El desprecio a su máxima potencia

El desprecio a su máxima potencia

El desprecio, sea verdadero o falso, siempre es injusto. Si es falso, lo será sólo porque el que siente el agravio así lo mal entiende; terminará odiando al que de hecho lo aprecia. Si el desprecio es verdadero, entonces el ejercicio de la justicia es incompleto; se vuelve más fácil creer que ese individuo es malo, estúpido, inútil y despreciable, es decir, el derecho a la justicia pasa a ser de unos cuantos. Despreciar a un hombre de esta última manera, coaccionarlo al aislamiento, enviarlo con los otros despreciables, es ponerlo al servicio de la injusticia, dictaminando al mismo tiempo que “Tú no eres digno de la justicia ni del aprecio.” La mayoría de los hombres, sea falso o verdadero el desprecio, comprenden que no hay otra salida más que ser despreciables, para así justificar su desprecio al que los despreció primero.

Que el hombre sólo puede ser malvado, es la piedra sobre la cual anda el desprecio, la desconfianza y la injusticia. Piedra endeble, que fue forjada por el orgullo lastimado de los hombres. Pues hay un regusto amargo en esto de sentirse odiados, malqueridos. Pero si es verdad lo que vengo diciendo, entonces hay que reconocer lo depravado que se vuelve el contacto con los hombres. Estamos más atentos al momento en que caiga el virtuoso, que al arrepentimiento de los malvados. No hay búsqueda del bien común, sino cacería de brujas. Esta cacería de brujas oscurece de nuestra conciencia la idea y el deseo del bien, y sobrepone la del mal. La indolencia de esta pérdida, nos lleva a buscar en todo la injusticia, no sólo para denunciarla, sino para cometerla y encubrirla.

El desprecio al mal en que vivimos, es falso e injusto, pues no buscamos con ello reencontrar el bien, sino vivir justificando nuestro mal. El mal, el vicio, lo cruel, la injusticia, claro que se desprecian y adolecen, pero sólo ocurre en el momento en que sabemos que el bien es el fin último. Pero ¿cómo regresar al bien? Quizá el perdón es lo más antitético del desprecio, ya que el perdón es el reconocimiento de que el hombre puede ser bueno otra vez, es la confianza en su virtud, es el resarcimiento del pacto para la búsqueda del bien. Pedir perdón es el reconocimiento del mal que se hizo, y es llegar dulcemente adoloridos ante la compañía del otro que quiere buscar el bien con nosotros, es enjugar nuestra conciencia y ver el mal y el bien en su justa medida. Pero el desprecio a su máxima potencia nos envuelve en esta histeria y placer por la injusticia. El desprecio es un mal en el mundo, pues nos ha alejado de la justicia y el perdón.

Javel

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