Pobres empresarios y terroristas

Pobres empresarios y terroristas

Un océano de mal

Que la pobreza no es una vileza, es verdad. Lo que es vil es la miseria que han construido los poderosos, desear que el otro siga siendo pobre y más pobre todavía si es posible. El pobre es el que no tiene. El miserable es el que no deja que el otro tenga algo. El infeliz es el que le quita todo al hombre en nombre de la justicia; el que da razones para enajenar a las personas. Los pobres son un negocio y una fantasía en la mirada del empresario capo o del terrorista. Son un negocio, porque los obliga a estar vulnerables para pedir migas. Son una fantasía porque le muestran cuán poderoso es, que sólo a él acuden diciendo ¡Tú tienes la verdad!

El empresario y el terrorista se degustan haciendo ver que la humanidad está sola como los huérfanos, indefensos, así es más fácil venderles la mentira del progreso o de la lucha por la justicia a cambio de su libertad, pues ellos saben que el hombre siempre está en busca de un lugar al que pueda llegar. El hombre nace con el corazón ardiendo por encontrar su lugar en el mundo, pero las respuestas son tan obscuras, que al escuchar una explosión o al sentir el poder que da el progreso, los aceptan con vivo entusiasmo.

Tanto el filántropo empresario y liberal, como el terrorista, escuchan bajo sus pies a los pobres gritando: Líbranos del hambre, de la peste, del dolor, de la incomodidad, de la injusticia. El hombre padece esto y ve que no hay más respuesta que la del maldito dinero. Pero lo malo con el dinero, que es al mismo tiempo el mayor problema para la avaricia, es que éste es efímero. El dinero se esfuma de las manos cual el bocado de la lengua, y en las fauces del desenfreno ruge la exigencia de más y más, cada vez más. Y ya sabemos qué pasa con el glotón que no sacia su hambre, todo se le vuelve alimento. Procesa todo cuanto hay a su alcance para convertirlo en artículo de consumo. Por eso es necesario que Dios muera, para saciar el hambre de los otros y ver que no sufran, para tener el dominio de lo eterno, frente a lo perecedero del bien terreno y ser un mejor dios.

-¡A esos liberales y burgueses hay que matarlos!, grita el terrorista mientras acaricia a su bomba humana.

La demanda es el derecho de los pobres para ser glotones. Pero al mismo tiempo es lo que engorda al que les imposibilita esto. La demanda es el lobo disfrazado de oveja, pues creemos que la consumimos, cuando es ella quien nos devora. Es bien sabido que el mundo se convirtió en un lugar de hambrientos después de la segunda mitad del siglo XIX. Los adelantos en la tecnología no han hecho más que aumentar el hambre, es decir, la pobreza. Pues somos pobres, ya que sólo nos alimentamos de un pan que se acaba, dejándonos incompletos al final del día. Si pensamos en la novela de Huxley en términos de avidez, es decir, de deseo de consumo total, veremos que ahí se presentan las dos grandes hambrunas que ha padecido todo nuestro siglo XX y lo que va del XXI, es decir, el hambre de progreso y de carne o deseo sexual, ¿o qué otra explicación habría para hablar de “la era de Ford, que a veces se hacía llamar también Freud” , es decir, del padre de la industria moderna y de la revolución sexual?

-Por­ eso, sigue el guerrillero, tú derrumbarás sus torres, a fin de que el hombre sienta otra vez la necesidad de Dios.

La supuesta igualdad que nos ofrece la cultura del consumo, no es otra más que ésta: sabernos cada vez más pobres, más hambrientos. Pero de esta pobreza nacida de la avaricia (adultez del hombre inaugurada por el siglo de las luces), no nacen más que rencores y deudas imposibles de pagar, ya que la codicia del hombre no tiene límites. Por esto la pobreza no puede ser resuelta en términos de economía, ya que esto termina matando al ideal de la justicia (parricidio por un dólar), como un perro que mata al amo para poder devorar a las ovejas y alimentar a su jauría.

-Y eso sólo es justo para quien tiene fuerza para defenderse, pero nosotros mataremos a los fuertes en nombre del bien para todos.

-Pero, por fin habla el pobre, ¿Es preferible el fuego y la sangre como lugar común y fundador de la felicidad? Hacer más pobre al hombre, o de otra forma, dejarlo indefenso diciéndole que es huérfano y que está solo en el mundo, es, quizá, la mayor de las injusticias. La industria hace soberbio y desconfiado al hambriento, al punto que éste muestra el dorso de la mano cuando se le ayuda. Quizá con razón se diga “era tan pobre, que sólo tenía dinero”. El terrorismo busca fundar una nueva fe, que se base en la fuerza; la economía se avocará al desarrollo de armas y de estructuras que aíslen a los países unos de otros por temor a que la bolsa caiga. Ni la alquimia de las piedras a panes, ni la tercera tentación nos han salvado. ¿El misterio del milagro será la nueva trampa?

