Punto Final

Después de tantos años, se vio al espejo, y en el reflejo vio las muchas palabras que había gastado, los miles de discursos que había profesado, las mentiras, las contradicciones, las sonrisas sin sentido y los manoteos absurdos.

Vio que su vida no había servido ni como ejemplo, ni como sacrificio en aras del bien humano, y cansado tras tantos golpes recibidos por la realidad, decidió actuar dignamente, enfrentarse a lo desconocido y poner punto final a su perorata.

Sin despidos, ni intentos por llamar la atención de aquellos que lo seguían por haber sido por él insultados, el hombre frente al espejo en silencio se bajó del púlpito sabiéndose por su propias necedades derrotado.

Maigo

Huachicoleo del alma

Huachicoleo del alma

Parece que la conversación pública padece huachicoleo del alma. Y no lo digo sólo por la oportunidad de la expresión o la permeable presencia del desabasto de combustibles en las ciudades de México, sino por la abundancia de alegatos publicados mas no públicos, politiqueros pero no políticos. Los huachicoleros del alma han conseguido el desabasto de ideas políticas en la conversación pública y la sobreoferta de combustibles antipolíticos. Sólo así explico mi sorpresa: estamos viviendo un ensayo de Estado de Excepción y la preocupación mayoritaria no parece haberse dado cuenta. Sí, ya sé que se me objetará que todavía soy libre de inventarme un Estado de Excepción, que a pesar del desabasto la mayoría de las personas se ha desenvuelto libre y rutinariamente, que las garantías todavía no han sido tocadas, o que todo ha sido magnificado por la verbosidad mediática. Todo lo cual es casi cierto. No afirmo que estamos en Estado de Excepción, sino que estamos presenciando un ensayo de Estado de Excepción. Y añado: el ensayo va resultando tan exitoso que la abundancia de opiniones en torno a él es buena prueba. Intentaré explicarme.

         Desde el poder ejecutivo se ordenó que las fuerzas armadas tomaran control y posesión de las instalaciones de una empresa. Para justificar pragmáticamente la decisión se alegó que fuera de esas instalaciones, pero en algunas propiedades de la empresa, se cometían crímenes. Tomada militarmente la empresa se añadió que la justificación última de la decisión es la soberanía nacional. La justificación última encontró aceptación por varios de los elementos esenciales de la ideología política dominante (y en el poder): la convicción de la superioridad de la unidad sobre la ley, la teología del petróleo y la reinterpretación lópezobradorista del origen de la violencia.

         Que en nuestros días se ha supuesto a la unidad como objeto de cuidado en detrimento de la ley se reconoce desde los días posteriores a la elección: aunque casi medio país no votó por él, se dice, hay que apoyar al presidente para que las cosas salgan bien. Opinión que se refuerza con el protagonismo autocrático de Andrés Manuel López Obrador, quien insiste en presentarse como el camino a la unidad y la concordia. Cierto, entre los eslóganes habituales de su rutinario y limitado discurso, el presidente insiste en que nada contra o sobre la ley, siendo él y no la ley la garantía de lo dicho. “Yo no miento”, insiste. En estos términos, la toma militar de una empresa pública se vio públicamente como aceptable: ¡primero la unidad!

         La teología del petróleo es el discurso nacionalista que para arraigarse en un pasado fabulado cree encontrar la identidad nacional en el subsuelo. Manipulador ideológico de la historia, López Obrador ha insistido -desde hace mas de treinta años- que el destino del petróleo es el destino de México. Incapaz de reconocer al petróleo como un recurso agotable, el presidente ha pretendido que Pemex es la promesa del futuro nacional. ¿Qué pasará con México cuando el petróleo se haya terminado? Encontrará la identidad en el rencor, buscará culpables y sacrificará a los corruptos que hayan “saqueado” a México. Andrés Manuel, profeta petrolero, no será el responsable, sólo el conducto, el enviado. ¿Acaso no dijo en el espectáculo multicolor en que recibió el “bastón de mando” que él ya no se pertenece?

