Falsas Esperanzas

El árbol se conoce por sus frutos: el misericordiado da misericordia; el miserable, miseria.

Caras salieron las falsas esperanzas, ingenuos resultan quienes esperan tener larga vida cuando cimentan la fuerza de ésta en la muerte, el odio y las divisiones.

Julio César lo entendió en el Senado, justo cuando pasaban los Idus de Marzo. Él dividió, venció y por su propio hijo fue cruelmente asesinado.

Maigo.

Adendum: Desde esta categoría nos sumamos al dolor que embarga a México y al resto de Latinoamérica.

Creo que Yaddir habla bien del costo de la indiferencia, aquí el post

Nerón y Lisístrata

Entre planes para reformar al mundo conocido hasta entonces, y comedias representadas a la luz de un gran incendio, a Nerón se le escapaba la posibilidad de un buen gobierno.

¿Sería Lisístrata de Aristófanes alguna de sus obras predilectas? O quizá fue otra comedia la que lo movió a componer hirientes versos mientras su ciudad ardía sin tregua.

No sabemos lo que pasaba por la cabeza de este hombre que en Roma fue gobernante, posterior a un loco y otro que estuvo más o menos cuerdo.

Nerón, cual loco emperador sólo en la daga de su esclavo encontró consuelo una vez que vio que el teatro ardía realmente y no sólo por juego.

El emperador teatral fue amante de lo antiguo, de las comedias  en las que probablemente veía femeninas huelgas y otros inusuales movimientos, pero también lo era de lo moderno, como las ejecuciones sistemáticas que organizó para entretención de su pueblo.

Nerón desde el escenario se burlaba del pueblo entero quemándose y de las ejecuciones que en el poder lo sostuvieron, entre las víctimas estuvo su madre, a quien le debía el trono y quizá algo de respeto.

El emperador matricida, no contó con que su comedia levantaría a varios en su contra, que acabaría huyendo y señalando en su desvarío que junto con él moría un artista que jamás se tendría de nuevo.

¡Ay, en tantas cosas se equivocó Nerón!, que no se percataba de que su modo de estar en el mundo era parte de la condición humana, pues no es el único que insensible se burla del dolor mientras monta para sus gobernados un terrible drama.

Maigo.

De risa loca y cascadas de llantos

Todos ríen y todos lloran. Nunca he conocido a una persona carente de afecciones. Por más que nos esforcemos, no podemos permanecer indiferentes al dolor y al placer. Algunos actores intentan ser ajenos a las características más humanas, pero nunca pueden deshumanizarse completamente. Observarlos sin desconfianza es imposible. La fuerza del dolor y de la alegría se remarcan si repasamos nuestro placer por los melodramas, obras de teatro y la literatura en general. Pese al placer que nos provocan en el alma las obras donde el actuar humano se ve en sus peculiaridades más interesantes, el placer por las representaciones cambia; cambiamos nosotros, pues cambian las escenas que nos hacen reír y llorar.

No soy un experto en tragedias griegas, ni mucho menos en comedias del reputado Aristófanes; tampoco soy un asiduo asistente a las obras de teatro; como la mayoría de las personas, me he educado viendo melodramas, telenovelas estelarizadas por irreales actores en situaciones casi irreales, casi tanto como he interpretado novelas. Por eso, si pregunto ¿por qué nos causan risa las situaciones incómodas, donde una caída, un accidente imprevisto que no provoca daños graves se desarrolla en todo su esplendor? No puedo ofrecer una gran respuesta, que muestre la diferencia entre un espectador de tragedias griegas en los tiempos de Sófocles y un fanáticos de telenovelas en los tiempos de Juan Osorio. Tal vez mi falta de experiencia literaria me impide percatarme de mi propio error. ¿Me excedo en perversidad al carcajearme por ver cómo una rata, tras ser pateada, va girando hasta golpear con toda su rateidad el rostro de una niña que no pudo esquivarla? Quizá no sea tan perverso, pues no me da risa el dolor de la mejilla que acarició el veloz y audaz roedor, sino lo inverosímil de la situación; el contraste entre lo que se espera que suceda un domingo de plaza y lo que pasó. ¿Cuántas veces un conejo gris va corriendo en medio de una plaza y una persona, para alejarla cuanto antes y ahorrarle el asco de verla a su acompañante, la patea cual balón de futbol? Tal vez me ría de eso, del pobre inocente que no previó que al disparar al primo incómodo de la ardilla inevitablemente golpearía incómodamente a una niña. Probablemente me ría del egoísmo del delantero mencionado. Aunque esto ya me suena a una exageración de risa loca. La mencionada escena no es como aquella en la que Marmeladova, en Crimen y Castigo, azota dos sartenes en plena calle, e insta a sus hijos a que la acompañen, como si estuvieran tocando música en un concierto, al enterarse de que ha muerto su esposo. Estoy seguro de que la escena de la rata voladora no involucra ninguna reflexión sobre lo risible como paliativo a nuestras desgracias, principalmente no creo que busque borrar nuestras distinciones entre lo cómico y lo trágico; esperaría que la situación descrita no tuviera una confusión de lo bueno y de lo malo.