Javel

Amistad y caducidad

Amistad y caducidad

 

El diálogo ciceroniano sobre la amistad, Lelio, es una evocación del pasado. No es de extrañar: muchas veces los amigos se reúnen a evocar el pasado. Pasa el tiempo en que florece la amistad y los amigos se reúnen a imaginar las coronas que podrían haber construido con las flores marchitas. Pasa el tiempo de la amistad y los amigos, avejentados, juegan un rato a creer que el tiempo no ha pasado o a fingir que todavía podrían vivir en el pasado. Porque la amistad caduca es que, cuando nos reunimos con amigos, evocamos el pasado conjunto. Y el diálogo Laelius de Cicerón es la reflexión más profunda sobre el término de la amistad.

         La caducidad de la amistad es, en sentido estricto, el tema del Laelius; pero está tan creativamente resguardada que es necesario leerlo con mucho cuidado para notarlo. Explícitamente la caducidad de la amistad sólo se menciona en dos momentos: después de la definición de la amistad –que coincide con el fundamento metafísico de la amistad en Aristóteles- y al final del diálogo –donde la mayoría ve una preceptiva del cuidado de la amistad-. Implícitamente, el problema de la caducidad de la amistad está planteado desde la selección misma de los personajes del diálogo. El diálogo evocado tiene tres personajes: Lelio, Fanio y Escévola. Además de aparecer en el diálogo aquí comentado, Lelio aparece en dos diálogos más: Catón el mayor y Sobre la república; en ambos, por cierto, aparece junto a Escipión. Escévola, por su parte, aparece tanto en De Oratore como en Sobre la república. Y Fannio sólo había aparecido previamente en Sobre la república, aunque no durante todo el diálogo. Los tres interlocutores del Laelius sólo vuelven a aparecer juntos en Sobre la república. Dramáticamente, el Sobre la república es anterior al Laelius, pues se realiza en las ferias latinas del invierno previo al asesinato de Escipión; mientras que Laelius tiene lugar en la primavera de 129 a.C., tras los nueve días de luto por la muerte de Escipión. Sobre la república acontece mientras se celebran las fiestas públicas por la fidelidad a la alianza latina; Laelius acontece tras la infidelidad que asesinó a Escipión. En Sobre la república habla principalmente Escipión; en Laelius la palabra la toma Lelio; en Sobre la república, Cicerón nos apunta que la pareja de amigos tenía un acuerdo tácito: en la guerra, Lelio daba el lugar principal a Escipión; en la paz, Escipión se lo daba a Lelio. En Laelius, explícitamente el lugar lo tiene Lelio; implícitamente, en cambio, todo lo que se dice de la amistad está bajo la sombra de Escipión; como si entre caballeros la justicia fuese para la paz y la amistad para la guerra. En la paz, los amigos se reúnen a evocar; quizá la evocación es lo justo.

         Catón el mayor, el otro diálogo en que aparece Lelio, es el diálogo en que Cicerón fabula la inmortalidad del alma. La vejez (y la muerte) deja de ser terrible ante la fábula del alma inmortal. Para quien no ha pensado el problema de la justicia, la fábula sobre la inmortalidad es suficiente. Si no es posible que los amigos sean justos, al menos han de estar bien dispuestos al cuidado del alma inmortal. La evocación de las buenas amistades es la oportunidad de hacer justicia para quien no es del todo justo. La evocación, en este sentido, es lo justo. Catón, hombre justo, puede hacer caballeros, aunque no logre hacer filósofos. En sentido estricto, sin embargo, el tema de Catón el mayor es la excelencia de la memoria. Sólo el filósofo reconoce la excelencia de la memoria. Sólo el filósofo reconoce la justicia –o la injusticia- de la evocación. Algo enseña Cicerón al filósofo en torno a la memoria que le permite comprender el sentido de la evocación. El filósofo evoca ciceronianamente de acuerdo a lo aprendido en De Oratore, el otro diálogo aquí implicado. La evocación filosófica es una excelencia del orador; no por nada el nombre de Lelio significa, a través del griego, gran orador.