         El carácter sacrosanto y nomotético que el presidente se adjudica tiene una consecuencia importante en la comprensión de la violencia y en la posibilidad de instaurar un Estado de Excepción. Con Felipe Calderón la explicación, casi nula, del origen de la violencia intentó ser legal pero su temperamento la emplazó al desplante y el capricho: del alegato por la salvación de los hijos al desdén desesperado del sólo son malandros. El carácter de Calderón Hinojosa, su falta de templanza, le impidió cualquier condición que acercara al Estado de Excepción. Incapaz de contenerse, el presidente parapetó con la ley su enojo y presumió como tenacidad su capricho. Con Enrique Peña la explicación se impuso, pues su estrategia de erradicar la violencia no hablando de ella quedó calcinada en el río San Juan. Tentado a decretar el Estado de Excepción a partir del reconocimiento de su desprestigio y desdibujamiento público, fue capaz de ver que la violencia misma bloqueaba el intento de rescatar al Estado. Apocado y timorato, Peña Nieto se hizo a un lado esperando que el terror fuese disuasión efectiva. La falta de carácter del presidente redujo las leyes a reglamentos, consiguió que el cumplimiento de los segundos fuese un trámite burocrático, logró que las primeras fueran un rumor académico. La violencia se consideró sólo un problema técnico y fue técnicamente incorregible. Y en el escenario de descrédito de la técnica, el análisis, los reglamentos y las leyes, apareció la modificación de la explicación del origen de la violencia de Andrés Manuel López Obrador: la causalidad moralista. Si la ley es límite contra el Estado de Excepción, la moral podría pedirnos suspender la ley. Si los reglamentos nos impiden el Estado de Excepción, la moral nos dictará modificarlos. Si el Estado de Excepción es técnicamente inviable, la moral corregirá a la técnica. La situación límite no tuvo, ni con Calderón ni con Peña, una interpretación moral. Para López Obrador, la situación límite es moral: me colmaron el plato. En su postura, Andrés Manuel supone que el límite no lo da la ley, o los reglamentos, tampoco los análisis o los especialistas; el límite es Él, el señor presidente, el garante de la moral. El Estado de Excepción ya tiene listo el camino. El desabasto de gasolina va siendo un ensayo exitoso.

         Tres ejemplos para ilustrar el éxito del ensayo.

  1. En Tamaulipas, habiendo tomado control militar de las instalaciones de Pemex, el ejército prohibió a los trabajadores el uso de dispositivos móviles. Los empleados acataron, ya sea porque están convencidos de la moralidad de la medida, ya sea porque están aterrados de nuestro régimen de delación y sospecha. Los lectores de noticias transmitieron el hecho. A los analistas no les pareció raro. ¿Y al lector? No hizo falta modificar la ley o los reglamentos para que un sector de la población renunciara a sus derechos laborales.
  2. En la morbosa exhibición de los desesperados en las gasolineras fue lugar común la aceptación de racionamiento. La población mexicana se habituó a un régimen de guerra sin declaración de por medio. La convicción, según los entrevistados, es moral. Todos dicen estar en contra del crimen. ¿Qué diferencia habría con el racionamiento en el resto de los productos? La facilidad con la que el argumento moral manipula las convicciones vuelve el asunto preocupante.
  3. En el discurso público y las tomas de partido de estos días abundan los alegatos técnicos, legaloides, morales, politiqueros y conspiracionistas… pero casi nadie ha notado la renuncia a los propios derechos, la sumisión de la vida a un régimen extremo que por una presumida superioridad moral ha ensayado un Estado de Excepción. No se ha de prohibir la expresión en tanto carezca de ideas políticas. Para el Estado de Excepción la verborragia es buena herramienta, pues por ella se transmite el imperativo moral.

Vamos, muchachos, sigan saturando lo público con lo que no es político, que ya hasta a la conocida frase de Cosío Villegas ha aludido el simulador. El ensayo de Estado de Excepción va siendo todo un éxito. El huachicoleo del alma nos ha dejado en desabasto de ideas políticas. El mercado sólo tiene combustibles de inflamación del ánimo. Todo está puesto para que, inflamados los ánimos, del ensayo pasemos a la ejecución. ¿Y cuando la moralina no sea suficiente?

Námaste Heptákis

 

Coletilla. Hoy, estimado lector, nuestro blog celebra 10 años. Quiero agradecerte a ti y a mis amigos. Tanta complicidad, ¿dónde encontrarla? “Mis amigos son unos malhechores, convictos de atrapar sueños al vuelo, que aplauden cuando el sol se trepa al cielo y me abren su corazón como las flores”. Gracias.

El espectáculo de la paz

El espectáculo de la paz

 

La guerra no es visible por su fuerza, sino porque es política. El odio, en cambio, puede salir a la vista tanto como permanecer oculto. El odio público se reconoce sin agotarse en una sola manifestación. El odio privado puede esconderse incluso al más minucioso de los autoexámenes. Sin embargo, la paz es tan invisible como de visibilidad requiere la justicia.

