Tiempos Modernos

Si algo enseñan estos tiempos modernos, es que ya no hay tiempo y que se logra ser productivo a costa de la felicidad.

Se optimizan tiempos y se reducen costos, sin notar que ahorrando en demasía nos volvemos avaros con lo humano: olvidamos fácil porque para recordar ya no hay tiempo, y perdonamos porque odiar es costoso y no porque el otro sea digno de amarse, o quizá porque ni siquiera hay tiempo para pensar en lo que es amar.

Si algo enseñan estos tiempos modernos es que ya no hay tiempo ni para pensar, porque ya habrá otro que lo haga en automático, llámese Siri o Cortana, lo que importa es no gastar tiempo precioso en acciones inútiles como recordar.

La búsqueda de comodidades nos libera tiempo para sólo estar: consumiendo y produciendo, yendo simplemente por el mundo. Ya no hay que hacer un movimiento que semeje el caminar, porque hay que ahorrar el tiempo, ya que ahorrando minutos diarios se aprovechan los tiempos modernos y se pasa el tiempo sin mucho pesar.

 

Maigo.

 

 

 

Tiempo para algo

Casi nunca disponemos de tiempo. Vivimos a las carreras y pocas veces nos detenemos. Por desgracia cuando cesamos de movernos en medio del torbellino de cosas que siempre tenemos pendientes, la mayor parte de las veces, llegamos a la misma conclusión, no disponemos de tiempo, y lo mejor es seguir moviéndonos. Hacia dónde, y con qué propósito nos movemos, no lo tenemos muy claro, sabemos que vamos hacia adelante, siempre hacia adelante, qué es lo que hay allá, no importa, lo realmente importante es avanzar siempre, aunque en la avanzada se pierda el tiempo que podríamos malgastar en preguntar qué eso a lo que llamamos tiempo.

La pregunta es sumamente ociosa, hace falta tiempo para preguntar por lo que hacemos todos los días, también hace falta tiempo para intentar responder sin apelar a lo que dicen algunos eruditos, citando a los sabios. Pero, justo eso que falta es de lo que más carecemos, nos obligamos a movernos y a dejar rastro de que lo hemos hecho. Comprensible es esta obligación cuando vemos que la disposición para el ocio depende de que veamos en nosotros necesidades que no se limitan a la supervivencia, es decir, depende de que nos veamos como algo más que meros cuerpos, necesitados de más tiempo y ávidos de tener un confort que sólo se encuentra mediante la ceguera del progreso.

Todos los días nos falta tiempo, pero quizá esa falta no se deba a fallas administrativas, tal y como algunos lo señalan con frecuencia, me parece que es más acertado decir que nos falta tiempo, porque carecemos de un alma que dé cuenta del movimiento que improductivamente hacemos.

Maigo

Pérdida de tiempo.

Sabia virtud, de conocer el tiempo,

a tiempo amar y desatarse a tiempo

como dice el refran dar tiempo al tiempo,

que de amor y dolor, alivia el tiempo.

Se dice que el tiempo perdido jamás se recupera, y ese carácter irrecuperable es lo que conduce a muchos a moverse siempre con prisa, ya sea para llegar a un trabajo o a la tumba. Pero hay ocasiones en que la idea de perder el tiempo parece sugerirnos movimientos más calmos, pues nos invita a reparar en aquello que ocurre con una rapidez mayor a la deseada. Sea como sea, lo importante de esta idea, radica en que es posible perder el tiempo, y junto con ello que es posible perder lo que es más importante en la vida.

Lo cierto es que sólo se puede perder el tiempo cuando nos olvidamos de que éste es el resultado de la cuantificación de nuestro movimiento, es decir, cuando vemos al tiempo como algo que ocurre a pesar nuestro. Los días suceden a los meses y los meses a los años sin que nosotros, efímeros mortales, podamos evitarlo, y deseamos evitarlo en la medida en que notamos que pasan esos días, meses y años y no hemos hecho nada de valor.

