Adulación.

Tengan cuidado con los falsos profetas,

que vienen a ustedes disfrazados de ovejas,

cuando en realidad son lobos feroces.

Mateo 7,5

 

La sabiduría popular nos enseña que hemos de cuidarnos de aquellos seres que nos elogian, y esto se debe a que sus dulces palabras nos conducirán o bien a la autodestrucción, en tanto que por causa de ellas olvidamos los límites propios de lo que somos, o a la desgracia que trae consigo la traición de quien parecía amigo nuestro pero sólo lo era de sus intereses particulares.

A lo largo de la historia, no importa de qué pueblo, podemos encontrar a tiranos que caen estrepitosamente, unos por una autocomprensión insuficiente, que ve poder y grandeza donde no los hay , como ocurrió en su momento con Nerón y su proyecto de que Roma tomara el nombre de Nerópolis, y otros por la traición de aquellos a los que consideraron en su momento más fieles y allegados, tal es el caso de  Sansón confiando su secreto a Dalila. Lo que vemos en los dos casos es que el adulador se finge amigo del adulado, y que este acto se monta para beneficiar al adulado, ya sea con la obtención del poder que ostenta el otro, o con la diversión que puede desprenderse de ver caer a quien separa los pies del suelo.

Que la adulación es peligrosa por agradable, es algo bien sabido por todos, pero siempre que decimos esto centramos nuestra atención en el peligro que corre el adulado y olvidamos por completo los peligros a los que se enfrenta constantemente el adulador para poder ser un adulador exitoso y para conseguir aquello que parece buscar.

Acerquémonos por un momento al adulador y preguntémosle qué es lo que busca al adular, un poder que siempre se oculta tras la espalda del otro, o la caída de ese otro, aún a costa de la propia caída. Seguramente nos respondería que busca lo que nosotros queramos que busque, pero sin caer en el intento de lograrlo.

Para responder a esta pregunta sin la evasión propia del adulador, es mejor que en lugar de preguntar a su lengua preguntemos a sus actos, iniciando por su presencia; si nos fijamos en el lugar que ocupa el adulador respecto del adulado, veremos que en los actos públicos aquél siempre se ubica a la espalda de éste, de tal manera que pueda dictar al oído del adulado las más dulces palabras y los mayores elogios siempre que el adulado lo desee. Así pues, podemos ver que políticamente el adulador se encuentra siempre tras el que ostenta el poder político, ya sea un monarca, un grupo de individuos o todo un pueblo, y que su ubicación no le da el lugar que ocupa el pastor que arrea a un rebaño, pues la efectividad de su conducción depende siempre del humor del que ostenta el poder realmente.

Además si nos fijamos bien en lo que hace del adulador un adulador exitoso, veremos que este éxito depende de la capacidad que tenga quien adula para mostrarse siempre servil con el adulado, para no ser impertinente con el elogio y para no exagerar al elogiar de tal manera que el que ostenta el poder crea en lo que se le dice. De estos tres elementos quizá el de mayor importancia sea el de la servicialidad, la cual no se desprende de un genuino reconocimiento de la superioridad del otro, sino por contrario del desconocimiento del otro como digno de ostentar el poder y del deseo de ser quien tenga el poder que el otro no merece, lo que hace de la servicialidad una carga aún más pesada de llevar.

Como el adulador desea tener un poder que no ha conseguido por sus propios medios, vemos que éste depende en gran medida del adulado, pues bien se percata de que no puede apoderarse  de lo que tanto desea sino hasta que el otro, el adulado ha caído, ya sea a causa del olvido de lo que es, o bien por causa de una traición tan bien pensada como para mantener el poder en las manos de quien traiciona.

Aquí se asoma un problema que debe considerar quien pretenda vivir adulando, y éste consiste en que la pesada carga que lleva al mantenerse siempre siendo servil, puede en algún momento asfixiarlo, ya sea por lo intolerable que ésta se troque o porque el adulado pierda a tal grado los pies del suelo que considere en algún momento innecesaria la acción del adulador, lo que lo hace ser prescindible.

Por otra parte, suponiendo que el adulador es traidor más allá de las palabras, en tanto que traiciona la confianza que el adulado tiene en su buen juicio, vemos que éste a su vez corre el riesgo de ser traicionado por aquellos que le ayudaron en primer lugar a quitar el poder a quien adulaba; el adulador no puede tener garantía alguna de lo con él pase una vez que cae el adulado, pues bien puede ser traicionado por sus compañeros, quizá muchos de ellos aduladores también, o bien puede acompañar al caído en su declive, pues en caso de que sean otros y no él quien quite el poder al adulado, éste se verá en la necesidad de buscar nuevamente la posición que pierde con la caída del gobernante, lo cual es casi imposible.

Es pues claro que hay que cuidarse de la adulación y de los aduladores, pero es necesario que el primero en tomar precauciones en el acto de adular sea el adulador mismo, pues su vida no sólo corre peligro si se equivoca y acaba por desagradar a quien tiene poder, sino también al obtener lo que busca, porque nada le garantiza que no será traicionado por aduladores o por él mismo en tanto que se olvida con facilidad de sus límites una vez que ha conseguido lo que pretendía con la ayuda de su lengua y del juicio de ésta como omnipotente.

Maigo.