Suponer que las virtudes de un gobernante terminarán contagiando al pueblo, como para que éste se convierta en un ser virtuoso, es una idea propia de las monarquías absolutas: si el rey es virtuoso sus allegados lo serán, aunque gusten de inclinarse al vicio, si el rey es vicioso, sus allegados lo serán aunque su alma busque la virtud y el bien, la comprensión sobre la virtud y el vicio no es tan simple.
Pensar que la virtud y el vicio se contagian, ya supone un problema que se debe atender con cuidado, incluso pensar que los virtuosos sólo conviven con los virtuosos y que los viciosos lo hacen de igual manera implica un problema bastante amplio de tratar.
Luis XIV de Francia, aquel monarca ilustre que se atrevió a igualar al estado con su persona, hizo de su vida cotidiana un espectáculo que debía ser atendido por toda la corte.
El uso de pelucas y accesorios que adornaran al monarca, quien sin miedo se equiparaba en los cuadros con el dios Apolo, se volvió corriente en el palacio que estaba construyendo en medio de las tierras que ahora son jardines, cabe señalar que sufrientes por la carencia constante de agua.
La moda se impuso, al grado que hasta las cirugías a las que debía someterse el monarca se volvieron solemnidades, pero la capacidad de éste para soportar el dolor no aportó a la educación que esperaba recibieran aquellos por los que se rodeaba. Los cortesanos no soportarían dolores emulando a los monarcas cuando ya bastante sufrían a causa de sus ideas raras.
La moda se impuso, pero la virtud se perdió entre espejos, cristales, fuentes sin agua, jardines y danzas. El tiempo fue pasando y lo que el propio rey consideró virtuoso se perdió entre deudas y cabezas empolvadas, muchas de ellas cayendo bajo los regímenes más terroríficos, que de la carencia de libertad se sacan.
El rey absoluto pensó que sus virtudes serían admiradas y copiadas, el problema es que sus virtudes, si acaso las tuvo, se confundieron con modas por los ricos adoptadas.
Un rey absoluto considera que si se levanta a cierta hora todos los días, y todos lo emulan, contagiará de virtudes a todos los que amodorrados persiguen sus pasos para ver cómo se caen promesas y sueños después de caminar por los páramos yermos de certeza, y terminar más perdidos que ciertos discípulos de Protágoras.
Maigo.