Me da para mi calaverita…

Triste la calavera

de una más triste autora,

dejó para sus lectores

las palabras que escribo ahora.

 

Su intención, si es lo que cuenta,

es que cada quien dedique

alguna calavera nueva

que pueda mover a risa.

 

Si por tradición escribres,

querido lector te pido

que dejes algún vestigio

de que esto has leído.

 

Y si a escribir te animas.

sin portarte como hidalgo,

mejor ve con disimulo,

que podrías perder algo.

 

Así, sin más preámbulo

dejo al azahar algunas rimas,

para que tú ahora escribas

haciendo con ello escarnio.

 

Tinaco

Demulce

Fulce

Bellaco

 

Margarita

Serán

Pan

Necesita

 

Vano

Maruja

Lejano

 

Granuja

Mano

Burbuja

 

 

Maigo.

Reforma

Los enojos hacen revoluciones que muchas veces sirven para que todo siga igual.

Maigo

Herencia

Siempre que hablamos del pasado resulta un embrollo. Enfrentamos la dificultad de hablar acerca de algo que propiamente no está presente aquí. Recordamos, por ejemplo, a nuestros amigos fallecidos que no viven entre nosotros o analizamos los hechos históricos que ya acaecieron. Los sucesos pasados son tan escurridizos que terminamos perplejos en nuestra relación con ellos. Si recordamos a los fallecidos, ¿eso no es una manera de volver a traerlos al ahora? ¿En qué sentido podemos decir que no están aquí? Este embrollo se enmaraña y enreda todavía peor en nuestro lenguaje; quién no se la pasaba mareándose con la precisión y variación en los tiempos verbales.

Brevemente podemos reflexionar y apuntar que nuestro pasado podemos verlo a través de la historia. Comúnmente encontramos hombres que deciden relatarnos su vida a través de una historia, los célebres tienen publicados estos relatos como biografías y otros deciden revelarlos en confianza. La narración de ellos se va tejiendo entre episodios uno detrás de otro. De modo análogo también se ha entendido al paso del hombre sobre la Tierra. La denominada historia universal resulta un estudio de los episodios que ha vivido la humanidad en distintos países. Entre guerras, auges y caídas de civilizaciones, se nos cuenta el tránsito humano hasta nuestros días. En ocasiones se asume que los descubrimientos y errores cometidos nos hacen arribar a un mejor sitio. De ahí que, por ejemplo, varios se congratulen de haber superado épocas de oscurantismo o haber fabricado la brújula que pudo revelarnos los secretos del Atlántico. Bajo esta actitud alcanzamos a notar una relación interesante con los antepasados. Por un lado no podemos prescindir de ellos; asumir a la Edad Media como una caída humana resulta necesario para poder justificar el resurgimiento. Sin embargo, pese al vínculo guardado, también existe un rechazo y superación.

Frente a esta relación de superaciones y mudanzas, encontramos a los hombres que resguardan sus tradiciones. Para ellos el pasado no  ha permanecido en el olvido, viven conforme a él. Sus antepasados resultan ejemplares y no tienen motivo para rechazarlo, incluso algunos se asumen como herederos. Comprensión gastada de ello la tenemos en México donde algunas personas exaltan a los tlatoanis y guerrero águilas. Incorporándose a un linaje —quizá inexistente— quieren volver a vestirse en piedras preciosas y oro. A pesar de que aparentemente sea una confrontación, están más emparentados de lo que creen. Quienes creen en la superación de la historia, ven la mejoría en la corrección de errores pasados. Su perfección está basada en el curso de la historia. El heredero es lo mismo pero a la inversa: su corrección del presente hace apreciar la perfección en el pasado.

En una lectura superficial, alguien como Aristóteles es considerado como un tradicionalista ya explicado. Al comenzar sus obras retoma ideas de otros hombres y decide reflexionar a partir de ellas. Así puede pasar como un heredero que no se sabe solo en el mundo antiguo. Dicha concepción cambia cuando atendemos que generalmente critica deficiencias y rechaza algunas ideas de poetas o naturalistas. De ahí que muchos gusten destacar su ideal «científico» o «crítico y objetivo». Curiosamente lo que mayor destacan, mayor descuidan. El estagirita no lleva este rechazo sólo por superación, de haber sido así no hubiera tenido caso prestar mucha atención a las ideas antiguas. Justamente las atiende lo suficiente para pensarlas, digerirlas y rebatirlas.Si resultan falsas no es por ser antiguas o la intención de imponer la ideología aristotélica. El repaso de la tradición, entonces, se hace para acercarnos a la verdad.