Así pues, de la consciencia de perder el tiempo pueden desprenderse varias maneras de vivir, no falta por ahí quien busque constantemente alguna forma de permanecer en el tiempo, es decir, busca honores y recuerdos entre los mortales que le siguen, pero el éxito en esa empresa depende mucho del modo de pensar y de valorar la vida que sea propia de esos mortales. Tampoco faltará quien busque aprovechar el tiempo produciendo bienes para sus herederos y evitando molestias para los mismos una vez que ya no esté, pero estas personas son tan precavidas y cuidadosas de los detalles, que en detalles se les va la vida. Y menos ha de faltar por ahí quien considere que pérdida de tiempo es no gozar de la vida mediante el deleite de los sentidos, aunque la mayor parte del tiempo pase buscando esos deleites que no suelen durar mucho.

Viendo estos posibles modos de vida se colige que el tiempo se aprovecha siempre, pero de diversas maneras, lo que pensado con suficiente malicia o descuido nos puede llevar a olvidar la búsqueda de la mejor vida, pues lo que importa no es lo que se hace sino evitar perder el tiempo y hacer muchas movimientos en la vida, aunque estos sean erráticos y perjudiciales para el alma que se mueve. Pues lo que importa a quien le preocupa más el tiempo que la mejor vida es no perder el tiempo y no ya dar buena cuenta de los movimientos de los que el tiempo es cuenta.

Maigo

Esperanza.

Mañana es Jueves Santo. Muchos descansarán y otros tantos guardaran ese día sagrado. De los que descansan, algunos saldrán a pasear y buscarán divertirse, otros simplemente se quedarán en casa con la finalidad de no hacer nada. Entre los que guardan ese día, algunos cumplirán con el rito de acudir a los oficios a ver nuevamente la representación de Cristo lavando los pies de sus apóstoles, otros, quizá los menos, acudirán a los oficios y verán en el lavatorio de pies la imagen más humilde del divino maestro, y pensarán en el nuevo mandamiento de la ley de Dios con el que se abre propiamente el Nuevo Testamento.

Del nuevo mandato no faltará quien vea lo difícil de amar al prójimo como así mismo, así como tampoco faltará quien vea la necesidad del amor divino para poder cumplir con él. Entre aquellos que busquen amar al prójimo seguramente algunos notarán que es fácil cumplir con el mandato si el nombre de prójimo sólo se aplica a quien por alguna u otra razón es próximo a nosotros, otros con la humildad en el corazón pedirán a Dios el milagro de amar antes que el de ser amados.

Mañana es Jueves Santo; y es de esperar que algunos prediquen repúblicas amorosas y perdones que salen de dientes para afuera, pero también habrá quien se percate de que el amor filial que funda al cristianismo y los valores de una república no pueden ir de la mano, estos notarán que el reino de Jesús no es de este mundo y que se basa en un amor que tampoco lo es.

Mañana se conmemora una última cena, una última convivencia con los amigos y una entrega total a los mismos. Mañana se celebra el acto de amor más grande que puede haber entre quienes se unen amistosamente, y no sólo pienso en los actos del Nazareno sino en la entrega que debió hacer Judas. El siempre injuriado Judas, que con tal de ver a su amado amigo cumpliendo con su misión en el mundo debió hacer lo más desagradable de todo, entregar y dejar partir con un dolor que ahorca al corazón al ser más amado que se tiene en este mundo.

Mañana es Jueves Santo y al recordar la trasformación del pan en carne y del vino en sangre, muchos olvidarán que el que mojó su pan en el mismo plato que el Nazareno fue aquel que mejor comulgó con Cristo. Él que alcanzó a ver a través de sus ojos llenos de lágrimas la necesidad de que este se fuera y que al no soportar la separación del amigo decidió seguirlo a su reino que no es de este mundo y que se separa por completo de lo que sí lo es.

Mañana es Jueves Santo, día en que muchos descansarán mientras que otros esperarán  que se obre el milagro de sentir amor,  por lo menos una vez en la vida.

Maigo.

Pérdida de tiempo.

 

¡Dios mío, Dios mío!

¡Voy demasiado retrasado!

