más complejo sin pasar por los escalones intermedios que permite con la implementación de sus herramientas y métodos. (En este enlace se puede encontrar la lectura del texto original por el propio Asimov, y acá el texto en español)

Sírvanos pues todo esto de pretexto para introducir la cuestión ¿es el horizonte brindado por la informática algo más cercano a la rueda o a un gólem? La respuesta casi se contesta sola. En un mundo en que el que rápidamente las redes sociales y las apps de citas conducen a las personas a la atomización y a la práctica imposibilidad de acercamientos reales, no digamos ya comunidades reales;  o en que el país más poblado del mundo mantiene una vigilancia 24/7 sobre todos sus individuos y, además, puntúa sus acciones éticas[1] manteniendo una coerción brutal en lo que a ámbito público refiere. Con estos antecedentes, cabe acotar la pregunta a una región que nos sea más próxima ¿de qué manera puede afectarnos directamente? Incluso podemos limitarla más si nos preguntamos por las repercusiones meramente cognitivas y de sociabilización.

2 Un Mar de botellas

La historia de la informática a veces se antoja distinta a la de otras áreas de la ingeniería como la hidráulica o la petroquímica. Y es entendible fácilmente si pensamos que las mencionadas tienen un objeto claro y distinto, pero sobre todo acotado mediante el universo posible de aplicaciones con el que cuentan. A diferencia de la hidráulica que puede ayudarnos a predecir el flujo de los ríos y salvar comunidades, o producir máquinas de carga con mayor fuerza, la informática parece no tener un rumbo claro y predecible más allá del explicable bajo las demandas del mercado, esto es, de los deseos de varios grupos de consumidores. Sin embargo, esto oculta los alcances y metas reales que se proponen los pocos tecnólogos y desarrolladores de plataformas, productos y servicios digitales. Tengamos claro este punto: hay una opacidad tremenda sobre la intencionalidad real de los desarrolladores de plataformas y servicios digitales aparentemente gratuitos, así como de los alcances de las mismas: no hay campo de aplicaciones más amplio –y consiguientemente más ambiguo— que la palabra y la comunicación, pues estamos consustanciados en ello.

Por una parte, a diferencia de las citadas aplicaciones en ingeniería, la informática y las tecnologías de la información tienen por objeto definido a la comunicación y a la información. Aunque ambas remiten a la palabra, es menos que sombra de ésta. Un trozo de información puede caber en la retícula digital de un archivo o base de datos, a su vez, éste puede comunicar algo a alguien pero nos regresa a la situación del mensaje que flota en la botella en el mar. Entonces ¿qué pasa ahora cuando las botellas se pueden replicar al infinito? Ahora que ya no queda mar transitable sino un infinito pleno de botellas, no es posible la navegación. La manera en que operan las redes sociales y las plataformas digitales tienden a funcionar como un tamiz selectivo que ponen ante un individuo –y no un público sujeto a muestreo, como sucedía con la televisión o la radio— exactamente lo que quiere ver, lo que le desagrada sentir y lo que le produce irritación o aversión.

Estas líneas, como indiqué más arriba, no pretenden llegar al fondo de la cuestión, ni señalar los caminos más comunes respecto a la manipulación de las masas en internet, el verdadero significado de la cibernética o el rumbo que pretenden tomar las tecnologías de la información, sin embargo es útil hacer una pausa y abordar un concepto surgido de la propia informática que nos ayude a pensar la situación del hombre ante esta invención y juzgar así algunos de los modos en que nos afecta.