         La amistad, tal como se presenta en el Laelius, supone el conocimiento de la justicia y la memoria de los diálogos Sobre la república y Catón el mayor. Se conoce la amistad, puede presumirse por ahora, en tanto se reconoce cómo es que la justicia y la memoria se involucran en su práctica. La caducidad de la amistad se entiende, además, en función de la memoria y la justicia. Por ello, para Cicerón la amistad se presenta frecuentemente como una evocación de los amigos. Quienes no dejan pasar la amistad, quienes se esmeran en que nunca cambie, algo no han entendido. Quien comienza a entender algo sobre la caducidad de la amistad comienza a comprender por qué es justo que las amistades terminen.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. En México se organiza una nueva guerrilla y los servicios de inteligencia federales intentan evitar su arraigo en las zonas urbanas, así como limitar sus vías de financiamiento. 2. Importante investigación de Animal Político sobre los seminarios para «curar» la homosexualidad, investigación que muestra la pequeñez del pensamiento de los «defensores» de la familia. 3. Humberto Padgett investiga la corrupción en el cuerpo policíaco de Naucalpan. 4. La posibilidad de que el EZLN postule una candidata independiente para la elección de 2018 debe pensarse como un llamado a imaginar una política posible, una renuncia al poder y la aceptación de la búsqueda de la comunidad; eso piensa Gustavo Esteva en un artículo reciente. 5. Creativa la lectura que Salvador Camarena ha hecho del enriquecimiento ilícito de Javier Duarte: es necesario arreglar la educación privada, donde se educa la «gente bien», donde se funda el mirreynato.

Coletilla. Aristegui Noticias dio voz a Elena Poniatowska, quien se dice víctima del odio de Luis González de Alba. Infantil, como siempre, la Poni cree que fue solamente el odio lo que orientó las críticas de González de Alba en su contra. Poni cree, declara y quisiera hacer creer, que al fondo de las críticas de González de Alba a La noche de Tlaltelolco se encuentra el celo por el éxito editorial. Olvida Elenita, y no es raro, que si su editorial modificó La noche de Tlaltelolco de acuerdo a las indicaciones de Luis González de Alba, lo hizo por mandato judicial, pues Poniatowska se había negado a corregirlo. En noviembre de 1997, en La Jornada, González de Alba solicitó públicamente que Poniatowska corrigiera los errores de su libro (alrededor de 50). Dice en No hubo barco para mí (p.152): “Ocurrió en noviembre de 1997: pedí a Elena corregir errores de su crónica tlatelolca y Monsiváis exigió a Carmen Lira: ¡O Luis o yo! Me echaron sin dejarme siquiera vender mis acciones del diario: un comité de salud política eligió quién tenía los valores necesarios para poseer esas acciones y a cómo iban a pagarme”. Las diferencias con la Poni habían comenzado en marzo de 1993, cuando González de Alba protestó públicamente por los ataque de Poniatowska contra José Woldenberg, quien había iniciado la ciudadanización de los órganos electorales y la campaña para que el Distrito Federal estuviera en condiciones de elegir a su jefe de gobierno. Poniatowska se lanzó públicamente contra el demócrata Woldenberg. En el 93 atacó la democracia, en el 97 avaló la censura (que duró hasta la muerte de González de Alba, asunto ni siquiera mencionado al paso en las páginas del periódico de las izquiedas), en 2006 inventó una legitimidad y ahora viene a decir, pueril, que Luis González de Alba le dirigió un odio inmerecido. A eso, cuando menos, se le llama hipocresía.

Nobel #12 & 35

Nobel #12 & 35

 

They’ll stone ya and

then they’ll say, “good luck”

 

Lo más impresionante de la concesión del premio Nobel de literatura a Bob Dylan es la cantidad de defensores que tiene la literatura, por mucho superior al número de lectores. Ante la profanación de los lugares de lo culto, los cruzados han alzado la voz para rescatar a la literatura de un embate que no se llega a saber popular o populista. Dylan poeta es la plática en una biblioteca o la diversión en el museo. Bob Dylan es tan cercano a tanta gente que su premiación apremia a resguardar el arte en la lejanía. La popularidad del arte despoja del regusto de la exclusividad y la reserva, devalúa las membrías del esnobismo, frustra las promesas de la Ilustración. Porque la reacción contra el bardo premiado es un problema ilustrado. La Ilustración no aminora los ánimos de linchamiento, sino que los certifica con respaldo meritocrático. Los alegatos a favor y en contra del Nobel a Dylan son hijos de la Ilustración, productos del historicismo, falsificaciones de nuestra experiencia poética.

         Reconozco tres alegatos: dos en contra y uno a favor. En contra del reconocimiento a Dylan están los agoreros de la industria cultural. Ellos consideran que el reconocimiento público del escritor es una inclusión en el mecanismo de reproducción y consumo de los bienes culturales, que la premiación es la seducción al transgresor por un grupo de poder a fin de extender su dominación y subyugar la productividad del premiado. Dylan pasa, para estos hombres, del rebelde con guitarra de palo al ensombrerado que canta a Sinatra. Dylan pierde su potencial subversivo al tiempo que explora su potencial mercantil. No podrían estar más equivocados estos realistas de supermercado: Dylan es producto mercantil desde el primer día, y un producto del mercado tan defectuoso que no parece capaz de mantener su oferta, al extremo de consumirlo en un tour de force que engloba disimilitudes y altibajos inabarcables para cualquier consumidor. No extraña que sean estos críticos quienes creen que Dylan no es auténtico en el producto comercial que no les gusta. Consumen bajo protesta, pero consumen. Y sólo la cultura ilustrada es consumo.