Gracias al filósofo que no vive hoy, vemos que sería imprudente demeritar la tradición. Su importancia no viene sólo porque seamos producto de ella, en realidad tiene algo qué decir. Si rechazar al naturalista falaz le permite hablar mejor de la naturaleza, en ese sentido lo ha mejorado. Y esta perfección no ha sido juzgada por el curso de la historia. Quien emprenda realizar una historia de las ideas debe saber lo inútil y engañoso en dicha tarea.

Bocadillos de la plaza pública. Pretende aliviarnos la declaración emitida por Osorio Chong acerca de lo confiable y seguro que estuvo Guerrero en estos días de asueto. Hace días en este blog se retomaron las palabras del secretario diciendo que el aumento en ejecuciones sólo se dio entre miembros del crimen organizado. Seguramente está en lo cierto. Seguramente, en sitios como Acapulco, los restaurantes que vienen y van por supuestas amenazas, deben tener nexos sucios. En general todos los negocios amenazados deben tener historial negro. Seguramente los mercados locales también pertenecen a esa red de inmundicia. Seguramente todos los que acuden a compartir la mesa o disfrutar del puerto, están involucrados. Seguramente los niños asesinados ya traficaban la droga. Sin duda alguna los periódicos locales y relatos callejeros son pura mentira. Haciendo honor a su columna, Carlos Puig agrega un duda razonable a aquella declaración.

II. Y frente a la violencia desatada en la región guerrerense, el gobernador exhorta a un convenio de silencio. Si no se logra la paz, al menos podemos fingirla: ya se extrañaba al PRI.

III. Dando un vuelco interesante aquí, Elisa Alanís denunció hace días el acoso de una de sus compañeras. Tal hecho indignó a más de uno: «inmoral» que Eruviel se vuelva candidato. Un problema lastimoso pero muy silencioso para el gobierno mexiquense, así pretenden promover alternativas para estos días sucios.

Y, por último, ahí va una anécdota…

El endurecimiento del Hoy No Circula fue duro para varios. Indignados reclamaron la severidad de la medida y reprocharon lo insensato de ella. A pesar de ello, la luminosidad juvenil salió como siempre al rescate. Por Feisbuc, el ágora o agonía de los chavos, una veinteañera —borreguita regiomontana— reprendió a todos sus coétaneos por no hincarse ante la tempestad. Su admiración por Lennon no impidió reprocharnos nuestra preocupación por habernos «quitado el carro para la peda» (pinche albañil o conserje bestial que va a perderse con sus amigos). Arguyendo que a la ciudad le urgía un detox, nos sugirió que, frente a las necesidades laborales y lo triste del transporte público, siempre había alternativas como compartir el coche con el vecino. Quizá aprender ejemplarmente de su colonia donde todos los vecinos trabajan en el mismo lugar y se toman de las manos cada Navidad. Tuvo algunas observaciones y críticas, pero ella sólo respondió a quien le dejaba un amor y paz o le decía «tienes razón, deberíamos aprovechar esto para empezar a hacer consciencia». Debió haber pensado que era un sinsentido darle importancia a los haters e insensibles. Su optimismo con las medidas verdes recuerda a Tanya Müller. Durante una entrevista radiofónica confiaba en la necesidad y éxito de las innovaciones ecológicas. A pesar de no saber un carajo dónde regular los vehículos federales (entre ellos camiones de carga donde un día fuera hace peligrar su encargo), confiaba que se acoplarían al programa. No debíamos quejarnos tanto, decía, en lugares europeos como París las medidas eran más radicales. Seguramente todos los mexicanos seremos felices cuando vivamos en Amsterdam. Sin darse cuenta o a veces intentarlo, estas mentalidades verdes detestan a sus ciudadanos. ¿O será que no creen que haya ciudades? Diría Lennon que no sería difícil imaginarlo. ¡Ah! Y en cuanto a la borreguita, un par de días después, hizo un roadtrip con una amiga a Plaza Naútica Juriquilla. Sí, ese lugar queretano que debe mucho a la presa con el mismo nombre (¡si vieran cómo ellas se deleitaban y fotografiaban esa vista!). Qué bueno que no me enteré si su amiga casquivana —o feliz y libremente bisexual dirían algunos— quiso divertirse, de haberlo hecho hubiera tenido que contar esa anécdota más… Esto ya se hizo muy largo, ¡hasta la próxima!