Tarde. Siempre tarde. No sé porqué siempre se me hace tarde. Todo el tiempo ando persiguiendo ese último minuto para hacer las cosas. Dejo que mis pasos se atropellen de la manera más insana para llegar a donde se supone que me importa. Tengo tanta prisa por atrapar ese último instante en el que resultaría oportuno hacer las cosas que aun saliendo más temprano llego tardísimo. Pero nadie tiene la culpa por mis eternas prisas, sé que se me acaba el tiempo, sé que se me termina el día, sé que se me acaba la vida y no he hecho más que correr, tropezar, levantarme, correr, sentir cómo mis pies se tuercen e inevitablemente pierdo el equilibrio. ¡Maldita sea, siempre ando tarde!, nací demasiado tarde, aprendí a caminar más tarde aún, y ya no se diga correr o volar, o siquiera respirar.

Odio estas prisas con las que vivo, nunca me dejan en paz, no puedo ver lo que me rodea porque eso supone perder mi valioso tiempo en cosas que son valiosas. Tiempo que bien puedo utilizar para no dejar que el tiempo se vaya inútilmente. Necesito una agenda, un reloj más preciso, una mayor división del tiempo que me permita hacer más sin tener que preocuparme por lo molestia que supone tener tiempo libre.

¡Qué horror, tiempo libre!, el tiempo libre es para quienes quieren perder el tiempo, para quienes creen que pueden hacer más caminando paso a paso en lugar de ir por la vida corriendo como los seres más eficientes, esos seres que nacen, producen, tropiezan, producen desde el suelo, se levantan, producen en el aire, se colocan en pie, producen al caminar y vuelven a correr con tal de que no se les haga tarde.

Tarde, siempre ando tarde, no me importa si son apenas las cero horas de un día que más bien parece noche, para mí ya es tarde, y tengo que hacer cosas que debí terminar desde antes de llegar a ver siquiera que son las cero horas.

La prisa que supone saberse retrasado, no me deja más que tropiezos que serán del todo inútiles si no me enseñan a ser más eficiente y rápido. Tarde, siempre es tarde y sé que por más que haga, más tarde se me hará, mi hora final se acerca, mi último minuto pende sobre mi cabeza, y yo aquí pensando en que como siempre se me ha hecho más tarde.

Maigo.

Respuesta a “Apología Nimia y sin Razón del Ocio” de la Cigarra

Como siempre que respondo, recuerdo al lector la importancia de tener presente el texto al que respondo. En este caso, el de la Cigarra. [Buscar vínculo abajo].

Por A. Cortés:

El título de la Cigarra nos dispone a leer una apología del ocio, y aún así, nos equipa sin dilatarse de razones para repudiarlo. La conclusión de su apología no es que el ocio sea bueno, sino que por ser indiferente a los juicios de valor ético, es tan malo como lo es el trabajo. ¿Y qué clase de apología es ésta? Su argumento, mucho más débil que convincente, pinta al ocio desde la perspectiva del negocio, y así, nos impone desde el principio de su interpretación como si fuera el “tiempo libre”. Es libre del trabajo, y por eso, se comprende que el ocio es solamente el residuo que queda de la vida normal en la que nos la pasamos haciendo lo que no nos gusta hacer. Por esto, nos dice la Cigarra, no puede pensarse que el ocio sea el padre de los vicios, porque no a todos nos gusta lo mismo, y por eso es más bien el gusto por lo enfermizo lo que engendra el vicio, no el ocio. Esta comprensión, según sospecho, está íntimamente vinculada a la confusión al respecto de lo que es el vicio.

