Ogros políticos

La fealdad de los ogros no se encuentra en sus vientres abultados, sus cuerpos horripilantes, ni en sus dientes afilados.

Lo que hace feos a los ogros es su apetito insaciable, su incapacidad para controlarse y sus terribles comentarios, pues con ellos a veces logran alimentarse de los que caen en sus garras, casi siempre hombres pobres que son fácilmente engañados.

En algunos textos sagrados, encontramos a varios ogros (raksasas) enfrentando a deidades que habitan en el bosque, que saben gobernarse y que no insultan.

El enfrentamiento suele ser terrible, pues por un lado se encuentra lo bueno disfrazado de incomodidad, y por el otro se encuentra lo malo oculto entre palabras melifluas y apariencias de humildad.

Cuenta el Ramayana que la diosa Sita fue raptada por el terrible Ravana, un ser terrible con diez cabezas y veinte brazos.

Al tener tantas cabezas y tantas lenguas su capacidad para mentir era grande y logró engañar a la joven princesa disfrazado de un humilde y sabio mendicante.

Lo que muestra la imagen puede ser más o menos clara cuando vemos a los discípulos de Ravana mintiendo en las diez direcciones y tomando con sus brazos lo que no es suyo.

Ravana murió a manos de Rama, y si el raksasa sucumbió ¿por qué no lo habrían de hacer los ogros antropófagos que mienten con todos los dientes, desde muy temprano en la mañana, y que no descansan ni los fines de semana?

Esos ogros que sólo hacen crecer su vientre, mientras sus víctimas lloran olvidadas, hoy se glorían como en algún momento lo hizo Ravana.

Pero, tiempo al tiempo que en política y en la ilusión de maya todo lo que inicia acaba y los ogros de hoy en día caerán en el olvido, al no ser vencidos por alguien tan virtuoso como Rama.

Maigo

Se fue la luz

Un día, sin aviso previo, se fue la luz. De repente todo lo que hacía se detuvo en el tiempo y el silencio se convirtió en sonidos inteligibles: los susurros poco a poco adquirieron el brillo de los colores, y las vibraciones de cada objeto en pletóricas oraciones que anunciaban la proximidad del mundo.

Así, de repente, sin avisos ni nada, de manera silenciosa la luz se fue.

Con el apagón llegó la nostalgia, el recuerdo y a veces la desesperación, pero también llegó la calma.

Afortunadamente para el joven hubo aceptación, y para el viejo la calma, que suele ser una visita constante y visible en cada paso que da.

Así, sin previo aviso, se fue la luz de sus ojos, y todos lo que la perdieron aprendieron a ver de manera más profunda.

En la oscuridad, ellos lograron escuchar mejor al mundo surgiendo entre los abismos, y oculto para los que decían que sí podían ver.

Maigo

Algunas notas sobre la libertad de expresión

No todos podemos decir lo que sea cuando queramos y como queramos. Estaría dispuesto a afirmar que nadie puede hacerlo. Al menos nadie puede hacerlo sin que medien consecuencias. Las frases no se quedan en letras escritas, voces o señas. Hablar por hablar muestra un trasfondo vacío.

Las polémicas son parte de la natural disensión que encarna y permite un régimen con rasgos democráticos. Ninguna postura va a satisfacer a todos los ciudadanos. Mucho menos una provocación. La provocación concentra la atención, pero también la disuelve.

El disenso nace de la libertad de expresión. Pero si no se disiente con razón en los temas importantes, la libertad de expresión se transforma en libertad de provocar, en libertad de insultar. En las redes sociales parece que todos tienen la razón; por eso nadie la tiene.

Las posturas, las enseñanzas y las doctrinas son vitales. Las palabras pueden llevarnos a entender la justicia, a vivir mejor. Pero con palabras el orador se hace fuerte. El que convence para ser fuerte cree domar a la justicia. De ahí la importancia en reflexionar en la verdad de lo que se dice. Por una mentira han muerto millones de injustamente.