         En contra del reconocimiento a Bob Dylan están los guardianes de la alta cultura. Refinados, seguramente no restan méritos al laureado, pero señalan oportunos que había más opciones verdaderamente literarias: el novelista olvidado de aquel país de Europa del Este, el poeta perseguido por el tiranuelo tal, el exclusivo y selecto escritor desconocido que es necesario difundir para bien de la cultura universal y la educación profesional. Emocionan tan nobles sentimientos. Son finos como las astillas y veleidosos como los adolescentes, orgullosos como los universitarios e interesados como los profesionales. Aunque en ocasiones me parece que confunden la cultura con el gourmet, las enciclopedias con los suplementos alimenticios y las comidas con la sección de sociales. Es cierto, cada premio deja fuera a los no-premiados, pero no sólo lo premiado está disponible: a veces es rico comer lo que no tiene etiquetas, reunirse en la fonda de la esquina o comer en un changarro para compartir la mesa con un desconocido. Quien sólo selecciona lo exótico está siempre fuera en cualquier lugar. Quien se limita a lo educativo por necesidad será siempre inculto. La Ilustración nació en un salón con espejos y murió en una sala con Power Point.

         A favor del reconocimiento a Bob Dylan están los folcloristas románticos, los jipis de camioneta y los chavorrucos de la protesta. Los folcloristas, hijos de Herder, consideran que el reconocimiento a Dylan es una ampliación del concepto de cultura que arranca el arte a los clasismos y lo distribuye al pueblo. Democratizadores del genio, les emociona más la evocación del orinal que la idea de Duchamp, la popularidad de Dylan que la obra de Dylan. Por su parte, los jipis de camioneta reciben el reconocimiento con la frescura de una buena nueva y la emoción de un pasado imaginado: su vida es frapuchino que les baja el calor y les permite dormir tranquilos por la noche. Dylan es para ellos una promesa cumplida, la confirmación de un ideal que reviven en el tiempo libre, pasatiempo verificado por la sociedad subestimada. Los chavorrucos de la protesta experimentan el reconocimiento como una reivindicación histórica: Dylan reconocido los representa, su Nobel es el de toda una generación… sus protestas amanecen en el horizonte de la institución, revolucionan desde dentro, le ganan al sistema con el sistema mismo… Reclaman a Dylan como propio, lo expropian por el bien común, lo privatizan para todos. Pero la genialidad de Bob Dylan ni se socializa ni se privatiza. Dylan se revisita.

         La Ilustración consideró que el arte dispensaba sus favores desde las alturas del genio, por lo que los no-artistas, la mera gente, debía esperar en los escalones inferiores el llamado a la altura del arte. Para la Ilustración el arte era una exquisitez paulatina, exclusividad gradual, disolución comunitaria para reconquistar lo uno desde uno mismo. Bob Dylan cantó sin guardar su lugar en la escalera. Después de Dylan la espera en la escalera se presentó con el desconcierto irónico de una piedra rodante, la esperanza se descubrió tocando a las puertas del cielo con un humor tan negro como la desesperanza pero alegre como el entusiasmo. Dylan creó las situaciones dylanescas, en su obra ha dado luz a la causticidad de la nostalgia posmoderna. Dylan ha visto claro que el mundo moderno asume el cambio como principio, al tiempo que entendió que las inconformidades contemporáneas tienen los pies bien puestos en el cambio para mirar recelosos y añorantes lo perdido; el recién galardonado con el Nobel de literatura nos enseña con su obra a reír de lo perdido sin confiar en lo ganado, pues cuando no se tiene nada, nada se tiene por perder. Ese es Dylan, esa es su poesía, esa la causticidad de la nostalgia subterránea y el mundo necesitaba a Bob Dylan para reconocerlo.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. El EZLN probará la vía electoral en 2018. Importantísimo anuncio. Hace 22 años parecía imposible la vía electoral para el movimiento armado. Hace 10 años dejaron clara su distancia de las urnas. Hace 4, finalmente, se aproximaron a la convocatoria del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Tras casi un cuarto de siglo el zapatismo podría tener representantes en las instituciones a través de un sano ejercicio democrático. Quizás es una buena entre la avalancha de malas. 2. Jesús Silva-Herzog Márquez advierte que el proyecto de Constitución de la Ciudad de México ignora los límites entre lo público y lo privado, diluye la diferencia entre el ciudadano y el individuo. 3. Las diferencias partidistas tienen precio y quizá no hay mejor ejemplo que el control político de los comerciantes informales en la delegación Cuauhtémoc, control que Héctor de Mauleón describe en un amplio panorama. 4. El INAI ha resuelto que la PGR debe dar a conocer el registro de los grupos terroristas identificados en México. Por una decisión del órgano de transparencia, el Cisen señala que en lo que va del año se reconocen 29 ataques de grupos terroristas en el país. 5. En abril de 2015 comenté que el yoga se hacía obligatorio por ley en California. Sigo creyendo que es la oficialización del neopaganismo, que es la obligatoriedad de la religión contemporánea disfrazada de cuidado de la salud. La tendencia llega a México como propuesta de una legisladora de Morena.

