Pocas nueces

Digamos que la palabra no es un medio para ser feliz
— Nacho Vegas

Tal vez parezca exagerado pensar aunque sea un solo instante que en esta acción tan mundana y necesaria llamada respirar nos estemos jugando la vida a cada instante. Sin embargo, y a pesar de lo que nos gustaría admitir a muchos, no se acerca ni por poquito a ser una exageración, es tan verdadero como la verdad misma del Siddhartha de Hesse. No lo digo en el sentido pasivo y distante en el que algún día nos fallará el sistema respiratorio y al no poder proveernos a nosotros mismos el tan vital sustento, terminaremos la cuenta de nuestras horas de tedio. No, en esta ocasión quiero referirme a un momento más inmediato, más real y mucho más violento. Con cada respiración, estamos jugándonos la vida apostándole a la calaca a que nuestra saliva no extraviará su camino. Nuevamente podría parecer exagerado, pero, yo me atraganto con mi propia saliva mucho más de lo que me gustaría y en cada una de esas ocasiones tengo al mismo tiempo la misma incertidumbre de no saber si podré volver a respirar, y ese profundo sentimiento de resignación que precede a los momentos donde uno pierde genuinamente la esperanza.

A este singular riesgo de morir en cualquier momento, podemos agregarle otros tantos ejemplos igual de fantásticos como de cotidianos. No lo haré, la razón es sencilla, no tengo la intención de alarmarlos, de ponerlos un tanto paranoicos a todo momento o de vivir una vida como si fuesen un poeta trágico. Tampoco, ya se habrán dado cuenta quienes me leen con cierta regularidad, o quienes me conocen en persona, que mi intención dista mucho de ser una mera siembra de consciencias, como las que ejercen esos ingenuos muchachitos bárbaros que se hacen llamar animalistas, o los veganos, o los que andan en bici, o los que no tiran basura en la calle, o los que gustosos separan su basura en orgánica y no orgánica sin chistar por estarle haciendo la chamba a los basureros o a los pepenadores. Les envío un afectuoso saludo a todos los granjeros de la consciencia, y les deseo de corazón que puedan cambiar el mundo. En fin, la intención que tengo, una vez más, es completamente egoísta, y nace de un pensamiento, hasta cierto punto secreto, acerca de nuestra propia finitud. ¿Qué podemos hacer contra la muerte? Es una pregunta seria, tal vez podría ser incluso la única pregunta que valga la pena plantearse y buscar darle una solución como si nuestra vida dependiera de ella. Lamentablemente esta investigación todavía me sobrepasa, por más que quiera, no he podido hilar muchos cabos sueltos, ni siquiera he podido encontrar algún tipo de consuelo en la palabra.

Una manera que tenemos de combatir la necesidad, sea ésta la última y definitiva de nuestras vidas, o la cotidiana sustento de ellas. Es sencillamente desahogarnos. No necesitamos hacer mucho, aunque siendo sincero, no creo tampoco que tengamos mucho espacio hacia dónde correr. Aquí no viene uno a inventar la rueda, por más ingeniosos que seamos como mejicanos (sí, somos bien ingeniosos, mucho muy, qué orgullo), jamás nos tocará la musa de un modo tan fantástico que logre nimbarnos a un nivel donde no necesitemos la palabra para romper con la necesidad y su tiranía. No sé por qué pasa esto, y si me quieren aceptar que me ponga muy romántico, diré que es la razón la que es innegablemente libre y es a través de su expresión la única manera que tenemos de atraer esta cualidad del ser humano a nuestras vidas. Pueden creerme, pueden estar de acuerdo como se está uno de acuerdo con los memes que vemos en las redes sociales, o pueden sentirse listillos e ir un paso más allá, donde no llega la gente de a pie y alegar acerca de que la libertad no es otra cosa que un invento de los franceses para que aceptemos nuestra condición humana sin chistar y nos volvamos autómatas hijos malcriados del capitalismo. Cualquiera que sea su postura, cualquiera que sea el cuento que se cuentan o el modo en el que toman para ustedes mismos lo que les vengo proponiendo aquí, no es muy importante. Lo que importa es la acción, el tratar de darnos una razón, aunque ésta sea la cosa más forzada e imposible que podamos imaginar. Que el gobierno está coludido con el Chapo Guzmán y todo su escape y recaptura es un montaje para ocultar al verdadero Guzmán Loera en su mansión pitcheada por el mismísimo gobierno. Bien, está chido tu rollo, chavo. Que comer productos provenientes de los animales nos hace seres primitivos porque nuestra consciencia ya está en un punto mucho más elevado que el de nuestros ancestros porque nosotros somos homo videns y nacemos sin muelas del juicio. Chido por dos, chavo. Me da gusto que te enroles de militante en cosas “que importan”.

En fin, dejando a un lado los movimientos sociales del poliamor y sus repercusiones en el gobierno canadiense que se muestra más protector con las parejas del mismo sexo que con las comunidades de amantes, quiero decirles que es imposible detenernos. Los mitos son un quehacer necesario, tan necesario como la mismísima muerte, porque es la palabra (la poesía) la única con el poder de hacernos olvidar nuestro fatídico destino aunque sea un poquito. Tengo claro que no todos tenemos acceso a la poesía, y aunque me pese darle la razón a cierto grupo de intelectuales, la gran mayoría de las personas no tenemos la educación suficiente como para poder refugiarnos en los textos de Nicanor Parra y su Olvido o en los de su hermana. No tenemos siquiera la educación como para que puedan proyectarnos Lucifer en la Cineteca Nacional (bueno, siempre sí terminó mostrándola, pero la censura primera no estaba errada), sin embargo, todos como seres humanos tenemos la necesidad de contarnos uno o miles de cuentos, como si fuésemos Sherezadas con capacidades distintas, tratando de distanciar con nuestra narrativa a un futuro que inevitablemente nos alcanzará. Es por eso que necesitamos de los periodistas, aquellos hombres de letras perdidos en un mundo que no les regresa el favor que ellos le hacen. Necesitamos involucrarnos en chismes, en trending topics, en movimientos sociales en contra del maldito gobierno opresor, en esas protestas absurdas a las que convocan los nuevos radicales mexicanos, esas que funcionan básicamente leyendo en el zócalo capitalino para demostrar que estamos en contra del presidente y a favor de los imbéciles. No estoy muy seguro de cómo decir lo que quiero decir, solo sé que cualquier arma, por pequeña, vulgar, sosa, lela y aburrida que sea, que podamos usar como salida trasera para escapar de las garras de la muerte, es bienvenida. ¡Que viva el discurso, que muera el silencio eterno!