Sinsabores del progreso

Sinsabores del progreso

Si el problema fundamental en torno al progreso es la posibilidad o imposibilidad de detenerlo, existe ahí una interpretación en torno a su significado: que, en tanto marcha o movimiento, tiene una relación con la razón que la revela como su creadora o como una espectadora impotente una vez realizado el atrevimiento prometeico. Las dos no serían posibles sin la filosofía de la historia moderna. Es decir, el modo posmoderno de interpretar el progreso debe más al pensamiento moderno de lo que cree, sin importar que los modernos pensadores y entusiastas de la filosofía de la historia tuvieran una inclinación muy favorable hacia lo que significa el progreso.

No podemos hablar de la inexistencia del progreso hasta antes de la modernidad. No hay que olvidar que si la modernidad se vincula tan fuertemente con el progreso es debido a lo que posibilitó en primer lugar la aparición de sus historicismos: la filosofía política moderna, más que la ciencia, aunque, por supuesto, ésta venga siempre a modo de defensa de las interpretaciones históricas del progreso. El historicismo radical sabe muy bien del vínculo entre la existencia de la metafísica y la aparición del progreso. Por eso la serenidad ante la imposibilidad de detenerlo implica la irrelevancia de la filosofía política. De hecho, para el historicismo más radical, filosofar en torno a la modernidad de manera política no tiene caso en tanto no afronte la verdadera fuente del problema: la polémica con la metafísica y la ética, polémica que inició Nietzsche y que permanece hasta ahora con la llegada de la voluntad de poder en su profunda psicología.

Hay algo que une a la política con la teología y que puede verse en el problema del progreso. Más allá de las lecturas críticas en torno al progreso como una versión de la providencia, existe el problema teológico-político en tanto existe la revelación. Claro que, para nosotros, eso es ya un supuesto. Pero eso no es suficiente para decir que podamos ignorarla. Es decir, que con el materialismo moderno no se evita el problema auténtico. Si lo entiendo bien, el nihilismo, en todas sus facetas, tanto las más profundas como las más superficiales, es una muestra de ello.

¿Qué hace moderno al hombre de hoy? La respuesta no puede ser meramente histórica. Tampoco meramente psicológica. La fe en el progreso parece más una consecuencia de lo que desea o de lo que oculta tras sus deseos que una doctrina que pueda defender inobjetablemente. Si la respuesta no puede ser ni meramente psicológica o histórica es porque en esos caminos se pierde más temprano que tarde el lugar de la verdad incluso para la creencia en el progreso. Dejamos la puerta abierta a la “política real”. Pero la política, sobre todo debe mostrar lo problemático que es el bien y el modo en que eso existe en la relaciones humanas. El progreso nada puede cuando eso fracasa. El progreso sería el mayor sinsentido de nuestra época. El progreso no podría ser prueba para espetar ante el nihilismo. Y creo que no lo es.

Tacitus

Bendita ignorancia

Quien tiene una idea clara sobre lo que es bueno y malo puede con facilidad distinguir a una bendición de una maldición, el bien decir va asociado con el buen desear. Y sólo cuando se sabe qué es bueno es posible desear a alguien algo bueno, lo mismo ocurre con el maldecir; el camino de reconocimiento es circular y por ende poco aceptable para quien tiene un alma que sólo recibe como argumento válido aquel que de alguna u otra forma permite un progreso constante y notorio respecto a lo que se pretende conocer.

Pero cerrar la puerta a quien ama el camino progresista es no tomar en serio la pregunta que nos aqueja sobre lo bueno y lo malo, en especial cuando se puede pensar que el progreso es ciego y por ende incapaz de reconocer lo que es una bendición de una maldición. De igual forma cancelar la pregunta y la respuesta que nos pueda dar la fe es irresponsable en tanto que la religiosidad de quien tiene fe da muestras calaras de saber lo que es bueno y lo malo, aún cuando sus argumentos parezcan distantes de lo que son del agrado de los oídos que odian lo circular o lo contradictorio.

En un mundo donde la fe no resplandece como antaño, es necesario volver a preguntar si hay manera de distinguir a lo bueno de lo malo, lo que implica apostar nuevamente el ser a la posibilidad de preguntar y responder sinceramente.

¿Desde dónde y hacía donde podemos dirigir la pregunta que nos llevaría a cambiar nuestra vida? La religión no resulta del todo atractiva, de modo que se puede caer en el error de preguntar al religioso con la plena disposición a no creerle, así la pregunta no sería genuina y la respuesta sólo nos conduciría a alimentar más ciertos prejuicios. La razón tampoco es de fiar, sus límites ya han sido claramente delimitados y lo bueno y lo malo quedan ajenos a la misma, en caso de preguntar a la razón entonces sólo tendremos una moral provisional que por lo mismo es poco segura. No faltará quien diga que le podemos preguntar al corazón, pero éste es veleidoso e inconstante y a veces su voz se confunde fácilmente con la de los sentidos, de modo que lo bueno se puede reducir a lo placentero y lo malo a lo doloroso, poco a poco nos vamos quedando solos y sin tener a quién preguntar.