         ¿Es invisible la paz? Fue el cristianismo quien exhibió la invisibilidad de la paz en contraste con la visibilidad de la pax. La pax de los romanos fue una sustitución de la justicia: la indeterminación ante la Ley inauguró la tolerancia. El gobernante declaraba la pax por la supervivencia del Estado. La justicia, ya no siendo fundamento del orden político, fue relegada al ámbito de los acuerdos personales: el Estado como garante de la legalidad de los acuerdos entre los particulares. El Estado renunciando a lo político, construyendo lo publicitario. La fuerza de coacción, disuasión y persuasión como fundamento del orden público. La pax como un acuerdo público y publicitado; la paz como un estado interior e individual, tranquilidad desgajada de la gracia. Aparición del orden burgués y reconvención a la espiritualidad moderna. El sujeto como tensión entre las leyes del Estado y del Espíritu: el sujeto desgarrado de nuestra crisis: aúlla la nostalgia de la fraternidad fracturada.

         ¿Puede entonces declararse la paz desde la administración del Estado? Puede, claro, convocarse a las víctimas, consultarse a los líderes religiosos, aglutinar a los bandos políticos y legislarse la amnistía, pero no podrá pasar de ser una declaración de pax, un instrumento público y publicitario. Sin duda que la posibilidad de declarar la pax confirma la fuerza del convocante. Sin duda que tener la fuerza para convocar a la declaratoria de pax da cuenta de una práctica pública diferente. Sin duda que la pax podría poner a todos de acuerdo. Pero la justicia no es solamente un acuerdo, ni la diferencia es por sí misma la dignidad. La diferencia y el acuerdo serán ejercicios indudables de la fuerza en tanto la justicia no sea su fundamento, en tanto la paz no sea posible.

         Para que la paz sea posible, nos hizo ver Javier Sicilia, se requiere la justicia. Si algo puede hacer el Estado para la reconciliación es propiciar la justicia. Sin justicia, sin el cuidado de la dignidad de las víctimas, toda acción del Estado será mera manifestación de la fuerza, simulación, inmoral utilización del dolor de las víctimas para el reposicionamiento moral del nuevo régimen. El Estado ha de garantizar la justicia porque es política, porque es visible. Es al individuo a quien corresponde la paz; es la víctima a quien la paz ha sido prometida. Aspirar a visibilizar la paz es un engaño, una simulación, fuerza pura de la propaganda.

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. 1. Hacia el pensamiento único. Uno, en carta en La Jornada un grupo de académicos inició la presión para la sustitución de los directivos del IPN a fin de trabajar para que la institución sea acorde a los lineamientos del nuevo gobierno. Dos, el secretario general de la UNAM declaró que la institución analiza apegarse al plan económico del nuevo gobierno. Tres, la futura secretaria de Gobernación federal afirmó que revisará el nombramiento del Fiscal Anticorrupción de Veracruz. Cuarto, la futura secretaria de Energía declaró que el resultado de los análisis y los estudios de los especialistas sobre el sector energético concluye lo mismo que la propuesta inicial de AMLO. Quinto, los foros para la pacificación, que se llamarán «Foros para la Reconciliación Nacional»,  iniciarán en Ciudad Juárez el 7 de agosto. Ahí se delinearán las acciones a seguir, que coincidirán «reconciliadoramente» con los designios del futuro presidente. Sexto, el futuro presidente contestó que las críticas a su incuestionable decisión de nombrar a Manuel Bartlett al frente de CFE son normales, pero contrarias a su movimiento, por lo que Bartlett se queda. Séptimo, en torno al nombramiento de Manuel Bartlett, el otrora líder de anarcos y próximo diputado evangelista Gerardo Fernández Noroña acusa desmemoria histórica: a la gente se le olvida que es fundador de Morena y por tanto todo un patriota. Octavo, segunda cabeza editorial que se le entrega al nuevo régimen. Ahora fue Carlos Marín. ¿Le sigo o ya se entendió el cambio? 2. El Frente Nacional por la Familia no está preocupado por la desaparición del PES, pues para confirmar su condición confesional el partido resucitará… quizá no al tercer día, pero lo hará. ¿Cómo? Hoy se reúnen los ideólogos de la “defensa de la familia” para platicarlo.

Coletilla. ¡La filosofía al servicio de la patria! El señor Enrique Dussel ha presentado un escrito quedabien, o lo que también podríamos llamar el artículo de dos caras, o el alegato de la razón a fuerzas. Para que no le digan que se entrega al nuevo sátrapa, don Enrique aparenta una crítica a la prepotencia del liderazgo; pero para no desaprovechar los nuevos tiempos, propone «socializar» los cambios impulsados por el líder, es decir unirse a los nuevos tiempos, participar activamente en ellos. Si el líder falla, ya dirá que lo advirtió y que por eso comenzó a criticarlo; si el líder no falla, ya dirá que lo advirtió y que por eso propuso apoyarlo. ¿Qué anda buscando don Enrique? ¿Será que los violentos prohijados por la liberación y el morenaje no han encontrado lugar en la nueva distribución de puestos?

