Palabra

Palabra

Crean en lo que voy a decir. La palabra nos compromete de tal manera que sin ella nada de lo que hago al escribir y tú al leer tendría sentido. Este sistema de signos, fonemas, referencias, que se va moviendo entre nosotros, con nosotros, por nosotros, pero nunca sin nosotros es el testimonio siempre vivo de nuestro compromiso. La palabra se hace carne y creemos en ella, porque desde antes creíamos en su veracidad. Los milagros son para los que no creen y necesitan creer en la palabra, dice san Ambrosio, pero la palabra sola, es decir, la espera siempre atenta de que la verdad llegue, es para los fieles en todo momento un hecho siempre vivo, verdadero, pero en parte oculto que necesita ser revelado por los profetas. La palabra nos mantiene atentos, en vigilia de lo venturoso. En este sentido, la palabra verdadera nunca es dolorosa, ni cruel, pues siempre atiende a la espera del que busca el bien. El problema radica en saber si aún tenemos verdaderos profetas.

La búsqueda de la verdad y del bien se ejercita en el habla cotidiana, es decir, con la palabra, en la palabra, por la palabra, entre los hombres. Ni aún en el silencio se encuentra la soledad si estamos atentos a nuestro carácter expectante del bien, comprometido con la verdad, que se hace carne entre los hombres. No hay silencio ni hastío por la vida para el hombre que busca la verdad. Dice Rilke:

Si su vida cotidiana le parece pobre, no la culpe, cúlpese usted de no ser lo bastante poeta como para encontrar sus riquezas. Para el creador nada es pobre, no hay lugares pobres ni indiferentes [pienso en don Quijote].

La palabra se hace necesaria no para ocultar la soledad ni disfrazar lo horrible de la vida, pues de este modo nuestro compromiso –y nuestra fe- no sería (ni estaría) con la verdad ni con la búsqueda del bien, sino con la mentira, con las sátiras malpensadas que ocultan el problema, que todo lo rebajan con su mirada de ironía malintencionada. El amor y la felicidad no serían un milagro de la creación, sino un ingenioso artilugio nuestro, no serían verdad, sino falsa esperanza. Rilke reconocía en el ejercicio de la palabra que nos lleva a la verdad, el verdadero sentido de la vida. No ejercerla sería tanto como renegar del don que se nos dotó desde que el hombre es hombre.

Por eso, la verdad que hay en las palabras y las palabras que nos ayudan a ver la verdad, dan testimonio de nuestra necesidad de buscar el bien, así como de nuestro compromiso con los otros por hacer nuestro mejor esfuerzo en este trabajo. Siempre necesitaremos de la ayuda del otro. Pero no siempre saldrá bien nuestra empresa. A veces, como don Quijote, saldremos aporreados por el que se haya olvidado de la belleza, del honor y de la justicia que hay en las palabras. Nos golpeará el injusto o el interesado, o nos retendrá el docto, el científico. Pero si no dejamos de escuchar el llamado interno (la necesidad de la palabra) a que nos empuja la búsqueda del bien y la verdad, ya encontraremos el modo de hacer vivo nuestro juramento, de vivir buscando el bien entre los hombres.

       Javel

La ambición de Sancho

La ambición de Sancho

En cierto pasaje del Quijote, Sancho cree que el bálsamo de Fierabrás sería un espléndido negocio, pues su amo le explica las infinitas bondades de éste, consabidas por los valientes caballeros andantes. Es el mismo que anda repleto de alforjas, que se entristece por que el vino se acaba, como todo manjar, y que duerme con la panza repleta de comida, mientras su amo se alimenta con los recuerdos de su Dulcinea. Sancho, que no sabe leer ni escribir siquiera, sueña con una ínsula, humo prometido con olor a rosas, sin tener idea de lo que significa gobernar una.

Lo curioso es que él fue escogido. Nunca sabemos exactamente la razón. Jamás se nos dice que Quijote vea un escudero medieval muy formidable en él, como sí ve caballeros en los rufianes con que se topa. ¿Qué lo hace el escudero ideal para un hombre como Don Quijote? No sólo nos puede ganar el romanticismo que hace del saber una maldición, y de la ignorancia el don de los hombres simples. La simpleza de Sancho, la credulidad que mana de esa lisonjera ambición por un pedazo de tierra propio, lo hacen quizás indigno para digerir el bálsamo del “Feo Blas”, pero eso nos deja en ascuas sobre su lealtad.