Coletilla. Ha dicho Joaquín Sabina que el Nobel a Bob Dylan es una noticia feliz. Añade que si se quiere dar el Cervantes a un músico español, él ya tiene un candidato: Joan Manuel Serrat. Sea.

La impráctica incomodidad

La impráctica incomodidad

 

Supongo que algún pragmático, intentando evitar la decisión sobre subordinar la amistad a la política o la política a la amistad, podría pensar que lo sensato es diferenciar a la política de la amistad y mantenerlas tan claramente definidas que, si bien ambas se ordenan a la felicidad humana, pueda identificar ámbitos de realización distintos para cada una. Quizá dicho pragmático suponga que la realización de la amistad es menos pública que la política; o que la realización de la política se circunscribe en menor medida a lo personal. Probablemente un pragmático así considere que la justa proporción entre la amistad y la política facilite la felicidad.

Sin embargo, ni la felicidad es un producto ni la amistad o la política son tan claramente distinguibles. Distinguir amistad y política a partir de la disposición grupal de ambas es una distinción superficial e insuficiente. Superficial, porque simplifica las realizaciones posibles de la amistad. Insuficiente, porque cancela la posibilidad de pensar al bien común como finalidad. Si el bien común depende de nuestra disposición a él, ni es bien, ni es común. Si el bien común no es anterior a nuestra disposición, ni es posible la política, ni es deseable la amistad. Si el bien común no se funda en la comunidad natural, ni es posible la amistad, ni es deseable la política. Y sólo podremos comprender la comunidad del bien común cuando contestemos a la pregunta “¿qué es lo político?”.

Sin contestar a la pregunta, y suponiendo todavía que la política y la amistad son claramente distinguibles, es posible señalar una consecuencia más de la posición pragmática: ni la amistad ni la política tienen una consecuencia moral. Con mayor asiduidad sospechamos de la amoralidad política, incluso cuando hacemos de la indignación una “causa” política (y sólo es hasta Hobbes cuando “causa” comenzó a usarse en ese sentido para explicar la política [cfr. Voegelin, La nueva ciencia de la política, capítulo 4]); no así extendemos la sospecha sobre la amistad (excepción hecha del adolescente que “necesita justificar” sus amistades). Suponiendo la amoralidad política, la justicia se limitaría a la legalidad y la legalidad al cumplimiento de disposiciones: la tecnocracia. Suponiendo la amoralidad amistosa, la justicia se limitaría a la fidelidad y la fidelidad a la complicidad; y todos saben que se puede ser tan cómplice en lo malo como en lo bueno, aunque en lo malo la complicidad siempre sea más complicada. La amoralidad de la amistad y la política nos deja sin razones para la política y la amistad.

La amoralidad, empero, no es lo peor de la disposición pragmática, sino lo más presentable. Lo impresentable de la disposición pragmática es el embuste necesario en que se convierte cualquier realización de la política o de la amistad. Careciendo de razones para la política, nada impide el advenimiento de la tiranía: tiranía de la fuerza, tiranía de la pasión o tiranía del miedo… tiranía del poder, al fin. Careciendo de razones para la amistad, nada impide la voluntaria ceguera. Sin razones para la política es imposible reconocer a la tiranía. Sin razones para la amistad es imposible reconocerse. Perdiendo la amistad nos perdemos. Y la amistad es imposible si fracasa la política. ¿Ya se entiende por qué algo nos está incomodando? El visitante toca a la puerta…

 

Námaste Heptákis

 

Para no olvidar. 1. Hoy se cumplen cuatro meses de la desaparición de Claudia Ivonne Vera García, activista del colectivo «¿Y quién habla por mí?», desaparecida por policías estatales en Veracruz. No hay información nueva sobre su caso. 2. El próximo martes se cumplen 22 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Las reuniones de los padres de los desaparecidos y los funcionarios federales han continuado, aunque no se ha llegado a ningún acuerdo nuevo.

Escenas del terruño. 1. Luis González de Alba reflexiona, en dos partes, sobre el fracaso de la izquierda setentera en la política mexicana. 2. El semanario Eje Central dio a conocer la existencia de una organización civil que tiene a la oficina de comunicación de Enrique Peña Nieto como centro de operación y a la opacidad como origen de sus recursos. 3. En las últimas dos semanas cinco familias completas han sido ejecutadas en el país; en el mismo lapso se ha registrado un incremento en el número de menores de edad ejecutados en nuestro país. En nuestra guerra civil se está derramando más sangre joven. 4. Bajo la premisa de que el Estado Islámico es consecuencia del capitalismo, comunistas españoles combaten del lado kurdo; interesante reportaje de Vice News.