 

Política de la selfie

Política de la selfie

 

En 1982 Fidel Velázquez mexicanizó una frase mencionada cinco años antes en España por Alfonso Guerra: el que se mueve no sale en la foto. En la versión original, la frase denotaba el orden interno del PSOE, cuestionado por los detractores de la transición democrática. En la versión mexicana, la frase tomó tintes esotéricos señalando el carácter iniciático necesario para captar las decisiones tomadas en la tenebra, aquel sitio donde unos cuantos prohombres de la Revolución Institucional tomaban las decisiones con las que salvarían a la patria. Contemporánea, la frase de Jesús Reyes Heroles penetraba en la dialéctica interna del sistema priista y exhibía la posibilidad hermenéutica del mismo: en política la forma es fondo. El priismo requería que las decisiones privadas tuvieran una imagen pública que refrendara la posición de los poderosos, escudara del incumplimiento de la ley y señalara, para unos cuantos, lo decidido en la tenebra: simulación y disimulo como pericia política (cfr. Francis Bacon, Of Simulation and Dissimulation, 3). De ahí la necesidad del fotógrafo oficial en los eventos de los grandes hombres. De ahí los reporteros certificados para cubrir la fuente. De ahí la necesidad de la prensa oficial, las ocho columnas elogiosas y el pie de foto sibilino. Los eventos “públicos” de los políticos devinieron publicidad de la carrera privada de los hombres del partido. La política vino a ser el arte de aparecer en la foto.

         Con la llegada de la prensa libre y la democracia, el uso político de la fotografía se modificó: las fotos comprometedoras acompañaban al titular escandaloso. Un hermano incómodo, la grabación en la que un político fijaba con ligas los fajos de billetes o la diputada que pedía una bolsita para guardar un soborno rompían el pacto de silencio: el arreglo privado se volvía público, la presumida bonhomía de la familia revolucionaria se desdibujaba ante el ejercicio desvergonzado de los negocios privados en los puestos públicos. En política se desfondaron las formas. Los políticos aspiraron a no moverse para no ser captados en la foto. Judicialización de la tenebra; la legalidad como práctica de la complicidad. La impunidad reforzó la impudicia. Y de la prole impune nació la sobrerreacción moral que ahora ha llegado al poder.

         Podría pensarse que las fotos de unidad y conciliación de los días siguientes a la elección del pasado primero de julio son una restauración de la política de la fotografía. La foto del presidente electo con los empresarios, la foto de los gobernadores con el presidente electo, los mensajes de compromiso, sumisión y complicidad a nombre de la patria parecerían formas adecuadas al fondo del asunto, poses estudiadas para no quedar fuera de foco, anhelo de asistir al retrato de la inauguración de los nuevos tiempos. Sin embargo, la restauración todavía no es posible: quedan resquicios democráticos y todavía hay ejemplos de prensa libre. De hecho, no considero que la restauración se esté buscando. Creo que la política fotográfica que ha comenzado a gestarse adopta las características del actual imperio de la selfie.

         La proliferación de los medios fotográficos, así como la abundancia de medios para compartir instantáneamente las fotografías, ha modificado la relación del hombre con las fotos. Vivimos los tiempos en que cualquiera puede fijar la mirada sobre cualquier cosa, fijar las cosas desde cualquier mirada, los tiempos en que todo se desliza por las pantallas aspirando a eternizar los instantes, en que la vida se cuenta como la sucesión de lo efímero. Fotos por todos lados, fotógrafos por todas partes. Cualquiera es testigo de nada; nadie atestigua todo. En medio de ello, el hombre quiere hacer válida su presencia en una foto mal encuadrada que se toma por sus propios medios, a sí mismo, para sí: efimeriza sus momentos olvidables para sellar su propio olvido. Que cada quien cuente su historia. Que nadie sepa nada. Que todos sean don nadie.