Yaddir

Conductores virtuales

¿Se puede, mediante la palabra, incitar a la acción? Los más optimistas caminan hacia una máquina, la encienden, preparan determinados programas y comienzan a teclear creyendo que cambiarán el mundo. Pero la palabra escrita en los medios virtuales, específicamente en las redes sociales, carece de vitalidad. Más si se dirige a lectores avezados en dichas redes. No resulta raro que algunos internautas  crean que argumentan, y en consecuencia que refutan posturas contrarias a las suyas, usando memes y likes. Aunque habrá quien arme sus discursos en Facebook como discutiría con una persona cara a cara, como si estuviera dando un consejo a un amigo. Desafortunadamente en redes se tiene a una amplia cantidad de contactos, seguidores y otra clase de desconocidos, lo cual dificulta saber cómo afectó mi comentario a alguno de mis contactos (en un discurso público el tema y el modo en el que se dice son tan importantes como el efecto buscado). No importa si alguien comenta o reacciona, pues se reacciona a un espacio, no a una persona, es decir, no se piensa a quién se responde lo que se responde. Si esto no fuera poco, esta despersonalización acostumbra al preocupado por la educación (por el diálogo cara a cara) a escribir con desparpajo, con un descuido que sólo podría ser explicable si él se hubiera infectado de algún virus semejante a los que se cuelan en las computadoras y afectan su funcionamiento. Más que desafortunado sería si este descuido al usar la palabra infectara sus conversaciones pedagógicas. ¿Cuántos profesores no se habrán visto más afectados que beneficiados por creer que Facebook era una extensión de sus preocupaciones educativas, que ahí podían completar las breves enseñanzas a las que se inevitablemente se veían conducidos por dar clases durante un puñado de horas? Visto así, las redes dañan más de lo que se cree que podrían beneficiar. Pero el profesor que utiliza las redes para educar, podría defenderlas diciendo que él se daría cuenta cómo afectan sus comentarios a sus estudiantes cuando los vea. Aunque su respuesta tiene sus claros límites, pues ¿el efecto de lo que dice es igualmente claro de ver cuando recién se dice que muchas horas después de que se dijo?, ¿qué pasa con lo que padecen aquellos que no son sus alumnos pero son sus contactos?, ¿cómo ven a su docente los alumnos al conocer sus gustos, al entrever la imagen que el docente presenta a amigos y familiares? Además, pocos profesores serán tan atentos y perspicaces como para ponerles la debida atención a sus alumnos en redes y en el aula. Sobre los pesimistas se puede decir mucho, aunque sobre ellos se hablará a detalle después. Baste por el momento con decir que sólo podemos saber hacia dónde vamos, así como saber si tomamos una buena o mala dirección, con la adecuada comprensión de las palabras que nos decimos a nosotros mismos. El maestro es quién mejor debe comprender lo que dice.