  1. En el infinito mar de botellas ¿qué es el anclaje?

Anclaje o Lock in es un término que se usa en informática para el momento en que una tecnología termina por consolidarse bajo un estándar que resulta insuperable (en este proceso se pueden distinguir dos momentos, como abordaremos más adelante). Por ejemplo, la llegada de los archivos, el manejo de documentos en Word o formatos de archivo en PDF. No es que no existieran algunas otras alternativas en formatos que permitieran algunas otras funciones, es sólo que terminaron por imponerse ante el empleo de los usuarios. Podría parecer un asunto de mera mercadotecnia[2], pero el anclaje no responde directamente a los términos de la oferta y la demanda, sino más bien a los de la implementación  y uso de los mismos en un primer momento. Asunto más interesante, tampoco responde al vertiginoso desarrollo de las capacidades técnicas cada día más novedosas sino a las capacidades técnicas que nos brinda como usuarios finales. La escritura es un ejemplo de esto. No es que sea la manera perfecta de preservar el discurso. Podríamos pensar opciones más complejas que la del grabado de caracteres visuales, podríamos pensar incluso en lenguajes que fueran más precisos al basarse en el desdoblamiento de las acciones en el tiempo como el que expone Borges en su Tlön, Uqbar, Orbis Tertium, pero lo importante es que inclinarnos por un modo de escritura o lenguaje va a limitar las situaciones comunicativas posibles.

No es que esto sea malo, simplemente es. Sin esas limitaciones, ingenios como el de Platón, Tolstoi o Plutarco jamás habrían roto dicha barrera para demostrarnos que la palabra escrita puede volverse más profunda y matizar mayores registros de los disponibles por un sistema ideado por mercaderes. Con ello crece la capacidad técnica de la herramienta, pero también el espíritu humano se vuelve más profundo. Avanza Multivac, después el hombre, y otra vez Multivac, como en el cuento de Asimov.

Ahora veamos otro caso de Anclaje, más reciente y del que podemos estar conscientes porque lo hemos vivido y normalizado. La manera en que los músicos lanzan sus álbumes responde a la duración estándar del disco compacto establecida en  1974, unos 74 a 80 minutos. Y repercute en la manera en que un grupo de artistas piensan un concepto para su álbum, lo dividen en pistas y deciden de qué modo lo que sienten en su pecho puede llegar a su público. Hay artistas que deciden lanzar álbumes dobles o triples, espaciar la producción de trilogías con algunos años de diferencia, etc. El modo en que se publican las obras musicales ha determinado tanto a la industria como al público.

Pudo ser de otra manera, pero aquellos tecnólogos del ’74 consideraron que el CD tenía que poseer exactamente la duración de la Novena Sinfonía de Beethoven. En la actualidad, en que los servicios de streaming pueden proveer horas y horas de música, los músicos siguen respetando sin mucha variación los 80 minutos del disco compacto.

El momento que vivimos en la actualidad con el desarrollo de plataformas digitales, redes sociales y sus diversos servicios, presentan la posibilidad de un anclaje completamente nuevo en el horizonte. El establecimiento de tecnologías de esta clase, igual que con las herramientas, nos permite relacionarnos de una manera distinta con nuestro mundo y, por consiguiente, delimita hasta cierto grado la manera en que nos concebimos a nosotros mismos y consecuentemente las relaciones que establecemos con los demás. Más que las preguntas clásicas que podamos levantar como qué es mundo, qué es una persona, cómo hacemos comunidad, tenemos que atender a las modalidades del olvido a que nos puede conducir esta herramienta y su respectivo anclaje.

 

 

 

 

[1] No desesperes, lector, pronto estará disponible tal vigilancia en tu región. La empresa Huawei que sufrió en veto por parte de los estadounidenses en este mes, es la misma que ayudó al régimen venezolano a desarrollar su padrón electoral.

[2] Hay que tener clara la diferencia entre Libre y Gratuito. Pensar que una red social es gratuita y libre porque está disponible para todos es un error. El dinero generado por el uso de servicios en línea no es el acento en la presente reflexión, sino la manera en que repercute en nuestras conductas.

