Miles de mensajes navegan en el internet. Muchos de ellos son recibidos y otros se hallan a la deriva. Servicios como WhatsApp o el mismo correo electrónico facilitan el raudal de información. A veces el receptor se entera de lo que esperan decirle y otras veces no. Lo accesible de la red no es sinónimo de certeza en la comunicación. A pesar de ello, el internet ha logrado conversaciones con personas lejanas. Podemos charlar con alguien en otro país u otra ciudad. Mínimamente el internet ha estrechado lejanías. En ese sentido, no sólo hemos conseguido hablar con nuestros amigos distantes, también personas públicas han intentado comunicarse con los ciudadanos o la población.
El presidente no puede tomar un megáfono y hablar desde el Zócalo. Sus resonadores son la televisión, radio, periódicos y, en casos de urgencia y prontitud, el internet. Sabe que puede competir con la celeridad de los sucesos, debido a que un tuit toma menos de un minuto. Si alguien hace una acusación falaz en radio, con tuitear puede serenar a la bestia. Si un escritor o luchador social muere súbitamente, con 140 caracteres puede expresar su pésame (incluso eximirlo de asistir al funeral). Twitter puede salvar del silencio cómplice o afirmativo a los senadores y diputados con la cola pisada. Los reclamos, quejas y exigencias pueden leerlos sin emisarios, directo en el timeline o medidos en estadísticas cómodas. Pero ¿nada ocurre cuando los políticos abusan de las redes sociales?
La concisión de Twitter ha despertado el ingenio de muchos usuarios. En tan pocos caracteres logran inventar frases ingeniosas. Sin embargo la brevedad atiza la ambigüedad, lo cual es otra pieza en la discusión desastrosa. Con recelo hacia el diálogo, los hombres de poder aprovechan la coyuntura para desacreditar y salir bien librados. La posible conversación se vicia al prestarse mejor a las rabietas y bravatas. Ellos saben que el tuit puede hacer estallar y sobre los escombros se levantan. El campo de batalla se inclina a favor de uno de los rivales. No es quien tenga la razón, sino quien juega mejor sus cartas. No por nada, cada vez más, la clase política se preocupa por las lides digitales. Contratan especialistas para dominar en el barullo de redes sociales. El mercado ahí es muy atractivo. Ya sea que los bots simulen popularidad o roan otras cuentas. Así como el narco calienta las plazas, estos políticos lo hacen con la plaza pública.