Rayitas en las palabras

Así como las alhajas, las capas, los bolígrafos Mont Blanc y las gafas modernas, las tildes son artículos de prestigio. Quien sabe colocarlas se distingue de los demás. Escribir las palabras como las encuentra en el diccionario, da la impresión de que alguien ha leído o se rodea de quienes sí lo han hecho. Las numerosas lecturas imprimen las palabras correctamente escritas. Igualmente el uso de la tilde es testimonio de la escolaridad. Suele creerse que una persona con estudios adelantados sabe poner la tilde adecuada. En caso de que no, causa un bochorno insoportable a propios y ajenos. Nada más ridículo que un doctor sin reconocer a nictálope como palabra esdrújula. El arquitecto no es albañil por darle su tilde a también. Se le incentiva al gerente que sepa acentuar porque un director no es inculto. Hay aristocracias que se deben a los méritos; otras a las tildes.

Cuando no son ornamentos en los hombres, lo son en la hoja de papel. Ver las palabras con su respectiva tilde abona a la presentación. Le otorga elegancia y estética al texto. Si faltan a lo largo de la página, se tiene un elemento para desaprobarla. Aplica lo mismo para los mensajes virtuales que fluyen en nuestros días. Sonreímos no sólo por ser algo cada vez más inusual, sino por cierto placer estético. Un mensaje con palabras bien escritas se ve bonito. Lamentablemente, pese al goce, la importancia de los signos no se visualiza con suficiente claridad. Este lector es víctima de una resonancia de su memoria. Sabe que tráfico lleva tilde, más no acaba de entender por qué. Reconoce que tráfico es palabra esdrújula, pero no acaba de entender su relevancia. Sus clases de español, arrinconadas al fondo, crujen al ser tocadas por el viento.

Recordamos, entonces, que la clasificación resobada en cuanto graves, agudas y esdrújulas se debe a la sílaba tónica. Aquel lugar donde la palabra suena más fuerte, el punto en la palabra donde un golpe de voz destaca. De acuerdo a especificaciones ortográficas, se coloca la tilde. El signo ilumina dicho golpe, es un recordatorio acerca de su correcta pronunciación. La secreta utilidad se manifiesta al enfrentarnos con una palabra desconocida. Quien baraja las reglas ortográficas sabrá cómo decirla. Así con ésta y otras palabras, le dará su pronunciación adecuada. A través del sonido la llevará a su plenitud. La correcta pronunciación no sólo la hace comprensible, sino resplandece cada letra con que fue creada. Es acentuar su unicidad.

Las tildes van más allá de su dimensión gráfica; contribuye a darle justicia a la palabra. Esta importancia aparentemente insignificante es la causa de que nos maravillemos al verla puesta. Se ve bien porque la palabra es perfecta. Además de tener excelencia estética, la correcta pronunciación favorece la conversación. Distinguir lo que se dice es vital para sostenerla. Nada se puede responder si no se escucha. Para solicitar que se repita lo dicho debe haber un mínimo de claridad. En poesía una tilde puede trastocar un verso o el poema entero. Para nuestra expresividad deficiente sólo hay un trazo; para nuestra pobreza auditiva, es suficiente.