         Don nadie se toma la selfie con el presidente electo. El presidente electo placea para darse baños de pueblo y gustoso se deja fotografiar por los nadies. Que cada quien tenga su propia historia con el nuevo gobernante para que todos se sientan parte del gobierno. Que los empresarios quieren sentirse parte de la mayoría unánime: selfie del evento. Que los gobernadores quieren anunciar su compromiso con la nueva administración: selfie del evento. Que cualquiera quiere ser parte del cambio: selfie con el presidente electo. Nada más “democrático” que la igualdad de la selfie. Forma “democrática” para ocultar el fondo autocrático. Donde todo lo público es publicitario, la tenebra es el consenso que valida la publicidad. Patriotismo del celular. Selfie como símbolo nacional. Nada más vano. Y la prensa, tan confundida sobre sí misma que se autointerpreta como el timeline de la nación, no se da cuenta de nada. Y la intelectualidad, tan asidua al autoelogio que lo confunde con la selfie, no se da cuenta de nada. Y la oposición, si queda, imitará las formas, aspirará a replicar los fondos. Que todos salgan en la foto para testimoniar lo efímero. Estamos ante la política de la selfie, el empoderamiento de don nadie, el paso anterior a la timagogia laocrática.

Námaste Heptákis

 

La letra yerta. Laocracia, lo sé, se utiliza desde hace un siglo en la plataforma del Kommunistikó Kómma Elládas (que en noviembre cumplirá 100 años). Sé también que desde abril de este año el término ha sido utilizado por una organización populista de España. Sin embargo, yo no lo pienso ni como los comunistas, ni como los populistas. Difiero de los primeros porque no creo en la lucha de clases como explicación suficiente del fenómeno político, ni en que la solución al problema político sea primeramente económica (¡la ciudad de los cerdos!); además considero dicha explicación como esencialmente antidemocrática. Difiero de los segundos porque les falló su diccionario de griego (si es que lo consultaron, aunque creo que usaron el traductor automático): laos no es el pueblo en oposición a la organización burocrática del demos, sino que nombra a la tropa en general, a la muchedumbre, con indiferencia a la libertad o la esclavitud. Una laocracia en los términos del populismo español puede ser el régimen pretendidamente libertario que mantiene esclavos a los esclavos… ¡chin! Yo sí sé lo que las palabras de Tersites le hacen al pueblo.

Coletilla. Cuarta transformación. Nuevos tiempos. Cambio y esperanza. Y Elba Esther estará ahí acompañando a López Obrador.

Apertura democrática 2.0

Apertura democrática 2.0

 

Contra el poder y sus abusos,

contra la seducción de la autoridad,

contra la fascinación de la ortodoxia.

Octavio Paz

 

En política, la unanimidad es consecuencia del error o del engaño. La mayoría, en democracia, es peligrosa cuando no es democrática. La unanimidad mayoritaria en una democracia sólo es real en la situación límite, la del mayor peligro, la de la supervivencia. No siendo el caso la supervivencia, la unanimidad mayoritaria de nuestros días, sea error o sea engaño, es un producto digno de reflexión. Dos son las posiciones que tras la más reciente elección han permeado entre opinadores, especialistas y analistas, posiciones generalizadas, aparentemente conciliadoras, pretendidas como garantes de la unidad nacional. Las dos posiciones popularizadas son, a mi juicio, un producto mimético. En la medida en que no reconocemos su origen en el contagio mimético del lopezobradorismo, no podremos ni explicar la apariencia de unidad de los meses por venir, ni identificar los peligros de nuestra situación. Ambas posiciones tienen una interacción importante, pues aunque públicamente se presentan como complementarias, su relación real es de falsa consecuencia. ¿La falsa consecuencia es producto de un error o de un engaño?

         La primera posición afirma que el triunfador ha llegado al poder con una inequívoca legitimidad, adjudicando la legitimidad tanto al número de votos, como a una pregonada madurez del sistema democrático. ¿Por qué sería necesario afirmar la madurez del sistema democrático? ¿A qué demócrata le sorprende que los votos cuenten? Quienes afirman que el triunfo de Andrés Manuel López Obrador es la madurez del sistema democrático replican miméticamente la posición que el triunfador propaló durante los últimos doce años: la inexistencia de la democracia (mientras él no gane), la ilegitimidad de todo ganador (mientras el ganador no sea él). La democracia no es, como piensa el lopezobradorismo, la derrota del sistema, ni la llegada al poder de un grupo de políticos que pretende encarnar a la mayoría unánime. Afirmar que el triunfo de López Obrador es la genuina transición democrática es vituperar los esfuerzos democráticos en la vida política de los últimos veinte años, menospreciar la ciudadanización de los órganos electorales, restar valía a los mecanismos de transparencia: que los votos cuenten, que los funcionarios rindan cuentas y que se puedan hacer públicos el fraude, la corrupción y las componendas. Quien afirma que la elección del pasado domingo es el paso a la democracia ha imitado la posición del ahora ganador, de quien negó toda legitimidad a quienes lo vencieron, de quien despreció la ley, las legislaciones y las instituciones a fin de situar el fundamento de la legitimidad en la pretendida exclusividad de la unanimidad popular que él afirma representar. El contagio mimético del lopezobradorismo nos deja frente al peligro de una legitimidad que se asume por encima de las instituciones, las legislaciones y la ley; frente al peligro de quien podría fundar a su medida las nuevas reglas “democráticas”. Si él representa el origen de la legitimidad democrática, él será la fuente de las nuevas reglas “democráticas”. Vivimos el contagio mimético que reescribe la historia reciente, que pronto modificará las condiciones para la democracia.

