No pretendo ser un revoltoso, recuerden (aunque a mí no se me olvida) que los violentos siempre serán los otros. Sin embargo sí pretendo señalar que me da más que gusto esto de que el pueblo ya no es un bobalicón. No tiene mucho que un hombre de edad, con toda la lucidez que trae consigo esta condición, hizo público en uno de sus tres informes que Televisa (que a penas hace unos meses fue de los violentos otros también) transmite diario; que el pueblo ya no es un tontín, mensín, pendejín, como quieran llamarle.
Este decreto se aplaudió con bombo y platillo, se incitó al pueblo mismo a que comencemos a dejar de creer esta mentira que la magia y el poder nos había hecho creer con toda su apabullante y violenta fuerza (magia porque con tanto indulto, ahora no tiene sentido que haya mafia). Llegó el tiempo de la cuarta transformación, de tirar ese muro invisible que nos construyeron al rededor de nuestro intelecto y que nos limitaba, que nos quitaba la posibilidad de ser una primer potencia en este mundo globalizado al mismo tiempo de que nos impedía extraer petróleo como si fuera agua. El pueblo ya no somos cabezas de chorlito. A partir de hace algunos días, el pueblo siempre ha sido y será sabio.
No tardó mucho tiempo en aflorar las consecuencias de estas brillantes declaraciones. Y es que, aunque no fuera de una manera directa, es más que evidente que está íntimamente ligado un hecho con el otro. Si el pueblo es sabio, ¿por qué no puede hacer justicia por sí mismo? Ya podemos ver que en éste tema, no hay nada que temer. Se ha estado haciendo justicia, sobre todo en las comunidades pequeñas, se legalizó el sexo público en uno de esos ranchos grandotes que son capitales de nuestros estados y están por repartirse un montón de indulgencias (más). No se hable de los proyectos de desmantelar al poder judicial de la federación, total, el pueblo puede gobernarse sin el más mínimo problema. Qué se yo, hace algunas semanas pensaba que era un mentecato más, ¡y miren, ya no lo soy, ni yo ni mi pueblo!
Como comencé el presente texto, no pretendo ser un revoltoso, por lo que no incitaré al pueblo en su infinita sabiduría a derrocar las instituciones (que salen sobrando y son corruptibles, a diferencia del pueblo que no puede serlo por ser sabio), ni tampoco a gobernarse a sí mismo. ¿Por qué necesitamos de políticos cuando gozamos de sabiduría? Total, ya se nos quitó la maldición de las mentiras que nos contaron, ya sabemos y comenzamos a creer que no somos alcornoques. No diré que todos y cada uno tenemos la capacidad de ver lo bueno por nosotros mismos, por supuesto tampoco, que todos sabemos cuál es el bien común y la mejor manera de llevar la nación (y de hacer justicia). Es más, somos tan sabios que hacer plebiscitos cada que se quiera aprobar una obra urbana, no es más que una pérdida de tiempo y de recursos (ni se diga para mantener al gobernante en curso, porque es obvio que sale sobrando que haya un gobernante). No hace falta hacer pública la opinión, porque esta eudoxa popular es más que sabida y consentida por todos (¿cómo podrían un montón de sabios con el mismo grado de sabiduría disentir en temas importantes como es lo político?). Por último tampoco diré que todos y cada uno (incluidos los menores de edad) saben perfectamente qué es lo bueno (sobre todo porque los niños son más sabios que los adultos y nosotros debemos aprender de ellos a “hacer con cariño” dice Juan Topo y dice bien) por lo tanto pueden tomar sus propias decisiones y las públicas también. No hay espacio en un pueblo sabio, para el engaño, el abuso de confianza (u otro tipo de abuso) ni tampoco para el robo. Todos obramos bien y con miras a lo mejor de nuestro país.
No diré nada de eso, no porque sea motivo de alboroto o se me tache de anarquista revolucionario; sino porque con la sabiduría que el pueblo tenemos, sale de más decirlo, ¡pues todos ya lo sabemos! ¡Daaah! Así que solo diré que me da gusto haber despertado, darme cuenta de que no soy un zonzín y que la justicia, la moral, y las cosas relacionadas con lo público, es lo que sea que se nos antoje. Total, somos sabios, ¿qué puede salir mal?
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