De qué nos reímos no sólo expresa nuestra inteligencia, como dicen por ahí, sino que expresa y aclara nuestra noción del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto. De qué y cómo nos reímos prefigura cómo y de qué nos lamentamos. Comedia y tragedia muestran lo que nos importa en la vida; exhiben lo importante de la vida.

Yaddir

El engaño de los trágicos

El engaño de los trágicos

 

Conocí la poesía de Antonio Deltoro [Ciudad de México, 1947] una tarde triste. Abatido por la crueldad de lo humano, tomé un libro y me refugié en los versos. Vi el dolor de mi dolor, reconocí en las letras los contornos de mi pesar, leí palabras que susurraban los suspiros de mi desconcierto. La lectura no me sumergió en una tempestad inabarcable ―que ya parecía así la vida―, sino que en el camino de los poemas de Deltoro reconocí mi altura: sus árboles enhiestos asombraban mi fragilidad, su luna luminosa clarificaba mi confusión, su tristeza esperanzada esperanzaba mi tristeza… Antonio Deltoro oculta una sonrisa cálida entre gélidos versos dolientes. Desde aquella tarde reconocí en el poeta una dichosa compañía para los días malos, a veces para los peores.

         He vuelto a Deltoro en la semana entristecido por mí, entristecido por él. Me entristece la enfermedad del poeta; entristece el lector por la enfermedad espiritual que lo rodea. Don Antonio en coma; yo sin poder explicar que por temor alguien que parecía distinto renuncie a la felicidad. Quizás ambos, el poeta y el lector, sobreviviendo. Quizá nadie sepa hasta cuándo.

         Leo el poema “Sobrevivencia”, del hermoso Los árboles que poblarán el Ártico [Era, 2012].

Una vez viste la verdad,
ya no te acuerdas.

Llueve
y sonríes
al sentir la lluvia
que, muchos años después,
sigue cayendo.

Qué maravilla reducirse,
concentrarse,
no salir,
no abarcar,
quedarse con la lluvia,
no con el trueno y el rayo
que enceguecen
al oído y al ojo

cuando caen
juntos, los dos,
al mismo tiempo.

 

¿Cuál es el tiempo del poema? Por los primeros dos versos podría decirse que desde un futuro hipotético se evoca un acto del pasado, y desde ahí quien habla en el poema juzga la situación entonces presente y exhibe una decadencia. Podría decirse que el poema ve una felicidad pasada que se reconoce perdida en ese futuro hipotético que se hace presente, como quien asume la inevitabilidad de los cambios, la tiranía del tiempo, la visión trágica de la vida. Porque evidentemente es más sencillo asumir fácilmente que la vida se torna trágica, a esforzarse por explicar la propia vida. Porque es más sencillo asumir que la verdad puede quedarse en el pasado y que el futuro siempre es lo terrible por venir. La sabiduría de los trágicos, empero, nunca será sobrevivencia.