Coletilla. Si lo publicado el lunes por Roberto Zamarripa en Reforma es cierto, los hechos violentos de Nochixtlán, Oaxaca, el 19 de junio son consecuencia de la incompetencia del «servicio de inteligencia» federal. Zamarripa informó que el supuesto operativo para desalojar un retén, en realidad fue un rescate de rehenes: ocho policías federales y una agente de inteligencia (una espía) del Cisen. Haciéndose pasar por la novia de uno de los policías retenidos, la espía fue liberada; pero sus superiores (el servicio de inteligencia federal) no se enteraron de la liberación y entraron armados a Nochixtlán para ejecutar el rescate. Horas más tarde, los funcionarios federales mintieron declarando que el operativo fue un desalojo y que los agentes no iban armados. Ya corrigieron su declaración en torno a las armas. ¿Escucharemos la declaración que reconozca un operativo fallido del servicio de inteligencia?

De límites

Leía en la semana un texto breve que publicó un naco en Facebook haciendo referencia con un intento de burla a los presuntos crímenes que ha cometido el Estado. Ya saben eso de los quemados, y los colgados, y el chapo y la corrupción, el discurso de todos los días en la Ciudad de México, que uno lee en el Esto y en el Tv y Novelas por igual. Señalaba los colgados por el narco y las balaceras y esas atrocidades de las que no quiere hablar nadie, pero todos leen y opinan señalando al gobierno. Luego, en su mezquino intento por crear consciencia, hacía una referencia a lo que pasó recientemente en Francia. El texto al que me refiero había sido escrito de modo tal que pretendía decir que el terrorismo es habitual en México, y aquí me tienen en una encrucijada peligrosa, previendo dos posibles caminos igual de feos y escribiendo al respecto.

Mi primer impulso al leer semejante tarugada pintada de rojo quejumbre con chispitas de chairo, fue escribir por qué eso que señala con tanto desdén, no es terrorismo y que solo en un país como el nuestro tan ajeno a la guerra y tan ajeno a la experiencia del terror, se pueden escribir semejantes sandeces. Por otro lado me vi paralizado ante la posibilidad de que al explicar por qué lo señalado ahí no es terrorismo, esté yo haciendo algún tipo de propaganda. En fin, por eso, señoras y señores, mejor voy a hablar acerca de lo complicado que es poner límites (¿qué no es ése el principal problema de la guerra?). Espero les guste.

El ser humano así entendido en lo general, es completamente libre por naturaleza (dirían algunos soñadores a los que les gustaría, yo no sé por qué, que así fuera), si quiere brincar, brinca, si no quiere comer, no come, si se quiere morir se mata. No hay barrera, (ni las que nos ponemos a nosotros mismos, autosaboteándonos y alejándonos del éxito) que pueda detener el ímpetu de una voluntad de hierro. En fin, es por eso, que ser mesurado es una virtud. Es por eso que ser prudente es una virtud, es por eso que ser justo es la suma de esas y otras virtudes. El hombre virtuoso es limitado.

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo ponernos límites? Vamos a hacer un ejercicio sencillo, pregunten en una reunión social (en su salón de clases, en una peda, en un bar, con su familia) a tres personas, ¿qué música les gusta? La mayoría va a contestar que toda. Y dentro de esa mayoría un subgrupo más o menos igualitario, dirá a su vez “menos tal, o menos aquella”, sacando algunos cuantos géneros del todo, pero sin ser esos los que formen el cuerpo de éste. ¿Qué quiero decir con esto? Que tenemos problemas para limitarnos. ¿Es culpa de nuestra educación hedonista?¿Es culpa de la sangre ecléctica debajo de nuestra raza de bronce? ¿Es culpa de nuestra inadvertida y limitada cultura? Yo diría que sí. Todo eso y además de nuestra naturaleza tan cansadamente libre.

Bueno, pero, ¿por qué querríamos limitarnos? Vivimos en la era de la comunicación, donde todo está al alcance de un click. Si quiero pedir comida, clickeo, si quiero leer a Sófocles, clickeo, si quiero que me lean en un sistema de streaming de audiolibros, también, clickeo acá y mi daimón de izquierda me dice que se llama Aristegui y lo que debo de pensar para ser bien cool. En fin, ¿por qué conformarse con poco pudiendo tenerlo todo? ¿Qué clase de mente mediocre se dedica a privarse de lo que hay? Porque ya lo he dicho antes, la mediocridad es uno de los pecados capitales de nuestros tiempos, junto con ser excluyente, ser bully y ser político. Cuidado donde te limites, cuidado donde no tomes todas las servilletas que puedas cargar en el cine, al fin son gratis, cuidado donde no te acabes todas las botellas de alcohol en una fiesta porque entonces estarás desperdiciando tu vida.

