El fantasmal pueblo mexicano

Por la mañana un ambiente gélido, repleto de imágenes inconexas, va preparando el ánimo para una noticia aún más extraña que las notas de los días anteriores: la re-recaptura de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera alias “El Chapo”. El suceso va asomándose poco a poco desde los estrechos recuadros de un tuit presidencial hasta la exhibición de un rostro furibundo, propio de quien está acostumbrado a mandar y se ve limitado a hacerlo. El tiempo va siendo el suficiente para desconfiar de la veracidad y la legalidad de la captura, armar teorías de conspiración (a mí me parece que el Chapo se dejó atrapar para promocionar su película), creer en el teatro, la farsa de un estado repleto de espectáculos y farsantes políticos; pocos dramaturgos son capaces de mantener la atención de millones de espectadores durante aproximadamente diez horas como lo hicieron las autoridades mexicanas. ¿La captura del capo más buscado fue puesta en escena o realidad? A veces la historia vuela encima de la imaginación poética.

Dos días antes, el miércoles 7 de enero, se cumplen treinta años del aniversario luctuoso del magnífico escritor Juan Rulfo. Su novela Pedro Páramo nos habla de la muerte, la soledad, el deseo, la ambición, la injusticia, la familia, etc. Sus páginas crujen como murmullos en un desierto ruidoso que ya no escucha los pasos de Juan Preciado, cuando camina entre palabras: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.” Su orfandad ya no cala entre quienes viven con un afecto virtual, aparente; ya no parece injusta su vida entre quienes no distinguen fantasmagoría de realidad, entre quienes colorean de tonos brillantes una tierra sangrienta. Aunque el pueblo de Comala no es tan gráfico, vive de sus ausencias, de su pasado, de sus recuerdos, de los muertos, no de los asesinatos. La novela comienza con la rememoración de Pedro Páramo y termina con la disolución, a pedazos, del ánima de éste; no importa si fue acuchillado, pues ya estaba deshecho.

Ahora vemos las hojas de Juan Rulfo como una serie de imágenes presentes, muy vivas. Sólo que la tierra no va destruyéndose tan lentamente como en el pueblo de Comala, pues su destrucción es progresivamente rápida; los capataces no se mueven a caballo, sino en veloces vehículos. Los grandes caciques imponen su ley, aunque no lo parezca. Las ánimas caminan entre nosotros y su presencia a veces nos estremece; volvemos al ruido y las hemos olvidado. Caminamos en un piso escarlata, acostumbrados indolentemente a su color; la tierra y sus frutos también son rojos.

Yaddir

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