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Llueve. La lluvia no cesa. Escucho cómo, abultada, va cayendo sobre las casas. Por sus imperfecciones las calles se inundan. Desde hace horas está lloviendo. Parece que así ha sido la mitad del día. La lluvia puede ser relajante para algunos, pero hoy no. La zozobra se apodera del americano común. Primero en vilo, luego en decepción, intenta dormir —a la manera de los justos— sin conseguirlo. El agua sigue cayendo, soltándose por las mejillas. Con la cabeza hacia abajo no quieren afrontar lo terrible, así como el animal en la tierra. Quizá sea bueno. Quizá sea bueno dormir hasta que el sol anuncie otro día.

En el fondo varios esperaban que Noviembre marcara el cambio. En un año convulso, lleno de sorpresas, todos anhelaban algo extraordinario. Por un momento la política dejó de ser fastidiosa y aburrida. Los mitines eran excitantes y los debates, por primera vez, eran eventos públicos. La atención, no sólo nacional, sino mundial estaba puesta en las últimas horas del día. Expeliendo gritos, amenazante, con vestidura de valiente, el público era persuadido. En un mundo donde el show business es la dirección, el escenario es lustroso pero suficiente. La impostura política, la perfección sonriente, era derrotada por una pantomima muy real. La política actual se da en la noche.

Si la política es una lid constante, una confrontación perenne de fuerzas, la elección por lo extraordinario es positivo. Se necesita destruir para construir. Nos sacudimos para recordar que no estamos anclados a la inercia. Los terremotos avivan las causas y ánimos civiles. Los pensadores de la historia conceden el ascenso de la derecha, siempre y cuando la izquierda logre refrescarse. El presente puede arriesgarse por un futuro prometedor; el fin justifica los medios.

La arrogancia liberal muda en perplejidad, y luego viene el temor. Sucede lo que jamás pasaría. La educación y buenas intenciones conseguirían apagar los ánimos encendidos. La quietud inherente siempre se restablece. Pero Noviembre sorprendió. Lo desmedido fue reivindicado. Los rascacielos volverán ser símbolos nacionales; los nuevos chapiteles querrán rozar el cielo. La marquesina luminosa está a punto de estallar. Cercano a los emperadores romanos, el rey de Nueva York se asienta en su trono. La tiranía visceral se alza tan vulgar que pasa por ridícula e irreal. Lloverá toda la noche.

Moscas. Destacó en estos días el secuestro de un párroco de Catemaco, Veracruz. Posterior a un sinfín de protestas y bloqueos, afortunadamente apareció con vida. Lo interesante está en que, según una fuente consultada por el Reforma (XXIII, 8,356), el párroco tocaba temas de seguridad en sus misas, lo cual le hizo ganar varias amenazas. La libertad de expresión no sólo se restringe a periodistas.

II. Algo está mal en las prisiones del CDMX. Gracias a indagaciones de Humberto Padgett, sabemos que las prisiones están llenas de artículos ilegales. Asimismo uno puede fumar mota hasta en la Biblia.

Y la última¿Qué habrán sentido los exiliados españoles al terminar la Segunda Gran Guerra? José de la Colina rememora al respecto. 

 

 

 

 

 

La musa contra Cronos

Resentidos llegamos a admitir que la historia está escrita por los vencedores. Las páginas de la historia estarían redactadas por las plumas de los opresores y sus respectivos intelectuales. Las mieles de la victoria tendrían su amargura al considerar que fueron conseguidas por medio de violencia y sangre. En este sentido cada triunfo escondería una atrocidad: un vencimiento quizá injusto. Un triunfo político o cultural socavaría otros grupos humanos o alternativas y no necesariamente por tener una verdadera superioridad. El triunfo estaría basada en otras condiciones no concernientes a lo virtuoso del acto político o la belleza en la obra; estaría en los dados aventados por la fortuna.

