Eppure vaga

Eppure vaga

 

A 10 años del fallecimiento

de Alejandro Aura

Cuando no se tiene idea, ojalá se tenga al menos un buen ejemplo. Claro que de entrada podríamos complicarnos y preguntar por las condiciones de posibilidad del reconocimiento del ejemplo, deshebrar alguna hipótesis epistemológica o situarse con determinación ante la universalidad del problema hermenéutico, y aun así no se ocultará el hecho: dado que imitamos, reconocemos ejemplos. Por ello, la ejemplaridad no es necesariamente una deducción racional y es posible imitar a los peores en lugar de los mejores. De hecho, sólo porque la imitación puede ocultar a la propia razón es posible acumular sesudos alegatos a favor de lo que no es evidentemente bueno y presentárnoslo como aceptable, razonable o conveniente. Sin ideas, la imitación puede enfilar a la razón hacia su propia destrucción. El hecho es que reconocemos ejemplos, los imitamos y luego alegamos en torno a ellos. Los alegatos no muestran necesariamente la verdad. El imitador de los viciosos siempre podría alegar con fuertes razones para justificarse. Por ello digo que cuando no se tiene idea, ojalá se tenga al menos un buen ejemplo, una opinión verdadera.

         Por más de un camino puede mostrarse lo anterior, aunque intentaré ahora ejemplificarlo con un poema. Copio “Vago de muestra” de Alejandro Aura.

De todos modos vagar será imposible;

habría que aprender de nuevo

todo el sistema de la dicha;

pero dejémonos sueltos,

lacios en cuerpo y alma;

que la propia sangre intente

modificar el vicio.

Ser feliz sería traicionar lo que tenemos,

la rica incertidumbre,

el habla estrepitosa y abundante,

la sabrosa costumbre de herirnos

sin descanso.

Ésa no es la solución,

ni tampoco el progreso en que somos expertos,

ni siquiera la hermosa poesía,

vilipendiosa, abusiva, escondidiza.

Vagar sería imposible, imposible;

a menos que alguien pusiera el ejemplo.

Me perdonarán los moralistas, pero no es incidental mi mal ejemplo. Sí, quiero pensar un poema que a primera vista va contra el afán de lucro, contra la fascinación por la ganancia, contra la vida decente que el progreso ha prometido. Y quiero poner de ejemplo la primera vista del poema porque así, aunque no se vea por la idea, al menos se tendrá un buen ejemplo. ¿Que si prefiero una sociedad de vagos informales a una eficiente organización productiva? No se trata de mis preferencias, sino de lo que se muestra: uno es más feliz con el poema de Aura permeando en la memoria del andante, que en la preocupación por la mera eficiencia. Por ejemplo prefiero vagar que argumentar por conveniencia. ¿Vagar y ganar todavía serán posibles?

De todos modos vagar será imposible da inicio el poema. Da la impresión que el poema no empieza en sí mismo. De todos modos parece el inicio de una respuesta, la introducción de una réplica. Falsa impresión: el divagador no replica, responde aleve, sabe que pensar es un paseo, que ningún diálogo se gana, que la vida es menos seria y más disfrutable de lo que dice la opinión más común. De todos modos vagar será imposible es una declaración general. El poeta divagador declara la imposibilidad de la vagancia. Así de contradictorio, así de sencillo, así de por pensar.

Que un hombre tome su lugar en medio de la concurrencia, llegado de pronto, y con toda seriedad declare que de todos modos vagar será imposible es una provocación importante. ¿Nadie podrá vagar? ¿Anuncia la conclusión de su vagancia? ¿Sentencia a los otros a no poder vagar como él? Pensemos en esos otros, hombres decentes que creen en el progreso y censuran moralinos a los divagantes. Ellos saben que no podrán vagar, pero no ven pérdida en ello, sino ganancia pura: alejados de la divagación son ricos en razones en torno a su propia riqueza. La superioridad de esos otros muestra ridículo al divagante. ¡Mas el divagante asume la ridiculez alegre! De todos modos vagar será imposible es la respuesta al progresista que denunció ideal su imposibilidad, del decente que baja la mira para vivir como se debe.