         La segunda posición, por su parte, es una falsa consecuencia de la primera, pues ha llegado a proponer “por el bien de México” la colaboración con el nuevo gobierno, lo que quiere decir que ante la transición y el arranque de la nueva administración es necesaria la unidad nacional, siendo la unidad un ejemplo de la buena voluntad ante el grupo de políticos que ahora se empoderará. Nuevamente se trata de mimetismo: el ánimo disruptor del ahora ganador configura el umbral en que se gesta el cambio. Para que el cambio sea ordenado, se dice, es necesario colaborar con el nuevo régimen, darle oportunidad, dejarlo hacer. Unidad para el cambio ordenado; sin conciliación, el desorden. ¿Acaso el orden no se garantiza por la ley? Precisamente es este mimetismo el más peligroso, el que más engaña a través de sus consensos y conciliaciones. Cabe una comparación. La “ruptura” de Luis Echeverría Álvarez con Gustavo Díaz Ordaz hizo que se asumiera colectivamente un compromiso de cambio, un consenso general para garantizar la estabilidad: la apertura democrática. Pasado el tiempo se reconoció que la ruptura no fue tal, que la apertura fue cerrazón y el consenso fue extorsión: que la pretendida unidad fue el intento de cancelar la pluralidad (Nunca mejor dicho, lector: a Echeverría le molestaba tanto Plural que la suplantó: la pluralidad se decretó desde Palacio Nacional). ¿Cómo es que los demócratas han llegado a creer que se requiere un trabajo distinto al de la misma ley? Por desgracia, muchos han asimilado la retórica del tigre y el diablo, o están dispuestos a conceder el beneficio de la estabilidad sobre el perjuicio de la ley, suscribiendo la afirmación echeverrista: “no hay que perder la paz”. Y así será mientras la paz siga siendo mejor negocio. ¿Acaso se puede conservar la paz perdiendo la ley? Vivimos el contagio mimético que idolatra la unanimidad mayoritaria frente a un peligro fabulado por el nuevo gobierno. Vivimos un engaño.

         Las posiciones predominantes ante el nuevo gobierno mimetizan las posiciones que lo hicieron posible. El riesgo del candidato es ahora el riesgo de la nación. ¿Nación sin ley? Banalización de la ley: “Ahora que habrá nuevas leyes, ¡que vengan!, directas de arriba, en tablas o en piedras, videos o pancartas, no tiene importancia”. Viviremos la comodidad unánime de quien se resigna a descubrir que no hay un lugar próspero sin ley (Esquilo, Euménides, v 895).

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño.1. Comenté la semana pasada que el día de la elección serían traicionados los dos candidatos presidenciales que no encabezaban las encuestas. Javier Tejado revisó las cifras de votación por los partidos pequeños coaligados con PAN y PRI, la revisión permite comprobar que la traición ocurrió. 2. También comenté que el nuevo gobierno intentará controlar a los partidos de oposición. Contra los naranjas, ya logró la ruptura de Enrique Alfaro, quien ahora trabajará con el lopezobradorismo; falta ver si pierden el registro o los subyuga. Contra los azules, Puebla será la manzana envenenada con la que Marko Cortés buscará la dirigencia nacional. 3. Hace tres años resalté que Enrique Vargas, entonces aspirante a la alcaldía de Huixquilucan, había sido el único entre todos los candidatos que avisó a su electorado la intención de reelección inmediata. El pasado domingo, el panista Enrique Vargas fue el único alcalde del país que logró la reelección. Notable que, nuevamente, los candidatos a alcalde omitieron declarar si pensaban en su reelección inmediata. La omisión es especialmente grave en el caso de los senadores, quienes podrían ocupar su cargo por 12 años. 4. Ya comenzó a reescribirse la historia. Ahora resulta que la elección del pasado domingo es la apertura del México profundo. Que el episodio anterior de esa apertura fue el gobierno de Lázaro Cárdenas, que tomó al México profundo como base de su organización (y, por supuesto, que no creó el sistema corporativista que dio identidad al PRI). Que no hubo campaña popular en 1988. Que el zapatismo no tuvo profundidad. Que no existió el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. El doctor Lorenzo Meyer escribe la historia que quiere escuchar el nuevo príncipe. 5. El EZLN ha emitido un comunicado sobre el triunfo de López Obrador.

