El publicista trillado

En uno de los sitios hondos de la Ciudad de México, hay una obra famosa de Fabián Cháirez. A lado de cuatro pantallas que reproducen pornografía homosexual, están dos varones lamiendo un cirio encendido. Se encuentran frente a frente, pero con la mirada hacia arriba y ojos cerrados, ambos en un deleite lleno de lujuria. Sus lenguas acarician el falo de cera, recogiendo la sustancia líquida derramada. Lo representado destaca más por el atuendo y fisionomía de los hombres: visten con una túnica religiosa y sus cabezas portan un mitra roja; su rostro poblado de barba y bigote exuda masculinidad. Claramente la obra busca ser una declaración de guerra a símbolos dominantes de la época: el cristianismo y la virilidad, sin embargo los asistentes prestan poca atención. Junto al Jesucristo entaconado y la Virgen de Guadalupe en neón, la obra de Cháirez se vuelve intrascendente. Incluso como adorno es deficiente, dado que termina sepultado en la oscuridad del lugar. La lujuria real es más poderosa que la representada: hace que desvíe la atención de lo que la obra quiere rescatar o criticar.

No se necesita gran entendimiento para distinguir el mensaje que pretende informar. Es innecesario leer todas las entrevistas que ha dado el artista. Su obra sí es prueba de que una imagen vale más que mil palabras. En ella la masculinidad, en sus diferentes manifestaciones, es afeminado y en ese sentido acaba trastocado o sometido a una burla cínica. Enmascarados de plata, sin ese cuerpo fornido de luchador, saboreando el cañón de un revólver; pandilleros menudos, cuya dureza de rostro contrasta con el tutú rosado que están usando; y así hasta llegar a su pintura que ha causado revuelo: el Zapata esbelto, en una pose de donaire, luciendo unos tacones negros, montado sobre su caballo volador. La figura tradicional del macho bigotón es torcida en su opuesto más radical. Las botas son cambiadas por zapatillas con tacón. El sombrero revolucionario es pintado de rosa.

La obra de Cháirez podría asumirse como una defensa de la homosexualidad en un mundo homofóbico, cargado de arquetipos machistas. La displicencia del macho niega cualquier debilidad señalada según su propio criterio. Debido a que la mujer es inferior y limitada en fuerza bruta (rasgo propio también de la rudeza interna), un hombre con rasgos femeninos es ridículamente contradictorio En ese tenor, la obra de Cháirez enfatiza esta ridiculez y la ocupa con el fin de satirizar el machismo. Curiosamente no cumple cabalmente su intención. Aunque intente destruir los estereotipos, necesito de ellos para sobresalir. No es una subversión del machismo, sino abreva en él. Carece de ingenio al no sorprender. Escandaliza sólo por un instante.

Fabián Cháirez debería considerarse más publicista que dedicado al arte. Su técnica no es deslumbrante ni magistral. La idea pretendida es tan sencilla y obvia que se repite y exige el mínimo de interpretación. Su obra se alimenta de los ecos que intenta criticar; requiere de ese público al cual quiere darle la espalda. Al ver la exposición de Jeff Koons, pensé que podría ser un buen publicista en tanto supiera atrapar la atención e irrumpir. Cháirez hace menos que eso: irrumpe en la medida que explota los estereotipos.