Ironiza el personaje del poema: si pudieses vagar, mucho tendrías por aprender. ¿Dónde comprar los protocolos para la felicidad? ¿Qué tutorial tendrás que ver para manejar el sistema de la dicha? ¿De dónde bajas las instrucciones para vivir? Vagar te será imposible. Y si el otro, el decente, cree que es fácil la vagancia, cree que su superioridad operativa le da la oportunidad suficiente para abrirse a la vagancia, entonces reta el personaje del poema: déjate suelto, tan lacio de cuerpo y alma que nada tengas por hacer, déjate y verás que ya no sabes vagar. Vamos, deja que la sangre modifique el vicio y descubrirás que tus virtudes son de sangre pesada. El personaje del poema toma la palabra a mitad de la asamblea para enseñarnos que ya no podemos vagar.

Quizá no vague, podría responder el otro, pero al menos aspira a la felicidad. Quizás el progreso desprecie la vida sencilla, pero no renuncia a buscar la felicidad. Aunque en el fondo se sabe, nos dice de frente quien habla en el poema, que ser feliz sería traicionar lo que tenemos. El hombre decente sólo puede ser feliz en los términos que promete el progreso: por eso censura la sencilla felicidad de los otros como un sueño de soledad. La felicidad, supone el decente, será la construcción común de los decentes, aun cuando esa construcción sólo sea la rica incertidumbre del propio trabajo, el habla estrepitosa y abundante del chismorreo cotidiano, la sabrosa costumbre de herirnos sin descanso a la que llamamos competencia. El hombre decente ya sabe que no aspira a la felicidad, pero imposibilitado para vagar ha de confiar en las promesas del progreso. El hombre decente se autoengaña en nombre de la moral.

Quien habla en el poema vuelve a la carga: ésa no es la solución, ni tampoco el progreso en que somos expertos. ¿Significa eso que quien habla en el poema supone la cancelación plena del progreso, el abandono del mundo moderno, la renuncia? Quien habla en el poema responde: ni siquiera la hermosa poesía. ¿La huida utópica antimoderna no es una hermosa poesía? ¿No lo es el abandono del mundo y la renuncia total? Del San Antonio de Atanasio al de Flaubert, del testimonio a la hermosa poesía. Porque la poesía aparece aquí vilipendiosa, abusiva, escondidiza: las utopías antimodernas desprecian la vida, abusan de la fantasía, esconden su fe en el progreso. El divagante, en cambio, ayuno de fe en el progreso, solo vaga. ¿Quiere su vagancia para los demás? No, pues nunca se comparte la falta de fe. El despoder sólo puede ser una decisión personal. Su socialización, mitologizante, política o retórica, es vilipendio, abuso, escondite de otra intención.

A menos que alguien pusiera el ejemplo, concluye el poema. Podemos reconocer muchas vidas malas alejadas del progreso, así como a muchos infelices que creen en lo bueno de progresar. ¿Qué pasa cuando vemos a alguien que descreyendo del progreso vive bien? Quizá ni siquiera podemos reconocer el ejemplo, pues ni siquiera sabemos leer poesía: no tenemos idea. ¿No es el poema de Alejandro Aura un indecente buen ejemplo?

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. Ya tienen pretexto para una guerrilla cultural, para presentarse como perseguidos y para servir al nuevo jerarca en su venganza. ¿Alguien vio ayer la página 3a de La Jornada? Con el pretexto de informar sobre el fallecimiento de Marie-Jo Paz, el rotativo violó una disposición judicial. Ahora que el agraviado lo demande por no respetar su privacidad, el periódico «de las izquierdas» se dirá perseguido. El asunto llegará a tribunales durante el siguiente gobierno. Y ahí el lopezobradorismo intentará vengarse de Gabriel Zaid.

Coletilla. Mexicanos de bien, hoy los invito a constituir un fideicomiso para reunir los recursos necesarios para la salvación de la filosofía mediante la compra de rodilleras para los miembros del clubcito de profes de Filos llamado Observatorio Filosófico de México (del que hablé hace nueve años). Desde su columna, Guillermo Hurtado ha cantado la épica del clubcito, llamando al futuro secretario de Educación a que los reciba para juntos hacer frente al porvenir. Desde una carta en el nuevo diario oficial, Gabriel Vargas Lozano preguntó genuflexo: «¿cuál debe ser la filosofía que fundamente y dé sentido a la Cuarta República?». ¿Cómo quedar impertérrito ante tantas ganas de servicio? Ya sea por mérito o por meretricio, pero los profes quieren chamba. ¿Me ayudan a comprarles sus rodilleras?

