Serenidad

El otoñó llegó tranquilamente a la vida de todos, no se anunció más que con un aire frío y un sol quemante, como casi siempre que llega.

Afortunadamente llegó, aunque no le hicieron fiestas, porque los tiranos no festejan la llegada de las estaciones, ya que saben que esas no las crearon ellos y eso les duele en el ego.

Festejemos que comienzan a caer las hojas y que nos enseñan que en esta vida nosotros mismos también caemos, a veces movidos por el viento, a veces cargados por el tiempo.

Los tiranos, no festejan el otoño, porque éste llega silencioso y sereno, porque nos enseña lo que somos y porque anuncia que el tiempo avanza a pesar de los esfuerzos de los hombres para no recoger el fruto de lo que sembraron.

Puede esto último asombrarnos, pero en otoño hay quienes gozan de cosechar, pero hay quienes buscan que las cosechas se pierdan, porque ven que sólo sembraron cizañas y cardos.

El otoño a todos nos llega sereno, callado y cargado con los frutos de lo sembrado en primavera y de lo cuidado en el verano.

Herodes vivió varios otoños, pero tras la matanza de los niños cada uno resultaba más pesado.

Nerón nunca tuvo la serenidad del otoño y buscaba hacerse notar en todo momento y con miles de extravagancias, tras morir dejó a la ciudad eterna sumida en la falta de paz que tanto añoraba, esa paz que es verdadera cuando se tiene serenidad en el alma.

El otoño no le gusta a los tiranos, porque les recuerda que el tiempo se acaba, porque llega cargado con los frutos de lo que sembraron y porque no lo instauraron ellos.

A veces es posible engañarse con el bienestar de la primavera o con la calidez del verano, pero el otoño sólo da serenidad a las almas serenas y mueve a las prisas a los desalmados.

Llegó el otoño en silencio, con algunas nubes en el cielo, con su aire frío y seco y con su sol apareciendo poco a poco menos en el cielo, para dar cabida a la obscuridad que sólo terminará tras el paso del invierno.

Maigo

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