Señor Carmesí

Traición política

Traición política

Tradición es traición, dice el apotegma de la traducción. El traidor lo mismo lleva y trae, quita y da, cambia y conserva. La traición parece creativa y destructiva a la vez. Los traductores son los traidores tradicionales. Lo que no se puede decir de otro modo, lo que ya no se puede explicar, lo que es forzoso, al mismo tiempo de ser intraicionable es intraducible. El resto, aquello de lo que sí puede darse razón, es el mejor sentido de la tradición: traducción y traición. Lo importante es traducir de buen modo, traicionar bondadosamente. La traducción, como acto traidor, es poner a la tradición punto y aparte.

El santo patrono de los traductores es San Jerónimo, pues fue él quien trajo la sabiduría bíblica a las letras latinas: abriendo la razón romana al pensamiento judío, permeando la virtud romana de virtud cristiana, haciendo del hombre sabio un hombre piadoso. San Jerónimo, como atestiguan numerosos pasajes, creó con la Vulgata el mundo en que todavía vivimos. San Jerónimo es, quizás, el padre de la Iglesia que más cuida a la razón; a pesar de ser un eremita que a ojos de la mayoría llevó una vida irrazonable. Su cuidado por la razón lo llevó a la polémica más lógica de la historia de las traducciones: la polémica con Rufino. Rufino y Jerónimo, los grandes traductores de la Antigüedad tardía, disputaron por las consecuencias prácticas de las ideas teológicas de Orígenes. El descubridor del concepto de consciencia originó en los traductores la conciencia de la traducción. Y es de la polémica entre Jerónimo y Rufino donde podemos aprender de buena manera cómo se involucran tradición, traición y traducción, con el esfuerzo siempre loable de salvar la posibilidad de dar razón. Llegar a la polémica, empero, sólo nos será posible cuando encontramos algún sentido en cuidar nuestra relación con el Texto Sagrado, cuando creamos que la razón sólo se salva con la fe –con anfibología consciente, cual debe entender el lector-. Pero eso es otro punto y aparte.

De entre las traducciones de Orígenes que hizo Rufino hay una notablemente creativa, inigualablemente traidora y pocas veces comparable por su savia tradicional: la del Comentario al Cantar de los Cantares. Entre las creaciones del traductor Rufino se encuentra en ese texto algo que los latinistas ya dan por sabido: que homo viene humus, por lo que el sentido latino del nombre que se dio al hombre es el de un ser apegado (u originado) en la tierra. Rufino señala la “etimología” de homo tras haberla inventado en su traducción del Protréptico de San Clemente de Alejandría. Clemente intenta explicar, en griego, por qué el segundo relato de la Creación en el Génesis plantea que el hombre proviene del barro. Para explicarlo, Clemente tuvo que relacionar gen con aner, para lo que el traductor al latín necesitó relacionar humus con homo. Si bien gen y aner tienen como raíz común al sánscrito nar (que nombra a la fuerza vital que distingue al hombre de los otros seres, presente todavía en el griego andreia), humus y homo sólo tienen la relación mentada hasta que la inventa Rufino traduciendo a Clemente y confirma su invención traduciendo a Orígenes (humus y homo, sin embargo, provienen de la raíz indoeuropea dhghem, de donde derivan términos tan disímiles como: camaleón, humilde y homenaje). Y al traducirlos, traicionándolos, Rufino no sólo creó una metáfora válida y bella, sino que estableció una etimología que los eruditos ahora dan por válida.

No darán por válida, empero, una traición más arriesgada, aunque a mi juicio mejor traducida. Con corrección de erudito Rufino vierte polis en civitas, y nadie encuentra problema con ello. Sin embargo, atina para politeuma el latino conversatio, al que glosa como: “género de vida”. En griego clásico, politeuma nombra a una comunidad política como unidad étnica que la distingue del resto de la ciudadanía; así fueron calificados los judíos tras la diáspora. Aristóteles distingue entre politeia y politeuma, señalando que la actividad pública caracteriza a la segunda respecto del tipo de régimen que nombra la primera. Politeuma era el nombre de una comunidad política, por ende de un género de vida. La innovación de Rufino es que de la ambigua “ciudadanía”, lleva politeuma a la certera conversatio: el género de vida propio del ciudadano es la conversación. El giro que Rufino hace evidente en latín fue creado en griego por San Pablo en Carta a los Filipenses 3:20. (Dicho sea de paso, en la Vulgata Jerónimo toma la invención de Rufino). Pablo, sabedor de la “ciudadanía” judía en el régimen romano, debe buscar la catolicidad del cristianismo, debe llevar más allá de las fratrías y las ciudadanías la conversación que es conversión, la conversión conversada que se llama cristianismo. Ser cristiano, nos descubre el traductor-traidor Rufino, es conversar sobre la fe y mantenerse conversando sobre ella. La fe cristiana es el esfuerzo por dar razón posible antes de la necesidad. La fe cristiana salva a la razón. ¿Cómo lo hace? Eso es punto y aparte.