Aducirán ciertos universitarios, por ejemplo, que no alcanzamos a reconocer el esplendor mexica por la culpa de la invasión española. Escasean testimonios escritos y arquitectónicos por la destrucción ibérica. O la riqueza de la religión mexica ha sido rebajada a salvajismo por las mojigaterías del cristianismo. Bajo esta dualidad no sólo malentendemos los sucesos políticos y económicos, incluso lo creemos en el arte. Así diversas corrientes o artistas se establecieron por su dominio político. Ciertos artistas posrevolucionarios, conscientes del problema, no permitían que ni un exhalación porfirista pudiera emanarse en los nuevos aires. En las páginas, piedras y muros mexicanos sólo podía haber rastro nacional. O se volvía perfectamente aceptable contener y repudiar al escritor predilecto por el Príncipe en la segunda mitad del siglo XX.

Tal creencia de que la cultura está impuesta por los vencedores destrona a los clásicos. Para algunos esto resulta una humanización: no existe obra inmaculada y toda está mancillada por su creador. Si bien en un sentido es cierto, tomarla al pie de la letra resulta una falsedad. Ya muy bien se dijo que en el fondo todos tienen la probabilidad de ser artistas. El escritor genio es de carne y espíritu como sus lectores. Sin embargo su genialidad radica en tener el primor en su imaginación o la destreza en sus facultades. A pesar de ello, como todo mortal, también falla y su recibimiento no siempre es exitoso con su público o la posteridad. El clásico es aquella obra que su único vencimiento está en el tiempo, es decir, todavía resulta vigente para los lectores. Si perdura hasta ahora no es principalmente por su momento histórico, sino por el acierto que tuvo en mostrar algo que aún importa e interesa: el hombre. Los clásicos ya son humanos sin que haya un afán por destronarlos.

La historia o condiciones materiales brindan la oportunidad para entender nuestra realidad. La inspiración surge de los alrededores. No se necesita un manual o tratado sobre cómo perdurar, basta con ser observador y esperar algún susurro de la musa. Y ésta no reserva o condiciona sus triunfos a los opresores, burgueses, vencedores, etc. Alguna vez Reyes respondía a los preservadores del mito revolucionario que la calle era demasiado ancha para que cualquier escritor. Y es cierto, es demasiado ancha porque todos hemos transitado por ahí. Los genios de nuestros clásicos del arte fueron los mejores paseadores en esa calle.

Moscas. En meses anteriores Enrique Krauze advertía el fascismo inherente en el candidato estadounidense Donald Trump. Ahora en El País lanza otra advertencia inminente: llegando a la presidencia el susodicho desataría una guerra en distintas escalas. Asimismo el documentalista Michael Moore señala cinco hechos por los cuales Trump podría lograr la presidencia.

II. Todos aplaudían la ruina de los circos y los circenses lo lamentaban. Los diputados verdes se colgaban la medalla por la iniciativa progresista y los animales parecían obtener justicia por fin… ¿Qué fue lo que sucedió? 80% de los animales muertos.

III. Y mientras el gobierno de Mancera se preocupa por patentizar el nombre de su ciudad —el cual no pondré por temor a reclamos—, quizá debería preocuparse por uno de sus barrios peculiares.

Un virtual triunfo

Existen triunfos tan discretos que pasan desapercibidos. Deben ser, sin embargo, porque son triunfos colectivos donde todos recibimos los honores, como un triunfo de la humanidad misma. Hemos desatendido que las puertas del siglo XXI se abrieron y los individuos hemos caminado hacia la nueva era. Signo de nuestra modernidad estuvo en poder cumplir varias promesas que teníamos planeadas. El Internet y la cultura informática vino a revolucionar todo. Muestra de ello la tenemos en el modo que disfrutamos música, con su fácil portabilidad, o intentamos conocer y amistarnos con otras personas. El mundo de los videojuegos no fue la excepción. Los puentes digitales sirvieron para que jugadores a través del mundo pudieran competir. Ahora alguien de Michigan puede sentir la excitación cuando derrota a un joven europeo, la misma excitación que debería sentir la humanidad cuando derriba las barreras espacio-temporales. Los límites geográficos se desdibujan para allanar una región donde los jugadores sólo buscan divertirse.

