Jaque Mate

La reina miró desesperadamente al rey mientras un miserable peón le enterraba su pequeña espada. Todo estaba perdido.

Gazmogno

De la traición

¿Podemos, realmente, culpar a Edipo y condenarlo por su infamia? ¿Puede atenuarse tal crimen apelando a la ignorancia? Hoy día se alegaría algo así como “homicidio imprudencial” e “incesto circunstancial,” pero el hecho fue que Edipo – a sabiendas o no – asesinó a su padre y fornicó con su madre. Y lo más terrible – o más hermoso – del asunto es que, al descubrir la verdad, nuestro héroe – que por lo que hace a continuación es por lo que lo consideramos como tal – asume su culpabilidad y guarda silencio.

En una situación así ¿a quién culpamos? ¿Al azar, al destino, a la imprudencia? Porque no cabe duda de que Edipo actuó, a sabiendas o no, pero mató al rey y desposó a la reina. “Cosas que pasan, que suceden, que acontecen… simplemente” Y aunque su intención fuera distinta asumió tales acciones como suyas y enfrentó su destino. ¿Injusticia?

Hay traiciones que son viles, crímenes imperdonables, actos cuya degeneración es tal que resulta difícil pronunciarlos. Pero también hay traiciones sin traidores – por lo menos en apariencia. Traiciones que dejan en su acontecer nada más que traicionados y ¿cómo se legisla dicha falta? Se actuó, se dijo, se pensó, se planeó y simplemente sucedió la traición. Edipo se topa con alguien que lo amenaza y termina matándolo. Descifra el enigma y se hace acreedor del reino de Tebas. Cuando alguien dice algo – sea lo que sea – va de suyo que es responsable de eso que dice, de sus palabras – palabras que como puñales pueden asesinar a un padre o como caricias seducir a una madre. Uno luego puede retractarse, cambiar de opinión, intensificar lo dicho, huir… pero igualmente va de suyo que lo dicho lo llevará entre las patas – aunque ya no lo quiera – junto con toda la cadena causal que desató tal palabrería. ¿Cuántos muertos no dejamos a nuestro paso por la imprudencia de nuestras habladurías? ¿Y somos culpables – debemos serlo – aún cuando nuestra “intención” fuera la contraria? ¿Le damos la cara al destino y guardamos silencio o nos escondemos tras las indulgencias del “no era mi intención”?

Es duro ser traicionado, pero es todavía más duro no poder señalar culpables. Las cosas pasan, las traiciones se cometen y uno sencillamente se queda con su herida tratando de entender qué fue lo que pasó sin poder mirar siquiera al traidor – porque aparentemente no lo hay – para gritarle “¡Judas!” Y tampoco se trata de que la gente se ande colgando de las encinas por cuanto crimen pareció o no cometer. De lo que se trata, creo yo, es de mirar en nuestro fuero interno y analizar qué traiciones hemos cometido sin querer y si queremos seguir cometiéndolas; si queremos mirar nuestro crimen y guardar silencio o inventamos pretextos que nos alivien la carga mientras dejamos heridos por todos lados.

Gazmogno

Una propuesta inoportuna

“¿Quieres ser mi esposa?”, le preguntó temeroso mientras ella asentía con la cabeza, resultado, más bien, de la distensión de los músculos de su cuello, que cedían ante la inevitable morbidez que el cáncer le había provocado luego de seis meses de confinarla a la cama del hospital donde acababa de exhalar su último aliento, frente al que en otras circunstancias sería su prometido.

Gazmogno