No es cierto que un vicio sea la afición extrema a algo que merma la salud. Tampoco es cierto que la adicción sea el superlativo del vicio. Para empezar, porque los extremos no tienen superlativos, y para continuar por la perspectiva que nos compete, porque si entendemos que el vicio es predominantemente detrimento físico, es imposible explicar por qué es que el ocio debería ser justificado. Resulta en la vida cotidiana que el “tiempo libre del trabajo” es a la vista de cualquiera el momento para hacer lo que siempre se está queriendo hacer y que no se ha podido por estar trabajando; si en esta condición resulta que se dan los vicios, no importa si es porque a uno le gusta ser vicioso o si es por otra cosa, hay razones buenas y de peso para impedir que los hombres tengan la posibilidad de dedicarse a lo que los dañará. Desde la perspectiva de la salud pública tenemos dos caras: la saludable y la enferma. Y se debe hacer lo que se considere que conservará la salud. De ese modo, es evidente que vale la pena sacrificar unas cuantas horas de vacaciones si acaso eso garantiza que la población se mantendrá lejos de lasadicciones. El hecho de que haya quienes no se dedican a nada malo para su salud no es razón suficiente para pensar que los demás seguirán el ejemplo, o que no deben preocuparnos. Como hay razones para protegerse del vicio, y si se mantiene la salud en el trabajo, el ocio no tiene por qué defenderse ni conservarse. Como esta censura del ocio no dice que todos los ociosos siempre son viciosos, demostrar que existe quien no es vicioso en el ocio no toca en absoluto el punto importante. Entonces, lo que dice la Cigarra de “no es cierto que el ocio sea malo porque cuando yo estoy ociosa, sólo duermo y no hago nada malo”, no sólo es insuficiente y nimio, sino que no es un argumento razonable en absoluto. Su texto es, por lo menos, fiel a su título.

¿Y por qué sería digno de calificación moral el ocio, o la actividad en el ocio, si su influencia es con respecto al buen mantenimiento del cuerpo? Esto es lo que no se puede responder desde la perspectiva de la Cigarra. Si acaso el ocio debe de ser sopesado para intentar alguna justificación o apología, no debe de pensarse en qué sentidos no es dañino, sino en qué sentidos puede ser benéfico. Es notorio que en lo que se refiere a la salud no es posible más que, si acaso, como fomento del deporte, pero esta perspectiva también se refuta fácilmente diciendo que pocos decidirán dedicar su tiempo libre a ejercitarse en vez de vacacionar, descansar o dormir. Si el ocio tiene algo de bueno, es porque es la condición indispensable para que el hombre se dedique a lo más humano: la conversación.  O si se quiere, al arte (pues hay quienes defienden mucho este punto y no es éste el lugar para discutirlo). Eso es el ocio, no el tiempo que sobra, sino las condiciones humanas de vida en las que las necesidades más básicas ya no ocupan al hombre y, por tanto, puede dedicarse a todo lo que no le es común con los demás animales. Y esto no tiene que ver con que tengamos más o menos propensión a la diabetes.

No toda la actividad ociosa es buena, pero sí toda ella es digna de juicio moral. La –según la Cigarra- diabolización del ocio que se dedica al vicio no tiene nada que ver con un prejuicio supersticioso que malamente ataca la caída a la enfermedad confundiéndola con perversión; más bien, es el juicio que nace de la posibilidad de notar que los malos hombres actúan mal, y que la acción mala es evidente para la mayoría. Notamos que hay quienes son perversos. Los que notan que los viciosos se destruyen a sí mismos se dan cuenta también de que su destrucción proviene de la maldad de su acción, no de que les dé mucha tos, diarrea o enfisema pulmonar. Y por ello es tan importante reflexionar sobre las posibilidades humanas en el ocio, porque sólo en él es posible que las acciones más benéficas de los hombres se lleven a cabo, pero también es posible que en él se caiga en el vicio. El buen ocio promueve la virtud, que no es la salud sino la buena acción; y el mal ocio promueve el vicio, que no se parece a la adicción más que en la disminución de quien actúa mal. Finalmente, la reivindicación del inocente padre ocio no depende de lo que más nos gusta hacer, sino de lo que es mejor que hagamos. Si no vemos eso, entonces estamos –dándonos cuenta o no- de acuerdo con todos los partidarios del mundo del negocio en el que se debe erradicar por completo cualquier posibilidad de conversar sin trabajar, y con esta cancelación, acabar toda condición para dedicarse a algo distinto de lo que tenemos en común con todos los otros animales.

http://ydiceasi.wordpress.com/2010/05/22/apologia-nimia-del-ocio/