A nadie sorprende que en estos años vayan ganando popularidad los juegos de mundo abierto. Llamados así por permitir que el jugador asuma un personaje que no está completamente sujeto a la trama. Ya sea un pandillero en una gran ciudad o un héroe intergaláctico, pasando por un cazador medieval de monstruos, el personaje toma decisiones o acciones que varían la experiencia de juego. Esto no sólo se refiere a las herramientas o medios para completar las misiones, va todavía más a fondo: una decisión puede desembocar en algo inesperado. La programación del videojuego ofrece las opciones y permite que el jugador escoja y aventure en alguna. O también posibilita que el personaje ande merodeando sin propiamente competir. Los programadores aciertan al brindar esta sensación de libertad en sus consumidores. Igualmente, aunado a esta tendencia, está la modalidad multijugador. Prescindiendo de cualquier historia o narración, cada vez más los videojuegos son planeados para que las arenas digitales se llenen de gladiadores listos para pelear. Éstos deciden cómo armarse e incluso su insignia personal. Ya no se trata de superar los desafíos para llegar de un punto a otro, la acción y diversión son inmediatas y directas.

Otra cuestión ventajosa en los videojuegos actuales es el grado de inmersión en sus jugadores. Para algunos esto es visto como adicción, para otros como un viaje satisfactorio para nuestra imaginación insaciable. Gracias a las historias y escenarios fabricados podemos cumplir nuestros sueños que van desde explorar lo misterioso en la galaxia hasta adentrarnos en un bosque hostil y librarlo de creaturas temibles. Incluso la simulación permite que tengamos un medio paliativo de actos atroces o criminales; si no podemos llevarlo a cabo en el mundo real, es posible llevarlos a prueba en un mundo virtual. Tener estas aventuras impensables es un beneficio para nuestra vida rutinaria en aumento, es decir, poder escaparse por unas horas buscando la sal necesaria. Nuevamente derribamos las barreras que nos encierran.

Debajo de lo señalado puede verse que subsiste la realidad virtual. En una opinión personal, los videojuegos nacieron con este afán y propósito a cumplir. Las ascuas de esto puede verse en el hecho mínimo de querer adoptar a los personajes en pantalla de antaño. En alguna ocasión escuché, una mención casi risible, que debería haber algunos jóvenes que probaban su valentía y fiereza peleando en la arcade, aun cuando en la vida real no podían siquiera despegarse de su celular. Jóvenes así buscarían proyectarse en algún anhelo o deseo que tengan y los videojuegos son capaces de realizarlo. Muchos critican que éstos secan la imaginación, por el contrario yo creo que conforman un chubasco necesario para que enverdezca.

Traducción del inglés de Señor Carmesí

Publicado originalmente en el sitio web de 

la revista estadounidense Wired por Bill Spencer

Bocadillos de la plaza pública. Difícil situación la revelada en estos días. Debido a que se difundió un vídeo donde militares y una policía federal torturan a una mujer aprehendida, el general Salvador Cienfuegos Zepeda ofreció una disculpa y exhortó a las milicias a conservar la disciplina militar. El hecho resultó controversia y no todos quedaron contentos con esta disculpa. Algunos pedían que las palabras pasaran a hechos: hacer una indagación exhaustiva y reparo sobre los casos de tortura. Otros se indignaban por la disculpa ofrecida a una mujer que también torturó y extorsionó la tierra donde operaba. En pocas palabras, alegaban, ¿por qué tratar bien a alguien que contribuyó a tantos destrozos? Difícil situación, repito.

II. En esta semana también Héctor Aguilar Camín ha retomado un reportaje texano acerca de un detonante para una batalla sangrienta. Día con día ha ofrecido, en tres partes, nos hemos enterado del caso.

III. ¿No que el «eh… ¡puto!» era ofensivo y discriminatorio?

Mondadiente. Y que la reina cumple su nonagésimo año y el príncipe no pudo llegar al sexágesimo. Descanse en paz, Prince.