Vago manifiesto

 

¡Vagos del mundo, uníos! La sombra del empleo cubre hoy los rincones, jardines y bajopuentes del errante mundo en que hemos venido a existir. Los gobernantes, los empresarios, los académicos, los obreros, los comunistas, los sacerdotes y Bono están hoy confabulados para el exterminio de la vagancia. Astutos, recorren hoy el mundo contratando, subempleando, defendiendo, arengando, doblegando –en fin- la andariega virtud con que desde antaño cubre sus miserias la vagancia. Nuestro tiempo pide decisión, la firme decisión de vagar por el mundo sin esperar nada a cambio. Volvamos la mirada a Tales, quien vagaba a cuestas de su propia vida y sus fracturas; a Aristóteles, quien debió soportar al derredor forofos que poco entendían de metafísica; a Rousseau, que vagó librado de sus feos e insoportables hijos; a Machado, ansioso rumiante del papel empelusante de su eterno gabán; volvamos la mirada y reivindiquemos la vagancia.

         Reivindiquemos la vagancia ante la profesionalización de la misma, que no es otra cosa la reconstrucción de la calle Madero en el Centro Histórico de la ciudad de México. La nueva calle de Madero es una vialidad para la circulación de los peatones, no un espacio para la vagancia. Si permitimos la proliferación de vías peatonales pronto tendremos encima un impuesto a la banqueta que será promovido con las falsas promesas de hacer más eficiente la circulación evitando caídas a las personas mayores y disminuyendo los charcos en la época de lluvias. No caigamos en el engaño: las banquetas y las guarniciones, así como las nuevas vías peatonales, no fueron hechas para proteger la vida, sino para ordenar el flujo de peatones en su camino hacia el transporte o lugar productivo y confinar a los vagos al río frenético de las ciudades. Las banquetas existen para no entorpecer el camino de los autos, y los peatones existen en las banquetas para impedir que los vagos las ocupen y obligarlos así a que se ocupen en otra cosa. Nótese, si no, cómo se ha fraguado la conjura desde las criptas de los diccionarios. Hacia 1739 la Real Academia Española definía como acepción principal de vagar a “andar por varias partes sin determinación a sitio, o lugar, o sin especial detención en ninguna parte”. Ahora, en cambio, en la edición de 2001 la principal acepción de vagar viene a ser “tener tiempo y lugar suficiente para hacer algo”. Devaluación de la vida: del ocio como cualidad del hombre libre al tiempo libre como carencia y escasez. De la vagancia del sabio griego a la licenciatura en administración del tiempo libre del junior contemporáneo.

         Debemos reivindicar la vagancia, liberarla de los hitos de la institucionalización y la profesionalización, pues quizás ella es la única forma de sobrevivir si el progreso termina en un inmenso congestionamiento eterno de polumo pesadamente condensado.

Námaste Heptákis

 

Ejecutómetro 2011. 6955 ejecutados hasta el 8 de julio.

 

La letra yerta. Habrás notado, lector, que usé hoy la palabra junior, así, en itálicas y sin acento; debo la explicación. Hasta la edición vigésimo segunda del DRAE, júnior (proveniente del latín) refiere a una categoría religiosa, en tanto junior (proveniente del inglés) refiere al adjetivo aquí empleado; pero para la próxima edición, la primera será escrita como junior, en tanto a la segunda corresponderá júnior; razón para el cambio: la castellanización de la segunda. ¿Pero está justificada la pérdida de acento en la primera? Situación a la que podríamos denominar: ¡el inevitable drama de la justicia diacrítica!

Coletilla. Para los irresponsables disfrazados de realistas traigo un párrafo alfonsino:

“Y es que, en el fondo, confundimos (preciosa confusión) lo real con lo feo. Unos le tenemos saña, y otros le tienen una afición depravada de escatófagos. El realismo estético así entendido se reduce al ´feísmo´ estético: entre un lago de oro de crepúsculo y un charco pululante de moscas verdes, no vacila el ´realista´. Siempre escoge por el olfato, pero siempre al revés”.

“La parábola de la flor” en Obras Completas de Alfonso Reyes, tomo IV, p. 236.