La mente almacena libros por montones, decía por ahí un psicólogo fan de Murakami bien emocionado por su descubrimiento de la infinitud de la mente. La imaginación no tiene límites nos decían Cositas y los Muppets, seguro por eso crecimos estúpidos. Nuestra educación no tuvo el menor reparo en ser especializada, con esto me refiero a hacer un especial énfasis en hacer distinciones, en señalar ciertas cosas como valiosas y mostrarnos al mismo tiempo que su valor está en mediarlas, no en acumularlas. Hemos aprendido que lo valioso hay que saquearlo, tomarlo por galones y guardarlo en donde solo nosotros sepamos que está y luego, como buenos piratas maleducados, olvidar la locación, no vaya a ser que nos lo quieran robar.

Nos educan todo el tiempo, sobre todo en las redes sociales (que ya aparecen más en la tele que la tele misma), que la violencia es mala, que hay que detener la violencia a como dé lugar, que los violentos son los otros, y que si le levantas la mano a tu mamá se te seca. Bueno, ¿y la violencia de la educación qué? ¿Por qué ésa sí la ejercemos todo el tiempo como si no hubiera mañana? O me van a decir que la educación no es violenta en su esencia misma al igual que la ciencia es anárquica, también en su esencia misma. ¿Esto a qué viene? Pues a la arbitrariedad, primero de la educación, y después de el modo en el que se limitan ciertas cosas y ciertas no, y de lo infinitamente ambiguo de lo enseñado. No se me pierdan, ya mero llego a donde quiero, creo.

Existen un montón de preguntas que nos hacemos todos los días, las respuestas están al alcance de nuestros clicks, podemos ver nuestro horóscopo, consultar síntomas de alguna enfermedad, preguntar direcciones, podemos incluso tener acceso a artículos que nos ayudan a comprender con mayor rapidez la complejidad de la psiqué humana. ¿Por qué no utilizarlos? ¿Por qué todos artículos de belleza, de salud, de sabiduría de la Internet no pueden ser tomados en serio? (bueno, hay artículos de periódicos que citan a Reddit) Los escriben licenciados, doctores (de a deveras, no médicos), maestros, ¿qué más autoridad necesitamos? ¿Por qué no podemos surfear en la red todo el día y aprender lo que necesitamos sobre algún oficio? ¿Por qué seguimos leyendo libros gruesos y sesudos de cosas horripilanes como Feyerabend o Freud? ¿Quién pone el límite aquí, la academia? Yo tengo una respuesta provisional, pero no viene al caso hacerla pública. Los maestros mejicanos después de hacer un montón de berrinche presentaron hace poco su examen para… ¿para qué era? Bueno, supongamos que para certificarse como maestros de su oficio de enseñar. ¿Un examen es suficiente límite? ¿Quién hace esos estudios, y para qué? ¿Cómo se delimitan esas preguntas y cómo se sabe que efectivamente se demuestran las cosas que se quieren demostrar? Bueno, el asunto es que estas propuestas vienen de la academia (avalada por el mismísimo gobierno), ¿no? O eso creo, y creo que ustedes también lo creen, o al igual que a mí, no les interesa mucho. Y en lo personal le veo la misma autoridad que los montones de estudios que se hacen en la universidad del chiste y que demuestran cualquier cosa. ¿Todavía me siguen?

La preocupación por la educación, por lo que se aprende y se enseña es algo que valdría la pena seguir con lupa y tratar con pincitas pa’ que nuestros estudiantes no terminen asados, balaceados, digo, tocando una mandolina enfrente de un militar creyendo que nada va a pasarles. Pareciera que la educación es un tema a la vez importante y no tan importante porque ya está dado, porque ya está funcionado salvaguardado por el paladín de la verdad: la SEP. Sin embargo el descuido que le damos, es igual de peligroso que el que hacemos a la hora de hacer discursos sobre el terrorismo o para acusar al estado de cosas que ni siquiera hemos experimentado (y ojalá no lo hagamos). Lo que quiero decir, al final de todo este choro, queridos lectores es, lo que dije desde el principio: ¿Cómo podemos distinguir (delimitar) la violencia que vivimos todos los días en Méjico, de la violencia de los encuentros entre narcotraficantes, de la violencia de la educación, de la violencia del amor, de la violencia del terrorismo?

Otras meditaciones sobre nuestro tiempo

Otras meditaciones sobre nuestro tiempo

(Las siguientes meditaciones se ofrecen al lector para los tiempos que corren en que su estupefacción no puede rebasar los 120 caracteres. Úsese con precaución).