Yaddir

Un joven polémico

Famoso por sus polémicas en las reuniones a las que asistía o era invitado, a un amigo le pidieron amablemente abstenerse de opinar en esa ocasión. “Fui censurado. Pinche gente. Como si me gustara opinar de temas de moda”, dijo tras beber un vaso de cerveza con coraje y levantándose para servirse otro. Mentía, al menos por lo que dijo al último: opinar de temas de los temas que generaban tendencia era lo que más le gustaba. Por lo regular era bastante callado, pasaba desapercibido la mayor parte del tiempo. De no ser porque siempre preguntaba si los demás tenían hambre, apenas se habría reparado en él. Pero al momento de dar su opinión se transformaba; como si fuera un actor recitando el monólogo que resume la tensión de su personaje, se volvía enérgico, le brillaban los ojos y sus argumentos eran tan elocuentes que apenas si se podía reparar en su falsedad. Sus opiniones acerca de la migración, de las protestas sociales y de los derechos de los animales le sumaban docenas de amistades y  no menos noviazgos perdidos. Era difícil saber si se lo tomaban más enserio de lo que él quería ser tomado o si él no se tomaba enserio a nadie. ¿Cuál era su auténtica postura? Lo había oído defender a los migrantes como si fueran parte de su familia así como criticarlos por el estado de las naciones de las que escapaban. Había visto cómo narraba con pasión las proezas de Manolete frente a grupos nutridos de veganos y vegetarianos defensores de los derechos de los animales del mismo modo como lo había visto arruinar la comida a sus amigos en un fino restaurante de cortes aduciendo la crueldad con la que mataban a los animales que estábamos a punto de saborear. Parecía que quería encarnar un personaje basado en miles de tuits y posturas de todas las redes sociales. ¿Criticaba irónicamente con su actitud las discusiones que leía o presenciaba?, ¿era un joven de su tiempo, con tanta información, pero un exceso de falta de criterio, lo que le impedía discernir lo correcto de lo incorrecto así como lo bueno de lo malo?, ¿quería ser original en un entorno donde la originalidad consistía en verse y actuar como un personaje que a cientos ya se les había ocurrido?, ¿quería encarnar a los escépticos en tiempos ambiguamente escépticos? Tal vez la respuesta la dio ese día después de beber sólo dos vasos de cerveza cuando se dirigió al centro de la enorme sala en la que estábamos y dijo: “Oigan todos. Escuchen por favor. Disculpen por interrumpirlos. Pero me dijeron que no incomodara con mi plática a cierto grupo aquí presente. Sé lo delicado del tema que defienden y por eso mismo sé que deben manifestarse, expresarse y que bajo ninguna circunstancia sus ideas deben ser censuradas. Entenderán cómo me siento por no poder dar mis opiniones libremente. Me voy y los dejo disfrutar sin que nadie les diga qué hacer ni qué decir el resto de la noche.” Cuando se acercó a mí, sonrió casi imperceptiblemente y me dijo: “creo que sería mejor que te quedaras. Así podrás darme la razón.” Se fue. El resto de la noche sólo se habló de él en buenos términos.

Yaddir

¿Redes públicas o privadas?

¿Qué tanto entendemos lo que escribimos? La pregunta esconde una dificultad mayor de la que parecería enunciar el corto tiempo en la que ha sido escrita. Los espacios que marcamos con palabras son tantos como los lugares en los que desarrollamos nuestra sociabilidad. No escribimos de la misma manera un mensaje llamado Whats que un texto académico. Éste lo revisamos una y otra vez. Pasará por el ojo de los especialistas, de personas que criticarán nuestra preparación, de entusiastas y descubridores del tema que tratemos. A lo mejor también tengamos  algún amigo con el cual compartirlo. El mensaje de la aplicación WhatsApp tal vez tenga menos críticas y, creemos, diga menos de nosotros o de lo que nosotros creemos ser que el texto especializado. Escribimos más Whats que ponencias, artículos o tesis. Presumiblemente los dominamos mejor no sólo por la práctica que tenemos haciéndolos, sino porque conocemos y confiamos en su destinatario. Los mensajes, a su vez, parecen más claros y creemos que son sobre materias más sencillas que una conferencia, por ejemplo, sobre la aplicación de la anestesia en adultos mayores con diabetes tipo 2. No hay confusión ni malinterpretación posible cuando queremos decir que llegaremos a cenar una hora después de lo habitual. No escribimos mensajes breves para reflexionar largamente o investigar algún nuevo aspecto sobre la complejidad del mundo y sus habitantes. En medio de lo que parecería la escritura de lo privado y de lo público se encuentran las redes sociales.