Importante sería que algún traductor de la traducción de Rufino encuentre el buen modo traidor de recuperarnos ese sentido politeumático de la fe que encuentra en la discusión razonada una razón de ser. Importante sería que los fieles y creyentes asumieran el logon didonai como modo de vida genuinamente cristiano. Que llevando la fe con buena razón nos libramos de los místicos fáciles, de los políticos falaces y los retóricos inmoralistas. Quizá necesitamos una gran traición.

 

Námaste Heptákis

Garita. Se engañan quienes creen que la carta que Marcelo no ha jugado espera una curul. Su carta viene del 94. Su juego es ganar perdiendo y perder ganando. ¿Adivinas, lector, qué carta es?

Escenas del terruño. El caso de los 42 desaparecidos de Ayotzinapa ha tenido tres detalles importantes. Primero, el drama del equipo forense argentino que presenta conclusiones no forenses como forenses, y con ello contribuye al sospechosismo. Segundo, las vestiduras desgarradas en la ONU, que pronto se perderán en una deformación de la ley de víctimas. Tercero, el nuevo cardenal mexicano que, claridoso, denuncia la manipulación evidente del caso. Lo peor de todo es que en el ambiente público ya no está a discusión el caso, sino que cada uno parece haber aceptado su propia verdad histórica como explicación completa. Quizás Ayotzinapa nos exhibe nuestra afición por las fórmulas fáciles.

Coletilla. Un 21 de febrero, pero de 1801, nació John Henry Newman, importante teólogo inglés del que hoy, por inicio de cuaresma, te comparto, lector, un parrafito de 1849.
Nadie ofende a Dios sin justificarse ante sí mismo con algún pretexto. Todo hombre se siente impulsado a hacerlo porque no es como los animales. Tiene dentro de sí un dón divino llamado razón que le obliga a explicar sus acciones como en presencia de un tribunal. No puede, por tanto, actuar al azar. Haga lo que haga, debe obrar según un criterio. De otro modo, se sentirá turbado e insatisfecho consigo mismo. No es que sea muy exigente sobre si debe aducir una buena o mala razón; pero alguna razón ha de invocar. De aquí que a veces encontremos hombres que abandonan todo deber religioso, e invocan la conducta defectuosa de personas devotas conocidas o de ministros sagrados o fieles, como excusa –bastante trivial, por cierto- de su negligencia. Otros alegan el hecho de vivir lejos de la iglesia, o estar tan ocupados en casa, quieran o no, que les resulta imposible servir a Dios como deben. Otros dicen que es inútil hacer más intentos, que han ido a la confesión una y otra vez, y tratado de evitar el pecado sin conseguirlo; e interrumpen así un esfuerzo que juzgan estéril. Otros, al caer en pecado, se excusan con la observación de que simplemente siguen a la naturaleza; que los impulsos de ésta son muy fuertes, y que no puede ser malo secundar las inclinaciones naturales que Dios nos ha dado. Otros, más audaces, se desprenden completamente de la religión, niegan su verdad, llegan a negar incluso la providencia de Dios sobre sus criaturas. Rechazan con desenfado la existencia de una vida después de la muerte, y así las cosas, serían ciertamente unos necios si no buscaran ahora el placer y no aprovecharan lo mejor posible esta pobre vida. Hay otros que buscan infundirse paz a sí mismos con el pensamiento de que algo ocurrirá que les libre de eterna ruina, aunque de momento continúen negligentes de Dios. Se dicen que falta todavía mucho camino hasta la muerte; que dispondrán de numerosas ocasiones favorables para rectificar; que desde luego se arrepentirán a su debido tiempo, cuando se acerque la vejez; que, por supuesto, piensan convertirse; que, tarde o temprano, sanearán su situación espiritual; y –si son católicos- añaden que se cuidarán de morir con los últimos sacramentos y que, por tanto, no necesitan preocuparse más por la cuestión.