Las posibilidades se van cerrando y junto con ellas se va diluyendo la distinción entre lo bueno y lo malo, entre lo que es bendición y lo que es maldición; y con este constante cerrar de puertas lo único que queda para ser cuestionado es el hombre, que se expresa en todo lo que hace y en lo que cree.

Viendo lo que resta, el hombre, resulta necesario explorar cada uno de los caminos a los que nuestra disposición y ánimo se han cerrado -ya sea por prejuicios, por conocimientos previos o por falta de ánimo- como si para saber lo que es bueno y malo nos reconociéramos primero como ignorantes en la materia y no como sabios dispuestos a tomar un camino que ya llenamos de obstáculos.

 Maigo.

Erotismo, Teología y Modernidad. Dos notas a propósito de la obra de George Bataille

Si quisiéramos responder cuál ha sido el mayor mérito de George Bataille, posiblemente no encontraríamos ninguno lo suficientemente novedoso o grande como para no ser opacado por algún otro gran escritor, y sin embargo su persona y obra nos sigue cautivando a través de las líneas mórbidas de su poesía erótica, de su desorganizada pero fina forma de razonar en sus tratados filosóficos y de su no poco accidentada –pero no por ello desafortunada— búsqueda teológica. ¿Cuál es el encanto –cuál el erotismo— que posee Bataille que lo convierte en un poeta y pensador único? Leer su obra en búsqueda de la respuesta a estas interrogantes limita el horizonte de comprensión al mínimo; él mismo, como su tiempo, están impregnados de la convulsión, decepción, horror, retraimiento de la vida entre guerras. Así pues, en este breve artículo pretendo explorar algunas de las características que en conjunto hacen de Bataille tan singular como atrayente. De ningún modo pretendo que sea una superflua conclusión a su obra, sino por el contrario, una invitación al lector a explorarla de manera profunda.

Inicialmente podría parecernos que las obras de Bataille contrastan de manera radical con su vida; aquél discreto bibliotecario, archivista y numismático  de la Biblioteca Nacional de París, cuya apariencia no delata sus visitas al burdel o el contenido de su obra pues, lejos de ocuparse en tratados de biblioteconomía, la temática de sus trabajos va del erotismo a la ontología, pasando por la teología y la estética. Si bien, la dispersión de los objetos de estudio podría denotar cierta clase de superficialidad, es necesario que consideremos elemento clave para la comprensión de sus trabajos, la irracionalidad de la realidad. Dicho elemento podríamos considerarlo un signo de su tiempo; un constitutivo fundamental de movimientos como el Dadaísmo y el surrealismo de Bretón y Dalí, así como del resto de las vanguardias, mismo que se considera respuesta crítica al culto imperante a la razón, mismo fundamento de ambas guerras mundiales, tanto diplomática como tecnológicamente. Su no-adhesión a vanguardia o movimiento alguno y el hecho de compartir este rasgo con sus contemporáneos lo convierten en un autor singular y a la vez propio de su tiempo. Para explorar algunas nociones fundamentales de su obra (tanto poética como filosófica) podemos recurrir a dos de sus preocupaciones más grandes: erotismo y divinidad.

Comúnmente se tiende a pensar al erotismo y a la divinidad en planos separados. Consideramos que el erotismo es propio de la sexualidad humana o, en el mejor de los casos, asunto de los poetas. Pensar al erotismo únicamente como atracción sexual es una limitación que evidencia la pérdida del sentido característica de nuestros tiempos. Por otra parte, la concepción corriente de la divinidad, en general, se reduce al conjunto de creencias y dogmas propios de la religión más cercana a nosotros –independientemente de si la practicamos o si hemos llegado a ella por convicción o por imitación—, lo cual también nos deja en una situación aporética respecto al ser de lo sagrado, problema que reside en el centro de nuestra comprensión posmoderna del hombre considerado ahora individuo y, como tal, con una religiosidad opcional.