Coletilla. «Escribir es haber leído. Es muelle, aeropuerto, las primeras calles del pueblecito, las vías rápidas que entran a la ciudad y se ven torres y edificios, bloques para los hombres de hoy, las puntas de los árboles estáticos en la distancia. Es la reconocencia de las piedras preciosas recogidas en la imaginación del que lee vidas e historias antes contadas por otro que escribió el principio del mundo». María Luisa La China Mendoza, de quien extrañaré la adjetividencia sabatina.

 

Discursos de ignorantes

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Libertad antipolítica

Libertad antipolítica

 

La libertad de expresión, necesaria para la democracia, no garantiza la vida democrática. Es más, la vida democrática puede languidecer en plena libertad de expresión: que cualquiera diga cualquier cosa, que el único rasgo democrático sea la expresión mayoritaria, que las minorías se puedan expresar pero inútilmente… El arranque del gobierno de la que se dice izquierda podría respetar la libertad de expresión, pero el deterioro democrático se ha fraguado desde antes del mero triunfo: desde la democratización del dedo, desde la fraudulenta asamblea multitudinaria, desde el mitin, el templete, la chanza y la ocurrencia… No se trata de regular lo que se puede decir, ni de defender simplemente la posibilidad de decir cualquier cosa, se trata de defender la discusión pública, las razones públicas. Declinar la defensa de las razones públicas es el primer paso para postular la necesidad de limitación a la libertad de expresión: las mayorías unánimes pueden determinar la censura moral sin razones de por medio, basta un líder que pregunte a la asamblea y que la asamblea coree al unísono la respuesta. Sin el cuidado de las razones públicas, cualquier plebiscito podrá cancelar la libertad de expresión. Y todo esto viene a cuento por la confusión de la opinión pública ante el linchamiento de Gabriel Zaid.

         Debería estar fuera de duda la libertad de expresión de que goza Zaid; ese no es el punto a discutir. El punto a discutir, además del deterioro en la lectura, es la recepción pública de las razones. La ciudadanía “informada” parece no distinguir entre un eslogan, un espot o una campaña publicitaria, de un argumento, de una opinión razonada o de un posicionamiento público. La ciudadanía “informada y crítica” parece creer que en tiempos de campaña toda voz ha de tomar partido, toda expresión ha de ser parte de la competencia, toda opinión ha de funcionar como una estrategia de posicionamiento mediático. Creen, absurdamente, que todo lo público es publicitario. Así, repiten la división facilona entre progresistas y conservadores, malos y buenos, minoría rapaz y pueblo noble. La autonombrada progresía nacional denuncia a todo el que no la apoya como parte de un grupo orquestado para el despojo, para el daño, para el abuso… Los comparsas del maniqueísmo político no compiten, sobreviven. La palabra pública no razona, publicita. Se trata de ganar gritando fuerte. Se trata de convencer por el bien de todos y con las razones de nadie. Se trata de usar los métodos democráticos para asesinar a la democracia.

         Véase si no. Zaid dijo claramente que es digna de consideración para decidir el voto la situación en la salud del candidato puntero. La respuesta del candidato: que el escritor se obnubila al preguntar sobre su salud. La respuesta de los seguidores del candidato: que el candidato nunca se infartó y el escritor es chayotero. Al menos es público que la afirmación primera de los seguidores es rotundamente falsa: López Obrador sí sufrió un infarto. Los seguidores podrán mentir, dominar la tendencia del discurso público, mayoritear, pero eso no cambiará el hecho de que su premisa es falsa. La unanimidad de los seguidores se infartará a sí misma. La realidad supera cualquier repetición del discurso. O como en Esquilo, el arte es con mucho más débil que la necesidad…

         Sin embargo, creo que lo peor del episodio se encuentra en la descalificación tramposa de López Obrador, quien en un mitin adjetivó a Zaid como un escritor conservador, como alguien que ha perdido la imaginación y la inteligencia. ¿Zaid conservador? ¿Zaid carente de imaginación? ¿Zaid sin inteligencia? López Obrador miente y los seguidores que lo repiten mienten. ¿Quién es Gabriel Zaid?