Hang the DJ

Destrozar los muros de la civilización casi mil veces es la única manera en la que el amor verdadero se manifiesta. Tomando esto metafóricamente se podría decir que amar es romper con todo lo que no nos deje amar. Al menos eso deja ver Hang the DJ, el cuarto episodio de la cuarta temporada de la serie Black Mirror. Si bien es lo más llamativo del capítulo, no es lo más interesante. Como cada capítulo de la serie, nos abofetea en cada escena con preguntas sobre nuestra ambivalente relación con la tecnología; chocan nuestras ilusiones de crecimiento contra nuestra dolorosa realidad. ¿Los avances tecnológicos podrían alejarnos de la posibilidad de amar o son la única manera de encontrar a nuestra pareja ideal?

Supongo que Charlie Brooker, el escritor de la referida serie, para realizar el guion de un capítulo apela a las musas con la frase “Qué pasaría si tuviéramos una aplicación que nos permitiera…”; o quizá se inspire leyendo a su compatriota, uno de los grandes seductores de las nueve hijas de Zeus, William Shakespeare, y se pregunte: ¿y si Yago fuera un aparato que nos permitiera revisar cada uno de nuestros recuerdos? O ¿si en vez de los Montesco y los Capuleto existiera un sistema que nos desafiara a luchar por la pareja amada? Sea cual sea el momento divino del escritor inglés, sus suposiciones no se alejan tanto de la realidad, pues ¿cuántas aplicaciones no existen para encontrar a la pareja ideal?, ¿quién cuestiona tan radicalmente sus costumbres actuales para no creer que la tecnología progresará tanto que no sólo nos ayudará a encontrar el amor verdadero, sino que nos preparará para que lo merezcamos? Evidentemente Hang the DJ no muestra a la tecnología como aquello que nos hace la vida más fácil, pues la aplicación para encontrar la mejor pareja no nos impide equivocarnos, así como tampoco entroniza el placer fugaz de la cama como el mejor sustituto cuando no se ama. Pero la tecnología, en el capítulo, sí facilita un buen entorno para vivir, una comunidad sin problemas, un mundo donde no se necesita trabajar, ni tener dinero y, al parecer, no se viven injusticias. El entorno ideal para que el amor se manifieste en toda su pureza.

¿Amar, el rasgo más humano, no podrá ser aniquilado por la tecnología? Como ya se veía en San Junípero, quizá sólo eso no pueda cambiar el paso del tiempo: toda la humanidad ha amado y nunca dejará de hacerlo, pese a que nuestra “mente” quepa en una USB. Pero qué es y cómo se vive el amor en tiempos de impresionantes avances tecnológicos se plantea mejor en el cuarto capítulo de la cuarta temporada. Algún amante de la Grecia antigua podría encontrar en este capítulo una reformulación del mito de los andróginos que Aristófanes cuenta en el Banquete: hay que ir de pareja en pareja para encontrar nuestra otra mitad. Al igual que en el mito, en el capítulo no parece demasiada clara la capacidad de elección que el hombre tiene para encontrar su otra mitad, o si todo está fraguado por un destino (sistema) inescrutable. Al igual que el mito, el capítulo podría estar condensado de una oscura y dolorosa ironía.

¿No podemos encontrar a nuestra pareja ideal sin la tecnología?, ¿un sistema, del que no se nos dice mucho, debe domar a la fortuna y tomar su lugar? Parecería imposible desafiar 998 veces a un sistema que parece controlarnos, ¿no se estará manifestando así la imposibilidad de encontrar la pareja ideal? Los que no lo hacen y se quedan en 500, ¿están condenados a vagar siendo felices a medias? El capítulo Hang the DJ, lejos de ser una historia cursi, de un amor que sin importar los impedimentos o las costumbres sociales florece, nos exige preguntarnos si la tecnología nos ayuda a ser felices o, al obstaculizar nuestras decisiones en cientos de ocasiones, nos condena.

Yaddir

Merry Xmas

Esta temporada, la mayor parte de las veces, se sacrifica la sapiencia por el poder, la espiritualidad por las luces artificiales y el amor verdadero por un dibujo sonriente de comprensión entre consumidores.