Principio de identidad. El disenso es garante del respeto, lo demás es necedad.

Terrorismo. El odio siempre es impersonal.

Escándalo. Objetar al cristianismo que su amor no es personal es no entender la muerte de Cristo.

Guerra. La barbarie no es inhumana, sólo incivilizada.

Principio de diferencia. La coincidencia dejó de ser hábito y comenzó a ser real.

Námaste Heptákis

 

Que quepa duda. En entrevista con el periodista Ricardo Rocha, el subsecretario de Educación Básica, Javier Treviño, declaró que la alta cifra de participación en las evaluaciones educativas el pasado fin de semana (94.3% de los profesores) es señal de la aceptación que tiene la Reforma Educativa entre los docentes. Cabe la duda: dado que la negación en la participación de la evaluación puede significar la pérdida del empleo, ¿cómo distinguir entre coerción y aceptación? ¿La Reforma Educativa se impone por persuasión política o por asfixia económica?

Escenas del terruño. 1. Certero, Ciro Gómez Leyva se preguntó en El Universal el pasado 23 de noviembre si acaso tenemos un presidente al que nadie le hace caso o uno que ni le preocupa la inseguridad en el país. Léase, que es buen testimonio.
2. En el mismo tenor, el jueves 26 en Milenio, Carlos Puig pasó revista al decálogo presidencial.
3. En el caso de los normalistas desaparecidos hay un detalle digno de mención. Dando seguimiento al aporte de Carlos Marín en torno a la posible infiltración del narco en la norma de Ayotzinapa, Héctor de Mauleón señaló información importante el 19 de noviembre. El caso no debe ser olvidado.

Coletilla. Con su característica claridad y su templada inteligencia, Jesús Silva-Herzog Márquez reflexionó el pasado lunes en Reforma sobre los atentados de Paris y el fenómeno a ellos concomitante. Hay que leerlo.

Luz en la obscuridad

Luz en la obscuridad

Es mentira que coloquemos luz en la noche porque le tengamos miedo a su obscuridad. También se dice que el miedo a la obscuridad nocturna es más un temor por descubrir que en realidad la noche no viene a otra cosa que a invitarnos como hijos suyos al festín de la incertidumbre, en el cual todo vale. Esto último lo dicen quienes consideran la maldad como el quid del hombre. Lo cual ya nos pone de manifiesto dos posturas. Por un lado, resulta que el hombre le teme a lo desconocido, y por el otro, a lo que ya conoce. Por un lado, resulta que el hombre no quiere saber qué le ofrece la obscuridad, y por el otro, no quiere aceptar la obscuridad de su alma. Pero esto último, como dice mi amigo Tacitus, no es un llamado al cinismo.

Colocamos luz en la obscuridad porque deseamos ver. La naturaleza del hombre le inclina a saber de sí. Es natural, pues, que estando el hombre en la obscuridad desee saber de sí. La maldad, esa obscuridad que predomina más cuando no hay discernimiento prudente en el hombre, no es un momento en el corazón humano, pero tampoco es su esencia ¿Pues de dónde vendría la necesidad de compartir con el otro aquello que consideramos bueno? No sin duda del deseo de hacerle mal. Resulta que el hombre desea ver para no hacer el mal. ¿Pero qué es lo que ve con la claridad de su razón? Porque decir que ve el mal, pero lo evita, lo deja sin rumbo fijo. Le quita la posibilidad de actuar. Digamos entonces que reconoce el bien para actuar bien, aunque también sabe del mal.

Pero decir que el hombre ve el bien nos deja incrédulos cuando vemos que actúa mal. Algo en la naturaleza vidente (que ve y alumbra) ha de ser el punto capital del asunto. Decíamos al inicio que el hombre ve por deseo. Pero ¿Qué tal que viendo que ve, desea no ver? Para ello, cerrar los ojos no basta, que aún ahí dentro hay luz. Si todo lo ilumino, se dice el hombre, mis ojos no lo soportaran. Nada veré. Exagerando la solución, se niega el problema, es decir, entre más mejor.

La nueva obscuridad entorpece el andar del hombre. Ya no sabe para qué quería verse en las tecnócratas tinieblas. Quiere ver por qué lo atacan y él mismo se ha cegado. No puede defenderse de su ceguera autoinducida. Pero recibe otro flashazo y todo lo olvida, además sale sonriente porque sabe que con su libertad de ciego nada tiene que ver él en el mundo, porque a fin de cuentas, ya no hay hombre, ya no hay mundo. ¿Que la maldad existe? ¡Qué cerrazón, caballero! Alguna justificación le encontraremos. Pero de la cárcel, todos saldremos.

Justificarlo todo muestra que el hombre sí tiene miedo de su noche; no le importa si hay luz en ella, porque no quiere ver su dignidad: alumbrar en la obscuridad.

Javel