Las consideraciones de George Bataille en torno al erotismo y la divinidad amplían enormemente la dimensión y alcances de estas dos manifestaciones humanas a través de textos como El erotismo sagrado y Filosofía de la religión. La riqueza de estos textos radica en el carácter reinventivo y de redescubrimiento al que se suscribe, pues en lugar de ser pretensión de rescate y reinterpretación de teologías y estéticas poco accesibles u olvidadas, es invitación a la vivencia (que no a la experimentación). Es, además, una investigación casi fenomenológica de estos aspectos que si bien no es radicalmente innovadora por sus resultados, sí contribuye a mostrar estos problemas en sus términos más elementales llevada a cabo a través de una disertación de corte ontológico que –como vimos líneas más arriba—, se ubica en contraposición directa a las investigaciones científicas y a los tenores convencionalmente aceptados del momento, dando como resultado una obra tan contracultural como universal. Contracultural en su incubación y exposición, universal en los resultados de la investigación dado que pretenden alcanzar la validez para todo el género humano y en todo tiempo.

[el análisis ontológico de lo contínuo-discontínuo]

Lo sagrado es para Bataille fenómeno religioso de manera un tanto indirecta: tenemos contacto con lo sagrado a través de la experiencia de la muerte de otra persona, en los ritos funerarios que se practican, pero más aún, en el fundamento de posibilidad de dichos ritos. Esta observación tiene su sustento en un análisis ontológico construido a partir de la dicotomía sujeto-objeto que tomó seguramente de estudios psicológicos o epistemológicos, pero que alcanza cierta resignificación mediante un tratamiento utilitario pues, como muestra en Teoría de la religión, una de las rupturas entre lo contínuo y lo discontínuo que son más evidentes se da en la experiencia de la implementación de un útil. En tanto que distinguimos como fuera del continuum un útil, puesto que sirve para una tarea específica y puedo fabricarlo según su finalidad, podemos conocer no solamente la oposición de estos dos órdenes, sino también el carácter antropológico de dicha ruptura ya que lo continuo refiere a los elementos del mundo que representan ese orden inmutable como la naturaleza, pero el útil surge en una necesidad particular netamente humana que rompe con la continuidad al pertenecer esta misma al orden de lo discontínuo.

Así pues, el primer paso en la comprensión de la teología y el erotismo tiene sus bases en la comprensión de la relación continuidad-discontinuidad. Para volver al ejemplo de lo sagrado, nuestra conciencia de la finitud de la propia existencia es aquello que propiamente pertenece al orden de lo discontinuo, es decir, nosotros como género formamos parte de la continuidad, pero también de la discontinuidad en tanto que somos individuos dotados de conciencia; establecer un punto de contacto con lo continuo es la consistencia de lo religioso, mismo que adquiere el tinte de fenómeno en tanto que experimentable; dicho sea de paso, para Bataille Lo sagrado y Divinidad son una y la misma cosa.

Por otra parte, atendiendo a la relación con el erotismo, comparte la discontinuidad en la continuidad nuevamente en tanto que acto humano, pues la ruptura aquí se marca primeramente en la rica significación de la que está dotada el acto sexual, ya que no es únicamente un acto de animalismo, es decir, de instinto inscrito en la continuidad, sino que es una experiencia singular que tiene infinidad de significados, que además rompe con el orden de lo establecido no sólo en los instintos, sino también en la propia rutina que con el tiempo nos formamos. Esto último implica que también es una ruptura con los hábitos, la costumbre, la reconciliación con el entorno social, es la pauta para disfrutar de una libertad inalcanzable por la vía de la razón, pero sin dejar de ser desenfreno y desbordamiento necesario: la dualidad de los aspectos concluyentes.

[Conclusión]

A las luces de lo anteriormente explicado, es posible divisar vagamente el horizonte del erotismo y la religiosidad en el pensamiento de Bataille. Es justo insistir en que esto es sólo una invitación a la lectura de su obra, pues esto es solo la expresión teórica de una visión más amplia que debe ser considerada bajo el influjo de su poesía. También es posible dar una respuesta provisional a las cuestiones con las que inició el presente artículo, a saber, la importancia de Bataille y si tiene méritos dignos de reconocerse por largo tiempo. Sobre esto último considero que Bataille tiene su mérito donde nosotros tenemos profundo demérito, es decir, él triunfa donde nosotros hemos olvidado aquello que es esencial, donde lo hemos sustituido por las explicaciones científicas y el trabajo, puesto que su obra pone de manifiesto que nociones tan fundamentales en la vida del hombre como erotismo y divinidad han caído a la ignorancia plena, hecho que refleja a nuestra sociedad –contrario a lo que se piensa— como una sociedad empobrecida y al límite de un nuevo tipo de barbarie nunca antes vista en la historia de la humanidad. La falta de novedad a la que me refería líneas más arriba depende de la ignorancia de exploraciones previas, pero es justo reconocer el valor de pensadores en solitario que llegan a mostrarnos los caminos perdidos e ignorados cuando la noche ha caído y el alba no da señales de aparecer.

Perro de llama