Viajando en el tiempo

Todos los hombres siempre podemos dividir nuestra vida en pasado y futuro. Viajando a los recuerdos y vislumbrando aspiraciones los hombres entienden su propio presente. Hecho extraño, pues parecería descuidarse el presente por estar preocupados con el futuro o nunca salir del delicioso pasado; ¿cuántos no temen o ansían el porvenir y cuántos no dejan de salir de su pasado por temor a lo venidero? Pero la constante es ese viaje, ese ir y venir entre lo ya vivido y el porvenir; ahí, sospecho, se encuentra lo que, como bien señala Montaigne rememorando a Platón, nos permite autoconocernos.

En alguna ocasión en una conferencia alguien le preguntó a un gran escritor: ¿cuál es el futuro de la literatura española? El autor respondió señalando que sobre el futuro nada se podía predecir con exactitud. El hombre singularmente curioso manifestaba una preocupación generalmente humana: la preocupación por saber qué pasará. Pero mucho más singular fue la confianza que le tenía a una persona considerada como conocedora. Lo ya hecho, tanto por el escritor como por el curioso lector, motivaba la confianza de éste de que aquél le pasara algo desconocido para casi cualquier mortal. Más allá de la risa con la que nos dejó el conocedor de literatura en lengua española, nos dio un notorio consejo: piensen la literatura en su idioma y piénsense ustedes, que así notarán el error en la pregunta del compañero. Explico lo anterior según mi interpretación: no podemos saber qué pasará con la literatura desde lo ya hecho, pues lo previamente escrito no generará un efecto necesario, a lo mucho provocará un efecto, si es que puede llamarse así, posible; algo semejante ocurre con lo ya realizado por el hombre, principalmente lo concerniente a la acción humana.

Los hombres no desconocemos totalmente qué pasará al día siguiente a partir de ciertas circunstancias, por ejemplo: si llego tarde a mi trabajo y mi jefe se da cuenta de ello, además de que él está enojado porque su esposa lo regañó, además de que tiene un carácter de poquísimas pulgas, es casi seguro que me muestre mi retardo y es probable que me grite. Pero resulta exagerado, volviendo a traer a colación al gran escritor francés, confiar en que el cuerpo inerte de un rey inglés, que siempre le ganó a los escoceses, garantizará victorias futuras por el simple hecho de llevar dicho cuerpo a todos los combates contra los escoceses. No es fácil reconocerse entre tantos recuerdos, tantas supersticiones y tantas aspiraciones.

Yaddir

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