         La verdad sólo puede ser olvidada cuando su visión no es temporal, pues una verdad temporal ―¿acaso hace falta decirlo?― no es verdadera, sino sólo una opinión adecuada. El tiempo del poema no es, pues, aquel que podría decirse como un futuro hipotético, sino la experiencia de quien está negando la verdad que ha conocido, la niegue en el tiempo en que la niegue. El tiempo del poema es el tiempo de la existencia. El poema le habla a quien en su existencia está negando la verdad que ha visto. Y no sólo niega, sabe que la niega: llueve y sonríes. Nadie que haya visto la verdad puede ocultársela, aunque haga todo el esfuerzo por olvidarla, por desviar la mirada, por distraerse con otras cosas, por fingir que no es quien es. He ahí el error de los trágicos: conocen la verdad pero prefieren el estruendo, han visto la verdad pero quisieran que sólo fuera el trueno y el rayo que enceguecen al oído y al ojo. Parece que los trágicos, por creerse hijos del Tiempo y olvidarse hijos de Dios, no reconocen que el estruendo que aterra cae al mismo tiempo, junto con ellos, pero en medio de la lluvia. Parece que olvidan que la lluvia sigue. Parece que olvidan la verdad. Y frente a ellos, mirándolos, bajo la lluvia, alguien está sobreviviendo.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Esta semana aprendí que quien no sigue mis consejos tiene éxito, en lo cual concuerdan los del mundo y los que quedan (si quedan).

La vida como grulla

La vida como grulla

 

I was down and out
He looked at me to be the eyes of age
As he spoke right out

 

Es una opinión extendida que la unidad del arte poético posibilita la reunión de la comedia y la tragedia en las grandes obras. Y siempre es una opinión debatible cuáles sean esas grandes obras, o bajo qué definición ha de juzgarse aquello en que puede reconocerse la pretendida reunión. Si se toman simplonamente, por ejemplo, las definiciones aristotélicas de tragedia y comedia, pronto podría decirse que en cada obra se confirma la reunión, o que cualquier cosa es literatura. Y en diciéndolo pierde plenamente su sentido aquello de donde nace la opinión extendida. ¿A fin de qué sostener la reunión de lo distinto cuando tan arduo empeño exige la precisión de la diferencia, la claridad de la definición?

         Rondo por estos asuntos en el intento de explicarme una novela reciente, su éxito relativo y su dificultad particular. Ando rondando en torno de Esperando a Mister Bojangles de Olivier Bourdeaut.

         La primera novela de Bourdeaut ha sido recibida por el público relativamente bien. Sin ser un fenómeno mediático, ha logrado agradar a un público amplio. Sin ser la nueva gran novela, ha gustado a la crítica. Y mucho más interesante, sin ser una lectura sencilla, ha sido leída con demasiada facilidad. Así, por ejemplo, la mayoría de las reseñas falla al captar la unidad de la obra, ciñéndose inexplicablemente a las primeras páginas. O bien, perfila desarticuladamente el carácter de los personajes, simplificándolos, estatizándolos. O, finalmente, reducen la novela a un calificativo tan ridículo como sospechoso; ni el surrealismo es mero absurdo, ni toda excentricidad es exagerada.

         La novela se divide en tres partes. La primera es la jocosa descripción de una familia, su génesis y sus costumbres. La segunda va más allá del círculo familiar: junto con los profesionales aparece el ámbito público, la vitalidad aparece excesiva frente al orden del Estado, la diferencia torna anomalía, la disidencia aparece como sintomática enfermedad. Hacia la tercera parte el hogar es ya imposible, la vitalidad pasado y la soledad futuro. Las risas de la primera parte contrastan con la resignación y el desconcierto de la tercera. La comedia privada termina en tragedia interna cuando el Estado pone orden, cuando los profesionales determinan la moral pública. Tan sólo por la visión general de sus partes, Esperando a Mister Bojangles es una novela política.

         El título de la novela evoca una canción popular que encuentra su expresión más bella en la interpretación de Nina Simone. El personaje que baila en la canción es la visita esperada en los festivos bailes de los personajes de la novela. Mientras el baile y la música iluminan una celda de prisión en la versión original, aquí la vida ―ya luminosa por sí misma― quisiera no perder la luz ―preservar el constante amanecer― mientras se baila. La música del entrañable anciano de Mr. Bojangles añora el mundo externo. La música que espera la llegada del anciano en Esperando a Mister Bojangles quisiera conservar el mundo interno. La vieja canción nos conmueve porque nos da esperanza de un futuro promisorio. La nueva novela nos perturba porque anuncia que la alegría en que brota la esperanza siempre está al acecho de la destrucción. Olivier Bourdeaut alerta sobre la tristeza que nos inundará cuando sigamos esperando al viejo Bojangles en una nueva celda: la moral.