Reunión familiar

Tradicionalmente, casi religiosamente, nos vimos en casa de la tía Berta. Como siempre: pollo con mole, papas con salsa, canapés con jamón, papa con chorizo. Lejos, junto a la barra del bar casero, vibraban las bocinas resobando una trillada canción que hablaba seguramente de amor o nostalgia, o algo así. El abuelo no se sentaba, sirviendo a todos, sonriendo para que le sonrieran de vuelta, sin escuchar ninguna discusión completa. Los tíos, casi todos con los pómulos sonrosados, reíamos como cientos de veces lo habíamos hecho de las anécdotas que se habían contado ya cientos de veces. Los jóvenes, hartos del ritual (¡y lo que les faltaba!), habían salido a correr por el jardín y golpearse un poco o esconderse. Pronto se metería el Sol. Algo era distinto esta vez, me dije mientras daba un profundo y sabroso trago a mi vino. Por primera vez reí bien en serio de las correrías de mis primos, de la suerte del ya difunto tío Gibrán, de esto, de aquello, de todas las palabras añejas. Por primera vez pensé que no tenía importancia en absoluto que ninguna de estas historias hubiera sucedido así en realidad.

Muy breve pensamiento sobre los celos

Temo que son muchos los enamorados que, remedando años de tradición que enaltece la pasión como a una diosa, corroen su amor celándolo y extenuándolo. Se enorgullecen de su calor en estos intensos arranques e incluso los desean contra sí mismos, repudiando la templanza. Se convierten en suspicaces jueces de un compromiso de difusos límites, y confunden la confianza con desinterés, la paciencia con debilidad y la fidelidad con presencia. En su embriaguez –y en su elogio de este vino– no pueden regalarse la oportunidad de estar juntos aun siendo los dos libres, el uno del otro.

Curiosidad mortal

“La muerte es sólo la suerte con una letra cambiada…”

Joaquín Sabina

Me despertó el sonido de unas llantas rodando suavemente sobre la grava y por instinto paré la oreja. A continuación escuché dos pitidos característicos, provenientes del claxon, que indicaban que los amos habían llegado a la casa. Me puse lentamente de pie y me desperecé con calma, abriendo también el hocico para soltar un bostezo. Entonces estuve listo para salir de mi escondite moviendo animosamente la cola y así bajar corriendo las escaleras para esperar a los amos en el rellano. Posé mi mirada en la puerta mientras los amos entraban y, sin darme cuenta, ladeé la cabeza cuando divisé las bolsas que traían colgando de las manos. Bajé el siguiente tramo de escaleras con precipitación y me dispuse a inspeccionar las bolsas para asegurarme de que todo estuviera bien.

Habían comprado víveres humanos y una bolsa llena de croquetas para mí. A su paso, los amos me palmeaban la cabeza y me preguntaban cómo estaba y qué había hecho durante su ausencia. Yo no hacía más que sacar la lengua y menear la cola contento por tenerlos de vuelta en casa. Al vaciar las bolsas noté que habían comprado mucho de lo que ellos refieren como “fruta” –y que yo personalmente no me como–, pero en vez de dejarlas en la cocina se dirigieron con toda ella a la sala y comenzaron a acomodarla en un pequeño estante.

Salí detrás de ellos y, a fin de tener una mejor visión, volví a subir las escaleras hasta llegar al rellano donde me eché al suelo mientras los amos acomodaban el contenido de las bolsas en aquel lugar. Primero, el amo decoró el estante con papel picado y enseguida el ama le ayudó a colocar la fruta formando una especie de muro: hasta abajo dejaron las frutas redondas y grandes junto con otras alargadas que parecían estar unidas por el extremo superior y otras tantas que parecían palos cortos –como los que suelo sostener en mi hocico y llevarle al amo para que juguemos–, y encima pusieron las que eran redondas pero mucho más pequeñas y las alternaron con unas cabezas reducidas que parecían tener adornos por todos lados. Al frente de todo aquello dejaron un vaso lleno de agua, un plato extendido con varios panes y otro vaso –al centro– con una pequeña luz refulgiendo dentro.

Cuando terminaron de acomodar, reparé en lo que todo esto indicaba: como cada año, aquella noche vendrían los otros humanos, ésos que ya no habitaban este mundo, que parecían flotar en el aire –con lo que a veces conseguían ponerme los pelos de punta– y para quienes los amos dejaban puesta toda esa fruta. Al día siguiente, como era costumbre, los amos me preguntarían si había alcanzado a ver a alguno de los otros humanos y yo, contestándoles que sí, lo único que conseguiría sería ladrarles.

Yo quería mucho a los amos, tanto que daría mi vida por ellos si fuera necesario, pero por más que los quisiera no lograba entender su comportamiento tan extraño: vivían aterrados de morirse y sin embargo siempre deseaban con todas sus fuerzas saber qué era la muerte.

Hiro postal