Escribir en Facebook, Twitter e Instagram tiene tan poco de privado como lo que se discute en un salón de clases. Lo dicho por alumnos o profesores no pasa desapercibido, se replica entre estudiantes, profesores y familiares. Las redes, pese a que permitan escoger a los contactos, pueden tener un alcance involuntariamente internacional. El usuario de Facebook confunde con facilidad su perfil con un diario, un recipiente de ocurrencias o el espacio perfecto para verter temas de los que conoce y cree conocer. El usuario cree que leer opiniones contrarias a las suyas, aunque no estén ni accidentalmente dirigidas hacia él, es ser atacado. El usuario de redes sociales suele sentirse un sol en su acotado universo de seguidores. La confusión de no saber qué tan público o privado son sus comentarios en redes le impide al mentado personaje entender a cabalidad lo que escribió y hacia dónde será conducido por sus decires. Escribir en redes tiene la consecuencia de un discurso público, sin que se sepa demasiado sobre el orador y los escuchas.

A diferencia de lo dicho en redes sociales, en el aula de clases existe la ejemplaridad. Un maestro, directa o indirectamente, enseña con su ejemplo. Un maestro puede ser entendido por lo que expresa, el modo de expresarlo y cómo ello contrasta con algunos trazos visibles de su vida. Su imagen también puede engañar y engañarlo, pero también le ayuda a entender mejor su papel; puede entender mejor la influencia de sus palabras, de sus enseñanzas, y a quiénes pueden influir más. Las enseñanzas son claramente públicas. Lo que expresamos puede cambiar vidas.

Yaddir

En la mesa, el vino


Los idealismos son, desde hace tiempo, molestos. Maquillaje quebradizo en los rostros del hombre burlón, cínico, fuerte. Cuando vemos que alguno de estos guardianes de las viejas virtudes cae en pecado o parece falsear su postura, gritamos a coro desde el pecho «¡eh, mentiroso!, ¡¿no que un santo?!», pero el cínico que no es un juez, ni pretende serlo, también dice «No te apures, estás a tiempo de vivir bien, junto a mí tienen lugar tus desaguisados», «¿Bebes?». Así se perdona al justo, invitándolo al terreno de lo efímero.  El mal, o mejor no el mal  pues ce mot ofende al puritano de los hechos… más bien, la verdad pura y llana, sin bien ni mal, se hace clara. ¿El viejo bufón ha perdido el rostro? ¡Qué nuevo chiste!, quizá bebía veneno o ponzoña en lugar de vino.

Pero, -porque siempre existe un pero-, en caso contrario nadie dice nada. Ni algarabía ni gozo, más bien hostilidad. Cuando este mismo hombre no falla a su posición, sino que da muestras de entereza, no estamos dispuestos a gritar: ¡He aquí un buen hombre!, pues creemos que la verdad no apunta a ese lugar, a la casa del bien. La existencia es trágica sólo por eso. El tal hombre es un mentiroso de lo peor. Inventa, exagera, molesta a las buenas costumbres. Y la salud preocupa a nuestro anfitrión. En su mesa de vez en cuando alguno enferma de ilusiones, pues quiere ver más allá del banquete. Peor aún, dice que ve o intuye una época dorada donde las bellotas… Pero antes de que siga, mejor omitirlo o alterará las vencidas pasiones que adormeciera el elixir ofrecido antaño por este bufón.

Pero el loco insiste. Algo se fermenta en su pecho. Ahora él tiene sed y hambre de otra índole.

El hambre de ese hombre sólo puede ser satisfecha por la idea de lo eterno y su sed calmada por la libertad. Libertad y eternidad son los grandes destinos del hombre, sólo en ellos se puede compartir una mesa bien servida. Pues aún suponiendo que el cínico no sea avaro, nunca ha sabido para qué compartir su mesa, ni entiende por qué ésta no agrada a sus comensales en el último platillo. Siempre termina odiando al hombre, al que considera rebelde y desagradecido, una bestia baja. Ésa es toda su antropología por la que sirvió su comida. Nunca el bien, siempre el hambre; terminó por ser sólo hambre su festín. y el hombre busca el vino con el cual se embriaga pero no se seca. Ése vino que robustece porque es del interior de su alma de donde mana y se hace común al abrir los odres. Ese vino que es amor y no angustia.

Javel 

«Te amo porque haces que te ame/ porque puedes hacer/ que me suceda/ amarte» Ululame González de León

¡Feliz año, lector!