         Gabriel Zaid concibe la crítica como el ejercicio de la imaginación inteligente. No es crítico el apego simplón a cualquier progresismo, pues precisamente es la inteligencia de Zaid la que nos mostró el lado improductivo del progreso: que la obsesión por el progreso entorpece la vida. Lo importante no es progresar, sino vivir bien. La falta de imaginación de los entusiastas del progreso obstaculiza los mejores modos de nuestra vida. La falta de inteligencia de los entusiastas del progreso colma de absurdos los movimientos más cotidianos. La experiencia vital se analiza con imaginación e inteligencia, y el análisis, que Zaid llama crítica, tiene un efecto práctico: el encuentro feliz con la verdad. Cierto, Zaid no es creyente del mero progreso, pero eso no lo hace un conservador: ni todo lo tradicional nos embellece la vida, ni todo lo nuevo nos la entorpece necesariamente. Cierto, la crítica de Zaid no es crítica-práctica revolucionaria: hacer bien tiene su arte, tanto como mejor no hacerlo, tanto como saber apreciar lo pequeño. Lo importante es que el ejercicio crítico sea práctico, que los afanes intelectuales no desprecien la vida, que en los vuelos de la imaginación no se olvide de vivir. El ejercicio de la imaginación inteligente que embellece la vida es la gran aportación política de la labor intelectual de Gabriel Zaid.

         Por allá de 1971, por ejemplo, Zaid y Cosío Villegas comenzaron a imaginar el fin del PRI. Por esos tiempos, Andrés Manuel López Obrador ingresó al PRI. Mientras Zaid consideraba al PRI un obstáculo para la democracia, López Obrador lo consideraba su camino al poder. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Por allá de 1972, por ejemplo, Zaid es censurado por Monsiváis para que no se publicase una crítica a Luis Echeverría. López Obrador ha encumbrado la supuesta labor crítica y progresista del censurador, al tiempo que Echeverría es el único de los expresidentes cuya pensión no ha criticado AMLO. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Durante el gobierno del presunto asesino Luis Echeverría, Zaid ejerció la crítica del poder político y de su amasiato con la intelectualidad (encabezada por Carlos Fuentes). Los seguidores de Andrés Manuel elogian el apoyo de los intelectuales a su proyecto (encabezados por Elena Poniatowska). Zaid criticó el estilo de legitimarse mediante el compromiso de los intelectuales, López Obrador copia el estilo de legitimidad echeverrista. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Durante los gobiernos de Echeverría y López Portillo, Zaid criticó el manejo de las finanzas públicas desde la casa presidencial, al tiempo que denunció que los programas asistencialistas del desarrollo económico de esas administraciones quebrarían al Estado (además de retrasar la democracia). López Obrador añora los tiempos de la economía presidencial, también le llama desarrollo y también lo ve indisolublemente ligado a la asistencia, que será popular pero no democrática (piénsese en los clientelismos de las redes ciudadanas que le heredó el salinista Manuel Camacho Solís). Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Zaid criticó las políticas educativas de los gobiernos de Echeverría, López Portillo y de la Madrid, pues reconoció que el credencialismo y las pirámides académicas agravaban el problema educativo, llenándolo de grilla, de mediocridad, de demagogia. La propuesta educativa de López Obrador es universalizar las pirámides académicas y el credencialismo. Claro, la grilla académica, la guerrilla de pizarrón, la demagogia y el charrismo universitario le han dado a Andrés Manuel buena parte de sus cercanos colaboradores. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Del mismo modo, Zaid criticó el deterioro democrático en el gobierno de Salinas: el empobrecimiento del país genera liderazgos que prometen manumisión a cambio del poder. Y ya saben quién ha fundado desde esa pobreza su liderazgo. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Durante la transición democrática la crítica de Zaid se centró en las decisiones prácticas y las reformas paulatinas que han permitido la participación de los grupos diversos de la sociedad civil; descreído de las promesas de grandes cambios, Zaid ha sostenido la necesidad de cambios pequeños pero inteligentes, constantes pero imaginativos. En el mismo periodo, Andrés Manuel López Obrador ha prometido grandes cambios y unanimidad social, así como ha bloqueado reformas importantes y despreciado a los grupos diversos de la sociedad civil. Pero el candidato sale con que Zaid es conservador. Y el candidato puede decir lo que sea, puede mentir como tanto lo hace. El problema es creer que la libertad de expresión es de por sí democrática. En la tiranía también hay libertad de expresión: el tirano es libre de mentirse cuanto quiera. El problema es si los súbditos también ven el traje nuevo del tirano. El problema es que los súbditos crean que son libres de expresarse cuando vociferan las mentiras del tirano.

 

Námaste Heptákis