Maigo

Espejo eléctrico

El internet ha cambiado nuestras vidas. El cambio más notorio, y quizá el principal, sea el modo en el cual concebimos nuestro carácter. Nos concebimos diferente cuando creamos un perfil sobre nosotros que cuando escuchamos hablar sobre nosotros o cuando reflexionamos sobre nosotros. Por ello, al ver nuestros diferentes perfiles sobre nosotros podemos preguntarnos: ¿qué somos?, ¿nos componen las imágenes que nos gustan?, ¿los centenares de amigos que reunimos en un link?, ¿las actividades que compartimos?, ¿las críticas a las que nos adherimos o que soltamos?

Un producto propalado por la red nos hace ver y reflexionar sobre los cambios y proyectos de la tecnología y el internet: Black mirror. Desde el título de la serie se nos hace referencia a nuestro reflejo a través de la tecnología. En las primeras dos temporadas se enfatiza que el avance de la tecnología aunque sea mucho, al punto de crear algo semejante a quienes fueron nuestros seres queridos (Be Right Back), no garantiza la felicidad. La felicidad no consiste en obtener la mayor cantidad de entretenimiento tecnológico (The Waldo Moment). La propia tecnología puede volvernos infelices al modificar, destruir, la justicia, pues se puede volver venganza (White Bear, White Christmans). Lo más común que vemos en la serie es que la tecnología produce la infelicidad.

El primer capítulo, Caída en picada (Nosedive), de la recién estrenada tercera temporada presenta la aparente felicidad. La joven Lacie Pound tiene una calificación de 4.2 estrellas y, como la mayoría de las personas, aspira a estar lo más cerca posible de las 5 estrellas. La evaluación general se obtiene por el constante trato con las demás personas: saludar da estrellas; comprar da estrellas; compartir fotos de lo que sea, da estrellas. Las estrellas se envían al perfil de cada persona mediante un celular que todos llevan. Hasta este punto se podría pensar que se trata de una red social avanzada y que, como toda red social, tiene un límite en la vida real. Pero en el capítulo se mezcla el perfil con la realidad, pues dependiendo el puntaje se puede escalar en los puestos laborales, se pueden tener mejores servicios en aeropuertos, tiendas e inclusive hospitales; las personas con puntaje bajo difícilmente tendrán acceso a una buena calidad de vida. Las personas que mejor aparecen son quienes tienen mayor puntaje; quienes aparentan mejor parecen vivir más felices. En consecuencia, se genera una convivencia aparente: las bodas son aparentes, las relaciones laborales, las amistades; no hay amor, no hay comunidad, no hay amigos. Aquellos que se atreven a alzar la voz en contra de lo común, a no vivir conforme al gusto de la mayoría, se convierten en marginados. No se puede cuestionar abiertamente ese modo de vida, sería un suicidio social. Pero, como decía el viejo filósofo ateniense, lo mejor no es lo que la mayoría dice. Lacie aprenderá que es mejor la sinceridad; su declive será el inicio de su reflexión.

Black Mirror es una serie que exige reflexionar sobre cómo usamos la tecnología y los excesos en los que podemos caer. Podemos manejar ilimitadamente la felicidad que aparentamos transmitir en nuestro perfil, pero eso jamás nos hará verdaderamente felices. El espejo negro puede terminar confundiendo totalmente lo que somos.

Yaddir

Biología

Su corazón latía con fuerza. Se podría decir que sus órganos sensoriales se aferraban a lo que les rodeaba: nunca había visto tan brillantes los colores, su oído no había notado tal cantidad de sonidos, su olfato se saturaba con todos los olores que había en torno suyo, su boca se inundaba con un sabor nuevo e indescriptible; y su piel vibraba, con tal intensidad que cualquiera diría que estaba temblando…el flujo de sensaciones terminó pronto para él, pues la muerte se apoderaba de su ser,  y los niños en el laboratorio aprendieron en ese momento que la vida es algo que se puede quitar sin culpa y que quizá algún día se pueda otorgar de nuevo, siempre y cuando haya más seres dispuestos al sacrificio en aras de una técnica capaz de redimir al hombre.

Maigo