¿Habrá posibilidad de que esa pequeña ambición, que parece apocada en relación con el honor del que habla su amo, sea noble no sólo por ser propia de ignorantes? La ignorancia de Sancho no es una maldición. Si el escudero más famoso de la historia habla de negocio en donde su amo ve medicina para su ánimo, es porque el negocio es aquello por lo que Sancho puede disfrutar de su preciado vino. Si las ambiciones dulces del hombre que acompaña al caballero de la Mancha son tan bajas, ¿cómo pueden perdurar tanto al lado de éste? Una ínsula arrastra a Sancho más lejos de lo que nadie imaginaría.

Quijote duerme apenas, alimentándose de visiones, manteniendo a flote su enjuta pero larga figura, engañosa para la fortaleza que se esconde en él, mostrada en el furibundo golpe con que se deshace del Vizcaíno que lo ofendió; Sancho come todo lo que puede, escuchando sus tripas, jamás a ese sueño metafísico que es el amor. El mundo de villanos que rodea a Quijote muestra que, aunque hay quienes desean cosas semejantes a Sancho, nadie posee esa “ingenuidad” que le hace escuchar promesas inútiles. Para las aventuras estorba el escuchar la panza; pero los deseos más comunes tienen incluso capacidad de ser elevados. Precisamente, es la panza lo que no le hace digno de ese bálsamo precioso. Pero es también la panza lo que lo hizo dejar hijos y esposa. No es claro que sea la panza lo que lo haya mantenido tan cerca de su amo sutil.

Tacitus

¿Para qué preguntas ‘para qué’?

¿Para qué preguntas ‘para qué’?

-Dicen que teniendo una hacienda que administrar derrochó todo por libros de caballería que lo hicieron desvariar. –Mezquindad con los suyos y derroche en trivialidades lo hicieron enloquecer, no hay más, porque no creo que el caballero tuviera un punto medio al actuar. -Sí, yo tampoco creo que él anduviera midiendo nada. Vivía cada una de sus aventuras, no las posponía, no las catalogaba ni las desperdiciaba. No, no sólo vivía su vida como última opción. Vivía su vida como la única posibilidad de encontrar aventuras. -¿No sabía lo que venía? –Sí, otra aventura que gustoso aceptaba. –¿Acaso no se quedaba en la Mancha esperando a que los tuertos se juntasen a su puerta y ya mendigos le pidiesen, ¡Enderézanos!? –No. ¿Así cómo pertenecer a la orden de caballería andante?

-¿Para qué salía? -El caballero de la triste figura iba en busca de aventuras para encontrar justicia. -¿Pero después mandaba a los gigantes o villanos del camino a que se reportaran con Dulcinea del Toboso y le dijeran que a su servició estaban? ¿No los humillaba? -Quizá ellos llegaban humillados –si cumplían su palabra de ir- pero no creo que lo hiciera para humillarlos, sino para que vieran por quién luchaba el caballero. -¡Y causar envidias! -Luchaba para una vez enderezados los tuertos no guardasen rencor, más bien antes para que se pusieran al servicio del amor. Aunque claro, si iban o no, eso es algo que sólo el villano en turno sabía. El caballero no derrota y humilla, que no es mezquino. Pero tampoco pierde la oportunidad de hacer justicia. -¿Y quieres salir a vagar? -¡Sí, yo quiero salir a vagar! -¿Tú no? -¿Para qué?

Javel

La última de las maravillosas y extraordinarias aventuras del super agente secreto Cöpen Haggën (mejor conocido como Der Dänizscherzstung) que, después de salvar al mundo de los maquiavélicos y apocalípticos planes de su archi-némesis el Doctor Ciruela (quien quería convertir en mutantes al ejército de zombies que él mismo había creado a partir del virus de la Peste Malásica para apoderarse del globo terráqueo), terminó en el hospital luego de desbarrancarse de Montaña Ciruela en una lucha a muerte con el último de los zombies, el terrible General Braineater.

√\~√\~√\~√\~√\~√\~~√\~~~~~~~ «¡desfibrilador!» ~~~~√\~√\~√\~√\~√\~~~~­­­­­­­­­­

Gazmogno