Libertad presa

Vivimos con más ideas de libertad que con libertad de hecho. Somos libres para pensar, no somos libres para actuar. No es exclusivamente una idea la falta de actuar libremente. Pensemos nuestra experiencia cotidiana, lo que más hacemos, lo que tenemos más a la mano. Debemos trabajar la mayor parte de la semana. Algunos lo hacen cinco días, otros seis, los más afortunados de a uno a tres días, y los menos afortunados son esclavos casi sin darse cuenta. Los trabajadores debemos ir por caminos o carreteras sometidos al tránsito, a los choques, a los conductores alocados, o a cualquier otro imprevisto. El dinero que ganamos no podemos decidirlo por entero, tampoco su valor. Las actividades que realizamos en el lugar donde trabajamos tampoco podemos determinarlas. El tiempo que dura una jornada laboral depende de nuestro jefe directo, y del jefe de éste y así sucesivamente hasta llegar a la competitividad de las empresas. Lo que media entre nosotros y las empresas son los contratos y el dinero. Naturalmente nos vemos impelidos a satisfacer nuestras necesidades básicas; para ello necesitamos el dinero. En qué podemos trabajar depende de nuestras capacidades y las opciones disponibles en las que aplicamos lo que sabemos. A qué dedicar nuestras capacidades depende en parte de nuestra voluntad, de nuestra vocación, y en parte de nuestra necesidad o lo que creemos que necesitamos. Tales creencias, así como las opciones en las que podemos trabajar, la competitividad entre las empresas y el valor del dinero no dependen de lo que cada uno quiere y decide, dependen del progreso. ¿De quién depende el progreso? Estoy seguro que necesitamos al progreso, pero el progreso no nos necesita a nosotros. La libertad perfecta es una idea.

Yaddir

Palabras de oficina

Hace algún tiempo, impreciso por el contraste con mi actual situación, tuve la oportunidad de estar en una posición donde podía darle mi estilo a un área de trabajo. No era jefe, era un subordinado. Para ser sinceros no era exactamente como mis otros compañeros, aunque para recursos humanos lo era. Pero esto no se trata de mí. Uno de esos días en los que tenía más responsabilidades, vi que mis compañeros se reían incansablemente. No sé si fue el estrés, mi paranoia o qué, pero sospeché que yo algo tenía que ver con su risa. Al acercarme a ellos lo comprobé. Tenían una lista que parecía ser un diccionario. Ellos sabían que a mí me gusta escribir. Pero no quisieron hacerme partícipe del ejercicio. Se dieron cuenta que los observaba, así que excusaron mi ausencia diciendo que lo de la libreta era cosa del momento, nada muy importante, ni que me afectara a mí o a nadie de la empresa. Les dije que no se preocuparan. Su lista era asunto de ellos. Pero lo que a todos nos concernía era que el trabajo estuviera a tiempo. Nos dispusimos a trabajar como cualquier otro día. Obviamente la curiosidad me ganó. Revisé su lista. Me sorprendió lo que vi; tanto que la comparto:

Estrés: preocupación causada por la diaria amenaza de que si no se termina el trabajo te pueden despedir.

Jefe: administrador que está pendiente del trabajo de sus empleados; en ocasiones asume el papel de padre.

Junta: espacio de obligada reunión para, obligatoriamente, perder tiempo señalando lo que debe hacerse en lugar de hacer lo señalado.

Provechito: palabra que ningún oficinista deja de decir cuando ve a un compañero comiendo o disponiéndose claramente a ingerir alimentos. Se suele dar énfasis a la importancia de ese momento alargando alguna de las dos últimas vocales. No importa el puesto o la empresa en la que estés, decir provechito muestra la esencia de un oficinista.

Compañeros: los mejores aliados o los peores enemigos. Salvo en la guerra, en el trabajo un buen compañero es como un ángel; uno malo es su claro opuesto. Bien lo dice el filósofo, sin buenos compañeros no valdría la pena vivir.

Situación temporal: sinónimo para referirse a un momento que se distiende en el tiempo con un claro inicio pero con una fecha de termino incierta. Situación indefinida. Ejemplo: «El que trabajes los fines de semana es algo temporal».