         No se trata de que Esperando a Mister Bojangles sea una novela inmoral, o un gajo romántico-revolucionario desprendido desde alguna trinchera. Sino que muestra que la vitalidad se agota cuando es imposible mentir. O para decirlo mejor: la alegría suspira cuando es imposible mentir bien. O para decirlo más correctamente: la vida pierde su sentido cuando la mentira sólo es un asunto moral. “Cuando la realidad sea aburrida y triste” ―se aconseja en la novela― “invéntese usted una buena historia y cuéntemela. Con lo bien que miente sería una pena no aprovecharlo”. Mas cuando sólo reina la moral, toda mentira es triste, la literatura vana y la tragedia clara. Viviremos una comedia mala.

 

Námaste Heptákis

Escenas del terruño. El lunes siguiente se cumplen 41 meses de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. No hay novedades en la investigación del caso. ¿Las habrá antes de la elección?

Coletilla. En una síntesis perfecta de nuestros tiempos, Jorge F. Hernández señala el hartazgo provocado por el ruido de la política y avizora la necesidad de buscar un horizonte lejano en que sea posible reconocer nuevamente lo importante.

Cordonazo

Dios nos dé a los hombres el valor, la esperanza, la paciencia, la fe y el amor que dio alegría al Santo de Asís, y que tanta falta nos hace en estos tiempos tan tristes.

Maigo.

Piedra de toque

Piedra de toque

Decía Heráclito que uno no se mete a bañar al mismo río dos veces y acaso esto tiene su mejor ejemplificación en la política, pues lo que hoy aparece como el cauce natural del actuar político mexicano, mañana ya no formará parte de esta vorágine impredecible. Hace unos días se hablaba de unidad, se convocaba a ella, mejor dicho, no a ella todavía, sino a la formación de ésta. No se puede llamar a lo que no existe, aunque sí puede ser deseado… El deseo de unidad quizá ya se perdió en la violenta corriente de sangre que vivimos día a día. No es apatía la nuestra, es conocimiento trágico.

Dice Dostoievski que hay seres a los que sólo los golpes del destino más crueles los llega a salvar. El gran escritor ruso, que según Joseph Frank, padecía la soledad y odiaba la crueldad como nadie, no nos invita a ser amantes del sufrimiento, sino a abrazarnos en el dolor, para salir de él. Estos últimos once años México ha sufrido más que nunca. Heridas hay por todos lados: los secuestros, la corrupción, las desapariciones forzadas, el narcotráfico. Por un lado, el descaro del poder (Duarte); por el otro, el desinterés de los tres poderes por hacer justicia y formar unidad (No estamos completos hasta que aparezcan o se aclare el caso Ayotzinapa). El golpe ha sido dado. ¿Qué tragedia más fuerte podemos sufrir?… Tal vez ésta, estamos ahogándonos en este río de sangre, cada quien por su lado, pues si tomo la mano del otro para salir juntos, quizá terminé hundiéndome para salir él sin mí. Solos y llenos de miedo fúrico pataleamos por vivir.

La unidad no se construye con miedo, sino con confianza en que el otro también quiere enfrentar la injustica para ser feliz junto a mí. Quizá el que mejor comprendió esto fue el poeta Sicilia, cuando nos llamaba a unirnos por la paz y la dignidad. En medio de este caos, dirían Dostoievski y Sicilia, todos tenemos derecho de un lugar a donde poder llegar. La unidad, hoy más que nunca, debe de ser esta piedra de toque para todos. Reconocer que hemos sido golpeados no es suficiente, pues nos deja vulnerables, arrastrados por la corriente, pasajeros de la crueldad. Hay que desear ser justos en todo, para tener fe en el futuro que viene. México está ante una gran prueba y antes de preguntarse ¿a dónde vamos? Hay que resolver ¿En dónde estamos? Sólo así, por más fuerte que sea el afluente, sabremos qué hacer, a dónde ir, con quién llegar.

Reconocer la tragedia mexicana en nuestra falta de unidad, es un paso importante. ¿Quiénes queremos ser, en relación a lo que hemos sido?, es ahora la pregunta más pertinente.

Javel