Ascenso: promesa semejante a la que hace un candidato público en campaña.

Yaddir

Rutina

«¿Cómo estás?» puede ser la pregunta más compleja de responder así como la más fácil. Decir «bien» es regularmente lo común. Acostumbrados estamos a escuchar el cuestionamiento en dos breves palabras del mismo modo como estamos acostumbrados a responder con una sola. Somos adictos a lo rápido y breve. Lo hacemos por costumbre. La socialización diaria nos hace preguntar y responder en automático. Nos interesamos brevemente el uno en el otro. Aunque tal vez sólo nos interese la respuesta, el fingir interés, y no saber cómo está la otra persona. ¿Sabe cómo se encuentra?, ¿distingue un día del otro si aparentemente todos los días hace casi lo mismo? El que pregunta, ¿sabe cuando le mienten, cuando le dicen «bien» porque el que responde quiere pasar al otro peldaño de su rutina, a que ahora él sea el cuestionado?, ¿sabe por qué le están mintiendo? Si la pregunta se hiciera y respondiera con toda su compleja seriedad, no habría necesidad de terapias.

Aunque quizá hacer todos los días casi lo mismo o cosas diferentes de la misma manera nos mantenga bien o con la creencia de  que estamos bien. Si estuviéramos mal o nos diéramos cuenta que estamos mal tal vez no seguiríamos haciendo lo que hacemos. Tal vez haríamos algo diferente. Quizá nos interesaría saber por qué la otra persona está bien. Hay quienes creen que lo que hacen es algo bueno. ¿Sólo ganar dinero será bueno?, ¿mantener una rutina que me posibilite vivir, tomar vacaciones, y satisfacer algún pequeño placer de vez en cuando es estar bien o es realizar algo bueno?  No pocos creen que por promover mediante su trabajo lo anterior es estar haciendo bien. Decirle a otros lo que deben hacer, para algunos, es estar haciendo bien; para otros es estar haciéndose bien. Un médico, por ejemplo, hace bien al enfermo y se hace bien. Hasta el buen médico puede afectar más de lo que ayuda a su paciente. ¿Preguntar seriamente cómo se encuentra alguien es sin ninguna duda hacer bien?

La imposibilidad de saber cómo está uno es lo que la producción de la rutina más afecta. Se cree que se sabe cómo se está, pues tácitamente se llega al acuerdo de que se está bien. El que se percata que se encuentra, en algún sentido, mal, difícilmente lo reconoce, lo dice o intenta solucionarlo. Saber qué es estar bien no es algo que se pueda decir en menos de un segundo.

Yaddir

Estrés

Tenía un amigo con el que mantenía una relación, digamos, un poco tóxica. Y es que me mantenía con energía, con la adrenalina a tope. Dormía menos, me mantenía en competencia, aprovechaba más el día. Mi cuerpo, o los nervios de mi cuerpo, no se mantenían quietos; tenía que hacer algo, mantenerme en actividad. Casi cada segundo del día lo pasaba con él. Algunos me miraban con preocupación, como si en cualquier momento fuera a estallar o a realizar un acto anormal, propio de un loco. No querían mantener contacto físico conmigo por temor a recibir una exagerada reacción. Creo que lo hacían por envidia, porque mientras que ellos sólo trabajaban ocho horas diarias, yo duplicaba su tiempo. Era mejor al doble. Los dolores de cabeza eran soportables. Al menos en un inicio. Después comenzaron a convertirse en una especie de enemigo: me costaba trabajo mantenerme frente a mi computadora. Cuando comenzó el insomnio pensé que podría aprovecharlo para ser el triple de productivo. Aunque a ratos ya no podía hilar ideas, la concentración se me escapaba. Confundía los nombres, las horas, los días, hasta qué era comida y qué no lo era. En una ocasión, medio lo recuerdo, me desvanecí enfrente de todos. Estaba detallando una estrategia que nos pondría por encima de todos nuestros competidores. Justo cuando estaba revelando la idea clave, la frase única y original, aquella que me daría un gran ascenso, me desvanecí. Ahora descubro que los dolores de cabeza y el insomnio no eran enemigos, sino mi amigo disfrazado. Creo que ganar la mitad de lo que antes ganaba no me convierte en la mitad de lo que ahora son mis ex compañeros.

Yaddir

Motivos para terminar la tesis

La tesis. Escuchar esas dos palabras incomoda a cualquier tesista. Apenas son mencionadas, se puede contemplar su escalofrío, como si un gusano frío estuviera recorriendo su columna vertebral. Su rostro inevitablemente pasa de la indiferencia al disgusto; o de la alegría al susto; los más valientes se mantienen rígidos, con el rostro frío, listos para enfrentar al enemigo. Hace poco un amigo me mandó una carta con varios motivos por los cuales se debe acabar la tesis (al menos eso parecía). No sé porque me los mandó, si hace muchos años que yo no tengo ese fantasma persiguiéndome en mis pesadillas; supongo que lo hizo para darse valor, ponerse a prueba. Además, si podía reflexionar en por qué hay que acabar la tesis, también podía reflexionar en el tema de su tesis y en lo que le faltaba para terminarla. Enlisto los que me parecieron sus mejores motivos, así como añado otros, para que tú, asustado u osado lector, te animes a terminar el tortuoso trabajo o para que se los pases a un amigo (en caso de que pudieran servirle).

1.- Para terminarla. Esto parece una verdad de Perogrullo: hay que acabar la tesis para terminarla. Creo que lo que quiso decir mi amigo fue que no es conveniente tener el compromiso de la tesis y no acabarla. No es bueno vivir con pendientes encima.

2.- Para dejar de ser universitario. ¿Qué tiene de malo ser universitario? Que no puedes serlo durante toda la vida. Creer que siempre se será universitario es como creer que siempre se será joven.

3.- Para aprender. El proceso de elaboración de una tesis va añadiendo conocimientos a nosotros, maneras diferentes de ver el mundo, pues lo que se lee, descubre  y escribe se reflexiona varias veces. (Según mi amigo, este es el segundo motivo por el cual muchos no terminan la tesis).

4.- Para leer más. Se deja de leer por temor a encontrarse con algo relacionado a la tesis; se deja de leer porque el tesista piensa que está encontrando motivos para no terminar la tesis. Resulta estresante llenarse de libros sin terminar; estresa no hallar principio ni fin entre tantos temas inconclusos.

5.- Para apreciar lo valioso. Sea que el asunto de la tesis llene el alma o el bolsillo, el tesista aprende lo complicado que es terminar un estudio o una investigación y verterlo en varias docenas de páginas. Aprende a mirar con respeto los libros, a no creer que un texto al que se le dedicó años enteros de sangre, sudor y lágrimas, puede ser tratado como frituras. Las opiniones, si son valiosas, cuestan trabajo.

Yaddir

Rencores

Sintió una fría ráfaga que le rozó la mejilla al mismo tiempo que enviaba el mensaje. No, al mismo tiempo no había sido. Así parecía. Nadie podía leer un texto tan rápido. Era breve, claro, bastante práctico, pero hacían falta al menos cinco segundos para comprenderlo. El contenido no era importante, al menos no al corto plazo, al menos no para las personas a las que se lo había enviado. “Él ya no será el responsable de los telegramas, ahora será la persona de arriba”. ¿Quién se enojaría por ese contenido? Los telegramas se referían a eso, a la escritura de telegramas. ¿Acaso la persona de arriba se confundió con otra persona de un lugar cercano? Nadie más estaba arriba, al menos hasta donde el que había mandado el mensaje sabía. “No maten al mensajero”. Le dio risa corroborar que en tiempos en los que la tecnología avanzaba más rápido de lo que podíamos entender, la tan mentada frase en tiempos sin correo seguía viva como la herida que casi le había llegado a los labios. Quizá había cometido un pequeño error. No conocía completamente el sitio de arriba; apenas si conocía el de abajo. No sabía cuántos rencores se habían cocinado, cuántos rencores se habían plantado. El trabajo es campo fértil para que broten los odios persistentes. “Los rencores: nacen como algo pequeño, aparentemente sin importancia. Crecen, se hermanan con otros pequeños momentos; se condimentan. Las rencorosas plantas se han multiplicado de tal manera, que la pequeña molestia se convirtió en un error irreparable, en la causa de una sangrienta guerra.” Cualquier mensaje hubiera desencadenado la balacera. Las trincheras ya estaban puestas. Había caminado por los hilos de la tensa cordialidad sin cuidado; había caído. “Obviamente estoy exagerando. Este pleito es infantil. Los rencores laborales nacen porque creemos que nuestra vida es importante.” Después de repetir esta frase cinco veces, el dolor comenzó a disiparse.

Yaddir

El porqué los tuiteros no saben tomar café

No puedo evitarlo, sé que llegaré tarde, sé que me volverán a regañar en el trabajo por ser el último en empezar a trabajar, quizá hasta me descuenten una cantidad considerable de mi sueldo por tantas impuntualidades, pero no puedo apurar mis dos tazas de café. Treinta minutos por lo regular me toma tomar mis dos tazas de café. Caliento el agua hasta que hierve; la dejó enfriar por un par de minutos; le echo una cucharada de café por cada taza; dejo pasar dos minutos; agito el café; espero dos minutos más; lo sirvo después de echarle una cucharadita de azúcar; dejo pasar otros dos minutos y lo bebo. La primera taza me toma saborearla quince minutos; siento cómo el calor y el sabor se posan sobre mi lengua, cómo van viajando por mi garganta y caen a mi panza; en poco tiempo el efecto comienza a recorrerme: despierto y me siento pletórico. La segunda taza refuerza lo anterior, pero esa, dado que se ha enfriado, me toma beberla diez minutos. Si una historia o una idea anda paseando en mi cabeza, me puedo tardar el doble de lo normal en beber mi sabroso café. A mi jefa no le hace ni pizca de gracia el que justifique mi tardanza explicándole lo mucho que me gusta saborear el café, que una buena taza de café es bueno saborearla como se saborea una buena plática; me contesta que eso es poco productivo, que así como se me paga un salario debo corresponder a eso con mi tiempo. Ella también se tarda en beber su café, pero en lugar de saborearlo, trabaja mientras lo sorbe: con una mano escribe 240 caracteres por minuto mientras con la otra alza su vaso para beber su líquido vital. ¿Por qué no puede distinguir el tiempo laboral y el tiempo de la vida, el más valioso? Seguro se debe a que tanto el alfabeto como el café los usa para lo mismo, para trabajar; seguro se debe a que la vida para ella está en las redes sociales.

 

El alfabeto era usado con calma y disciplina porque leyendo y escribiendo, enseñando y aprendiendo, se pretendía alcanzar la sabiduría. El alfabeto nos permitía vivir mejor. Ahora lo usamos como una herramienta. ¿Cómo vamos formando nuestro uso del alfabeto al escribir en las tumultuosas redes sociales? Escribimos abreviando las palabras, reduciendo los significados, simplificando las ideas, para que podamos entrar al torbellino de la conversación momentánea. Un par de horas está de moda la película del momento, y en otras dos se lamenta el suicidio de un cantante; si la muerte del cantante estuvo precedida por el escándalo, se producen dos horas de polémica y dos horas más de opiniones sobre los distintos bandos de la polémica. Twitter es un medio que exige muchos comentarios, que requiere una capacidad de reacción rápida, digna para juzgar sin pensar. El uso correcto del alfabeto pasa a segundo plano. Lo importante es opinar, meterse a la monstruosa tendencia. Una o dos erratas no tienen tanta importancia como llegar a tiempo al mercado; con suerte alguien logrará expresar una opinión, un punto de vista. Las palabras son navajas, se usan para atacar, no es extraño que en las redes se lean más groserías u ofensas que cumplidos y palabras agradables. Quien no ataca o escribe de modo ácido, quien no se alista en algún ejército es olvidado o visto con ojos somnolientos. Nunca hay consenso en Twitter (tal vez sólo en dos ocasiones lo haya habido: cuando todos se burlaron del YaMeCanse de Murrillo Karam y cuando en el juicio contra el Chapo Guzmán se dijo que Genaro García Luna había recibido sobornos millonarios en pago por protección al cartel del capo, a lo que los tuiteros sólo retuitearon); no se quiere resolver ningún problema. El alfabeto se desperdicia en las redes sociales y, con ello, se le da el peor uso a la vida.

Yaddir